Horas extras: el elefante en el trastero

Horas extras: el elefante en el trastero

El rechazo a la reducción de la jornada laboral o a los sistemas de control de horarios forma parte de una cultura empresarial que solo concibe las empresas a partir de un uso extensivo de la fuerza del trabajo, que es precarizador de vidas e ineficiente económicamente

Entre las razones para oponerse a la reducción a 37,5 horas de la jornada máxima legal hay de todo, como en botica. Argumentos sólidos, teología económica, coartadas, falacias, trampas y un trastero en el que se esconde el paquidermo de las horas extras.

Entre los argumentos contrarios a la ley algunos se sustentan en conflictos de interés reales. Una reducción de la jornada laboral, manteniendo el mismo salario, comporta un incremento de costes salariales. Pero eso no significa que las empresas no tengan márgenes para encajar este aumento. Los beneficios empresariales han crecido significativamente en los últimos años. Lo confirma el informe de mayo 2025 del ‘Observatorio de márgenes empresariales’.

Es cierto que la situación de las empresas es muy diversa. Por eso parece razonable que se dediquen recursos públicos para ayudar transitoriamente a las pymes a encajar el aumento de costes. También, que se proponga un plazo prudencial de entrada en vigor de la ley que facilite organizar su aplicación.

Otros razonamientos en cambio se mueven en el terreno de la teología económica. Me refiero a los que vaticinan una destrucción masiva de empleo. La misma premonición que hicieron, y no se ha cumplido, para oponerse a las subidas del salario mínimo o a la reforma laboral impulsada por el Gobierno de coalición, previo acuerdo de concertación social.

La instrumentalización del empleo para justificar políticas es un clásico. No solo en nuestro país, basta observar cómo la usa el trumpismo. En España, las elevadas tasas de desempleo estructural, con especial impacto en los jóvenes, han alimentado una alta sensibilidad social y propiciado que se utilice el argumento del empleo para todo. Sirve lo mismo para un barrido que para un fregado.

Favorecer la creación de empleo fue la coartada de los gobiernos de González, Aznar y Rajoy para justificar sus políticas de desregulación de contratación y despido y su apuesta por una temporalidad que acabó siendo el monstruo de mil cabezas de la precariedad

La promesa de creación de empleo se utilizó para vender proyectos como el de Eurovegas en Madrid o el de Barcelona World en el Baix Llobregat. Todas las operaciones especulativas van siempre acompañadas de estudios que anuncian la creación de miles de puestos de trabajo, como en la parábola evangélica de la multiplicación de los panes y los peces.

Frente a los anuncios catastrofistas conviene constatar una tendencia histórica insoslayable. La reducción de la jornada de trabajo ha sido, desde principios del siglo XX, una manera de dignificar la vida de las personas trabajadoras. Al tiempo que un factor de eficiencia, al incentivar la sustitución de un modelo productivo basado en el uso extensivo del trabajo por otro de utilización intensiva de la innovación tecnológica, organizativa o de productos. Sin obviar que la reducción del tiempo dedicado al trabajo a lo largo de toda la vida ha sido clave para el nacimiento y crecimiento de la industria turística.

En el terreno de las coartadas las hay de todo tipo. Algunos afirman que “ahora no toca” obviando que son los momentos de crecimiento económico los más adecuados para una reducción de la jornada. Otros se oponen con la consigna “37,5 horas, así No”. Se trata del relato que utilizan para todo los que no tienen argumentos o no se atreven a explicitarlos y se excusan en las formas.

El “así no” lo está utilizando Junts con el argumento potente pero falso de que el proyecto de ley no se ha negociado con las organizaciones empresariales. Las hemerotecas están llenas de informaciones sobre los meses de reuniones de diálogo social del Gobierno con sindicatos y patronales. Que no se haya llegado a un acuerdo con la CEOE y que la negociación no haya concluido con una concertación social tripartita no significa que no se haya negociado.

Entre las falacias utilizadas destaca la conocida como “falso dilema o disyunción”. Se contrapone la mejora salarial a la reducción de la jornada laboral. Nos dicen que como las personas con salarios bajos quieren un aumento de su retribución eso significa que no están interesadas en la reducción de su jornada. Esta argumentación además de falaz es cínica, porque aquellos sectores empresariales y fuerzas políticas que se oponen a la reducción de la jornada laboral son los mismos que antes se opusieron a la mejora del salario mínimo o que bloquean en la negociación colectiva los aumentos salariales.

Entre las trampas nos encontramos con un asiduo a estos debates, el de las pymes. Durante décadas se ha utilizado la debilidad de este tipo de empresas para justificar un tratamiento diferenciado consistente en una menor protección de las personas trabajadoras de las micro, pequeñas y medianas empresas.

De entrada, conviene destacar que no todas las pymes son iguales. También, que una de las razones de existir de la legislación laboral es establecer derechos laborales mínimos y universales, de la misma manera que la negociación colectiva sectorial tiene como objetivo organizar y canalizar la solidaridad entre los trabajadores que tienen poder sindical para negociar y los que no.

Establecer una regulación laboral diferenciada en función del tamaño de las empresas tendría un efecto perverso. Incentivaría, aun más, la externalización productiva por parte de las empresas centrales, tanto en la industria como en los servicios, no por razones de eficiencia sino de reducción de costes laborales vía precariedad. A las pymes hay que ayudarlas, pero no para que continúen siendo pequeñas y actúen como el eslabón débil de los procesos productivos, sino para que crezcan y aumenten su autonomía empresarial.

Entre tanto argumento, teología, coartadas, falacias y trampas encontramos camufladas la oposición patronal al derecho a la intimidad y a la desconexión, la negativa al registro y control efectivo de la jornada. Y escondido en el trastero del debate comienza a enseñar la patita un elefante, la propuesta de desregulación de las horas extras.

Tampoco es novedoso, las horas extras han jugado un papel determinante en nuestro sistema productivo desde antes, incluso, de que existieran unas relaciones laborales propias de ese nombre.

Las horas extras tienen en nuestro país profundas raíces sociológicas y de genética empresarial. Han sido y son el placebo para compensar salarios muy bajos. Junto con los incentivos al endeudamiento financiero, han generado el espejismo de un poder adquisitivo de las familias que no se corresponde a la realidad.

A esa normalización de las horas extraordinarias, con jornadas extenuantes, contribuyó el hecho de que durante varias generaciones una parte importante de las personas asalariadas provenían de entornos agrarios, acostumbrados a jornadas de sol a sol. Afortunadamente los valores han cambiado y hoy la conciliación entre trabajo y vida es una de las prioridades de las generaciones actuales.

Pero a pesar de ese cambio cultural, las horas extras continúan formando parte de la genética de algunos sectores productivos de nuestro país. La jornada habitual en muchas empresas no es la ordinaria, fijada en el convenio o la ley. Aún hoy muchas ofertas de empleo incorporan una jornada habitual que es superior a la jornada ordinaria y a la máxima legal.

En este sentido las horas extras han tenido un efecto perverso, porque han actuado como desincentivador de la innovación empresarial. Quienes se oponen a la reducción de la jornada laboral con el argumento de que genera problemas organizativos a las empresas, ignoran deliberadamente que nuestra legislación dispone de importantes mecanismos de flexibilidad, entre ellos el cómputo anual de la jornada y la posibilidad de una distribución irregular a lo largo del año.

Las empresas que aún se resisten a una reducción de jornada que dignifique la vida de las personas trabajadoras no son conscientes de hasta qué punto están sepultando su futuro empresarial. En un contexto de reducción del desempleo, las empresas van a tener cada vez más dificultades para contratar personas si ofrecen trabajos con jornadas que terminan siendo incompatibles con la vida. Ya está pasando.

El rechazo a la reducción de la jornada laboral, la negativa a los sistemas de control de horarios, la oposición al derecho a la desconexión digital y la apuesta por las horas extras forman parte de una cultura empresarial que solo concibe las empresas a partir de un uso extensivo de la fuerza del trabajo, que es precarizador de vidas e ineficiente económicamente.