
Los vicios que exige la noche
Perico Vidal fue un hombre de cine, el ayudante de dirección español más importante de todos los tiempos y el típico tío al que a todos nos gustaría tener como amigo. Frank Sinatra tuvo esa suerte
Frank Sinatra era un caballero sin armadura, pero con el tiro de los gayumbos siempre dispuesto para la caza. Cuando se juntaba con Perico Vidal, la cosa se ponía fina, echándose competiciones a ver quién aguantaba más bebiendo bourbon de Kentucky, vaso a vaso, hasta echar la boca por el retrete. En una de aquellas curdas peligró el retrato de Franco que había en la entrada de un hotel de El Escorial; hay que hacerse cargo, la competición se extendió a ver quién le acertaba a Franco en la jeta con una silla.
Así lo cuenta el mismo Perico Vidal en sus memorias dictadas a Marcos Ordóñez (Libros del Asteroide); un trabajo jugoso en el que se nos presenta la experiencia de un hígado que ajusta cuentas con su alma; un acto sacramental donde la próstata deja al descubierto el excitante dibujo de los recuerdos sobre las sábanas revueltas.
Por si no lo dije antes, Perico Vidal fue un hombre de cine, el ayudante de dirección español más importante de todos los tiempos y el típico tío al que a todos nos gustaría tener como amigo. Frank Sinatra tuvo esa suerte; un golpe de fortuna que le puso en el camino de este bebedor que nunca falló a sus amigos. Por ello, sus amigos acudieron en su rescate cuando las cosas vinieron torcidas. Qué menos, Perico.
Otro de los grandes momentos de este libro es el que protagoniza Frank Sinatra, en el mismo hotel de El Escorial, cuando se sienta al piano del bar y le da por tararear una de sus canciones con ese fraseo tan suyo, eyaculando melodías sobre la lencería íntima de Ava Gardner, al otro lado del teléfono, cuyo cable, extendido al máximo, parece que no va a poder contener tanta tensión. Así estuvo el tío Frankie durante más de dos horas, con el auricular a la oreja y los dedos sobre el piano, cantándole a Ava, “como si estuvieran los dos solos en el mundo”, cuenta Perico Vidal.
Con las luces del bar apagadas y la voz de Sinatra arrastrando su deseo en cada estrofa, pasó lo que sólo pasa en las películas: apareció Ava Gardner con un abrigo de visón blanco, dispuesta a mostrar el misterio que precede a la carne antes de dejar caer el abrigo al suelo. No es difícil hacerse la escena, con Ava Gardner en cueros y Sinatra entregado a los vicios que exige la noche, cantando aquello de Strangers in the night en un susurro que alcanza los pechos de ella, ahora maullando como una gata insatisfecha sobre el piano de charol. Lo demás, qué quieren que les diga… lo demás es asunto de la imaginación cuando la imaginación se alcanza con estilo.