
No te cortes, Santiago
Dentro de varias décadas nos haremos la misma pregunta que nos hacemos hoy, cuando vemos un documental sobre el ascenso del nazismo y la Segunda Guerra Mundial ¿Cómo fue posible que tanta gente siguiese hasta la tumba a semejante colección de charlatanes? ¿Qué vieron en ellos para no ver lo que ahora hace tanto daño a los ojos? Entonces, como ahora, nos costará encontrar la respuesta
La cara de Santiago Abascal lo decía todo cuando, durante la convención ultraconservadora de Washington, Donald Trump le pasaba la mano dialéctica por el lomo de su liderazgo y le reconocía su “buen trabajo” como harías tú con tu mejor amigo del hombre. Nuestro Santiago es uno de esos votantes a quien Donald Trump podría disparar en la quinta avenida a plena luz del día y seguirían dándole su papeleta y llevando su gorra.
Dos veces se levantó con la mano en el corazón, por si acaso el líder supremo no le había visto a la primera. Cierto es que, a la segunda, no se incorporó hasta el total de su verticalidad; se quedó un poco a medio camino, como dando las gracias y pidiendo perdón al mismo tiempo. Si algo ha sabido hacer la ultraderecha española a lo largo de la historia es dar servicio a todo cuanto poderoso tuviera o tuviese necesidad.