Nando Cruz, periodista musical: “Juntar a 70.000 personas frente a un escenario donde solo un 5% ve al artista no es crear comunidad”
El escritor publica ‘Microfestivales y otros escenarios posibles’, un libro en el que aborda la lucha contra la música como agujero negro indagando en nuevas formas de entretenimiento
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Hay libros que se escriben para diagnosticar una enfermedad y otros que nacen con la vocación urgente de proponer una cura. Si hace dos años el periodista Nando Cruz diseccionó en su obra Macrofestivales (2023) los problemas derivados del ocio masivo, su nuevo libro, Microfestivales y otros escenarios posibles (Sílex, 2025), sirve como una respuesta. Para el autor no basta con señalar el agujero negro que devora la cultura, sino que también es necesario lanzar propuestas, por lo que ha decidido documentar una realidad que, aunque opera desde la precariedad y la periferia, resulta “culturalmente mucho más fértil y disfrutable” que la industria del entretenimiento multitudinario.
“La cultura es algo que nos debería acompañar durante toda nuestra existencia, no solo en verano o en fin de semana”, declara Nando Cruz a elDiario.es. “Es algo que deberíamos poder disfrutar en todo momento porque es consustancial al ser humano”, sostiene el periodista, que se ha alejado de todo lo que tiene que ver con los grandes festivales de música para centrarse en los microfestivales. En un momento dominado por las experiencias efímeras, estos espacios más pequeños están tejiendo la red de seguridad que sostiene a la sociedad cuando todo lo demás falla.
Mientras que los macrofestivales se han asumido como normal, todo lo demás ha pasado a considerarse como alternativo, exótico o folclórico. Nando Cruz enfatiza que “lo nuevo es la idea del macrofestival, que ha aparecido en los últimos 25 o 30 años”. Antes de que apareciera, numerosos proyectos han triunfado y siguen triunfando en pueblos porque se basan en la “confianza mutua” del artista que quiere visitar estos sitios y del público que quiere ir a apoyarlo. “En realidad, la anomalía es la idea de que para disfrutar de la música tienes que pegarte panzadas de ver conciertos durante tres días en recintos con decenas de miles de personas, muchas de las cuales están allí sin que se sepa bien por qué”, apunta.
Uno de los conceptos que desmonta el autor en Microfestivales es el de “comunidad”, un término que los departamentos de marketing de los macroeventos utilizan constantemente para vender abonos, pero que rara vez se acaba materializando en sus recintos. “Cuando juntas a 70.000 personas delante de un escenario donde solo un 5% acabará viendo el artista desde cerca y el resto lo tendrá que ver a través de las pantallas, en realidad lo que estás haciendo es concentrar a gente con intereses muy dispares, no crear comunidad”, comenta Nando Cruz. Frente a ello, donde además la capacidad económica determina la experiencia, los microfestivales que recorre el libro abrazan la palabra comunidad y le dan otro sentido.
En estos espacios, la música deja de ser un producto de consumo rápido para convertirse en algo capaz de “hacer más feliz a la comunidad que te rodea, fortalecerla y oxigenarla”. Nando Cruz diferencia la lealtad que generan estos proyectos de la falsa sensación de pertenencia de los grandes eventos: en el mundo macro, lo que se fomenta no es la hermandad, sino “esa sensación de ansiedad de ‘si me lo pierdo soy un desclasado social’”. “El sentimiento de ‘lo necesito’ o de ‘lo compro por si acaso’ vinculado a la música en vivo me parece un poco descabellado, pero es a lo que nos ha empujado la industria musical. Nos empuja a tener estos comportamientos entre ansiosos y pasivo-agresivos”, explica el escritor.
El racismo estructural
Asimismo, el libro denuncia el racismo estructural e invita a preguntarse dónde están los migrantes, cuya respuesta es que no están. O, al menos, no están donde se toman las decisiones. A pesar de que la demografía de ciudades como Barcelona o Madrid es diversa, el sistema trata a los migrantes como sujetos pasivos, pero rara vez se les reconoce como creadores contemporáneos con derecho a liderar el discurso cultural. “Si todos los festivales de este país hubieran sido plataformas donde el antirracismo fuese un eje central, la sociedad no hubiese permitido que desalojasen a 400 personas que están viviendo en Badalona, porque eso socialmente sería inaceptable”, señala Nando Cruz.
El periodista lamenta que en “el mundo de la música lo que se valora es la cantidad de gente que va, no lo que se llevan de formación humanística como personas”. “El precio de la entrada ya es una barrera que deja fuera a muchísima gente y, entre esa gente, hay un porcentaje altísimo de personas migrantes que no solo no tienen el poder adquisitivo para comprar entradas, sino que tampoco se sienten interpeladas por la programación”, sostiene Cruz. El libro rescata iniciativas como la incubadora para artistas y agentes culturales Fes Cultura o el festival Acció Migrant en Barcelona, impulsados por la cooperativa Connectats, que exigen derechos culturales plenos y espacios de decisión para los creadores migrantes.
Nando Cruz afirma que este tipo de iniciativas, así como los microfestivales mencionados en la obra, se sustentan, básicamente, por la pasión que pone la gente, el voluntariado y una autoprecarización que recalca que no ha pretendido romantizar. “Son las administraciones las que deberían intentar reforzar todos estos proyectos, que no se aguanten simplemente porque la gente tiene ganas de hacerlo, sino porque tienen un valor cultural y social en sí mismo”, reivindica el autor, que agrega que “estamos acostumbrados a que la politización tenga que estar en las canciones o en los discursos de los artistas”.
En contextos en los que hay una idea muy clara de ‘la música va a ser una manera de reivindicarnos’, lo que pasa encima del escenario ya tiene una dimensión política en sí misma
“Hacer una canción política y luego comportarte como compositor de la manera radicalmente opuesta es viable, porque una canción puede ser una mentira muy bien explicada”, comenta Nando Cruz. “Yo confío un poco más en los espacios politizados. Que lo politizado no sea la canción que suena ni el discurso del cantante, sino el contexto en el que todo eso ocurre”, añade el periodista, que aboga por los festivales o encuentros musicales “politizados no en el sentido de que estén organizados por un partido político, sino en el sentido de que se tenga claro que se están haciendo para mejorar las condiciones de vida de nuestra comunidad”.
El autor afirma que “en contextos en los que hay una idea muy clara de ‘vamos a defender lo nuestro y la música va a ser una manera de reivindicarnos y de encontrarnos’, lo que pasa encima del escenario ya tiene una dimensión política en sí misma, más allá de que luego lo que se cante sea una canción politizada o una canción sobre salir el viernes por la noche”. El caso del Aplec dels Ports en Castellón ilustra cómo un festival puede ser un mecanismo de autodefensa territorial frente a la despoblación y las amenazas medioambientales, mientras que los Conciertos de la Estufa en Arrabal de Portillo (Valladolid) demuestran que la cultura también es para el invierno y no solo para cuando el mercado turístico dicta.
Pese a que “el capitalismo y la competencia entre empresas hace que siempre tengas que crecer más y más”, lo que el autor señala como una “idea suicida”, la obra sostiene que siempre será más fácil encontrar comunidad en propuestas más íntimas. Nando Cruz concluye que “se nos ha inculcado la idea de que el éxito en cultura va vinculado directamente a cifras”: “Es una perversión que vicia toda la manera de funcionar y es algo contra lo que hay que luchar. Hay muchos otros valores que demuestran que encuentros musicales tienen éxito y que no pasa por el número de gente que haya asistido. Si un proyecto musical desarrolla claramente un espíritu crítico entre personas, eso es lo que tiene valor”.