José Suárez, el fotógrafo vanguardista gallego que se exilió y trabó amistad con Akira Kurosawa

José Suárez, el fotógrafo vanguardista gallego que se exilió y trabó amistad con Akira Kurosawa

Autor de poderosas series etnográficas en la Galicia anterior a la Guerra Civil, fue próximo de Unamuno o Bergamín y ahora, a 51 años de su muerte en A Guarda (Pontevedra), lo honra la Academia Galega de Belas Artes

Hemeroteca – Historia de la foto que capturó para la eternidad el drama de la Galicia emigrante

En su mirada convergen el desafío vanguardista y el humanismo solidario, una atrevida composición plástica y la voluntad de revelar el mundo desde abajo: campesinos, marineros. José Suárez, nacido en Allariz (Ourense) en 1902 y muerto en A Guarda (Pontevedra) en 1974, fotografió Niñodaguia y las Rías Baixas, el Japón de la posguerra y los gauchos de la Pampa, los pueblos originarios de la Sudáfrica del apartheid o los toros en los 60. Exiliado en Latinoamérica tras el golpe fascista de Franco, también hizo cine, vendió libros e incluso trabó amistad con Akira Kurosawa. La Real Academia de Belas Artes celebrará su figura, la del “fotógrafo gallego más internacional”, el próximo 1 de abril, Día das Artes Galegas.

Si la azarosa existencia y el formidable trabajo con la imagen de José Suárez sobrevivieron a las convulsiones del siglo XX fue gracias a su sobrino, el fotógrafo y profesor Xosé Luís Suárez Canal (Allariz, 1946). Fue él quien, en la década de los 70, se sumergió en el “deslavazado” archivo con el que Suñarez había regresado a Galicia tras más de 20 años desterrado. Allí encontró los negativos de su serie quizás más acabada, Mariñeiros, realizada en 1936 en O Morrazo (Pontevedra) al tiempo que buscaba localizaciones para un filme documental del mismo título. Este, rematado ya en el exilio y que algunas reseñas de época relacionaron con Hombres de Aran de Flaherty, desapareció, y se convirtió en piedra de toque de una historia alternativa del cine gallego, la que habría fundado junto a otra película devorada por los acontecimientos y solo parcialmente conservada: Galicia (1936), de Carlos Velo. Los primeros intentos de un cine gallego no pintoresquista, según dejó establecido el pintor e intelectual Luís Seoane, también exiliado.


Foto da serie ‘Mariñeiros’, de José Suárez

Suárez seguiría la vía del celuloide. A ella se dedicó profesionalmente entre 1937 y 1942 en la Argentina, hasta que, recuerda su sobrino, “la abandonó harto de las falsedades de los platós cinematográficos”. Se mudó entonces a Punta del Este, en Uruguay, donde abrió una pequeña librería en su casa, El Yelmo de Mambrino, y contactó con algunos de los que serían sus amigos el resto de sus días: el poeta Rafael Alberti, la actriz Carmen Antón que había formado parte de La Barraca de Lorca, o su marido el pintor y escenógrafo Gori Muñoz. La existencia material de los exiliados no era sencilla y en la de Súarez ni siquiera sus descendientes saben con exactitud de qué vivió: sí que hizo fotoperiodismo para La Prensa de Buenos Aires o el uruguayo El Día, vendió libros o incluso alfombras de esparto que importaba de España y estaban de moda en América. Y que viajó: su primera travesía a Japón, en donde permaneció dos años, fue como corresponsal de prensa.

Al Extremo Oriente volvería en 1960. Es cuando conoce al cineasta Akira Kurosawa, con el que trabaría cierta amistad, y que entonces rodaba una de sus numerosas obras maestras, Los canallas duermen en paz, un thriller político empresarial inspirado en Hamlet. Las imágenes recogidas en el Japón, de corte más fotoperiodístico que documental, a decir de Suárez Canal, manejan un singular lirismo y no escapan a cierta fascinación orientalista. Era ya otro José Suárez, distinto al que, en los años 30, asumió los experimentos y técnicas de la Nueva Objetividad o la Nueva Visión y los aplicó a una sociedad agraria y marinera en la periferia de la Europa Occidental.

El ejemplo de Rodchenko, Patzsch o Einsenstein

“Suárez es una figura fundamental dentro de la fotografía no solo gallega, sino en el contexto estatal”, explica otro fotógrafo, Manuel Sendón (A Coruña, 1951), que junto al sobrino contribuyó a redimensionar su legado desde los años 80. “Sus series etnográficas [dedicadas a la malla del cereal, los olleros o la romería de San Vitoiro de A Pobra de Brollón (Lugo)] o Mariñeiros, en los años 30, demuestran que conocía los recursos más vanguardistas y los usaba”, añade. Fragmentación, composición diagonal, contrapicados, la utilización de objetos para describir la vida de los seres humanos, cortes inauditos, son algunos de los procedimientos que emplea, analizan Sendón y Suárez Canal. Este último destaca otra influencia, la del cine soviético clásico, especialmente de Eisenstein: “Tiene una visión cinematográfica de la foto. Sus retratados, por ejemplo, nunca miran a cámara”.


Fotografía en La Mancha de José Suárez

Su contacto con la Nueva Objetividad, que Albert Renger–Patzsch expresó en fotografía con la exploración de encuadres poco habituales, o con la Nueva Visión en la que destacaba el soviético Alexander Rodchenko, se produjo en Salamanca, donde Suárez estudiaba derecho y a donde se había llevado la cámara de fotos regalo de su padre cuando terminó el bachillerato en Ourense. En Salamanca se hace amigo de Miguel de Unamuno y se aproxima a la Revista de Occidente, además de fotografiar ciudad y paisaje alrededor. Apenas unos años después, en plena II República, organiza sus primeras exposiciones, en el Círculo de Bellas Artes en Madrid o en el Office National Espagnol de Tourisme en París.

“Suárez es único incluso en el contexto del Estado”, insiste Sendón, “en sus fotos existe una reflexión sobre lo que hace. Representa el concepto de autor según lo entiende la modernidad”. Este experto lo diferencia de lo que denomina fotografía histórica gallega del Arquivo Pacheco, Virxilio o Manuel Ferrol. “Son gente que resuelve encargos de forma intuitiva. Y a veces, como en el caso de Virxilio, crea auténticas obras maestras. Pero un fotógrafo con conciencia de su obra y conocimiento de las teorías vanguardistas solo es Suárez”, señala. Que en diciembre de 1936, y quizás empujado por su círculo de amistades en el que se encontraban significados republicanos –él mismo había militado en la Federación Universitaria Escolar– como los escritores José Bergamín o Benjamín Jarnés o el médico y científico Pío Del Río Hortega, se exilia a Argentina. Su esposa, María Mary Mirat, no lo acompaña.


Fotografía captada en Japón por José Suárez

Regresó a Galicia en 1959, contra la opinión de algunos de sus compañeros de destierro en Buenos Aires –los galleguistas Nuñez Búa, Seoane, Lois Tobío–, que le advertían de que todavía no era una buena época. Pero su madre estaba enferma y él quería cuidarla. Conservó la nacionalidad argentina, relata su sobrino, “por miedo a que el franquismo tomase represalias. Pero aquella vuelta fue su gran error”. Le dio tiempo a registrar algunas de sus series más celebradas, como la de La Mancha en 1965 –no encontró manera de publicarla– o, por encargo de una editorial inglesa, una dedicada al toreo –“otra de sus pasiones”, afirma Sendón–, o de aportar las imágenes para la Historia de Galiza de Ramón Otero Pedrayo. Pero la consagración no llegaba, sostiene Sendón, y poco a poco fue aparcando la cámara. Se suicidó en A Guarda el 5 de enero de 1974.

Post mortem

José Suárez era apenas otro nombre en la larga lista del exilio intelectual republicano y galleguista, autor de algunas fotos icónicas –el niño con la réplica de juguete de una dorna, los marineros bajo las redes– pero algo olvidado. Hasta que su sobrino, que lo trató brevemente en los 70 –“yo estaba en Francia por estudios y él me decía que no volviese, que me quedase allí”–, se sumergió en el desordenado archivo con el que había retornado del exilio. Una década más tarde, en 1984, Joan Fontcuberta (Barcelona, 1955) lo incluyó en su monumental exposición Idas y Caos. Vanguardias fotográficas en España 1920–1945, organizada en la Biblioteca Nacional de Madrid y que luego fue al Centro Internacional de Fotografía (ICP) de Nueva York. “A partir de entonces”, admite Suárez Canal, “puso un pie en la historia fotográfica del Estado español”.

La última gran muestra de su obra en Galicia, tal vez su retrospectiva más completa, fue en 2015, cuando el propio Suárez Canal y Manuel Sendón comisariaron José Suárez: uns ollos vivos que pensan [José Suárez: unos ojos vivos que piensan]. La exposición itineró a Madrid, Buenos Aires y Montevideo, epicentros de su peripecia vital, y más tarde a la India, Japón o Francia. El grueso catálogo resultante, hoy fuera del mercado, es la recopilación más completa de su fotografía. Sendón espera que, gracias a la conmemoración promovida por la Real Academia Galega de Belas Artes, pueda haber una reedición. Y en Allariz, Suárez Canal trabaja con el ayuntamiento para abrir un pequeño museo, “entrañable”, con objetos, cartas y algunas fotografía, “un recorrido por lo que queda de él”.


Icónica fotografía de la serie ‘Mariñeiros’ de José Suárez