Mira para no ignorar
Aquella orden de los ochenta, el “no mires”, se ha convertido hoy en su contrario más urgente: mira. Mira para comprender. Mira para dejar de ignorar. Mira para que la inclusión deje de ser una palabra solemne en un documento y se convierta, por fin, en vida real
Los que fuimos niños antes de los noventa recordamos bien una escena repetida: al cruzarnos por la calle con una persona con discapacidad —minusválida, decía entonces el diccionario social— algo en nosotros, pura curiosidad infantil, nos empujaba a mirar. Mirarla entera, como quien intenta entender un misterio que nadie le quiere contar.
Y entonces aparecía la mano adulta sobre el hombro: “No mires”.
Un mandato seco, casi un susurro avergonzado.
Aquel no mires nos dejaba más preguntas que respuestas. ¿Por qué no? ¿Qué tenía de malo mirar? A veces nos decían que era mala educación; otras, respondían con una compasión torpemente administrada: “a su madre no le gusta que miren a su hijo”. Y ahí se acababa la explicación. Había silencio. Un silencio que escondía la discapacidad tras las paredes de casa, como si fuera algo que debía sufrirse de puertas para adentro.
Hoy las redes sociales han reventado ese silencio. La discapacidad está más visible que nunca, y lo más importante: son las propias personas con discapacidad quienes, cámara en mano, narran su vida sin intermediarios. Hay quien muestra cómo entra en una piscina sin prótesis, cómo se desplaza de la silla de ruedas al WC, o cómo se maquilla sin manos con una habilidad que muchos querríamos para abrocharnos un simple botón.
Padres y madres de chicos con autismo —de mayor o menor severidad— comparten su día a día con una crudeza necesaria, porque solo así quienes no convivimos con esas realidades podemos empezar a imaginar lo que supone vivirlas y lo que necesitan para manejarlas. No negaré que alguna vez he sentido pudor ajeno viendo esos vídeos. Pero ese pudor es un lujo para quienes miramos desde fuera. Para quienes viven dentro, exponer su vida es una forma de denunciar lo que no funciona: la falta de apoyos, la atención sanitaria que no llega, los diagnósticos que eclipsan la salud real y puertas que se cierran cuando deberían abrirse de par en par.
No es exhibición. Es supervivencia. Muchas veces, es la única forma de denunciar, de exigir recursos públicos, de recordarnos —a gritos si hace falta— que existen y que están ahí.
Aquella orden de los ochenta, el “no mires”, se ha convertido hoy en su contrario más urgente: mira. Mira para comprender. Mira para dejar de ignorar. Mira para que la inclusión deje de ser una palabra solemne en un documento y se convierta, por fin, en vida real. Solo cuando miramos de verdad —sin miedo, sin morbo, sin compasión vacía— la discapacidad deja de parecernos extraña y empieza a formar parte natural de la vida.