
Una habitación con vistas
Yo nunca pido la habitación más alta. Pido la más funcional, la que me deje en paz y me aísle del ruido, la que me ayude a combatir mi insomnio. En algún momento se me olvidó mirar por la ventana
Últimamente paso más noches en hoteles que en mi propia casa. Viajo por trabajo, viajo sin parar. Empiezo a recordarme al personaje de George Clooney en esa película que nunca entendí muy bien qué quería contar pero que me engancha siempre que la pillo en la tele, Up in the air (qué increíblemente guapa está Vera Farmiga). Me conozco los aeropuertos, sé dónde comprar el mejor bocata, qué baño suele estar más limpio, saco los líquidos y los aparatos electrónicos de la mochila a la velocidad del rayo, una coreografía perfectamente ejecutada a base de práctica de pasar controles, escribo a mis padres desde el avión: ya despegamos.
Llego, hago mi trabajo, intento dormir. Nada más. Apenas veo la ciudad por la ventanilla del coche o el autobús.
Hace un par de días estuve en Barcelona participando en un encuentro con otro director. Al llegar a la recepción del hotel me ofrecieron dos opciones de habitación: con vistas o con cama de matrimonio.
—La más silenciosa —les pido.
—Bien, entonces la interior.
A la noche, mi compañero de charla me manda una foto desde su habitación. Tiene una terraza desde la que se ve toda la ciudad. La luna llena, enorme, brillante, ilumina todos los tejados y las torres de la catedral. Es hermoso.
—¿Pero esas vistas tiene tu habitación? —le pregunto, sorprendida.
—Yo siempre pido la habitación más alta —me responde.
Me quedo unos segundos en silencio, como si esa frase hubiera hecho desquebrajar una grieta.
El cansancio a veces nos roba lo más valioso que tenemos, la curiosidad, el asombro, la emoción, la capacidad de percibir la belleza. Y de qué escribirán entonces estos cuerpos agotados, ¿se convertirá la creación acaso en una actividad reservada para unos pocos privilegiados, aquellos que pueden pagarse el tiempo que necesita la imaginación?
Yo nunca pido la habitación más alta. Pido la más funcional, la que me deje en paz y me aísle del ruido, la que me ayude a combatir mi insomnio. En algún momento se me olvidó mirar por la ventana.
Podrá parecer una superficialidad, una tontería, pero es en realidad una tristeza profunda para alguien como yo. Porque mirar es mi vocación y mi oficio. No se pueden contar historias si no se es capaz de mirar. El cansancio a veces nos roba lo más valioso que tenemos, la curiosidad, el asombro, la emoción, la capacidad de percibir la belleza. Y de qué escribirán entonces estos cuerpos agotados, ¿se convertirá la creación acaso en una actividad reservada para unos pocos privilegiados, aquellos que pueden pagarse el tiempo que necesita la imaginación?
Si me preguntan en estos momentos, en los que tecleo acatarrada, con un pinzamiento lumbar y con decenas de mails y llamadas de trabajo por contestar, les diré que creo que sí, la creación quedará en manos de quienes no tienen que lidiar con la ansiedad y el estrés crónico, con las agendas imposibles y los trabajos precarios. Y entonces perderemos todos, porque una sociedad que solo escucha las historias de los privilegiados es una sociedad que se empobrece. Necesitamos voces diversas, pero para que puedan hablar, para que puedan mirar, hace falta algo tan radical y sencillo como el tiempo.
Vuelo a la foto de mi compañero, a la luna y a la vista nocturna de Barcelona. Me duele. Me doy cuenta de que el modo supervivencia también me ha robado las ganas de mirar. Resuenan en mí, otra vez, las palabras de Remedios Zafra:
¿Qué está en juego si el trabajo intelectual no se rebela y cede a este desafecto de un hacer obediente, burocrático, hiperproductivo y de cualquier manera? ¿Quiénes perturbarán a las personas para recordarles que son personas? ¿Quiénes intentarán cambiar pesimismo por crítica, resignación por lazos con otros? ¿Quiénes escribirán los poemas, los libros, las obras capaces de romper la coraza de un espíritu endurecido por fuerzas deshumanizadoras que se normalizan? ¿Quiénes educarán con pasión?