Rutger Bregman: «La izquierda es muy buena en señalar injusticias, pero puede ser una excusa para no hacer nada»

Rutger Bregman: «La izquierda es muy buena en señalar injusticias, pero puede ser una excusa para no hacer nada»

El intelectual holandés acaba de publicar ‘Ambición moral’, una llamada a la acción individual y colectiva con el foco puesto en obtener resultados: «A la gente que sufre opresión, desigualdad o pobreza le da igual que tengas pureza moral, lo que quieren es que ganes»

El historiador Rutger Bregman denuncia que la BBC le ha “censurado” una frase crítica sobre Trump

El historiador y periodista Rutger Bregman (Westerschouwen, Países Bajos, 1988) se ha convertido en los últimos años en un incordio para las élites. En 2019, su intervención en el Foro de Davos se volvió viral, al defender ante las élites más poderosas del mundo que los ricos “no pagan su parte” y defender la justicia fiscal. Hace una semana, una intervención crítica con el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, que le tiene en el punto de mira, fue censurada. En el eje de sus discursos están los impuestos y una renta básica universal, pero con su último libro, ‘Ambición moral’ (Editorial Península), este intelectual holandés pone el foco en lo que los individuos pueden hacer en su día a día.

Bregman ha creado una Escuela de Ambición Moral, donde ha invertido la mitad de sus ahorros y con la que pretende atraer el talento para ponerlo al servicio del bien común y atajar el “desperdicio de talento” que se produce en algunas de las industrias más poderosas del planeta, “que no convierten el mundo en un lugar mejor”.

¿A qué llama ‘ambición moral’?

Como especie, nos enfrentamos a problemas enormes, como la amenaza gigantesca del clima; la próxima pandemia, que puede estar a la vuelta de la esquina; la pobreza global, que probablemente vaya a peor; o los miles de millones de animales que sufren en macrogranjas, una de las mayores atrocidades morales de nuestro tiempo. La lista es enorme, pero hay muy pocas personas trabajando para solucionar estos problemas. Es un gran desperdicio de talento, con millones de personas atascadas en trabajos que no convierten el mundo en un lugar mejor. El antídoto es la ambición moral, el deseo de utilizar tu tiempo y tu talento, pero también tu acceso a ciertas redes, tu capital cultural y financiero y todos tus privilegios, para marcar la diferencia.

El 17% de la población cree que su trabajo no contribuye en nada a la sociedad. ¿En qué trabajan estas personas y qué dice esto del sistema económico actual?

En realidad, es peor. El 8% está seguro de que su trabajo no tiene ningún tipo de impacto social. Si están en huelga, a nadie le importaría. Un 17% tiene dudas de que su trabajo aporte valor al mundo. Si lo sumas, un cuarto de la fuerza laboral cree que está malgastando su tiempo. Un amigo, que estudia en la Universidad de Oxford, habla del Triángulo de las Bermudas: lo que ve en Harvard, Princeton y Yale, las universidades más prestigiosas del mundo, es que la mayoría de los chavales terminan en consultoría, finanzas o ley corporativa. Ganan mucho dinero, pero son carreras aburridas que no marcan la diferencia en la lucha contra los problemas reales.

¿Existe una relación entre salario e inmoralidad del trabajo?

Tengo un estudio que cruza los sueldos de ciertos profesionales con lo morales o inmorales que son esos sectores, según la población general. Cuanto más dinero ganas, más probable es que tu trabajo se considere inmoral. Un ejemplo fácil es el tabaco. Probablemente sea la industria más cruel que existe, responsable de millones de muertes al año, pero con salarios muy por encima de la media. Si lo piensas, es comprensible, porque trabajar en Philip Morris puede ser una de las cosas más patéticas que hacer con tu vida: te están pagando, básicamente, para que los jóvenes se enganchen. Para superar esa vergüenza, necesitas una compensación.

Teniendo en cuenta que la población necesita tener unas necesidades básicas resueltas, ¿hasta qué punto un individuo puede generar un cambio real en contra de un sistema económico y unas estructuras de poder muy potentes?

La primera observación es que hay muchos libros sobre mindfulness, que te enseñarán a ser más feliz, estar más relajado, productivo, etc., pero este no es necesariamente uno de ellos. Es un libro duro, que escribí inicialmente para mí mismo, cuando sentía que necesitaba una patada en el culo. La segunda es que hay mucha gente de izquierdas muy buena a la hora de señalar los problemas del sistema y las injusticias estructurales del capitalismo, del patriarcado, etc., pero existe el riesgo de que eso se convierta en una excusa para no hacer nada. A lo largo de mi carrera me han fascinado estos pequeños grupos de ciudadanos comprometidos, que han logrado algunos de los mayores cambios de la historia, desde los abolicionistas a las sufragistas. Todos empezaron con un grupo reducido de personas, así que siempre me ha parecido muy superficial y falto de esperanza creer que la gente no puede generar cambios o que es neoliberal pensar que los individuos no pueden marchar la diferencia. El comportamiento es contagioso, podemos inspirarnos los unos a los otros.

Estamos viendo el colapso total de las organizaciones progresistas, totalmente ineficaces a la hora de obtener resultados

¿La pureza ideológica de una parte de la izquierda ayuda a conseguir cambios reales o frena avances más factibles pero no tan estructurales?

Los últimos 10 años han sido catastróficos. Hemos visto el auge de movimientos muy importantes, como el Black Lives Matters, el MeToo, Fridays for Future o Occupy Wall Street, que han generado resultados… variados, siendo amable, porque alguno no ha supuesto ningún cambio legal. Eso contrasta con los movimientos por los derechos civiles de los años 60, liderados por gente como Rosa Parks o Martin Luther King, que cambiaron la vida de los americanos negros con grandes reformas legislativas. Hace unos años el mundo se volvió woke, pero lo que estamos viendo hoy, especialmente en Estados Unidos, es el colapso total de las organizaciones progresistas, totalmente ineficaces a la hora de obtener resultados.

Por ejemplo, la derecha ha sido muy estratégica en la lucha contra el aborto. Empezaron hace 30 años y han construido todo un ecosistema de oposición, impulsando miles de juicios que han creado la vía para acabar con la ley en todo el país. Mientras tanto, ¿qué está haciendo la izquierda? En lugar de estar en las barricadas, están luchando unos contra otros. A la gente que sufre opresión, desigualdad o pobreza le da igual que tengas razón o pureza moral, lo que quieren es que ganes, aunque esos signifique hacer cosas contraintuitivas o generar coaliciones con gente que no te cae bien.

En el libro dice que la protesta moderna consiste en “clics y likes esperando que otros hagan algo”. ¿Qué papel juegan las redes, donde vemos campañas muy bien estructuradas, generalmente de extrema derecha?

En el libro pongo el ejemplo de la marcha de Washington en los años 60. Fue muy difícil de organizar, porque la gente no tenía Twitter, Facebook ni Instagram. Había todo un aparato trabajando con listas, direcciones, número de teléfono y tratando de distribuir toda esa información. Eso garantizaba que lo que sucedía era más duradero y sostenible y esas redes no desaparecieron tras la protesta. La ironía de Twitter es que, cuando se lanzó, todo el mundo pensó que sería la edad dorada de los movimientos sociales y que la gente con poder temblaría ante las masas. Hemos visto que ha sido, más o menos, lo contrario. Ha habido un aumento de las protestas, pero cada vez más ineficaces.

«Un ecosistema dentro de la derecha cree que la democracia tiene que ser destruida»

Dice que el progreso moral no es lineal, ¿qué lectura hace del auge de gobiernos reaccionarios, de Trump y Milei o del auge de la extrema derecha en Europa?

Es mucho más preocupante de lo que la gente parece entender. Si cogiéramos un libro sobre una explosión autoritaria y la caída de la democracia, en los primeros capítulos leeríamos lo que está pasando en el mundo ahora mismo. He estado un año viviendo en Nueva York y uno de los motivos por los que he regresado a Holanda es que, como inmigrante, estaba preocupado por mi familia y por poder expresar mis opiniones con franqueza. Cuando aterricé en Ámsterdam, mi cara apareció en la portada del Daily Mail con un titular de que la Casa Blanca no estaba contenta conmigo porque había dicho que Trump era el presidente más corrupto de la historia de Estados Unidos.

La frase fue censurada una semana después por la BBC, para que te hagas una idea de la cobardía de estas instituciones. Las cosas que dábamos por hecho hace un tiempo, como la libertad de organizarte o de expresión, está claramente amenazada porque hay un ecosistema dentro de la derecha que cree que la democracia tiene que ser destruida. En el libro hablo de Peter Thiel, al frente de la construcción de esa alianza y que financió directamente las políticas de Bush. Han sido muy claros y están mucho mejor organizados, financiados e ideológicamente preparados.

La BBC reconoció esa autocensura. ¿Se ha vuelto a poner en contacto con usted?

Es tremendamente irónico, porque la propia BBC me pidió dar cuatro conferencias sobre los desafíos a los que nos enfrentamos como humanidad. La primera iba sobre la cobardía de las instituciones que se ponen de rodillas ante el autoritarismo… censuraron la clase de la censura, después de haber pasado un proceso editorial de meses. Claramente, se veían amenazados por la administración Trump y el Consejo Legal de Estados Unidos. Es un principio de la dictadura, nunca había vivido algo así. En la grabación de audio mi voz desaparece, escuchas el momento del corte y, dos o tres minutos después, se me escucha hablar sobre la cobardía de las élites occidentales. Me pareció una experiencia tremenda, pero van a emitir las otras tres conferencias. No culpo a los periodistas de la cadena, que han hecho un trabajo increíble. Es una decisión que, evidentemente, viene de arriba.

Algunos avances tecnológicos surgen de esa ambición moral. En un contexto de grandes revoluciones en torno a temas como la inteligencia artificial y la automatización, ¿qué políticas garantizan que esos avances no concentren aún más la riqueza?

Soy un socialdemócrata europeo chapado a la antigua, que cree en una economía mixta. Esto significa que hay que dar espacio a los emprendedores para innovar. A la vez, necesitas un sector público sólido y potente, porque las mayores innovaciones y el bienestar de la población se ve garantizado por la sanidad, la lucha contra la pobreza, etc. Lo que vemos hoy es que el equilibrio ha desaparecido por completo y la desigualdad se ha salido de control. Hay especulación por todas partes y los mercados están descontrolados, pero tenemos una cura. Lo dije hace seis años en Davos: impuestos, impuestos, impuestos. Es todo lo que necesitamos, muchos más impuestos para los ricos. Lo puedo repetir hasta que me muera y la mayoría de la gente está de acuerdo. El 80% de la población piensa que los ricos deberían pagar más. Para pasar de A a B hace falta talento, por eso estamos intentando reclutar a gente inteligente que trabaja para las grandes firmas. Somos los Robin Hood del talento. Estamos haciendo lobby y trabajamos, por ejemplo, con Gabriel Zucman, un economista francés que está liderando este encargo. Es ciencia para hacer cohetes, pero la solución es que los ricos paguen más impuestos.

Cuando se habla de justicia fiscal, muchas veces el argumento predominante es otro: que los impuestos no se gestionan bien o, en el caso de España, que es un infierno fiscal —algo que contradicen los datos—. ¿Cómo se combate ese discurso?

Empezamos la entrevista hablando sobre trabajos de mierda. Si escarbas en los datos, los empleados en el sector privado tienen tres veces más posibilidades de considerar que su trabajo es una mierda que en el público. Tenemos que trasladar el mensaje de que el sector público genera mucha más riqueza que el privado, según la gente que trabaja en él. Es lógico, porque el Gobierno financia buena parte de la sanidad y la educación, servicios increíblemente esenciales. A la vez, tenemos que exigir excelencia a nuestros gestores, para que la gente no quiera trabajar en McKinsey, sino en el Gobierno, la empresa más prestigiosa de todas. Para eso puedes hacer fellowships, para atraer a los jóvenes, y pagar más. Esto es más polémico entre la izquierda, pero si trabajas para una administración en un tema social súper importante, no entiendo por qué deberías ganar menos que alguien que vende Coca-Cola. Si pagas en cacahuetes, atraes a monos. Hay que generar una cultura de excelencia dentro del gobierno, para que a la gente más lista y talentosa le parezca atractivo.


‘Ambición moral’ (Editorial Península)