
El mundo se desmorona y seguimos necesitando París
El mundo se desmorona en esa herida larga y profunda que lo cruza de un lado a otro. Y en España, tenemos, además, una losa encima de tan descomunales proporciones, tan pestilente, que ya no se aguanta. Y, en el mito, el refugio de un París que permanezca aunque el tiempo pase y tras vencer a la tiranía
Volvió Trump a la cima del poder. Lo auparon a ella 77 millones de votantes, a pesar de sus delitos probados y condenados por la justicia. Su regreso lo ha traído cargado de odio y de extrema prepotencia y viene a culminar su obra, que es hacer lo que le venga en gana aplastando hasta a la lógica. El patanismo amenaza con extenderse de forma incontrolable, comentábamos en 2016 a raíz de la primera elección. Y ya es una auténtica plaga.
Y ahora sí que el mundo se desmorona como contaba la inolvidable película de Mikel Curtiz que, en 1942, firmó la historia perfecta de la estupidez humana que, unida a la tiranía, desencadena muerte y destrucción. La resistencia y el idealismo inquebrantable también. Los actores más idóneos, la música y el amor como cobijo. El mundo se derrumbaba en efecto, una vez más, aunque mucho peor, a la espera de nuevas derrotas y desafíos que fueron llegando después.
Es curioso cómo, algunos al menos, también buscamos París en este momento. Aquél, el que emergía sobre las tinieblas de la terrible guerra. Es que viene todo en tromba. La ofensiva bélica del osado autócrata que se salta al Congreso de los EEUU y a la ONU para bombardear un lejano país extranjero, Irán, y prender guerra en un polvorín y cambiar de opinión, y mentir, ir y venir las veces que sea, en un desequilibrio notorio que se contagia a la sociedad. Lo quiere también el genocida Netanyahu, sin fisuras. La jefa de la UE, Ursula von der Leyen, reprende y exige al agredido, a Irán, sin nombrar siquiera al agresor: los Estados Unidos de Trump.
El mundo se desmorona en esa herida larga y profunda que ahora lo cruza de un lado a otro. Y en España, tenemos, además, una losa encima de tan descomunales proporciones, tan pestilente, que ya no se aguanta. No se puede con la desfachatez de unos, la trampa de otros, de muchos otros, un reguero de suciedad viscosa proclive a caer de bruces en el desencanto. Salvo que se pertenezca a la secta del todo va bien, cada vez en mayor retroceso.
Creo no ser la única en necesitar algo así como “un París” de refugio, como cuando Ilsa Lund le dice a Rick Blaine en la pantalla: “El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos”, bajo el ruido de las tropas nazis entrando ya en París. Aunque aquí y ahora, solo y nada menos, vengan de avanzadilla los devastadores sin alma y poco cerebro, llevados a la cima del poder también por los millones que sea de insensatos. El amor como bálsamo.
¿Se habla más de amor estos días o es solo una impresión? elDiario.es acaba de presentar una revista sobre El amor moderno, contemplado desde distintos puntos de vista. Y se leen columnas, en algunos periódicos, que lo utilizan de ancla quizás.
Esta lo es, en parte. Ordenando papeles que me comen durante toda la vida por su aglomeración, he encontrado una carta, manuscrita, a mi nombre en sobre sin dirección, que se dejó en el buzón directamente, por tanto. Habla desde un agosto de 1986 y es… una declaración de amor preciosa. No soy consciente de haberla leído en su momento, ni de haberla respondido como merecía. Él nunca me dijo de viva voz lo que escribió en aquella carta. Podría ser el inicio de una novela, o de una película, o de una reflexión. Me ha hecho pensar mucho sobre ello, lo que deja atrás el tiempo.
Treinta y nueve años han pasado. No creo que hubiera salido bien, esos asuntos vitales no se deciden por una carta solo. Toda esa eternidad de tiempo, sin embargo, para ver con nitidez las veces que París se fue alejando hasta desaparecer del imaginario. Ocurre en los largos amores de cansancio que nadie volvió a cuidar, como los definió García Márquez, pero también en los que no lo son. Sentir amor del bueno, del que vivifica y, además, llena los huesos de espuma -como también definió García Márquez- es un privilegio. No al alcance de todos. Porque hay una gama amplia de intensidades y modos en la capacidad de sentir. Algunos llegan a acallarlos de tal forma que rozan la psicopatía, como vemos en algunos productos locales de la política trumpista en su trato con los más vulnerables.
Escribe al director de El País una profesora de Historia de Secundaria desde Lucena (Córdoba) que tiene como alumnos a futuros votantes de algo parecido a Trump, por no hablar mucho más, precisamente, de los productos locales de igual pelaje. Con 13 y 14 años ahora, eligieron en clase como “causas sociales por las que luchar”, dos. La primera, la igualdad. De mujeres y hombres. No otra. Piensan que los hombres han quedado por debajo de las mujeres en muchas cosas, y hay “demasiada” igualdad y ventajas para las mujeres (la portavoz, una alumna). Menudo futuro el de estos adolescentes que da por deseable la vuelta a la sumisión de la mujer en la vida y las relaciones de pareja. La segunda causa por la que luchar era… reimplantar la pena de muerte en España, “porque los okupas, violadores y delincuentes no tenían suficientes penas”. Y ésta se comenta sola, en la privacidad de la náusea.
Estas criaturitas ¿tendrán capacidad de amar, tanto a sus semejantes como a una pareja? ¿La han tenido sus padres? Porque esto se aprende, todo se aprende primero con el ejemplo en casa. Así que cada vez se aleja más cualquier París, cuando más se necesita.
Adelanto al lunes la redacción de esta columna, el martes -cuando publico- habré de estar un tanto desconectada. No sé cómo habrán andado los bombardeos de Trump y el presunto alto el fuego de la guerra que él ha desencadenado o el alza del petróleo y las implicaciones de los bandos. A Netanyahu sigue sin pasarle nada por lo suyo, hoy asesina como ayer aunque menos que mañana. Tampoco sé qué más conversaciones grabadas ignorándolo los interlocutores se habrán difundido, ni el uso que se habrá hecho de ellas, ni qué acción judicial nos habrá vuelto a sumir en el bochorno, ni qué nuevas barbaridades habrá arrojado la sucia oposición al gobierno, pero es tal el asco que todo esto produce que casi me alegro. Porque sí me ha dado tiempo a enterarme ya de cómo el secretario generañ de la OTAN, el neerlandés MarK Rutte, se ha puesto de felpudo ante Donald Trump, que en su línea ha decidido humillarle a los ojos del mundo haciendo públicos sus mensajes privados, ejemplo del más repugnante servilismo. Bochornoso. Y, así, mejor hoy les invito, como refugio, a subir al mito de un París que permanezca aunque el tiempo pase y tras vencer a la tiranía. Bueno, a todos no, solo a los demócratas con más de dos dedos de frente.