¿Así protege el PSOE a las víctimas de acoso sexual?
‘Política para supervivientes’ es una carta semanal de Iñigo Sáenz de Ugarte exclusiva para socios y socias de elDiario.es con historias sobre política nacional. Si tú también lo quieres leer y recibir cada domingo en tu buzón, hazte socio, hazte socia de elDiario.es
En el Comité Federal del PSOE en julio, abrumado por las noticias sobre José Luis Ábalos, Koldo García y su conducta machista, Pedro Sánchez puso pie en pared al presumir de que el PSOE había sido la primera organización política con un protocolo interno para denunciar e investigar los casos de acoso sexual. Hizo una promesa solemne: “Cuando haya potenciales casos de agresión o acoso sexual, pido a las compañeras víctimas que utilicen estos canales, que las vamos a proteger”. Los asistentes aplaudieron sus palabras.
Esa pared en la que se apoyó Sánchez se ha venido abajo de forma estrepitosa gracias a una información de elDiario.es, que ha demostrado que esa promesa no se ha cumplido. Ni de lejos. Las dos militantes socialistas que habían denunciado a Francisco Salazar descubrieron que su testimonio había desaparecido del canal donde debía estar. En una primera respuesta, Ferraz achacó el problema a cuestiones técnicas, pero además afirmó que no había nada más que investigar. Caso cerrado. El mismo día en que este diario empezó a hacer preguntas, Salazar había presentado su renuncia como militante. Una extraña coincidencia.
En realidad, nunca hubo investigación propiamente dicha hasta que este diario publicó la noticia. En esos cinco meses, nadie se puso en contacto con las denunciantes. ¿Esa es la forma en que se “protege” a las mujeres que denuncian comportamientos que vulneran de forma flagrante los ideales feministas del partido? ¿Por qué nadie hizo nada para que se investigaran testimonios que resultaban bastante explícitos sobre la conducta habitual de Salazar? “Llegaba por la mañana y te decía el buen culo que te hacía ese pantalón o te pedía que le enseñaras el escote. Si te veía mala cara, te preguntaba en mitad de la oficina si habías dormido poco por haber mantenido relaciones sexuales. Y nos sometía a situaciones humillantes que para muchas de nosotras fueron traumáticas”. A lo que hay que sumar las represalias contra aquellas que no reían sus gracias.
No hay que olvidar que ese Comité Federal del que hablaba quedó impactado al conocerse nuestra primera información sobre Salazar. El dirigente, un hombre de la máxima confianza de Sánchez y con cargo en Moncloa, había sido elegido (por Sánchez, claro) para formar parte del equipo de cuatro personas que se iba a ocupar de la gestión del PSOE. Lógicamente, su nombramiento no llegó a producirse.
Lo peor estaba por venir al haberse comprobado que nunca hubo investigación. Pero alguien sí se movió. Lo hizo para favorecer a Salazar. Ferraz pidió al grupo parlamentario socialista en Bruselas que le facilitaran los contactos necesarios para que pudiera trabajar fuera de España y asesorar a políticos extranjeros, concretamente en Colombia, Uruguay y Costa Rica. El único protegido en esta historia era la persona denunciada por acosar a mujeres.
Tuvo que ser la última información de Esther Palomera y José Enrique Monrosi de este mes la que provocó que el PSOE volviera a rectificar. Las denuncias han reaparecido en el canal interno y se han puesto en contacto con las denunciantes después de cinco meses de completa pasividad. Para entonces, el partido ya no podía ocultar la indignación de las militantes y dirigentes socialistas que no sabían nada hasta ahora del intento de enterrar las denuncias.
El sábado, Sánchez admitió “en primera persona” la responsabilidad por el error cometido al no comunicarse con las víctimas, aunque dijo haberse enterado de todo por la prensa. Negó haber mantenido ningún contacto con Salazar desde julio.
En privado, algunos señalaban a los responsables: “Salazar ha estado protegido todos estos meses por la dirección andaluza, con cuyos integrantes mantiene una relación constante y fluida”, explicó un dirigente a Monrosi y Palomera. La dirección andaluza que está en manos de María Jesús Montero.
Toda esta penosa historia deja en una posición difícilmente defendible a Rebeca Torró, secretaria de Organización, y Pilar Bernabé, secretaria de Igualdad. Si ellas no se enteraron de lo que estaba pasando, hay que preguntarse en qué consiste su trabajo. Y si participaron en el encubrimiento, no les queda mucha autoridad para ejercer sus cargos. ¿Qué valor tienen ahora todas sus declaraciones públicas en contra de la violencia que se ejerce contra las mujeres?
Montero, Sánchez y Torró en la Ejecutiva del PSOE en octubre.
El PSOE envió el viernes una carta a sus militantes en la que reconoce “no haber estado a la altura” ante las denuncias presentadas en relación a conductas que califica de “repugnantes, intolerables e incompatibles con los valores del Partido Socialista”. La carta tiene un valor escaso, ya que no explica cómo se ha podido llegar a esta situación. Insiste en presumir de su protocolo interno para las denuncias de acoso que, “al ser un sistema innovador, precisa de mejoras continuas”. Una mejora indudable sería escuchar a las mujeres denunciantes y darles apoyo y confianza, y no guardar sus reclamaciones en un cajón a la espera de que el tema se olvide.
Ahora vuelven los lloros y la preocupación por cómo afectará este escándalo a los socialistas en las urnas en futuras citas electorales, empezando por la de Extremadura el día 21. Por la influencia que pueda tener en el voto de las mujeres, que fue un factor clave en los comicios de 2023. El Partido Popular no ha tardado en utilizarlo. No renuncias a los regalos que te concede el rival. “Es un partido peligroso para las mujeres”, ha dicho Núñez Feijóo refiriéndose al PSOE.
Ni siquiera hay que remontarse a mucho tiempo atrás para buscar ejemplos sobre dónde está la prioridad del PP en la lucha contra la violencia machista. Un hombre asesinó a su mujer en Alpedrete en noviembre con una saña inaudita –cincuenta puñaladas– y el alcalde de la localidad madrileña, del PP, negó que fuera un caso de violencia de género o que él la odiara. La culpa era del “sistema”, porque no se había atendido su petición de recibir la incapacidad. Como es sabido, todo el mundo que tiene una reclamación no atendida por la Administración acaba asesinando a su pareja. Díaz Ayuso le apoyó en público.
Alfonso Villares, consejero del Gobierno gallego, tuvo que dimitir en junio tres meses después de que se presentara en un juzgado una denuncia por agresión sexual contra él. Fue arropado por los altos cargos de su departamento, que le aplaudieron en su rueda de prensa final. El director general de la Lucha contra la Violencia de Género en Galicia calificó de “intachable” su comportamiento. El presidente de la Xunta, Alfonso Rueda, le deseó “la pronta resolución de su situación”. No que se haga justicia, sino que pueda librarse cuanto antes de la denuncia.
No parece que el PP pueda dar muchas lecciones sobre cómo afrontar los casos de violencia contra las mujeres.
En última instancia, la existencia de leyes y protocolos no sirve para zanjar la discusión. No es suficiente con reformar las leyes. Hay que cambiar la mentalidad de las personas que están en posiciones de poder. Los que nunca creen a las víctimas o los que ocultan sus denuncias por las repercusiones políticas que puedan tener deben ser avergonzados por su conducta, sobre todo si continúan protegiendo a los denunciados por acoso sexual y dejando tiradas a las mujeres que les denuncian.
Eso es mucho más importante que las ventajas políticas que puedan obtener unos u otros y por eso esta redacción ha informado en detalle sobre lo ocurrido en el escándalo de Salazar. De otra manera, las víctimas de esa violencia seguirán estando indefensas. Mirar a otro lado, no informar sobre estos casos, es colaborar con el negacionismo sobre la violencia de género.
Para acabar, unas palabras que creo que merece la pena tener en mente. Son de Adriana Lastra y las pronunció en el Comité Federal de julio: “En todo ese proceso, lo que más duele no es el señalamiento. Es el silencio. El silencio de los hombres buenos. De esos compañeros que saben lo que está ocurriendo, que intuyen la injusticia, pero callan. Por prudencia, por costumbre, por miedo a quedar fuera del marco. Pero callan. Y ese silencio, compañeros, no es neutral. Es estructura. Es complicidad”.