Contra el guion perfecto

Contra el guion perfecto

En estos tiempos de optimizarlo todo, de convertirnos en versiones corregidas de nosotros mismos, siento que algo se pierde

Si hay algo que adoro de tener plataformas es la posibilidad de revisitar viejas películas. A veces me hago mis propios ciclos: por autores, por temática, por épocas… Últimamente, me he reencontrado con algunas primeras películas de autor. Obras hechas con pocos medios, pero con el corazón en llamas, con esa urgencia de quien filma porque no puede no hacerlo, películas hermosamente imperfectas en las que late lo humano. Observo algunas escenas torpes, admiro los titubeos y las formas de resolver, los pasajes que se atascan y luego vuelan, todas esas cosas que te tocan porque en ellas está la vida. Y de repente algo empieza a inquietarme: ¿Pasarían estas películas hoy un pitching? ¿Serían aceptadas en laboratorios de guion? ¿Podrían hacerse?

Si no están familiarizados con la industria del cine en España, les contaré que en los últimos años se ha consolidado un camino casi obligatorio para que una película pueda existir. Los guiones han de pasar años en laboratorios donde serán mentorizados, tutorizados y corregidos, serán sometidos a procesos de pitching (una exposición de pocos minutos ante posibles inversores) en los que tendrán que demostrar su valor, su eficacia, su viabilidad, sus posibilidades de ser premiado o seleccionado en festivales. En todo este proceso, a veces unos 6 o 7 años, la película, antes de ser llevada a cabo, debe demostrar que es un valor seguro. Y mientras escribo “valor seguro” se me ponen los vellos de punta.

No digo que no sea enriquecedor e interesante pasar por una mentoría o un laboratorio, desde luego lo es. Pero ¿qué pasa si en ese largo camino se pierde la urgencia, lo instintivo, lo que palpita? ¿Qué parte de lo humano se sacrifica en pos de lo pulido, lo que encaja y lo que funciona? ¿Se pueden aplicar lógicas de calidad a las historias que contamos?

Mi impresión es que esto va en contra de la esencia del cine independiente, ese que contiene error pero también desgarro. En el cine, como en la vida, yo no quiero guiones perfectos.

Hay una frase hermosa en la novela de Carmen Martín Gaite: ‘Echaba de menos la luz, aunque fuera fugitiva, de un momento extraordinario’. Creo que íntimamente, nos pasamos la vida persiguiendo esos instantes de verdad, de emoción auténtica que nos recuerdan que estamos vivos

Decía el filósofo Chul Han que la belleza contemporánea es la belleza de lo liso, de lo que no genera fricción. Mientras las redes sociales nos bombardean con cuerpos, rostros y vidas perfectas, la IA genera textos precisos, bien estructurados, sin erratas y sin alma, el sistema capitaliza nuestras emociones y movimientos sociales para convertirlos en productos deseables y vendibles, y hasta nuestras manías y rarezas tienen ya nombre clínico para poder ser tratadas y domesticadas, yo recuerdo el título de aquella novela de Carmen Martín Gaite: ‘Lo raro es vivir’. Y pienso que sí, que vivir es rarísimo, y que la creación nace justamente de esa sensación de extrañeza.

Les confieso que la necesidad de encajar o de “mejorar” me ahoga muchas veces. En estos tiempos de optimizarlo todo, de convertirnos en versiones corregidas de nosotros mismos, siento que algo se pierde. Algo frágil, irrepetible. Algo que tiene que ver con el pálpito, con la intuición. Algo que no busca ser perfecto, sino verdadero.

Hay una frase hermosa en la novela de Carmen Martín Gaite: “Echaba de menos la luz, aunque fuera fugitiva, de un momento extraordinario”. Creo que íntimamente, nos pasamos la vida persiguiendo esos instantes de verdad, de emoción auténtica que nos recuerdan que estamos vivos.

Lo extraordinario, como lo verdadero, nunca sigue un guion perfecto. Y quizá sea en ese desvío, en esa imperfección, donde todavía podamos reconocernos.