
¡Bomberos, bomberos!
‘El boletín del director’ es una carta semanal de Ignacio Escolar exclusiva para socios y socias de elDiario.es. Si tú también lo quieres leer y recibir cada sábado en tu buzón, hazte socio o socia
Ocurrió el sábado pasado. Fue un momento tenso. Paseaba por Madrid con mi mujer y mis dos hijos pequeños, empujando una silla de paseo y un carrito de bebé. Íbamos a comer a casa de unos amigos y, en el trayecto, nos topamos en una avenida con un numeroso grupo que regresaba de la concentración contra el Gobierno en la plaza de Colón. Eran unas cuarenta personas y venían coreando cánticos, todavía en modo manifestación. Algunos llevaban banderas de extrema derecha.
No nos cruzamos de frente con ellos por los pelos: pudimos cambiar de acera en un semáforo y así evitar lo que probablemente habría sido un rato incómodo. Es bastante habitual –por desgracia, me pasa todos los meses– que algunos maleducados me insulten por la calle, incluso cuando me ven con mis hijos. Nada original: el típico “rojo de mierda” y otros improperios igual de creativos. Nada grave, pero sí desagradable. No soy tampoco el único periodista al que le ocurren estas cosas, aunque es algo que ha ido a más en los últimos años, especialmente en el Madrid de la “libertad”. Conozco bien, por mi propia experiencia, los efectos que el clima de polarización creciente está causando en la sociedad. Y con un grupo tan numeroso y exaltado, podríamos haber tenido un problema.
Por suerte, nos pudimos distanciar de los manifestantes. Alguno de ellos me reconoció, pero seis carriles de coches nos separaban y el susto se acabó convirtiendo en una anécdota divertida. El grupo lanzaba gritos contra el Gobierno: “Puteros, puteros”. Una consigna que mi hijo de tres años interpretó a su manera.
–Mira, papá, están diciendo “bomberos, bomberos”.
–Justo eso, cariño –le contesté entre risas.
Hay que entender a mi hijo. Está en ese momento maravilloso donde nada es más fascinante que una ambulancia, un coche de policía, un camión de bomberos o cualquier otro vehículo con luces y sonido. Y hay que entender también a esos manifestantes; la gasolina que alimenta ese fuego. Una mezcla incendiaria hecha de verdades indignantes, pero también de manipulaciones y mentiras.
La investigación judicial contra el exministro José Luis Ábalos ya ha encontrado serios indicios de comportamientos inaceptables y probablemente delictivos: que su entonces pareja fue colocada en una empresa pública, en un puesto de trabajo al que ni siquiera acudía. O el lujoso piso –2.700 euros al mes– donde vivía esta mujer y que presuntamente pagaba el empresario imputado por corrupción Víctor Aldama. O el chalet, pagado por esa misma trama, donde el entonces ministro veraneó.
A esto se suman cientos de artículos de prensa –con pruebas ya no tan sólidas y que por ahora no están siquiera acreditadas en la investigación judicial– que han presentado a esta y otras mujeres relacionadas con el ministro como prostitutas. O esa supuesta fiesta de Ábalos y su entonces asesor Koldo García, durante la pandemia, en una suite de la cadena pública Paradores que cambia de lugar según el día –primero Gredos, luego Teruel, ahora dicen que Sigüenza– y de la que el Gobierno niega tener constancia. O acusaciones ya directamente falsas, como desmintió con datos el ministro Ángel Víctor Torres: que Aldama pagaba pisos para “encuentros con señoritas” para otros políticos; unas insidias que el PP dio por ciertas y por las que nadie se ha disculpado.
Los primeros rumores –insisto, aún no probados– de que el exministro Ábalos se relacionaba con prostitutas ni siquiera surgieron de la derecha. Una persona del entorno de Ábalos transmitió esa sospecha a una importante dirigente socialista. Y ella, a su vez, se lo contó a Pedro Sánchez. Fueron estos rumores no confirmados y la desordenada vida privada de Ábalos –no ningún indicio de corrupción– lo que en parte explica su cese como ministro en 2021.
Pero cuando entramos en la investigación judicial en sí –siendo grave lo que ya conocemos sobre Ábalos–, la realidad es que muchas otras de las acusaciones contra el exministro se han demostrado falsas. Como el enorme error de la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil, que confundió pesos colombianos con dólares, y atribuyó un valor de 2,1 millones a una parcela que había costado 751 euros. O esa otra pifia de confundir los gastos de viajes de todo el gabinete ministerial durante año y medio con un sobresueldo de medio millón de euros para Ábalos.
Por ahora, y ya han mirado mucho al exministro, no han aparecido cuentas en Suiza. Ni dinero oculto. Ni propiedades millonarias. Ni ninguno de los rastros habituales que suele dejar la gran corrupción económica. Tal vez existan y aparezcan más adelante; soy lo bastante mayor como para no poner la mano en el fuego por nadie, menos aún por Ábalos. Pero lo que la derecha quiso presentar como “la punta del iceberg” de una gran trama de corrupción que implicaba directamente a todo el Gobierno y al mismísimo presidente, por ahora, no ha cumplido con esas expectativas.
Lo que sí ha logrado la oposición es que todo el debate público se haya crispado al extremo –con la excepción de Catalunya y Euskadi, que tienen ecosistemas de medios propios–. El ruido es enorme, acrecentado esta semana con la publicación de varias conversaciones privadas de WhatsApp de José Luis Ábalos con el presidente Pedro Sánchez y varios de sus ministros.
Son, todos ellos, mensajes previos a que Koldo García fuera imputado. O a que Ábalos fuera investigado. Es una diferencia importante, para aquellos que han querido ver en ellos un nuevo “Luis, sé fuerte”, como el que le dedicó Mariano Rajoy a su tesorero Bárcenas, después de que aparecieran sus cuentas millonarias en Suiza.
No hay en el contenido de esos mensajes entre Sánchez y Ábalos nada especialmente sorprendente. Nada importante que, en su esencia, no supiéramos, aunque no conociéramos la literalidad de estos diálogos privados.
¿A alguien de verdad le extraña que a Sánchez le “toquen los cojones” las críticas de Javier Lambán o de Emiliano García Page? ¿O que le incomodara compartir el Consejo de Ministros con Pablo Iglesias? ¿O que el Gobierno comentara internamente el rescate de Air Europa?
Lo raro habría sido otra cosa: que España hubiera rescatado mediante préstamos a una gran aerolínea –como hicieron todos los demás países europeos durante la pandemia– sin que el presidente del Gobierno y el entonces ministro de Transportes hablaran del tema.
No dudo de la relevancia informativa de algunos de estos mensajes; son interesantes, como sin duda también lo serían las conversaciones privadas entre Alberto Núñez Feijóo y Miguel Tellado sobre Isabel Díaz Ayuso, Carlos Mazón o su socio de gobierno en decenas de ayuntamientos, Santiago Abascal. Ese chat, probablemente, tampoco sería políticamente correcto. Como el WhatsApp de cualquiera.
Tampoco cuestiono el derecho del diario El Mundo a publicarlos –aunque en esta ocasión nadie vaya a ordenar el registro de las oficinas de la UCO, como hicieron con el despacho del fiscal general del Estado, ante la simple sospecha de que se hubieran filtrado desde ahí–.
Sí veo evidente la jugada. Ya está en marcha y, como en la matanza del cochino, todo se aprovecha; todo sirve para cumplir con esa fatua lanzada por Aznar contra el Gobierno de coalición: “El que pueda hacer que haga”.
Manos Limpias ya ha pedido al juez Peinado que incorpore esos mensajes de Sánchez y Ábalos sobre Air Europa a la causa contra Begoña Gómez. A pesar de que la Audiencia de Madrid le ha ordenado varias veces a Peinado –la última ayer– que deje ese tema. A pesar de que esta misma semana el Supremo volvió a repetir que no hay “indicio alguno” de delito de Ábalos por el rescate de Air Europa. A pesar de que el contenido literal de los mensajes –donde Sánchez cuestiona la capacidad de gestión de Javier Hidalgo al frente de la aerolínea– contradice la hipótesis de quienes acusan a la mujer del presidente de estar sobornada por este mismo empresario.
En cuanto al origen de estos mensajes, no tengo tan claro como algunos dan por hecho que en esta ocasión provengan de la UCO. Hay otras posibilidades, y las explicaciones que ha dado el propio Ábalos –reconociendo que difundió parte de esos mensajes– abonan la teoría de que su origen sea el entorno del exministro.
Fuentes conocedoras de las interioridades de este caso –y que aportan muchos detalles– apuntan a Koldo como responsable de esta filtración. Sus sospechas se basan en una serie de recados que el ex asesor de Ábalos trasladó a la cúpula del PSOE, con varias exigencias y la amenaza de filtrar información dañina para el partido si no se le defendía.
En cuanto a Ábalos, sea inocente o culpable, tiene razón en una cosa: cuando denuncia que la exposición de su vida privada no arrancó esta semana, con estos mensajes de WhatsApp. Se ha publicado hasta la foto de su boda. E incluso si es condenado por corrupción, que es posible que lo sea, es sangrante el doble rasero que se aplica en España ante ese delito –revelación de secretos– que solo parece importar si el ofendido es la pareja de Ayuso.
Que media España esté también indignada porque Pedro Sánchez llamase “pájara” a su ministra Margarita Robles –oh, escándalo, alguien que en una conversación privada critica a otra persona del trabajo, ¡dónde se habrá visto!– contrasta con el silencio con el que se despachan otros asuntos infinitamente más graves. Un ejemplo, la increíble historia que publicamos hoy en elDiario.es: la policía del Gobierno de Rajoy intentó implicar al entonces eurodiputado de Podemos, Miguel Urbán, en un falso asunto de narcotráfico, con un invento sobre 40 kilos de cocaína traídos de Venezuela.
¿Te imaginas qué pasaría en España si la policía de un gobierno de izquierdas fabricara un montaje con cocaína contra un eurodiputado del PP o de Vox? ¡Qué dirían! ¡Qué publicarían!
Por eso hay días que dan ganas de manifestarse por la calle, al grito de “bomberos, bomberos”, como decía mi hijo. No en defensa del Gobierno, sino en contra de ese incendio permanente de la vida pública que tanto está dañando la democracia.
Lo dejo aquí por hoy. Gracias por tu apoyo a elDiario.es. Espero que tengas un buen fin de semana.