“La única esperanza sois vosotros”: cómo un pesquero paró los vertidos nucleares al mar que hoy se rastrean frente a Galicia

“La única esperanza sois vosotros”: cómo un pesquero paró los vertidos nucleares al mar que hoy se rastrean frente a Galicia

L’Atalante ha localizado 3.000 de los 222.000 bidones radioactivos tirados en el océano despues de que, en 1981 y al estropearse un buque de Greenpeace, un pescador gallego ofreciera su barco para interceptar al transportador holandés que arrojaba la basura: «Hicimos algo increíble», recuerda Manuel Rivas

35 años de los últimos vertidos nucleares frente a las costas gallegas: ¿Quién vigila?

“La única esperanza sois vosotros”. Rémi Parmentier, presidente de Greenpeace Internacional, está desesperado. El buque MW Sirius está averiado en el puerto inglés de Plymouth y no podrá formar parte de la misión secreta que la organización lleva meses preparando: interceptar en el océano Atlántico al transportador neerlandés que lanza al mar bidones con residuos radiactivos. Al otro lado del teléfono, en Galicia, está el periodista y escritor Manuel Rivas, activista muy sensibilizado con esta causa. Parmentier le pasa las coordenadas con la ubicación. “Es ahora o nunca, estáis solos, está todo en vuestras manos”, le implora antes de colgar. “Necesitamos un barco”, le dice Rivas a sus compañeros de la comitiva local, un grupo formado por políticos de la formación Esquerda Galega y dirigentes ecologistas.

Más de cuatro décadas después de esta escena, el buque oceanográfico L’Atalante rastrea la fosa atlántica para intentar localizar los bidones radiactivos arrojados al mar como si las profundidades fueran un cementerio nuclear. Hasta el momento han localizado algo más de 3.000 barriles repletos de tóxicos, según ha informado el director de la expedición, Javier Escartín. El robot submarino UlyX peina el fondo del mar y lleva cartografiados más de 140 km2. La organización Greenpeace calcula que allí se tiraron más de 220.000 barriles, 142.000 toneladas de basura nuclear, entre los años 40 y 80 del siglo XX.

Si ahora están búscandose los restos para saber qué ha podido pasar con ellos y, sobre todo, con su mortífero contenido, las imágenes de hace 44 años son las de una operación para detener el vertido sin fin de basura radioactiva al ecosistema marino. La interceptación del carguero holandés peligraba. La conversación entre Parmentier y Rivas enmarca una búsqueda de barco que, entonces, se alargaba durante horas.

Nadie en Ribeira, municipio situado en la costa oeste de la provincia de A Coruña, quiere poner su barco para una misión “muy arriesgada” y con poca probabilidad de éxito. “Es peligroso”, recibe Rivas como respuesta ante cada petición. Hasta que aparece Ángel Villa, un pescador patrón del Xurelo, un barco de madera de 20 metros de eslora. “Yo os llevo”, dice convencido. Eso sí, aclara que su barco nunca ha cruzado las diez millas y que solo tiene un pequeño radar “que localiza lo justo”.

Un miembro de la comitiva coge el coche y viaja hasta A Coruña para conseguir unas cartas de navegación. El radio de las coordenadas entregadas por Parmentier equivalen al tamaño de toda Galicia. “Es como buscar una aguja en un pajar”, aclara Villa. Sin embargo, nadie duda. La madrugada del 14 de septiembre de 1981, el Xurelo suelta sus amarras con 14 personas a bordo. El capitán, tres marineros, Rivas y otros nueve aventureros, entre ellos concejales de Esquerda Galega, ecologistas y fotógrafos.

Una hazaña de película

Manuel Rivas (A Coruña, 68 años) recuerda cada detalle de una expedición que hoy, 44 años después, ha cobrado actualidad. Por primera vez, una misión científica internacional ha localizado una parte de estos barriles a más de 4.000 metros de profundidad.

Los vertidos de residuos nucleares al mar eran una práctica normalizada hasta la travesía del Xurelo. Primero por parte del Gobierno de Países Bajos. Años más tarde, en todo el mundo.

“En aquella época era un gran secreto a voces, pero no había ningún registro. Estos buques eran fantasmas. De ahí la trascendencia de aquel viaje en el Xurelo. Fue la primera vez que se tomó una foto de los bidones cayendo al mar”, explica Rivas en conversación con este medio. Las imágenes dieron la vuelta al mundo un año después, en 1982, cuando el buque Sirius de Greenpeace, ya arreglado, volvió a interceptar el navío holandés.


Activistas de Greenpeace entorpeciendo el vertido de los bidones en 1982 Greenpeace / Pierre Gleizes

Aquella segunda misión, la más recordada, que propició el nacimiento de Greenpeace España (1984), fue posible por la valentía de Villa, Rivas y los otros tripulantes del Xurelo. Para Eva Saldaña, actual directora ejecutiva de la organización conservacionista, se trata de una hazaña que hoy es “un ejemplo valiosísimo de cómo la gente corriente puede hacer cosas extraordinarias. Hay que mantener viva esta historia porque es un mensaje de acción y esperanza. Hoy más que nunca necesitamos transmitir que hasta las gestas que parecen utópicas son posibles, que la lucha ambiental es capaz de conseguir grandes transformaciones”, reflexiona Saldaña.

“¡Ahí está, lo encontramos!”

Cuando el Xurelo partió, la radio empezó a sonar. La Armada Española emitió dos órdenes de “regreso inmediato”. La voz militar advertía de que la tripulación no estaba enrolada legalmente, ni autorizada, por lo que el barco tenía que regresar a puerto. “Seguimos adelante”, dijo el capitán. Rivas, los tres concejales, Manuel Méndez (Moaña), Paco García (Vigo) y Gonzalo Vázquez Pozo (A Coruña); los tres fotógrafos, Xosé Castro, Xurxo Lobato y Xesús Nalla; y los ecologistas Enrique Álvarez, Roxelio Pérez Moreira y Manuel Soto, los otros viajeros, asintieron.

Rivas recuerda que el capitán, “una persona con una extraordinaria sabiduría del mar”, estaba todo el tiempo haciendo cálculos sobre las cartas marinas, con un lápiz y un cartabón: “Nos dijo que lo mejor era moverse en espiral, que con algo de suerte a lo mejor encontrábamos el buque”. La tranquilidad y el aplomo de Villa contrastaba con la angustia y el nerviosismo del resto de la tripulación, incómoda por los mareos y la incertidumbre de un esfuerzo que podía caer en saco roto.

En la madrugada del cuarto día de viaje, Rivas conversaba con el cocinero cuando Villa gritó que había visto algo en el radar, unas luces verdes que se encendían y desaparecían. Todos se agolparon junto a la pequeña pantalla. Al cabo de un rato, las dos luces se quedaron fijas. Eran dos barcos mercantes ubicados a 300 millas marinas de la costa. “¡Ahí está, lo encontramos!”, gritó el capitán.

“Desde ese momento todo tomó una intensidad de thriller, de cine. Con el amanecer empezamos a ver las grúas y cómo tiraban los bidones. También identificamos siluetas humanas que nos miraban con sorpresa. Éramos una cáscara de nuez al lado de semejante buque”, rememora Rivas. “Nos acercamos lo máximo posible para tomar fotos y hacer lo que teníamos preparado: abrir pancartas y lanzar flores, claveles rojos, al mar como símbolo pacifista. La emoción fue máxima”, agrega sobre ese momento.

El segundo buque, una fragata holandesa militar, se acercó al Xurelo con una “clara maniobra de intimidación”. “Quedamos en el medio de ambos Titanic. Fue un momento de mucho susto porque no sabíamos si nos iban a hundir. Nuestro barco se movía mucho, con poca estabilidad”, describe el periodista.

En ese instante, pasó “algo mágico”, el salto de una ballena negra: “Saltó justo donde estábamos. Lo recuerdo como un gesto del océano, de agradecimiento. Nos dio paz y seguridad. Fue en ese momento cuando nos dimos cuenta de que la misión estaba completada”.

En el regreso, Rivas redactó varios comunicados en castellano, gallego e inglés, que transmitió a través de la radio costera para avisar de la gesta. Una multitud los esperó en el puerto de Ribeira. Antes de llegar, un buque de la Armada los detuvo. Oficiales registraron la embarcación y abrieron expedientes sancionadores a cada tripulante. Los fotógrafos escondieron los carretes por miedo a que les quitaran el material. “Nos embarcamos con más ilusión que certeza y volvimos a tierra con un registro histórico”, resume Rivas sobre el viaje.

Una foto icónica

Al año siguiente, en agosto de 1982, Greenpeace organizó su expedición por la fosa atlántica con el buque Sirius y otros tres barcos, entre ellos el Xurelo, tripulado, otra vez, por Villa. La comitiva fue más numerosa, con cargos políticos del PSOE y de BNG, las dos formaciones con más peso institucional. Esquerda Galega decidió ese día realizar una serie de protestas en Bélgica y Holanda coordinada con ecologistas de Brujas.

Los activistas tenían la orden de enfrentarse a los cargueros holandeses. Dos lanchas de los ecologistas se pusieron debajo de las grúas que lanzaban los bidones al mar. Algunos barriles cayeron cerca de las barcazas. La foto se transformó en una de las más famosas de la historia de Greenpeace.

Tras esta segunda acción, el Gobierno neerlandés anunció la interrupción de los vertidos nucleares al mar. Diez años después, en 1992, se firmó el Convenio para la protección del medio ambiente marino del Atlántico nordeste, prohibiendo el desecho de los residuos nucleares de baja y media intensidad. Un año después, el Convenio de Londres de la Organización Marítima Internacional vetó cualquier vertido radiactivo al mar.

El Xurelo se hundió en 2002 en el puerto de Ribeira, tras varios años atracado. Había quedado fuera de servicio en 1995. En 2006, la Asociación Cultural Altofalante organizó un homenaje al cumplirse 25 años de la gesta. Su presidente, Luís Teira, no entendía el “desconocimiento generalizado” en Ribeira y en toda España sobre el “heróico viaje” de este pesquero. Dos décadas después, la proeza sigue bastante olvidada. “Para mí el 14 de septiembre de 1981 debería figurar en el calendario internacional de las victorias ecologistas. Hicimos historia”, se jacta Rivas con mucho orgullo.