
De gordibuenas y fofisanos. La presión de la imagen y los neologismos relacionados con la gordura
Las personas gordas sufren el estigma de la discriminación social por no cumplir con el canon de belleza establecido, pero la gordafobia incide fundamentalmente sobre el sexo femenino, lo que nos hace pensar que, desgraciadamente, a ella se une el machismo
Archiletras – Palabras con historia: misoginia
En 2022, el Día Mundial de la Lucha contra la Obesidad pasó a denominarse Día Mundial contra la Gordofobia, acogiendo así un neologismo que hace alusión al rechazo que sufren las personas gordas por el hecho de serlo, en una sociedad donde la delgadez se ha convertido en un símbolo de belleza y de salud. El término, que ya posee toda una familia léxica (gordófobo/a, gordofóbico/a, microgordofobia, antigordofobia, gordafobia…), se ha formado mediante el elemento compositivo -fobia (‘aversión’, ‘rechazo’), que actualmente goza de gran productividad (turismofobia, transfobia, aporofobia, glotofobia…). En este caso, alude a una fobia legitimada por las normas sociales y culturales que dictan qué cuerpos son aceptables y deseables y cuáles no. Aunque el término gordofobia era uno de los doce candidatos a palabra del año 2024 en la selección de la Fundéu RAE, finalmente ganó dana.
No cabe duda de que las personas gordas sufren el estigma de la discriminación social por no cumplir con el canon establecido. A ellas se las insulta recurrentemente con nombres de animales como foca, ballena, hipopótamo… En los últimos años, el cine nos ha aportado grandes obras sobre la obesidad y la gordofobia, cuyos títulos han recurrido a la metáfora zoomórfica, como La ballena (The Whale, 2022) por la que Brendan Fraser —que interpreta a un enfermo de obesidad mórbida— obtuvo el Oscar al mejor actor, y la película española Cerdita (2022), dirigida por Carlota Pereda, que cuenta el acoso sufrido por una adolescente con sobrepeso.
La gordofobia ha existido siempre, pero, en las últimas décadas se ha agudizado debido a la cultura de la imagen en la que vivimos, magnificada por la exposición pública que fomentan las redes sociales, donde la discriminación la sufren tanto hombres como mujeres, aunque ellas en un mayor porcentaje. Esto ha ocasionado que las plataformas feministas hayan difundido el neologismo gordafobia, con el que se denuncia esta forma de violencia estética que incide fundamentalmente sobre el sexo femenino. Basta recordar las críticas sufridas en los Juegos Olímpicos 2024 por la waterpolista Paula Leitón o las que ha tenido que aguantar la actriz y cómica Laura Yustres (conocida como Lalachus) desde que se supo que presentaría las campanadas de fin de año, un escarnio público que no ha ocurrido del mismo modo para presentadores como Alberto Chicote o Ibai Llanos, lo que nos hace pensar que, a la gordofobia, se une, desgraciadamente, el machismo.
Desde el siglo pasado, las revistas de divulgación científica, el mundo de la moda, la industria cosmética, la ficción audiovisual, las campañas promovidas desde las administraciones sanitarias… han normativizado la delgadez, hasta tal punto que, como afirma Lucía Lijtmaer en su libro Yo también soy una chica lista, existe una ley no escrita que determina que toda mujer cree que debe perder peso.
El estudio Léxico e ideología sobre la gordofobia en la comunicación digital pone de manifiesto cómo los discursos hegemónicos evitan a toda costa el empleo de términos explícitos sobre la gordura, sobre todo el adjetivo gordo —y especialmente gorda—, connotativamente negativo, y prefieren sustituirlos por perífrasis eufemísticas. Así mismo, la investigación registra 85 formas distintas de aludir a la gordura: el 50% de ellas se refieren exclusivamente a mujeres y poseen una gran variedad, mientras que solo el 20% se refiere a hombres (en todos los casos se trata de neologismos estilísticos, la mayoría registrados una sola vez). El 30% son neologismos o eufemismos que se refieren a ambos sexos; en algunos de ellos la desproporción cuantitativa es muy grande, como, por ejemplo, en los casos de curvy (hombres 1/mujeres 10), gordo (4)/gorda (27), gordibueno (4)/gordibuena (16).
Para las mujeres se emplea un amplio abanico de eufemismos, tales como chica/mujer de curvas generosas, chica/mujer con curvas, mujer/figura curvilínea, cuerpo curvilíneo, talla XL o XXL, maxi talla, talla especial, entrada en carnes, subida/pasada de peso, kilos de más (me pregunto a partir de cuántos) o belleza real (¿no son reales las mujeres delgadas?). El trabajo destaca también el uso de perífrasis eufemísticas metafóricas como rubenesca, (de belleza) renacentista, mujer barroca, de formas clásicas, bombón relleno…; adjetivos eufemísticos como grande, rellena, voluptuosa, cuadrada, ancha, fuerte, maciza, real, rotunda, turgente…; llama la atención el frecuente uso de formas diminutivas (que no suelen aparecer para nombrar la gordura masculina), como subidita de peso, redondita, regordeta, llenita, rellenita, gordita, gordi…, y de anglicismos, como curvy, body curves, plus size, extra large, extended size o Big Beautiful Woman (este y su acrónimo BBW se atribuyen a Carole Shaw, quien en 1979 comienza a publicar BBW Magazine, revista de moda enfocada en las mujeres plus-size).
Como reacción a estos usos eufemísticos para designar la gordura, se producen discursos reivindicativos que insisten en utilizar el término gordo/a como una acción de empoderamiento y reapropiación del insulto, hecho que otros colectivos marginados han impulsado al autodenominarse con términos como puta, maricón o negro (el año 2024 nos ha brindado un caso claro de reapropiación a través de la polémica canción Zorra de Nebulossa, representante de España en Eurovisión). No es difícil encontrar titulares del tipo “Llámame gorda, no me llames obesa”, “Ni rellenita ni grande, gorda”, etc.
El activismo antigordofobia tiene un largo recorrido en Estados Unidos y en Inglaterra, sin embargo, en el ámbito hispanohablante surge alrededor del 2012 y cobra fuerza sobre todo en las redes sociales y demás espacios cibernéticos. Los discursos de las plataformas antigordofobia enfocan su activismo dentro de un planteamiento de lucha vinculado a los movimientos sociales. Se trata de discursos que presentan una clara polarización —la representación del “nosotros” (personas gordas) frente a “ellos” (personas no gordas)—, en los que aparece una estrategia de autopresentación positiva (afianzamiento de la propia imagen) y una representación negativa de quienes encarnan el sistema hegemónico que impone el canon de belleza de la delgadez. En estos discursos aparecen posiciones enunciativas, en muchos casos airadas, para denunciar agravios y defender la propia identidad como sujeto que no se avergüenza de ser gordo y, por ello, se insiste en la necesidad de hacer visibles estos cuerpos a través del léxico, proponiendo la creación, difusión o rechazo de determinadas palabras.
De hecho, un rasgo del discurso del activismo más reivindicativo es la ruptura, de modo consciente, de las normas lingüísticas, como sucede con los adjetivos gordx o gorde, formados con los neomorfemas -e y -x impulsados desde el denominado género no binario (cuerpo gordx/gorde). Tampoco es extraño encontrar en los discursos del activismo gordofeminista términos novedosos, como el sustantivo cuerpa, que cambia su género gramatical para aludir al cuerpo de las mujeres, o el sustantivo gordoridad, que, formado por analogía a sororidad (definido en la segunda acepción del diccionario académico como ‘relación de solidaridad entre las mujeres, especialmente en la lucha por su empoderamiento’), alude a la solidaridad entre las mujeres gordas, que se unen para combatir la gordofobia.
Un término ampliamente debatido es el neologismo gordibuena, que llega a España a través del libro Gordi fucking buena, publicado en 2016 por las blogueras Elena Devesa y Rebeca Gómez, creadoras en 2013 de Weloversize, un blog para empoderar a las personas gordas y defender la diversidad de los cuerpos, que publica noticias sobre moda, humor, belleza, celebrities, vida y familia, siguiendo la filosofía del movimiento body positive. Para Devesa y Gómez el término gordibuena venía en ayuda de las gordas, pues suponía un soplo de aire fresco en el mundo del sobrepeso, sin embargo, desde el (ciber) feminismo ha recibido muchas críticas, ya que no todas las gordas encajan en el concepto de gordibuena, solo aquellas que cumplen una serie de requisitos —esto es, ser joven, guapa, simpática y con una gordura proporcionada—; por tanto, lejos de contribuir a paliar la gordofobia y conseguir empoderar a las mujeres, acaba siendo un término machista, pues promueve la imagen de una fémina deseable para los hombres, lo que implica una nueva forma de categorización excluyente (¿serán todas las demás gordas gordimalas?). Aunque el término gordibuena es el más utilizado, por las redes pululan otros sinónimos como gordiguapa, gordiwapa o gordiguapi.
Muy polémicos han sido también algunos neologismos relacionados con la gordura masculina, entre ellos la expresión inglesa dad bod (literalmente ‘cuerpo de padre’), acuñada en 2015 por Mackenzie Pearson, una estudiante de la Universidad de Clemson, en su blog (Why Girls love the Dad Bod). Este neologismo alude a un nuevo estereotipo de hombre, que, lejos del ideal de belleza actual (cuerpo fibroso y musculado), se presenta con músculos flácidos y barriga sobresaliente (para que nos entendamos, barriga cervecera). En español fue traducido por fofisano, neologismo que ha sido objeto de muchas críticas por parte de quienes no estaban de acuerdo con la traducción. De hecho, la Fundéu realizó una encuesta en las redes sociales donde el 40% apoyaba el término, frente al 18% que prefería gordiflaco (traducción del inglés skinny-fat) y el 10% que optaba por lorzalamero. No obstante, como la creatividad no tiene límites, otras propuestas se han ido sucediendo a lo largo del tiempo como curvifeliz, curvisano, fofibueno, fondón, fondonsano, fofipocho, flaquipocho, flaquigordi, gordisano, gordibueno, gordoflaco, gordofuerte, gordinmortal, cuerpapi, cuerpi-papi, delgordo, barriflaco, sanigordo, musculorzas, melofofo, cachaspanza, guapanzudo, morcincelado, fofollable, trofollable… Incluso tenemos un caso de siglación con el término tofi, procedente de la sigla inglesa TOFI (“Thin outside, fat inside”, es decir: “Delgado por fuera, gordo por dentro”); su antónimo es el anglicismo fat but fit (“gordo pero delgado”), que hace referencia a una persona gruesa que está en forma. De todos estos términos, parece que fofisano ha resultado el más exitoso, pues ya lo acompañan fofisanas, fofimaridos y hasta fofiprole.
Un hecho curioso es que la campaña viral que desató en internet el estereotipo masculino del papi con barriga cervecera llevó a muchas mujeres a opinar que los fofisanos son terriblemente sexys y, además, más tiernos y naturales que los metrosexuales de los 90, aquellos que, representados por David Beckham, rompían el estigma del hombre que, si se cuidaba en exceso, era catalogado de homosexual (por aquello de que “el hombre y el oso, cuanto más feo más hermoso”). El futbolista vino así a representar al heterosexual en estado puro (futbolista y padre de familia numerosa), cuya hombría estaba a salvo por mucho que se cuidara estéticamente y abusara de la cosmética.
Muy interesante resulta también el debate, bastante más escaso, del antónimo de dad bod, esto es, mom bod (‘cuerpo de madre’), anglicismo que hace referencia a una progenitora con muslos con celulitis, estrías causadas por los embarazos…; lo cierto es que este estereotipo no parece resultar ni sexy ni tierno, como sucede con dad bod. Además, hay quien tradujo desacertadamente mom bod por gordibuena, aun cuando esta, lejos de ser una fofisana, puede aspirar, a lo sumo, a ser el pibón que acompaña al fofisano.
Las redes sociales no dejan de generar términos curiosos en torno a la gordofobia. A causa de un fragmento de un capítulo de Real Housewives of Beverly Hills (2014), viralizado en Tik Tok en 2023, se acuñó la expresión almond mom o la madre de las almendras, que hace referencia a la progenitora que induce a la gordofobia a sus hijos —sobre todo hijas— a través de comentarios sobre sus cuerpos y su alimentación (podríamos hablar del léxico que estigmatiza a los distintos tipos de madres, pero, para no desviarnos, eso lo dejo para otra ocasión).
Tampoco faltan neologismos que relacionan gordura y sexualidad, como, por ejemplo, el sustantivo follagordas, que alude a un hombre atractivo al que le encanta tener sexo con mujeres gruesas, pero que nunca se comprometería con una, simplemente por prejuicios sociales. Varios nombres circulan para aludir a la atracción sexual hacia las personas obesas, como adipofilia, anastimafilia o fetichismo de gordos (del inglés fat fetishism), pero en los últimos años ha sido el término feederismo el que ha dado más que hablar; proviene del anglicismo feederism (de feed ‘alimentar’) y consiste en una relación entre dos personas: el feeder (alimentador) proporciona alimento y el feedee (la persona alimentada) lo recibe. El estímulo sexual lo aporta el alimento y la transformación del cuerpo, que va engordando hasta quedarse inmóvil. Curiosamente los feeders suelen ser hombres, que se identifican como FA (fat admirer), mientras que los feedees (BBW) suelen ser mujeres. De nuevo, una práctica que relega a la mujer a un papel de sumisión, pues su cuerpo termina por ser dominado por el hombre, que es el responsable de darle de comer. En fin, las palabras se renuevan, pero los estereotipos sexistas no tanto.
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Susana Guerrero Salazar es catedrática de Lengua Española de la Universidad de Málaga y directora del Proyecto DISMUPREN