«Ponga aquí sus valores»: el triste fin del ciclo del 15M
Es el momento de pedirle a los partidos y a sus líderes que propongan un programa político y una visión del mundo que quieren construir. Incluso si no es de mayorías, incluso si es controvertida
Era el año 1999 y el Euro todavía no había entrado en circulación. En las casas no había Internet, Aznar paseaba por el mundo vanagloriándose del milagro español y el mayor escándalo que reportaban los periódicos era el de Bill Clinton, que había abusado de una becaria. Fue en aquel año cuando Nigel Farage, el padre del populismo global contemporáneo, consiguió su primer escaño en el Parlamento Europeo por una circunscripción inglesa. Desde entonces, en Reino Unido hemos podido observar, adelantados, todos los fenómenos políticos que han sacudido al resto del mundo occidental en los años siguientes.
Normal, porque fue allí donde nació el tiempo que vivimos: donde se inventó la máquina de vapor y el capitalismo; donde comenzó la financiarización de la economía y, después, la desindustrialización; el primer lugar donde se dejó ver la pandemia de las drogas y el declive de las ciudades industriales. Hace 10 años los jefes del sistema de salud británico ya hablaban de la crisis que atravesaban los hombres jóvenes, expulsados de su papel tradicional de proveedores. Hasta el trumpismo se inventó en Reino Unido antes de Trump, solo que allí el espectáculo lo ponía Boris Johnson, que no se hizo famoso con un programa de televisión, sino con una columna en The Telegraph y siendo alcalde de Londres.
También existió un 15M en Inglaterra. Pero como el sistema electoral británico castiga brutalmente a las opciones minoritarias, en lugar de tomar las plazas, allí esa movilización tomó al asalto el Partido Laborista.
En los años posteriores a 2008, como en España, había en la izquierda británica un clamor por una “democracia de base”. La crisis se vivía como una desconexión entre las mayorías y las élites y la solución parecía estar en darle voz –y voto– a “la gente”. En 2014, el Partido Laborista modificó sus estatutos para elegir a su siguiente líder en primarias abiertas. Entonces un movimiento “de base”, se movilizó para afiliar a miles de personas y aupar a Jeremy Corbyn, un candidato de la extrema izquierda del partido, contra las estructuras tradicionales del poder laborista. Meses después, ese movimiento se constituyó en “Momentum”, una mezcla de organización social y corriente interna que durante algunos años marcó la política británica, igual que ocurrió en España con Podemos y en Estados Unidos con Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez.
Con el tiempo, Corbyn perdió las elecciones, protagonizó varios escándalos y se vio obligado a abandonar el laborismo, pero nunca quiso abandonar la escena política. Hace unos meses anunció el lanzamiento de un nuevo partido a medias con Zarah Sultana, una influencer laborista racializada y mucho más joven que él, con la que parecía poder representar el santo grial de la izquierda contemporánea: la alianza entre las viejas clases obreras del norte del país y las nuevas generaciones de migrantes precarios.
En línea con aquellas tesis de la “democracia de base”, decían sus proponentes, el nuevo partido iba a ser una hoja en blanco. Solo tenía un manifiesto de cuatro párrafos que afirmaba que “el sistema estaba amañado” y todo lo demás –los estatutos, el programa y la gobernanza– se decidiría en fechas posteriores por “la gente corriente”. Por no tener, no tenía ni nombre, sino que le habían puesto una denominación provisional: “Your Party”, “Tu partido”.
En realidad, bajo todas estas incertidumbres, había otra cosa que parecían tener muy clara tanto Corbyn, como Sultana: y es que ese partido lo iban a liderar ellos. Por eso desde el primer minuto no han dejado de pegarse navajazos por controlar una cosa que aún ni siquiera existe.
Así es como en Reino Unido, como en España, la película que comenzó buscando “democracia real ya” se fue convirtiendo en una tragedia. Esas estructuras asamblearias y horizontales que habían sido tan efectivas para el momento destituyente, para señalar todo lo que no funcionaba en el sistema, se demostraron incapaces de imaginar soluciones.
Henry Ford, el mítico industrial americano, decía que nunca hacía encuestas entre sus clientes porque “si les hubiera preguntado que querían” antes de inventar el coche a motor, “hubieran dicho que un caballo más rápido”. Y algo como esto le ha ocurrido desde entonces a (al menos, una parte de) la izquierda. De tanto preguntar a sus votantes qué es lo que quieren, a cambio de que confíen ciegamente en sus líderes, se han quedado sin una teoría de la vida, sino solo del poder. Partidos que ni tienen una visión compartida del futuro que persiguen, ni una hoja de ruta para conseguirlo. Como en el populismo de derechas, solo parecen querer unir la ira popular con esa idea genérica de una democracia de las bases para sostener a unos candidatos que terminan por ser lo único incuestionable. Como esas vallas publicitarias que uno a veces se cruza en las carreteras secundarias huérfanas de anunciantes, estos partidos se han vuelto un soporte vacío en busca de mensaje, solo que en lugar de pedirte que pongas allí tu publicidad, lo que te piden es que pongas tus valores, sean cuales sean.
Se me ocurre que esto no es lo que necesita hoy el mundo. Que el momento es el de pedirle a los partidos y a sus líderes que propongan un programa político y una visión del mundo que quieren construir. Incluso si no es de mayorías, incluso si es controvertida, incluso si no produce consensos, incluso si no obtiene mayorías a la búlgara en los congresos internos del partido.
Necesitamos muchas más ideas entre las que elegir. La democracia ya la ponemos después en las urnas.