De los duelos congelados a la culpa por sobrevivir: el trauma de la Guerra Civil traspasa generaciones

De los duelos congelados a la culpa por sobrevivir: el trauma de la Guerra Civil traspasa generaciones

Jóvenes y adultos, desdencientes o víctimas de la Guerra Civil, sufren consecuencias psicológicas derivadas de este periodo aunque muchas veces no sean conscientes de ello

“Los nietos del franquismo ‘heredan’ inconscientemente el sufrimiento de sus padres y de sus abuelos”

85 años después de la Guerra Civil española y más de 40 del fin de la dictadura, las heridas psicológicas de aquella época todavía no han cicatrizado. El imaginario social permanece atascado en un estado de melancolía donde la negación como mecanismo de supervivencia ha generado durante décadas sentimientos de desamparo, abandono y rechazo vinculados a los recuerdos traumáticos de aquellos tiempos. Los niños que nacen en nuestro país hoy, queramos verlo o no, se ven afectados por los traumatismos sufridos por la catástrofe de la guerra. 

Dice Anna Miñarro, en El hilo infinito del genocidio español. Trauma. Herencia, palabra y acción colectiva. (Ed. Traficantes de Sueños) que este tipo de catástrofes destruye la confianza hacia los demás, afectando a nuestro imaginario e identidad colectiva, donde compartir supone un peligro. Así es como nuestra sociedad vive y ha vivido alienada ante la posibilidad de acceder a la verdad de su identidad.

España se mantiene en una conspiración del silencio donde tanto los familiares de las víctimas como las generaciones posteriores de los verdugos son herederos de un trauma que pueden llegar a ignorar, un vacío que deviene en miedo y puede desembocar en comportamientos violentos. El silencio es la forma más eficaz de transmisión transgeneracional del trauma, donde además del miedo aparecen la culpa, la vergüenza, los duelos congelados y el estrés postraumático.

España tiene una grieta desde el año 1936. Somos los hijos, nietos o bisnietos de las víctimas de nuestra guerra. Vivimos en una conspiración de silencio donde solo se detecta lo que se sospecha y lo que no se cuenta, no existe

En las consultas de salud mental no dejan de aparecer nuevas víctimas de la Guerra Civil de generaciones posteriores. Jóvenes y adultos que llegan a terapia con problemáticas de diversa índole y cuya historia familiar presenta pérdidas traumáticas de carácter abrupto y violento. Es habitual que esta no sea la demanda principal en terapia, sino más bien una que aparece tras retirar varias capas de un malestar del que solo vemos la punta del iceberg. Como un fantasma que habita en el recuerdo, un secreto que pesa sobre un traumatismo no resuelto o una herencia sin testamento que ocasiona unos síntomas relevantes vinculados a patologías severas o adicciones.

Trauma

La palabra trauma proviene del griego y significa herida. El concepto de trauma hace referencia al daño que nuestro psiquismo, por diversos motivos, no ha podido elaborar y tiene un impacto desregulador hacia nosotros mismos y en nuestra interacción con el entorno, llegando a convertir nuestra existencia en todo un reto. Comprender cómo nos afecta el trauma, tanto a nivel individual como colectivamente, es sumamente importante.

Dice la psicóloga francesa Anne Schützenberger que si un trauma no ha sido suficientemente hablado, reconocido y expresado en el momento en el que se produjo, sus restos vuelven a la superficie en la familia tras 50 o 100 años. Como si la línea familiar incorporase el horror no expresado para ser transmitido a los descendientes. Por ejemplo, el escritor italiano Primo Levi describe en Los hundidos y los salvados, (1986) cómo una vez liberado, durante mucho tiempo no es capaz de levantar la mirada del suelo, una conducta que él mismo relaciona con la búsqueda de algún rastro de comida durante su estancia en el campo de concentración.

Para sanar el trauma conviene detenerse, comprender y confrontar esta realidad, echar la vista atrás y escuchar a los supervivientes

Durante muchas décadas, los profesionales de la salud mental hemos ignorado la presencia de las heridas de guerra. No hemos sospechado que las consecuencias, no solo psicológicas, con las que muchos de nuestros pacientes llegaron a nuestras consultas tenían su origen en aquellos sucesos. Es muy difícil entender que las heridas de una experiencia traumática perduren en el tiempo saltando de generación en generación, pero para comprender el trauma, debemos confrontar la realidad y empezar a escuchar los testimonios de las víctimas.

Comunicar y expresar el grado de negligencia social y brutalidad a veces puede parecer un relato de fantasía, y en nuestra sociedad acelerada, hay oídos que no quieren escuchar, por eso cada vez vamos más rápido. Todos queremos vivir en un mundo seguro, manejable y previsible, y las víctimas nos recuerdan que no siempre es así. Dice el profesor de psiquiatría de la Universidad de Boston Bessel Van der Kolk en su libro El cuerpo lleva la cuenta (Ed. Elefethería) que nadie quiere escuchar un trauma. Para sanar el trauma conviene detenerse, comprender y confrontar esta realidad, echar la vista atrás y escuchar a los supervivientes.

El duelo congelado

La Guerra Civil se llevó a grandes intelectuales e investigadores y sesgó la dirección del pensamiento dejándolo a la deriva ultraderechista mediante ideas delirantes como las de los psiquiatras de pensamiento biologicista, falangista y nacionalcatolicista Juan José López Ibor o Antonio Vallejo-Nájera, catedrático de la Universidad de Valladolid en tiempos de Franco, que defendía el racismo biológico, el odio hacia las mujeres y la propuesta de recuperar la Inquisición en pleno siglo XX. Considerado como el Mengele español, Vallejo-Nájera llegó a hablar de plaga humana, psicópata y antisocial, al referirse a quienes no defendían las ideas de la dictadura, en alguna de sus obras.

A día de hoy todavía existen voces que defienden la idea de que la salud mental no debe ir asociada a la política, mientras que a su vez cuestionan avances sociales como la ley trans por temor a que la ideología acabe matando los derechos de los más vulnerables, o hablan de reduccionismo limitante o banalización de la salud mental al vincular los trastornos psíquicos a causas sociolaborales, teorías no muy lejanas de aquellas que distinguían entre los presuntos “genes inquisidores” izquierdistas y los “cromosomas de lo mejor de la tradición católica española”, según la expresión de Vallejo-Nájera.

He sido la madre de mi madre huérfana. No he tenido hijos biológicos. Me pregunto si es para romper esta tragedia

nieta de un asesinado por los fascistas en la Guerra Civil

Las consecuencias psicológicas de aquella guerra llegan hasta nuestros días. Desde la muerte del dictador Franco se han sucedido las búsquedas de fosas para realizar rituales de enterramiento adecuados, y poder permitir a las víctimas procesar y cerrar las pérdidas y deshacer los duelos congelados. En su artículo Trauma Transgeneracional de nuestra Guerra Civil, publicado en 2009, Gregorio Armañanzas Ros enumera alguna de las consecuencias psicológicas de la guerra: habla de la culpa por sobrevivir como un sentimiento de deslealtad hacia los muertos, el síndrome de estrés postraumático, que puede verse reforzado por el clima social o las necesidades de los grupos políticos de mantener la herida abierta, o la vergüenza, similar a la de las víctimas de violencia doméstica, en este caso ante el hecho de que el familiar fuera detenido y asesinado.

El psiquiatra recoge en el texto testimonios elocuentes: “Mi madre es muy agresiva. Es como si por ser víctima tuviera el derecho de vengarse”. “He sido la madre de mi madre huérfana”. “No he tenido hijos biológicos. Me pregunto si es para romper esta tragedia”, dice la nieta de una persona asesinada por los fascistas en la Guerra Civil.

Romper el silencio

Hablar de lo sucedido es el comienzo de una curación emocional, es clave para superar el silencio que acompaña a la memoria histórica de España. Hoy todavía mueren ancianos sin poder hablar de su sufrimiento. Sin embargo, en el lado de las víctimas se aprecia una evolución en la narración de lo traumático que todavía no es posible vislumbrar en los descendientes de los verdugos. Muchos familiares desconocen que sus abuelos mataron, y ese silencio también perpetúa el malestar.

La psicóloga francesa Anne Schützenberger habla de la transmisión generacional del trauma en su libro Ay mis ancestros, donde afirma que continuamos la cadena y pagamos la deuda del pasado como una lealtad invisible que nos empuja a repetir, queramos o no, lo traumático hasta que no se “borre la pizarra”. En este sentido si el trauma no ha sido lo suficientemente hablado, reconocido y expresado, restos de este vuelven. Es lo que denomina como “síndrome del aniversario” en su obra The Ancestor Syndrome (2014).

La búsqueda de fosas comunes sigue activa como consecuencia de un tipo de violencia proyectada hacia el futuro, nuestro presente, al no permitir a las víctimas localizar los cuerpos de sus familiares y realizar un duelo necesario para no perpetuar el dolor generación tras generación

En este sentido, el trauma y el dolor no sanados pueden llegar a convertirse en una fuente de placer peligrosamente desadaptativa. Las personas que han padecido trauma comparten en la gran mayoría de casos, sensaciones de vacío e ira, y muchas veces la búsqueda del bienestar se dirige a calmar la abstinencia por no vivir estímulos que nos ponen en riesgo y precisamente comprometen nuestro bienestar. 

Al igual que con las adicciones, donde se asocia una fuente de placer más o menos inmediato con el acto o el consumo, algunas actividades como correr una maratón y llevar nuestro cuerpo al límite, segregan endorfinas calmando la reacción de ansiedad y estrés. El sentido de estas asociaciones es que las emociones intensas pueden bloquear el dolor. 

Violencia proyectada hacia el futuro

La violencia empleada y el miedo como arma de control fueron instrumentos bélicos que formaron parte durante nuestra Guerra Civil y de la destrucción ocurrida en nuestras fronteras. Hoy en día la búsqueda de fosas comunes sigue activa como consecuencia de un tipo de violencia proyectada hacia el futuro, nuestro presente, al no permitir a las víctimas localizar los cuerpos de sus familiares y así poder realizar un duelo necesario para no perpetuar el dolor generación tras generación.

España tiene una grieta desde el año 1936. Somos los hijos, nietos o bisnietos de las víctimas de nuestra guerra. Vivimos en una conspiración de silencio donde solo se detecta lo que se sospecha y lo que no se cuenta, no existe.

El silencio y la falta de reconocimiento de la existencia de estas fosas comunes y el sufrimiento de las víctimas, no hace más que perpetuar el ciclo de la violencia que ha saltado de generación en generación y que culmina simbólicamente el genocidio. Como dice Anna Miñarro en Trauma. Las heridas del pasado, el trauma perdura no solo en los ciudadanos, sino también en el imaginario social y por lo tanto en toda la comunidad.

No sanar las heridas del pasado es la peor manera de comprometer nuestro futuro.