Las supervivientes del cayuco de El Hierro: “Quedamos atrapadas y usamos una cuerda para intentar respirar”

Las supervivientes del cayuco de El Hierro: “Quedamos atrapadas y usamos una cuerda para intentar respirar”

Una semana después del vuelco del cayuco en el muelle de La Restinga, que acabó con la vida de cuatro mujeres y tres niñas a escasos metros de tierra firme, una decena de supervivientes cuentan a elDiario.es su relato de los hechos

El agónico rescate del cayuco volcado en El Hierro

Habíamos escuchado sus gritos, pero no su relato de los hechos. Mientras los informativos retransmitían la tragedia del cayuco volcado en el muelle de La Restinga (El Hierro), mientras veíamos una amalgama de brazadas desesperadas para alcanzar la mano de quienes saltaban a auxiliarlos, Madeleine notó que su sobrina de cinco años se desprendía de sus brazos cuando luchaba para mantenerse a flote. Sira, rodeada de gritos y oscuridad, tiraba de una cuerda para intentar respirar en una burbuja de aire creada dentro de la barcaza. Bernard caía al agua con su bebé y lo colocaba sobre un flotador. Georges chillaba y lloraba. Preguntaba por su sobrina pequeña.

Son quienes vivieron y sufrieron lo que a menudo ocurre lejos de nuestros ojos, pero que esta vez vimos por televisión. Una semana después del vuelco del cayuco que acabó con la vida de cuatro mujeres y tres niñas a escasos metros de tierra firme, una decena de supervivientes cuentan a elDiario.es su relato de los hechos. “Todo había ido muy bien en el camino. No tuvimos ningún problema, hasta que llegamos al puerto”, dice Madeleine, una de las 45 mujeres que viajaban a bordo de la barcaza, una cifra muy superior a la habitual.

Camina despacio y parece cansada. Le duelen, dice, las muñecas y las piernas. Va agarrada de la mano una niña mientras camina hacia el centro de Cruz Roja donde fue trasladada desde El Hierro el pasado sábado. Madeleine mira a la pequeña y suelta una carcajada cuando escucha una de las ocurrencias de su sobrina, que ríe y bromea con los adultos de su alrededor. Cuesta creer, dice, que hace una semana viese su pequeño cuerpo empezar a perderse en el mar.

Lo más peligroso de la travesía parecía haber acabado cuando los ocupantes del cayuco vieron a lo lejos un barco de Salvamento Marítimo. Estaban a seis millas del puerto. Para evitar riesgos en altamar, los miembros del organismo de rescate les indicaron el camino y los acompañaron al muelle de La Restinga, el lugar donde estaba preparado el desembarco. A su llegada, la tripulación colocó el cayuco junto a su embarcación. Según varios supervivientes, los miembros de Salvamento amarraron el bote por la proa y por la popa.

“No lograba ver todo lo que pasó, pero nos pidieron que bajasen de uno en uno. Nos dijeron que debían bajar primero los niños y las mujeres. Algunos no cumplieron las normas y empezaron a pasar al otro barco -el de Salvamento Marítimo. Después, se empezó a girar la barca”, explica la mujer guineana. Otros de los supervivientes justifican a algunos de los jóvenes que saltaron primero al buque: si no lo hacían, si no dejaban hueco, dicen, no podrían salir las mujeres y los menores que estaban ubicadas en las zonas más recónditas de la barcaza.


Imagen del cayuco volcado tras ser retirado del mar.

El cayuco, de unos dos metros de profundidad, constaba de tres cubículos cubiertos con tablas de madera, habitualmente utilizados para guardar el pescado o las herramientas durante las jornadas de pesca. La mayoría de mujeres y niños viajaban dentro de esa especie de jaulas o cajas, en cuyos laterales y partes superiores tenían varios huecos que les permitían respirar. En el contexto de la migración, esos espacios suelen estar destinados a las personas vulnerables, con el objetivo de asegurar que estas se encuentren más resguardadas durante el trayecto.

Madeleine y su sobrina no viajaron en el interior de esas “cajas”. Lo hicieron sin ninguna zona techada sobre sus cabezas. Por eso, cuando la barca comenzó a escorar hasta volcar, ambas cayeron al agua. “La mayoría de gente se tiró hacia el barco, pero nosotras lo hicimos hacia el otro lado”, recuerda. “Empecé a gritar y llorar. Tenía a la niña en brazos, pero nos hundíamos las dos. La agarraba y su cabeza se quedaba debajo del agua porque no lograba subirla. No podía respirar. La solté”, detalla la mujer, que apenas sabe nadar pero intentaba “mover los brazos fuerte”, todo lo que podía, para evitar hundirse.

Durante unos minutos perdió a su sobrina, pero no solo sus ojos vieron que la niña empezaba a desaparecer en el mar. También los de alguno de los muchos herreños – vecinos, buzos y trabajadores- que corrieron a socorrerles. “Había mucha gente ayudando y alguien saltó. Primero cogió a la niña y la subieron al barco”, describe despacio Madeleine. Luego, alguien la rescató a ella. No recuerda de quién eran las manos que la agarraron y la elevaron al buque de rescate.

Ya en el barco de Salvamento Marítimo, buscó a su sobrina, pero no la encontraba. Cuando bajó al muelle, preguntó por ella. Madeleine fue acompañada al hospital de campaña desplegado en el puerto, donde encontró a la pequeña. Es una de las niñas atendidas de urgencia en La Restinga. Los médicos detectaron que había tragado mucha agua y solicitaron la evacuación de la menor al Hospital Universitario de La Candelaria, en Tenerife. “Me dijeron que tenía agua en su barriga y se la tenían que llevar. Me pidieron perdón por no poder llevarme con ella”, detalla la mujer, que decidió abandonar su país junto a la niña para evitar la mutilación genital de la pequeña, según su relato.

Madeleine no viajaba en los cubículos semicerrados del cayuco; Sira, sí. Esta guineana -cuyo tampoco es verdadero- pasó los días de travesía sentada junto a sus dos hijas, de cuatro y siete años, en estos pequeños espacios techados. A su alrededor solo había más mujeres y niñas. “Todo fue tranquilo, hasta cuando nos tenían que pasar al otro barco. Y es ahí donde mi hija murió. Justo ahí, mi niña murió”, dice la mujer, de 22 años, antes de romperse.

Lo cuenta sentada con la mayor parte de su cuerpo inclinado hacia la derecha, elevando ligeramente una parte de su cuerpo, en la que fue golpeada durante el giro de la barca. Sus palabras se intercalan con muecas de dolor a cada mínimo movimiento. La mezcla del agua de mar con la gasolina suele provocar quemaduras al entrar en contacto con la piel. El vuelco de la embarcación también causó lesiones en algunas de las mujeres que, como Sira, quedaron atrapadas en la barcaza tras el accidente.

“Había muchos gritos”

“La barca se dio la vuelta, pero no caímos al agua. Nos quedamos en esas ‘cajas’. Había partes inundadas, dentro del agua, pero arriba había un hueco donde se podía respirar. Había muchos gritos, la gente intentaba subir como podía…”, explica sobre los minutos en los que quedaron encerradas bajo el cayuco volcado. Debajo, en la zona superior, se generó lo que los miembros de Salvamento llaman una “burbuja de aire”, un área donde no llegó el agua. Ahí es donde las mujeres atrapadas trataban de elevar sus cabezas y respirar.

“Fue horrible. Intentábamos subir agarrándonos con unas cuerdas. Levantar la cabeza para intentar coger aire, aunque a veces volvíamos para abajo”, dice tocando su frente con las dos manos para describir su estado en aquel momento. “Lo tengo borroso. Estaba muy mareada”, matiza la guineana. Cuando la barcaza volvió a darse la vuelta, varios vecinos, tripulantes de Salvamento y algunos compañeros de viaje saltaron al bote semihundido y empezaron a sacar rápido a quienes se encontraban en el interior de esos cubículos. Al llegar a puerto, Sira corrió a buscar a sus familiares. Vio a su hermano pequeño, Georges, y a su hija mayor. La pequeña no estaba. Minutos después, identificaron su pequeño cuerpo sin vida en el puerto.

Rescatados y rescatadores

Entre las manos que sacaron a mujeres como Sira de las “cajas” del cayuco estaba Babakar (nombre ficticio). Este senegalés fue uno de los primeros en subir al barco de Salvamento durante el inicio del rescate. Lo hizo, asegura, para dejar paso a las mujeres y menores, y ayudarlas a salir. “Cuando volcó el barco, sabía que había gente dentro de la ‘jaula’. Salté al agua y, desde el fondo del barco, empecé a tirar de algunas de las personas que estaban allí”, describe dice el chico de 19 años, alojado en un centro de Cruz Roja localizado en una zona aislada, alta, y fría de Tenerife, donde apenas hay nada que hacer.

¿Por qué volcó?

Cuando se les pregunta por las razones del accidente, los superviventes entrevistados por elDiario.es destacan varias posibles razones. Quienes se dedican a la pesca en sus países de origen hablan del amarre. “Ataron su barco a la parte trasera y delantera del cayuco, pero no la amarraron en el medio”, señala Babakar, procedente de Mbour (Senegal). Además del posible nerviosismo de algunos de sus compañeros para llegar al buque, lo que pudo desestabilizar el bote, también mencionan la opción de que los equipos de rescate no hubiesen contemplado lo suficiente el gran número de mujeres y niños ubicados en los compartimentos techados.

“Pidieron que bajesen los menores y las mujeres, pero la mayoría de ellos estaban dentro de las ‘cajas’ y, para que saliesen, el grupo que está encima de las ‘jaulas’ tenía que salir primero. De ahí que el barco cogiese peso de un lado y, sin un amarre en el centro, volcase”, reflexiona Thierno (nombre ficticio), otro de los guineanos supervivientes de la tragendia.

No era la primera vez que Thierno intentaba llegar a España. De 2015 a 2018, el joven vivió en Marruecos con el objetivo de saltar la valla de Melilla. Lo intentó tres veces, pero en todas ellas fue frenado por la policía marroquí, según su relato. Después de regresar a Guinea Conkry una época y retomar su trabajo como pescador, su situación económica volvió a complicarse y decidió intentar de nuevo migrar a Europa, esta vez por la ruta canaria, más cara y peligrosa que el salto a la alambrada.


Supervivientes de la tragedia de El Hierro en Tenerife.

El punto de partida

Cuando se les pregunta por el punto de partida del cayuco, todos los supervivientes entrevistados dicen haber salido de Nuakchot (Mauritania). Es la misma versión recogida por la Policía Nacional a través de sus entrevistas con los recién llegados, pero el dato contrasta con la información recabada por la Guardia Civil y con la primera alerta recibida por el colectivo Caminando Fronteras a través de su sistema de avisos de riesgo en el mar. En esa llamada, familiares de los pasajeros de la barcaza aseguraron que la embarcación había zarpado el día 18 de mayo de Guinea Conakry, según explicó la ONG.

Los supervivientes, sin embargo, insisten en haber salido de Nuakchot y todos detallan haber pasado cinco días en el mar, en vez de los diez días transcurridos desde la alerta inicial a su llegada a tierra. Los guineanos contactados por este medio aseguran haber partido de su país escasos días antes del inicio de su viaje hacia Canarias, algo que choca con los fuertes controles policiales desplegados en las fronteras mauritanas y en las costas del país.

La barcaza volcada en el muelle de La Restinga no coincide con las utilizadas tradicionalmente en Mauritania, más alargadas, más estrechas y de menor altura. Casi todos los ocupantes del bote han hablado con este medio bajo la condición de no publicar su nombre real. La mayoría también se ha negado y ha expresado su temor a ser fotografiado, incluido de espaldas.


Las manos de uno de los supervivientes del vuelco del cayuco de El Hierro.

Bernard (nombre ficticio) pasa la mañana en un parque próximo al centro de Cruz Roja. Acuna en sus brazos a su bebé, como lo hacía antes del accidente en el muelle de La Restinga. El hombre viajaba en el centro del cayuco junto a su hijo y su esposa. Cogía al niño cuando la barca escoró hasta desplomarse contra el mar. Ya en el agua, no soltó al pequeño, cuenta, y pataleó con todas sus fuerzas para mantener en el exterior la pequeña cabeza del bebé de unos nueve meses. “Tiraron un flotador salvavidas y coloqué a mi hijo encima. Mientras, miraba a mi mujer, que intentaba mantenerse agarrada a una parte de la barca”, describe el hombre guineano. Todos fueron rescatados.

Los sobrinos de Laye (nombre ficticio) también cayeron al mar. “Caí yo y los niños. Mi preocupación eran los niños. Mis compañeros me ayudaron a cogerlos y subirlos al barco de Salvamento Marítimo”, comenta el hombre guineano. Según su relato, decidió migrar con sus sobrinos para intentar llegar con ellos a Francia, donde viven las madres. “Los niños están bien. Después de todo, no hacen preguntas sobre lo ocurrido”, concluye el hombre, sentado junto a los pequeños.

Mientras los supervivientes afrontan sus primeros pasos en Europa atravesados por la tragedia, en varios cementerios de El Hierro ya descansan los cuerpos de las siete mujeres y niñas fallecidas. Se llamaban Fatoumatta Banaro, Marima, Maria Biniti Kamara, Sarah Samoura, Adama Keith, Mami Kamara y Aissatou Tambasa. En sus lápidas, junto a sus nombres, aparece una inscripción que recuerda la razón que empujó su temprana muerte: “inmigrante”.