Ayuso está nerviosa, y con razón

Ayuso está nerviosa, y con razón

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España se presenta como la excepción: casi el único país europeo donde la extrema derecha no es la primera o la segunda fuerza política. Así ocurre en Francia, en Alemania, en Italia, en Bélgica, en Portugal, en Austria, en Suecia, en Rumanía… Se supone que esa ola reaccionaria aún no ha llegado tan lejos en España. Es un análisis equivocado. El partido de vanguardia de este movimiento, el que tiene más poder e influencia, no es Vox. Es el PP de Madrid. Isabel Díaz Ayuso, y no Santiago Abascal, es la auténtica líder española de la extrema derecha.

Es la línea ideológica del PP madrileño, no solo de Ayuso. Una deriva que viene de lejos. Por eso Esperanza Aguirre, la madre fundadora del actual partido, no tiene reparos en reivindicar públicamente la dictadura franquista.

De hecho Vox, en esencia, no es más que una escisión del PP de Madrid, de la auténtica nave nodriza de la extrema derecha. Ahí estaba Abascal, hasta que se le acabó la mamandurria; fundó Vox exactamente el mismo día en que le despedían de un chiringuito controlado por el partido. Se fue porque se quedó en el paro. Ni había ni hay grandes discrepancias ideológicas.

Ayuso –al igual que Abascal, aunque con mayor eficacia– está aplicando el mismo manual que inventó Steve Bannon para Donald Trump. Es uno de los hallazgos más inquietantes de la ciencia política: mentir e insultar dan más votos de los que quitan. Ya hay incluso evidencia empírica. Esta forma maleducada de actuar les hace parecer más cercanos, más humanos. Ser soez es más rentable electoralmente que sonar artificial, que hablar en ‘politiqués’, que parecer un estirado.

Cuando preguntas a los votantes de Ayuso por qué les gusta tanto, suelen describirla con un adjetivo: “Es auténtica”. La política actual se basa en emociones, el mismo combustible de los algoritmos en las redes sociales. La mentira y el insulto generan más cercanía que los argumentos racionales. También más clics, más retuits, más “me gusta”. Son las mismas normas que rigen la telerrealidad: Ayuso también ganaría en Gran Hermano.

A la mentira le basta con una sola frase. Las verdades requieren explicaciones complejas; textos tan largos como esta carta que te mando cada sábado.

“Atacar siempre, insultar, nunca disculparse y jamás admitir una derrota”. Son los consejos que le da un asesor a un joven Donald Trump en la película ‘The Apprentice’. Es también la estrategia que aplica Ayuso.

La diferencia es que Trump, en Estados Unidos, tiene a la mayor parte de la prensa en contra. Aquí es justo al contrario.

El embrujo de Ayuso funciona como un rodillo porque además emite en distintas frecuencias; una supuesta intelectualidad institucional lo blanquea. Ayuso no solo cuenta con la eficacia del exabrupto y el eslogan directo. También con un ejército de medios madrileños que le ríen cada gracia, que justifican cada exceso, que tapan sus escándalos, al tiempo que exigen a los demás un rasero que para ella nunca aplican.

Se definen como liberales. Es una enorme impostura. ¿Qué tiene de liberal repartir dinero público entre los medios afines, amenazar con “triturar” a los periodistas molestos, insultar a los rivales políticos, banalizar el fraude fiscal o convertir la televisión autonómica en una burda máquina de propaganda dirigida por un periodista señalado en los papeles de Bárcenas por haber cobrado de la caja B del PP? ¿Qué liberal pone en cuestión la legitimidad de las urnas y al presidente elegido por el Parlamento?

España no es Madrid –como hoy escribe José Precedo–, pero el poder de la corte distorsiona todo el debate político. La influencia ultra del PP de Madrid irradia al resto del partido. Basta comparar la evolución de Feijóo, de aquella vieja promesa de una “política para adultos” al actual discurso sobre “la mafia” –buena parte de su supuesta moderación siempre fue pura propaganda, pero antes disimulaba mejor–. Basta con ver lo ocurrido en esta última Conferencia de Presidentes, donde Ayuso se comportó como lo habría hecho Alvise.

Primero Ayuso se negó a saludar a la ministra Mónica García antes de arrancar la reunión. Lo hizo con mentiras: la líder de Más Madrid jamás la ha llamado “asesina”. De todos los presentes en esa cumbre, nadie ha insultado tanto a sus rivales políticos como lo hace Ayuso, la misma que ahora se presenta como víctima.

Después Ayuso reventó la cumbre, y también la estrategia de Feijóo. Es ridículo que te vayas indignada porque un lehendakari utilice el euskera. Es aún más patético que regreses a la reunión mientras el presidente de la Xunta, de tu partido, está hablando en galego.

Me habría encantado, lo confieso, que el rey Felipe hubiera empleado en su discurso el euskera, el galego o el catalán, como ya ha hecho en otras ocasiones. ¿Se habría levantado Ayuso en ese caso?

Dice Ayuso que no hace falta “un pinganillo para tratar aquí los problemas de los españoles”. Como si la culpa fuera del idioma, y no del sabotaje sistemático de la derecha a cualquier pacto.

Sobre la mesa estaba la vivienda, sin duda el mayor problema de España. Pedro Sánchez ofrecía triplicar la inversión pública y asumir el 60% del coste. ¿Qué hizo el PP? Reventar la cumbre llenando la agenda de temas sin consenso ni competencias autonómicas. Por supuesto, hablar de okupas.

Sobre ese nivel, tan deplorable, Ayuso logró doblar la apuesta. La estrella en la alfombra roja, siempre la protagonista. Este viernes, también a costa de su propio partido.

La jugada de Ayuso es nefasta para la estrategia del PP. Lo aísla de posibles socios parlamentarios, de Junts y el PNV. Desbarata la posibilidad de una moción de censura. Cohesiona a la siempre inestable coalición de investidura. Moviliza a todos esos votantes –son muchos– que detestan a la Trump de Chamberí. Y daña la imagen de Feijóo, de nuevo incapaz de frenarla.

Puede que la chulería de Ayuso sea rentable electoralmente en Madrid –ya veremos, porque su disparatada actuación está desbordando muchos cauces–. Pero sin duda resta votos al PP en otros territorios. Y hay mucha España más allá de la M-30.

Pero Ayuso no solo está desatada. Está nerviosa, y mucho. Son varias las malas noticias que la incomodan.

Los juzgados –por fin– están investigando las 7.291 muertes en las residencias de Madrid. Va lento, va tarde y no tengo muchas esperanzas de que llegue a buen puerto. Pero, por primera vez, los tribunales están escuchando a las víctimas.

La situación judicial de su pareja, el defraudador confeso, también se ha complicado. Tiene dos frentes abiertos.

En una de las causas por las que ya está a un paso del banquillo, Alberto González Amador está acusado de dos delitos de fraude fiscal y otro más de falsedad documental. Por colar 1,7 millones de euros en facturas falsas con las que defraudó 350.000 euros, como desveló en exclusiva elDiario.es.

En la otra, está imputado por corrupción en los negocios. Después de embolsarse una comisión de dos millones por la compraventa de mascarillas durante la pandemia, pagó medio millón de euros a un directivo de Quirón –fue otra exclusiva de elDiario.es–.

Este viernes, mientras Ayuso montaba su numerito –tal vez por ese motivo–, se conoció que el juzgado que instruye esta denuncia había llamado a declarar como imputada a Gloria Carrasco. Ella es el eslabón más débil de esta cadena, la mujer de Fernando Camino, el directivo de Quirón que tantos negocios comparte con Alberto González Amador.

Gloria Carrasco es farmacéutica. Hija de farmacéuticos, de León, de toda la vida. Y al lado de su farmacia, en el local contiguo, tenía un pequeño centro de estética.

La sociedad limitada que regentaba ese local nunca fue un gran negocio. Facturaba apenas 30.000 euros al año. Es la empresa irrelevante por la que Alberto González Amador pagó medio millón de euros. ¿Sus únicos activos? Dos máquinas de depilación usadas y un viejo portátil.

La Justicia sospecha –los indicios son claros– que ese precio desmesurado fue la forma de repartirse con Fernando Camino parte de la comisión de dos millones. Camino –oh, casualidad– era consejero de la empresa que compró ese material sanitario, que hizo posible ese pelotazo.

El defraudador confeso, además, no ha podido cerrar el acuerdo de conformidad que ofrecía su abogado. Ya no quiere confesar los dos delitos fiscales y la falsedad documental a cambio de una condena menor: tener abierta esta segunda investigación judicial complica esa salida. Una pena pequeña a cambio de reconocer los delitos es un buen trato si no tienes más causas pendientes. Pero si después te cae una segunda condena, aunque sea menor, esos antecedentes penales te pueden llevar a prisión.

Y sí, Ayuso juega en casa cuando va a los tribunales de Madrid. Si Begoña Gómez hubiera hecho la mitad de la mitad de lo que ya está probado en el caso de la pareja Ayuso… imagínate qué habría hecho el juez Peinado. Pero cada vez tengo más claro que la líder de la extrema derecha española acabará mal.

Ayuso se libró del caso de su padre, y el pufo que dejó en Avalmadrid. Después del de su hermano, esa comisión que se llevó por un contrato a dedo de la Comunidad de Madrid y que le costó el puesto a Pablo Casado. Y ahora tiene en los juzgados a su pareja. Hay en todo esto un método: una forma de actuar.

El problema más grave que tiene Ayuso es ella misma: su infinita imprudencia. Se siente impune y actúa como tal. Circula por la política a todo gas y acabará saliéndose en una curva. Más tarde o más temprano, se estrellará contra su propio personaje.

Lo dejo aquí por hoy. Gracias por leerme. Gracias por tu apoyo a elDiario.es.