Ferraz arde, pero Moncloa no: así intenta Sánchez volver a sobrevivir

Ferraz arde, pero Moncloa no: así intenta Sánchez volver a sobrevivir

Es parte del estilo político de Sánchez desde hace años. Su forma de resistir no es evitar el golpe, sino convertirlo en escena de liderazgo. No aspira tanto a cerrar la crisis como a sobrevivirla comunicativamente

En política, las batallas no se ganan solo en las urnas ni en los consejos de ministros. Muchas se deciden antes, en el terreno narrativo. La comunicación política ya no se limita a lo que se dice, sino a cómo se cuenta. Y Pedro Sánchez, con todos sus defectos, ha demostrado ser un maestro en eso: en contar. En convertir el desgaste en relato, la debilidad en escena controlada, y las crisis en oportunidad de reafirmación.

La última prueba ha llegado con la tormenta provocada por los casos de corrupción que afectan a su entorno. No ha respondido con tecnocracia, sino con simbolismo. No ha buscado tapar, sino reencuadrar. El gesto más evidente fue también el más medido: no habló desde el Palacio de la Moncloa, sino desde la sede del PSOE en Ferraz. No como presidente del Gobierno, sino como secretario general de su partido. Ese cambio de escenario no fue accidental: se trató de encapsular el problema dentro del partido, evitar que contaminara la figura presidencial. Un cortafuegos visual y discursivo.

Desde ahí, Sánchez ha construido una narrativa moral, no defensiva. No niega la existencia del problema, pero lo resignifica. No se presenta como el líder responsable del partido bajo sospecha, sino como el dirigente que actúa con firmeza ante lo inaceptable. Transforma la corrupción en una prueba ética y se eleva por encima de ella. Es el que da la cara, el que toma decisiones difíciles, el que apela al “asombro” y al “rechazo” como si fuera un ciudadano más, no el jefe del Ejecutivo.

Se coloca en el centro del relato. Todo pasa por él: él exige explicaciones, él expulsa, él actúa. Se convierte en protagonista absoluto del drama. Y cuando el centro narrativo es tan fuerte, todo lo demás gira alrededor. Incluso la indignación pierde fuerza.

En esta estrategia, los adversarios existen aunque apenas se les nombre. El Partido Popular y Vox están presentes como antagonistas. Son el contrapunto perfecto para definir la moral del relato. Si todos tienen esqueletos en el armario, nadie puede erigirse en juez. Si todo está manchado, nada destaca. Así se diluye el marco acusatorio. No se trata tanto de negar la culpa como de cuestionar la legitimidad del acusador.

Esta forma de operar no es nueva. Es parte del estilo político de Sánchez desde hace años. Su forma de resistir no es evitar el golpe, sino convertirlo en escena de liderazgo. No aspira tanto a cerrar la crisis como a sobrevivirla comunicativamente. Y si logra que la pregunta que se haga la opinión pública no sea “¿cómo ha podido pasar esto?”, sino “¿quién tiene la altura de afrontarlo?”, entonces la derrota se transforma en episodio. En una más de sus muchas resistencias.

Pero hay algo más. Hay una paradoja que ya se ha convertido en el pilar silencioso de la política española. Pedro Sánchez sigue en Moncloa no solo por su capacidad de encuadre narrativo, sino también gracias a su oposición. Más concretamente, gracias a Vox.

El partido de Santiago Abascal ha acabado cumpliendo una función inesperada: sirve como espantajo ante sus socios, como argumento de unidad frente a cualquier fractura, y como salvavidas parlamentario. Nadie quiere aparecer votando lo mismo que Vox. Ni siquiera en una moción de censura. Vox, con su retórica maximalista y su pulsión antidemocrática, bloquea por defecto cualquier alternativa. Cuanto más radical se muestra, más razonable parece Sánchez. Cuanto más grita Abascal, más institucional se ve Moncloa.

En ese equilibrio perverso, el presidente encuentra su ventaja. Puede tensar la cuerda sin romperla. Puede permitir que arda Ferraz… siempre que no arda Moncloa. Y mientras tanto, gestiona la crisis como tantas otras: como un capítulo más de un relato más grande. No el del buen gestor. No el del líder impoluto. Sino el del político que resiste, que sobrevive, que siempre encuentra un nuevo marco desde el que seguir contando su historia.

Porque, al final, eso es lo que mantiene a Pedro Sánchez en pie: su capacidad de seguir narrando incluso desde el fango. De convertir cada señal de debilidad en un testimonio de fuerza. Y de demostrar, una vez más, que en política el que sobrevive… gana.