
Té matcha, café de especialidad o pan de autor: Así se está clonando tu ciudad
Ciudades como Madrid se están llenando de gastrolocales con uniformidad estética que generan una especie de pretendida exclusividad. La pérdida del comercio local no molesta en estos casos
La misma semana que Isabel Díaz Ayuso acudía a un Burger King de Madrid para celebrar el aniversario del establecimiento y alabar la cadena, el INE publicaba que en la Comunidad de Madrid han cerrado 6.000 comercios solo en el último año. Y, según también el INE, en más del 95% de los casos eran comercios que no tenían ningún trabajador a su cargo. Es decir, pequeños comercios que no pudieron salir adelante, probablemente por la subida de los alquileres de los locales.
Seguro que muchos de esos 6.000 establecimientos cerrados el último año han sido sustituidos en Madrid por idénticos cafés de especialidad, bares donde sirven gildas a siete euros, panaderías gourmet, otro establecimiento de smashs burgers, algún comercio de focaccias o empanadas argentinas, alguna vinoteca de vinos naturales con luz tenue o algún restaurante revestido de madera en el que te sirven un bikini (un sándwich mixto) por 25 euros. Son locales de uniformidad estética y visual que generan un canon de pretendida exclusividad a la hora de desayunar, comer o cenar.
Esta semana veía el vídeo de presentación de un establecimiento en Madrid que se hace llamar la panadería del futuro. Con un aspecto de cueva futurista, el local tiene varias estanterías empotradas en las paredes en las que se despliegan panes visualmente atractivos como si fueran zapatos de marca, y los empaquetaban en un envoltorio de color metálico. Probablemente los panes estén ricos y su consumo merezca la pena, pero mi abuelo Adel era panadero y hace 60 años ya empaquetaba las barras en su barrio de Vigo sin absurdas etiquetas futuristas o esa pretendida sensación de privilegio gastro.
Madrid, como muchas otras ciudades del mundo (hablo de Madrid porque es la ciudad en la que vivo) se está homogeneizando a pasos agigantados. La enorme monotonía, sin embargo, no resulta aburrida porque bastantes clientes buscan precisamente esa sensación de familiaridad en un entorno que ofrezca una sensación de “lujo” asequible y accesible. En estos nuevos establecimientos el contenido es importante, pero más importante es el continente. Casi se puede predecir cómo lucirá un nuevo local antes de su apertura: suelos de madera pálida, azulejos en las paredes de colores, vigas de madera vistas, tazas y platos de cerámica, bombillas de filamento, muchas plantas y algún que otro letrero con alguna frase sugerente como ‘Coffee is my god’ (las frases siempre serán en inglés) o ‘Another day, another matcha’ (absolutamente siempre en inglés). Los locales se están volviendo prácticamente intercambiables, con la misma estética, la misma música, la misma atmósfera y la misma oferta de cold brews, tés matcha, tostas, cookies, brioches, tartares, conservas y ensaladas de burrata.
Llama la atención que algunos partidos políticos como Vox se quejen de los comercios abiertos por extranjeros en los barrios, pero nunca hagan ni una brevísima mención sobre esta globalización algorítmica. Llama la atención que se quejen de la apertura de un bazar, pero no de una cadena global que ha impuesto otro local idéntico donde antes había una panadería de barrio. Lo cierto es que la optimización y homogeneización estética seguirá proliferando porque sus clientes no molestan, lucen muy bien en redes sociales. Y esta es una paradoja incómoda para nosotros, los vecinos de las ciudades: seguro que alguna vez hemos terminado consumiendo en estos lugares mientras lamentamos la pérdida de autenticidad y del carácter local de nuestros barrios.