¿No están usando ya ChatGPT en el discurso del rey?
Mucha Transición, ni una palabra sobre acoso machista pese a los escándalos en la política, alguna alusión a los jóvenes y advertencias sobre la polarización y los extremismos sin apuntar a nadie, que los reyes, ya se sabe, no están para entrar en detalles engorrosos. Al final, una sobredosis de lugares comunes
Felipe VI alerta de una «crisis de confianza» en las democracias que nutre a los «extremismos» y pide «ejemplaridad»
Después de escuchar este miércoles el discurso navideño de Felipe VI, me quedó la curiosidad por saber a quién le podía importar lo que había dicho el monarca.
A los jóvenes, lo dudo. A muchos de ellos el discurso les habrá entrado por un oído y salido por el otro mientras la tele lo transmitía como un sonido de fondo en el trasiego de la cena familiar. Eso de salmodiar a estas alturas las excelencias de la Transición funcionará con “las generaciones que la recuerdan”, pero, por muchos aspectos positivos que innegablemente tuvo aquel tránsito de la dictadura a la democracia, los jóvenes quieren escuchar cosas radicalmente nuevas. Y, lo más importante, que sean convertibles en hechos. No vale constatar la obviedad de que el presente es difícil y el futuro incierto, que parece ya un estribillo en las alocuciones reales, o que la falta de acceso a la vivienda “es un obstáculo para los proyectos de tantos jóvenes”. Words, words, words, como decía el príncipe danés. La juventud está hastiada de las batallitas de abuelos cebolleta y, por desgracia, eso lo está entendiendo mejor que nadie un partido que no cree en la democracia.
¿Les interesó el discurso a las mujeres? Presumo que menos. El rey no dedicó una sílaba a la lucha del feminismo justo en un año en que han aflorado sonados casos de acoso y violencia machista en la política. Una referencia al tema habría podido resultar especialmente incómoda en la Moncloa –que da el visto bueno a las alocuciones reales–, pero era insoslayable en esta coyuntura. Muchas mujeres están constatando con una decepción profunda que la cultura patriarcal sigue enquistada en las esferas del poder, y el rey –sigo con los escandinavos– se hizo el sueco. No les habló ni a las mujeres progresistas ni a las conservadoras, que también sufren acoso en sus partidos pero lo callan con resignación o porque son presionadas por sus jefes para que no abran la boca.
¿Y los políticos? El rey habló de la polarización y los extremismos. Cosas que no existían, por supuesto, en la divina Transición, cuando todo se resolvía mediante el diálogo… y tras bambalinas. Por ejemplo, con diálogo se incrustó la monarquía en la Constitución sin someterse a un referéndum separado, porque, como dijo el ahora señalado Adolfo Suárez a la periodista Victoria Prego, lo habría perdido. “La tensión en el debate público produce hastío, desencanto, desafección”, advirtió el monarca. Seamos sinceros, ¿a quién le importa? Abascal, disparado en las encuestas y con un exitazo aún fresco en Extremadura, pensará que eso no va con él, que busquen la desafección por otro lado. Feijóo, por su parte, ha dejado suficientemente claro desde que llegó a la presidencia de su partido que no dejará de incendiar ni un segundo la política hasta que caiga el presidente del Gobierno. Y Sánchez quiere por razones tácticas que Vox se fortalezca, pensando que eso complicará la vida al PP y permitirá a los socialistas recuperar en las próximas elecciones generales el discurso de que viene el fascismo, por si cuela de nuevo.
También mencionó el rey “los extremismos, los radicalismos y populismos”, pero no hizo ninguna referencia explícita al ascenso de la ultraderecha en Europa y en España. Mucho menos aludió a la participación de acusaciones ultras en el juicio que condenó al fiscal general del Estado, uno de los acontecimientos políticos más graves de la historia reciente del país. El rey, como suele decirse, no está para meterse en detalles. Advirtió, eso sí, de que eso ya nos sucedió antes. ¿Cuándo? Claro: en la Segunda República. No lo dijo de modo explícito, pero era evidente: “Ese capítulo de la historia ya lo conocemos y tuvo unas consecuencias funestas”. O sea: la guerra civil y el franquismo fueron el resultado inexorable de unas peloteras partidistas en la república. Ergo, ambos bandos son igualmemte responsables de lo que sucedió, y debemos evitar que ocurra otra vez. “¿Qué líneas rojas no debemos cruzar?”, preguntó. No nos dio la respuesta, pero aconsejó mucho diálogo: ya saben, Fraga y Carrillo y todo aquello. Sí, la divina Transición. En la vida real, que es la que discurre de este lado del televisor, PP y Vox seguirán acusando de radical y populista a la izquierda, y la izquierda seguirá afirmando que los populistas y extremistas son Vox y el PP. Y todos, con gestos circunspectos, valorarán muy positivamente en el discurso del rey su clamor contra “los extremismos, los radicalismos y los populismos”.
En otro apartado de la alocución, Felipe VI quiso levantar la moral de la tropa ciudadana y dijo que España ha demostrado en el último medio siglo que “sabe responder a los desafíos internos y externos cuando hay voluntad, perseverancia y visión de país”. Y dijo que lo hemos visto, entre otras situaciones, ante las catástrofes naturales. Por lo menos habría podido mencionar como una terrible excepción lo que sucedió con la dana, pero, como se dijo antes, el rey no está para entrar en detalles.
Volviendo al comienzo, intento pensar a quién le pudo interesar el discurso del rey. Y, en general, los discursos de los reyes. Pronto lo escribirán con ChatGPT, si es que no lo están haciendo ya, y ni lo notaremos.