La indumentaria española: antes nos parecía anticuada, ahora es objeto de inspiración y cuidado

La indumentaria española: antes nos parecía anticuada, ahora es objeto de inspiración y cuidado

El Museo del Traje celebra con la exhibición ‘Raíces’ el centenario de la primera muestra de vestimenta tradicional, origen de la actual colección y acontecimiento de éxito que permitió rescatar una moda que se perdía con la llegada del progreso

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En 1921, las diferentes comisiones provinciales se pusieron manos a la obra para reunir los trajes, la indumentaria, que mejor definiera los valores y la filosofía de la tierra. En 1924, la prensa española hablaba de la inauguración inminente de una gran exposición de la moda tradicional —la expectación social no paraba de crecer—, aunque la muestra no abriría sus puertas hasta un año después, en 1925. Por el camino, una compleja organización que había recibido más de 12.000 prendas, de las que finalmente se expusieron al público cerca de 4.000. En medio de un ambiente de temor y nostalgia —se tenía la impresión (casi la certeza) de que todos esos trajes antiguos que se utilizaban, sobre todo, en las zonas rurales tenían los días contados—, aquella primera exhibición fue un éxito rotundo. La sociedad aplaudió (aliviada) aquella recopilación, la moda española adquirió la categoría de bien cultural, artistas e intelectuales proyectaron sus creaciones sobre lo visto y el conde de Romanones, director general de Bellas Artes por entonces, preconizó la apertura de un museo que inmortalizara aquel “tesoro escondido español”, como se decía por entonces.

Un par de años más tarde, en 1927, nacía el primer museo de la indumentaria española, que fue cambiando, adaptándose a cada régimen político hasta llegar a la democracia y, finalmente, adquirir desde 2004 la denominación de Museo del Traje. “El camino ha sido complejo y lleno de curvas”, reconoce Laura Jiménez Izquierdo, comisaria de la muestra que, bajo el título Raíces, rememora el hito alcanzado por aquella Exposición del Traje Regional hace ahora un siglo. Una propuesta inmersiva, recuperando algunas de las vestimentas que se mostraron ante el público en 1925, que viene a festejar dos cosas: aquel éxito social y cultural, y el centenario de un museo que vive y se rodea en la actualidad de “un momento muy dulce”. “Tenemos un buen anclaje en el sector de la moda y pretendemos hablar de una temática, la indumentaria, que es el lenguaje no verbal que todos utilizamos, y del que no podemos desprendernos”, sostiene Helena López de Hierro, directora del Museo del Traje, ubicado en la Ciudad Universitaria de Madrid.

Aunque los grandes titulares no esconden (en absoluto) las vicisitudes del traje, de su ascenso a bien cultural o de su evolución hasta nuestros días. Sin ir más lejos, todavía pervive en la memoria el debate sobre su denominación: ¿trajes regionales o indumentaria tradicional? “Cuando hablamos de tradición, nos referimos a un legado de maneras de vestir, de vivir, de una cultura doméstica, de un patrimonio inmaterial que hemos heredado hace mucho tiempo y que aún pervive en algunos momentos, como en las romerías de los pueblos, donde permanecen fosilizadas desde el siglo XIX”, reflexiona Laura Jiménez. En verdad, hoy se habla ya de forma general de “indumentaria tradicional”. Aquel título de “trajes regionales” es una herencia de un momento muy concreto: entonces, el antropólogo Luis de Hoyos impulsó una manera de aproximarse a la vestimenta a través de las “regiones naturales” del país, más allá de cualquier división o concepción política. De tal manera, que se miraba a Galicia, Asturias y Cantabria como región cantábrica, o a Ávila, Segovia y Soria como región serrana.

La huella del regeneracionismo

Tras la pérdida de las últimas colonias españolas en 1898, nacen corrientes intelectuales como el regeneracionismo, que perseguía “una prosperidad del país ahondando en las peculiaridades de la tradición española”, resume Helena López de Hierro. De ahí que aquella muestra de 1925, en su búsqueda de los rasgos identitarios de cada región, cometiera el pecado de inmortalizar etiquetas para cada territorio, tópicos, clichés. “Los trajes que se llevaron a Madrid —muchos de ellos todavía vivos— establecieron unos modelos por provincias que aún no nos hemos quitado de encima y que hemos adoptado como vestidos oficiales”, analiza Francisco Iglesias, miembro del comité científico que ha organizado un congreso al hilo de la exposición Raíces, que ha reunido a un centenar de expertos. Además, “en algunas ocasiones, al componer los conjuntos, se pecó de un excesivo abigarramiento, de un celo por destacar; de ahí que se exhibiera una indumentaria festiva con una riqueza inusual que, según las investigaciones actuales, nunca llegó a ser así”. Dicho de otra forma, los modelos exhibidos jamás habían sido reales.


Vestimentas de Murcia y Roncal (Navarra) en la exposición de 1925

En todo caso, el despegue, la proyección de aquella indumentaria tradicional sería, prácticamente, imparable. Tal y como explica la comisaria de Raíces, aquella ocasión “fue la primera vez que se expuso la indumentaria como patrimonio cultural, como antes se había hecho con la pintura o la escultura”. Ese valor patrimonial recién adquirido alimentará el Museo del Pueblo Español en época de la Segunda República, donde se destaca “el valor etnológico, los objetos domésticos, la agricultura o la ganadería”, precisa Jiménez Izquierdo. Incluso en la Exposición Internacional de París, en 1937, la presentación al mundo del Guernica de Picasso se acompañó de trajes tradicionales en el pabellón español. La ropa, acto seguido, se tiñó de un halo nacionalcatólico al llegar la dictadura: “Se le dio menos importancia al pueblo y más a cómo debía ser un buen español”, añade la comisaria.

Ya en el periodo democrático, la concepción del traje tradicional ha caminado desde lo pasado de moda al próspero momento actual, que Laura Jiménez resume en unas pocas palabras. “A la generación de nuestros padres se les educó en que eso era algo antiguo, rancio, mientras que la generación actual —yo lo veo con mis amigas y con la nueva generación de conservadores de museos— lo afrontamos como algo que es importante, parte de nuestra historia y sigue vivo en las tradiciones y fiestas populares”. Por su parte, la directora del Museo del Traje opina que “actualmente estamos en un momento muy dulce con respecto a la investigación de la indumentaria tradicional; hay un interés enorme, especialmente de la gente joven, por participar en tradiciones populares que tienen ver con las zonas de origen de sus familias”. López de Hierro cita, además, la participación de referentes de la moda y de la artesanía en el siglo XXI, que han “colonizado” la muestra con sus propuestas, como Lorenzo Caprile, Teresa Helbig, Ana Locking, Aitor Saraiba o Mercedes Sagarminaga, entre otros.

Miedo a la desaparición

Quizá el éxito, la buena acogida, de la muestra de 1925 estuvo en un miedo fundado en que los vestidos que se utilizaban todavía en las zonas rurales pronto pasarían a la historia. “En aquel momento, se dan cuenta de que la modernidad —el tren y el coche estaban llegando ya a casi todas partes— estaba haciendo que la moda urbana comenzara a imponerse a un estilo rural, tradicional, que estaba desapareciendo”, precisa Helena López de Hierro. En realidad, ese temor no se ha extinguido del todo. “Hay elementos que desaparecen, como lo hacen los oficios en la actualidad; sin embargo, estamos viviendo una especie de revival de las actividades manuales o de la costura en un país con una riqueza muy amplia”, defiende la directora del Museo del Traje. Ahora, de lo que tratan los investigadores es de conocer mejor, en profundidad, una herencia que “se codificó” durante la dictadura, un periodo en el que la ropa se estandarizó y se unificó.


Instalación de Jaén en 1925

Precisamente, de todo esto trata la exposición Raíces, proponiendo al espectador una mirada histórica, “incluso sociológica”, del traje. “A la hora de elegir las prendas, quisimos respetar los trajes testigo que se expusieron en 1925 y que hemos logrado localizar un siglo más tarde tanto en nuestras colecciones, como en otras de carácter particular, o en instituciones como el Euskal Museoa de Bilbao o el Museo Numantino de Soria”, revela Laura Jiménez Izquierdo. “El equipo de Colecciones y los compañeros restauradores Silvia Brasero y Francisco Callejo hemos montado casi 70 trajes para la muestra, y ha sido muy emocionante tocar piezas que sabíamos que cien años atrás estaban siendo por las jóvenes Carmen Gutiérrez y Jacinta García Hernández, dos alumnas del antropólogo Luis de Hoyos”, reconoce la comisaria. Una explosión de colores donde antes (en las fotografías) había quedado anclado el blanco y el negro.


Propuestas de Zamora y Segovia, para la muestra de hace un siglo

Como entonces, “no hay piezas estrella”. La organización ha querido ofrecer una visión de conjunto. Sin embargo, cada conservador, cada especialista, cada visitante busca el traje de su tierra. A Laura Jiménez, soriana, le impresiona sobremanera la capa de pastor de Villaciervos, fabricada con paño de lana merina que representa a la provincia soriana, y que ya a principios del siglo XX el pintor valenciano Joaquín Sorolla inmortalizó en sus Visiones de España, el mural que realizó por encargo para la Hispanic Society de Nueva York. Junto a los montajes, los organizadores han incluido guiños a la tecnología del siglo XXI, como proyecciones con las imágenes de Antonio Prast (fotógrafo oficial de la muestra de 1925) o visores para observar fotografías estereoscópicas en tres dimensiones, además de tecnologías fabricadas ad hoc para “radiografiar” vestimentas como el traje toledano de lagartera, en el que se puede observar la complejidad de una composición de más de veinte piezas.

El protagonismo de las provincias

La filosofía de la exhibición de hace un siglo fue ofrecer una visión de conjunto, donde el protagonismo fuera global. Sin embargo, para algunas provincias aquella exposición se convirtió en un hito, un aldabonazo. Así lo cree Francisco Iglesias, experto en la vestimenta tradicional de la provincia de Zamora, que ha acudido a Madrid (entonces y ahora) con una importante representación. “La presencia de Zamora se salió de lo común por la cantidad de maniquíes y escenografías que aportó a la muestra”, explica. A ello contribuyó, en opinión de Iglesias, la participación del senador por la provincia Mateo Silvela y su amistad con Mariano Benlliure, escultor valenciano vinculado a Zamora que participó en la génesis del proyecto.


Sala de la exposición “Raíces”, en el Museo del Traje

“La variedad, la fuerza cromática y los contrastes de la indumentaria tradicional zamorana impactaron en Madrid, donde alcanzó una importancia que todavía se mantiene”, defiende Francisco Iglesias con datos: “En los fondos actuales del Museo del Traje, cada provincia tiene varios armarios, cuatro o cinco, pero Zamora cuenta con doce”. Más allá del hecho de la indumentaria en sí, aquella propuesta expositiva inspiró a intelectuales y artistas a conocer e inmortalizar los paisajes y las gentes de una de las provincias de esa España rural olvidada. Iglesias cita a pintoras de la talla de Delhy Tejero, quien trasladó al lienzo el impacto que le produjo la muestra, mientras la prestigiosa fotógrafa americana Ruth Anderson programó un viaje a Zamora para retratar sus espacios menos conocidos solo un año después de asistir a los preparativos de la muestra. Tanto de Zamora como del resto de provincias toman nota hoy grandes diseñadores y creadores, que regresan a los modelos tradicionales para componer sus más vanguardistas creaciones.