Un convento del siglo XIII, una ciudad de militares y el tren Vasco-Navarro, las fotografías de dos Vitorias desaparecidas
En su nuevo libro, el historiador Antonio Rivera sostiene que la actual urbe se levanta sobre el recuerdo de dos ciudades ya desaparecidas, la Vitoria histórica del siglo XIX y de comienzos del XX y la «revolucionada» de la década de 1950 en adelante
El quinto centenario de cuando la pequeña Vitoria fue «capital de Europa y del mundo» por la estancia de Carlos V
Las cuatro torres —las de las iglesias de San Miguel, San Vicente y San Pedro y la de la catedral de Santa María— que conforman la silueta urbana de Vitoria han sido testigos del transcurrir de los siglos. La almendra que se atisba en el centro, nada más ganar un poco de altura, configurada por el trazado de las calles gremiales, ha permanecido ajena al paso de los años y a la mutación del estilo de vida de sus ciudadanos. Pero la Vitoria actual, la del siglo XXI, se erige sobre los escombros de dos Vitorias ya desaparecidas, que ya no están ni se pueden ver. Y con esas dos Vitorias se esfumaron también de la visión cotidiana edificios históricos y fábricas, tradiciones y formas de ocio, calles y vías de tren.
Es la tesis que esboza el historiador Antonio Rivera en su recién publicada ‘Vitoria desaparecida’ (Editorial Efadós). Sostiene que la actual urbe descansa no sobre una Vitoria ya desaparecida, sino sobre dos: una histórica, que tomó forma sobre todo en los siglos XIX y XX, y otra que llama ‘revolucionada’, porque asistió a una transformación “por completo y súbitamente” con la industrialización que se aceleró en la década de 1950. “La primera pertenece a los ‘vtv’ (‘vitorianos de toda la vida’), mientras la segunda es la de aquella clase obrera industrial e inmigrante que se presentó en escena desafiante y de manera dramática aquel 3 de marzo de 1976”, remacha.
La presentación de la obra, que tuvo lugar la semana pasada en la Casa de Cultura Ignacio Aldecoa, contó con la participación de la alcaldesa, Maider Etxebarria. “Gracias a personas como Antonio hoy conocemos mejor nuestra historia, podemos mirar atrás y dar respuesta a preguntas. Es importante conocer nuestro pasado para saber quiénes somos y adónde queremos ir”, sostuvo la primera edil.
Advierte el autor en la introducción a su libro que sus páginas solo están pobladas de imágenes que muestran elementos de la ciudad que no existen, o aquellos que todavía perviven pero rodeados de un entorno muy diferente al del pasado. “No busquen lugares importantes si estos siguen siendo básicamente los mismos. Aquí solo se ve y se recuerda la Vitoria desaparecida”, insiste. Pero ¿por qué? “Las imágenes de este libro, de esas dos ciudades desaparecidas, nos fuerzan a tratar de entender en su lógica ese lugar extraño que es el pasado, aunque este siga siendo el nuestro”, abunda.
Fachada de la plaza de toros, en torno a 1965
Y ¿quiénes son los fotógrafos cuyas fotografías campan por las páginas del libro? Ordenados por orden alfabético según el apellido, son, entre otros, Santiago Arina, Arqué (el estudio fotográfico de Federico Arocena y Gregorio Querejazu), Lorenzo Elorza, Enrique Guinea, Jean Laurent, Gerardo López de Guereñu, José María Parra, Lucien Roisin, Alberto Schommer Koch y Ceferino Yanguas.
Una “renovada desamortización”
Habla Rivera de una Vitoria histórica —la que se configuró en los siglos XIX y XX— que, siendo un “poblachón provinciano” con su característico “’skyline’ de las cuatro torres”, fue una ciudad que “se nutrió de menestrales y burgueses poco dinámicos, pero sobre todo de curas, militares y criadas”. De ese contexto al actual, media un trecho. Entre medias, a partir de las postrimerías de la década de los años cincuenta, se aceleró la industrialización con “una intensa llegada de población foránea para trabajar”, “un incremento y transformación del plano urbano” y “un cambio en los hábitos y la caracterización de la ciudad”. “Todo ocurrió rápidamente”, argumenta Rivera, que habla de una “ciudad revolucionada” que la industria llenó de barrios y fábricas. La Vitoria histórica y la Vitoria revolucionada, según la tesis del autor, son los dos esqueletos ya desaparecidos sobre los que se levanta la actual capital alavesa.
Si hay un hecho que marcó un antes y un después en la historia de la ciudad, fue la desaparición del convento de San Francisco, que había ocupado un punto privilegiado desde el siglo XIII. Una de las fotografías elegidas por Rivera para ilustrar este cambio, de la autoría de Enrique Guinea, muestra el amplio espacio que antes había ocupado el inmueble: unos niños juegan en el solar, con varios elementos que se perciben nítidos, sin obstáculos, al fondo: el edificio del Banco de España (actual sede del Memorial de las Víctimas del Terrorismo), los Arquillos ideados por Olaguíbel y las torres de San Vicente Mártir y San Miguel Arcángel. “Era el comienzo de una constante posterior: la ciudad nueva se construiría desde una renovada desamortización de edificios militares y religiosos”, escribe el autor en el texto que acompaña a la instantánea.
El solar del convento de San Francisco, en una fotografía no incluida en el libro de Rivera, pero similar
La otra mitad del libro se dedica a la Vitoria que Rivera llama “revolucionada”. Esa etapa, que comienza a finales de la década de 1950, coincide también con la primera bajada de Celedón en 1957 y el remate del Ensanche en 1959, hitos también ilustrados por imágenes en el libro. Fue una época en la que todavía pervivían industrias dentro de la circunvalación, al mismo tiempo que iban germinando los polígonos de las afueras. IMOSA, MEVOSA, Mercedes-Benz, el polígono de Gamarra-Betoño, Porcelanas, el KAS, Forjas Alavesas… Son todos protagonistas de esa época.
Y el jefe del Estado, el dictador Francisco Franco, también se dejó ver por la ciudad, que se había puesto de su parte desde el primer minuto, traicionando la legalidad constitucional de la Segunda República desde que se tuvo noticia de la sublevación militar. “El 29 de julio de 1964, celebrando los XXV Años de Paz, el dictador estuvo en Vitoria, camino de su habitual estío donostiarra, y protagonizó una ‘jornada memorable’. Inauguró el complejo deportivo de Gamarra y la Central Lechera de Zaramaga, entregó llaves a los quinientos nuevos dueños de pisos del barrio y tuvo tiempo para discursear desde el balcón de la Diputación”, se dice en el libro.
Pero esa Vitoria también acabó desapareciendo. “Los escenarios y monumentos industriales (las fábricas) también se transformaron y ocultaron en un espacio de tiempo voraz, después de haber extraído de ellos todas sus posibilidades. La ciudad industrial de los años sesenta tampoco se aprecia hoy solo cinco décadas después, sustituida por otra sin humos”, escribe Rivera.
El Alavés y Mendizorroza
Unida indisolublemente a la historia de la ciudad está la del Deportivo Alavés, el club de fútbol que ha paseado su nombre por estadios de toda la geografía española y que llevó su escudo hasta el Westfalenstadion de la ciudad alemana de Dortmund, donde el equipo entonces dirigido por Mané cayó en 2001 en la prórroga de la final de la Copa de la Uefa ante el Liverpool. Se da la circunstancia de que el Alavés ocupa un cajón del podio español de equipos que más años se mantienen en el mismo estadio: Mendizorroza se inauguró en la víspera de San Prudencio de 1924, lo que sitúa al estadio del paseo de Cervantes tan solo por detrás de El Molinón, en Gijón, y Mestalla, en Valencia.
Cuenta Rivera que fueron esenciales en su impulso las figuras de Federico del Campo, Félix Alfaro y José G. Guinea. Una de las señas de identidad de Mendizorroza, al menos a partir de 1950, fue la torreta que se instaló para que Radio Vitoria pudiera retransmitir los encuentros por las ondas. No desapareció, señala Rivera, hasta 1993. “En el año 1953 se hizo la primera tribuna y en 1962 se pusieron las cubiertas. Al final del siglo XX se remodeló para dar cabida a 20.000 aficionados”, añade.
La torre de Radio Vitoria en Mendizorroza
Se dedican también dos páginas del libro al Teatro Príncipe, de cuya inauguración se cumple precisamente en estas Navidades de 2025 un centenario. Rebautizado en 1961 como Teatro Guridi por haber estrenado allí el vitoriano Jesús Guridi su ‘El caserío’, se transformó en multicines en 1990, que en 2015 cerraron. La redacción de elDiario.es/Euskadi es uno de sus actuales inquilinos. Una de las fotografías, de Ceferino Yanguas, muestra el lujuso casino Gran Peña, “que llegó a tener más de quinientos socios”, explica Rivera.