Pensamiento automático

Pensamiento automático

La escritura fue inventada hace unos cinco mil años y, junto al habla, que surgió posiblemente hace cientos de miles de años, constituyen las tecnologías más transformadoras y relevantes de la humanidad. Es necesario seguir cultivándolas

Hablar por hablar suele considerarse algo negativo. Es ese impulso irreflexivo que, en ocasiones, nos lleva a decir lo primero que se nos viene a la mente, sin medir consecuencias, sin valorar realmente lo que decimos, sin preocuparnos siquiera por su veracidad. Es hablar con palabras vacías, huecas.

Probablemente, todos lo hayamos hecho alguna vez. Pero hay quienes lo hacen con frecuencia. Quizás el paradigma de ello es Donald Trump. Recuerdo cuando en plena pandemia de COVID-19 afirmó en rueda de prensa que el desinfectante eliminaba el virus en un minuto, sugiriendo incluso la posibilidad de desarrollar una inyección para combatirlo. Aunque pueda parecernos una simple ocurrencia, lo cierto es que tras sus palabras aumentaron los casos de intoxicación por productos desinfectantes. Hablar sin pensar suele tener consecuencias indeseables, especialmente cuando quien escucha le concede credibilidad al charlatán.

Siempre ha habido charlatanes, bocazas, demagogos, hablapajas —como dicen en Colombia— o falabaratos, como los llamamos en Galicia. Siempre existieron, y hemos sobrevivido. Pero hoy emerge un fenómeno aún más preocupante: dar por válido el texto sin pensamiento.

La escritura no es simplemente una forma más de comunicación; es una herramienta clave para clarificar, profundizar y organizar el pensamiento. Por eso suele decirse que escribir es pensar dos veces.

La psicología cognitiva y la neurociencia han demostrado que escribir activa procesos mentales más complejos que hablar o leer, hecho corroborado por estudios con neuroimágenes. Durante el acto de escribir se activan circuitos neuronales específicos asociados al pensamiento analítico y la memoria de trabajo. Escribir implica resumir, reinterpretar y organizar ideas, generando nuevas conexiones cognitivas.

Escribir podría describirse como pensar con retroalimentación: nuestro cerebro construye ideas que al plasmarlas por escrito se clarifican y enriquecen, dando origen a otras nuevas. «No sé lo que pienso hasta que escribo sobre ello», dijo la escritora estadounidense Joan Didion. Escribir es la forma más transparente de revelar quiénes somos.

El auge de modelos de inteligencia artificial, especialmente los conocidos como LLM (Large Language Models), ha transformado radicalmente el acceso a la información y al conocimiento, así como nuestra manera de representarlos por escrito. Estos sistemas generan son pasmosa facilidad textos coherentes, estructurados e incluso creativos; pueden responder consultas, completar textos, resumirlos o traducirlos en segundos. Pero detrás de este fascinante avance acecha un riesgo sutil: la proliferación de textos generados sin reflexión alguna.

Hablar sin pensar significa emitir juicios sin reflexión, pero al menos las palabras se las lleva el viento, como solemos decir. Lo escrito, sin embargo, tiene mayor peso, no solo porque perdura, sino porque se le otorga mayor credibilidad y valor. La escritura suele asociarse con un grado mayor de reflexión frente a la espontaneidad del habla. Sin embargo, esto puede estar cambiando peligrosamente, ya que los textos son de modo creciente generados por máquinas y estas, aunque escriban muy bien, carecen de verdadero pensamiento.

Delegar la escritura a las máquinas forma parte de un fenómeno más amplio, al que denomino delegación cognitiva: utilizar sin reflexión e intensivamente las máquinas inteligentes para que hagan por nosotros tareas de medio y alto nivel cognitivo. Es una tentación muy fuerte, especialmente para los jóvenes y, sobre todo, para las niñas y niños en etapa escolar temprana, cuyo dominio lingüístico y capacidad crítica aún se están desarrollando. Aunque usen la IA para ganar tiempo y obtener mejores resultados aparentes, pierden la oportunidad esencial de ejercitar su razonamiento, organizar sus ideas y expresarse con claridad.

Los supuestos atajos tecnológicos no siempre nos llevan al destino deseado. El problema se agrava cuando se confunden valores estilísticos con valores epistemológicos. Que un texto esté bien escrito no implica necesariamente que tenga valor. Un LLM puede escribir de forma elegante algo absolutamente ficticio o banal. El mal no radica solo en difundir estos textos, sino en aceptarlos sin una lectura crítica, abandonándonos al peligro de que sean otros, o incluso las máquinas, quienes piensen por nosotros. “¡Que piensen ellas!”, en definitiva.

Imaginemos un futuro en el que no exista interés alguno por aprender a pensar antes de hablar ni de escribir; un futuro en el que deleguemos en las máquinas no solo el buscar respuestas, sino incluso hacer las preguntas; un futuro donde preguntas y respuestas sean tan solo ecos de nuestro pasado. Este escenario distópico no es inevitable, pero tampoco imposible. Todo dependerá del uso consciente y reflexivo que hagamos de la tecnología actual y futura. La escritura fue inventada hace unos cinco mil años y, junto al habla, que surgió posiblemente hace cientos de miles de años, constituyen las tecnologías más transformadoras y relevantes de la humanidad. Es necesario seguir cultivándolas o nos arriesgamos a perder gran parte del tesoro acumulado durante generaciones y nuestras mejores herramientas.

Hablar por hablar es peor que callar. El texto sin pensamiento es renunciar a la libertad ganada.