
Vacaciones sin notificaciones: cómo viajar desconectando (de verdad) del móvil
Las vacaciones son para desconectar. Pero si el móvil no descansa, nosotros tampoco. Quizá ha llegado el momento de poner el ‘modo avión’ antes de despegar y no quitarlo hasta la vuelta
Por qué cada vez más gente paga para hacer planes sin teléfono móvil: “El primer día sientes que te falta un brazo”
Durante el año, el teléfono nos acompaña a todas partes. A veces parece que no hay momento que no pase por su filtro: trabajo, agenda, fotos, mensajes, redes, vídeos, noticias, pagos, mapas, clima, opiniones… Incluso lo consultamos sin darnos cuenta, como si no mirar la pantalla durante un rato fuese una especie de vacío que hay que llenar.
Y luego llegan las vacaciones, pero el móvil sigue ahí. A veces más activo que nunca. Lo llevamos a la playa, a los museos, a la montaña e incluso a esos pueblos que presumen de desconexión y autenticidad. Lo usamos para orientarnos, para compartir lo que vemos, para leer comentarios de otros y para estar disponibles incluso cuando queremos desaparecer. Por eso cada vez más viajeros optan por hacer justo lo contrario: no dejar el móvil en casa, pero sí dejarlo fuera del viaje. Usarlo solo para lo esencial. Y vivir el viaje con más atención, con más tiempo y con menos distracciones.
Volver a viajar como antes
Hubo un tiempo, no tan lejano, en el que no llevábamos móviles. Viajábamos igual, con ganas de descubrir sitios nuevos y sin notificaciones. Si nos perdíamos, después nos encontrábamos. Si queríamos saber dónde comer, lo preguntábamos. Si algo no salía como esperábamos, lo resolvíamos. Y a menudo era justo en esos momentos donde pasaban las cosas que luego recordamos, porque, al no llevarlo todo en la palma de la mano, aumenta nuestra capacidad de sorpresa.
Viajar sin depender del móvil es una forma de recuperar ese espíritu. No como una renuncia radical, sino como una manera de estar más presentes. De escuchar más y mejor lo que hay alrededor. Y de no vivir todo a través de una pantalla. Practicar la desconexión digital aunque sea durante unos días de relax, que suficiente dependencia tenemos ya el resto del año.
Antes de salir, pon límites
Hacer fotos sin necesidad de compartirlas al instante.
La idea no es irse sin teléfono, sino decidir para qué lo vamos a usar. Mapa, reservas, una llamada puntual… y poco más. Si se deja en modo avión gran parte del día, mejor. Si se eliminan apps como redes sociales o correo, aún mejor. Y si se desactivan todas las notificaciones, es casi perfecto. Otra posibilidad es instalar extensiones que bloquean aplicaciones durante un tiempo preestablecido.
Y hay otra opción: llevar un móvil básico, de los de antes. Ese que seguramente sigue guardado en algún cajón de casa, con batería eterna y sin tentaciones. Puede servir para emergencias, para llamar al alojamiento o mandar un SMS si hace falta. Y ahí sí, todo lo demás queda fuera.
Antes de salir, vale la pena anotar los datos esenciales: dirección del hotel, número de vuelo, reservas, números de emergencia… Y olvidarse un poco de la costumbre de buscarlo todo en el momento. También solemos usar el móvil para llevar los billetes de los transportes, pero podemos usar billetes y tarjetas de embarque en papel para no tener que sacar el teléfono del bolsillo.
¿Y si me pierdo? Pues pasa lo que pasaba antes
La memoria funciona diferente cuando no hay un GPS que lo controle todo.
Hoy en día, si no sabemos dónde está algo, lo buscamos en el mapa del móvil. Pero eso también tiene un precio: no miramos. No nos fijamos en el entorno. No preguntamos. Lo resolvemos con un gesto automático.
Volver al mapa físico, al preguntar a la gente del barrio y al seguir indicaciones verbales, tiene su encanto. Puede que demos un rodeo, que nos confundamos de calle, que tardemos más. Pero también es más fácil que acabemos descubriendo algo que no estaba previsto o que encontremos algo que se sale de las recomendaciones de internet, donde después coinciden todos los turistas.
Caminar sin rumbo claro, orientarse poco a poco y perderse un poco a propósito. Todo eso forma parte del viaje. Y la memoria funciona diferente cuando no hay un GPS que lo controle todo, y parece tener mayor capacidad de retención.
Dormir mejor, despertar distinto
Dormir con el móvil al lado ya es cosa de nuestro día a día. Pero basta con dejarlo en otra habitación para que la noche cambie. No hay luz de pantalla, no hay scroll antes de dormir, no hay alarma que haga empezar el día con una nueva notificación.
En vacaciones, vale la pena probar a dormir sin móvil. Usar un despertador, o dejar que el cuerpo marque la hora. Despertarse sin mirar una pantalla es una de esas pequeñas cosas que marcan la diferencia. En lugar de ver qué ha pasado fuera, ver qué pasa ahí donde estás, prestando más atención a lo que te rodea.
Viajar sin retransmitirlo todo
La dependencia del móvil y las redes sociales nos ha llevado a realizar viajes que parecen vivirse para ser contados. Fotos, vídeos, stories… Una parte de nosotros se queda pendiente de cómo se verá todo eso desde fuera, en vez de vivir el momento y buscar la foto que realmente queremos para nuestro recuerdo.
Pero cuando no hay red social a la que subir una imagen, ni mensaje que responder, ni comentarios que revisar, el viaje se vive distinto. Las fotos se hacen con más intención. O no se hacen. Se puede llevar una cámara de fotos, como antes, o sí usar el móvil como cámara, pero sin salir del modo avión.
Cuando no hay red social a la que subir una imagen, ni mensaje que responder, el viaje se vive distinto.
Disfrutar de las vacaciones pensando en nosotros mismos también implica no subir nada en directo, dejando atrás esa necesidad que nos persigue de tener que contarlo todo, a todo el mundo y al instante, en vez de compartirlo mejor con quien nos acompaña.
El aburrimiento también forma parte del plan
Hay momentos en los viajes en los que no pasa nada. Se espera un tren, se toma un café o se descansa en una plaza. Y en esos huecos, el gesto es automático: mano al bolsillo, móvil en la mano, pantalla encendida. A veces ni sabemos por qué.
Esos ratos son perfectos para no hacer nada. Para observar a la gente, para leer unas páginas de un libro, para escribir unas líneas o para conocer más sobre tu destino recurriendo a una guía en papel. O simplemente para dejar un poco de tiempo para pensar, dando margen a esas ideas que a veces no tienen espacio en la rutina.
Sorprende ver cuántas veces se echa mano al móvil solo por inercia. No porque lo necesitemos. Y eso, en un viaje donde el mayor de los regalos es descubrir cosas nuevas, puede ser nuestro peor enemigo.
Viajar así no es una rareza, es una elección
Cada vez más gente opta por este tipo de viajes. Algunos lo llaman “detox digital”, otros lo ven como una forma de reconectar. En realidad, se trata de dejar fuera lo que no es necesario, para volver a mirar de verdad. De hacer las cosas sin compartirlas en directo y de dar espacio a lo inesperado.
Y sobre todo, de recordar que las vacaciones no son solo un destino. Son también una forma distinta de estar, de desconectar y de dedicarnos un poco de tiempo a nosotros mismos.