
En medio de la tormenta
Quería contar esto, Lucre, antes de que nos dejaras el pasado lunes con el corazón roto a todos los que tuvimos la inmensa suerte de conocerte y quererte. Yo quería contar esto y ahora no sé de qué escribir
Hay días que amanecen pesados, letargosos. Te arrastras con la cabeza gacha al trabajo, el tren llega tarde, el insomnio de la noche anterior te cae como un peso muerto sobre la espalda, todo parece apuntar a que será un día más, uno más.
Y de repente, como esas tormentas de verano que te sorprenden en medio de la calle y te mojan la cara, como esas olas que te tiran y te sacuden y te arrastran hasta a orilla, algo sucede. Algo que te despierta y te recuerda que estabas ahí y casi lo habías olvidado, con tus ojos de niña asombrada ante el mundo. Y entonces te vuelven las ganas, las ganas de estar viva, de exprimir los segundos, de contar todas las cosas que guardas dentro, de reírte fuerte, alto, de emocionarte sin pudor porque eso era. Eso era. Y ya no te acordabas.
Y yo quería contar esto, Lucre, antes de que nos dejaras el pasado lunes con el corazón roto a todos los que tuvimos la inmensa suerte de conocerte y quererte. Yo quería contar esto y ahora no sé de qué escribir.
Me siento torpe y tecleo, y borro, y mido las palabras porque no sé a qué vengo yo aquí a hablar de chispazos de vida cuando has dejado un hueco tan grande.
Quizá por eso, seguramente, lo único que puedo o que quiero hacer ahora es aferrarme a los destellos. Porque el otro día fui al cine de verano, Lucre, y me acordé de lo que me gustan las películas, las historias bien contadas, y mientras estaba sentada en la silla, mi cuerpo se movía despacio al son de la música, pero yo sentía que se elevaba por encima del resto de butacas en medio de aquella noche de verano del mes de julio que nos regaló un poco de viento fresco. Y quise seguir. Y quise no apagarme nunca.
Y yo creo que tú esto lo sabías, que sabías que merecía la pena y por eso nos contagiaste a todos las ganas.
Pienso en esa idea que dice que la vida no es una línea recta, sino todas esas cosas que la interrumpen y que nos obligan a parar y a mirar. Relámpagos que fulminan la lógica de lo predecible, tormentas, tormentas en una noche de verano. Grietas por las que se filtra la luz, y el dolor, y todas esas cosas complicadas a las que solemos retirar la mirada porque nos dan miedo
A ti, que gritaste de alegría cuando me propusiste escribir estas columnas y te dije “sí”, que me abriste las puertas de esta forma de contar en la que ahora me siento en casa, que creaste un equipo de buena gente, creo que el mejor homenaje que puedo hacerte es no dejar vencerme por el desánimo, no perder la capacidad de asombro, seguir creyendo en ese hacer bien y hacer con honestidad.
Pienso en esa idea que dice que la vida no es una línea recta, sino todas esas cosas que la interrumpen y que nos obligan a parar y a mirar. Relámpagos que fulminan la lógica de lo predecible, tormentas, tormentas en una noche de verano. Grietas por las que se filtra la luz, y el dolor, y todas esas cosas complicadas a las que solemos retirar la mirada porque nos dan miedo.
Yo voy a intentar mirarlas, Lucre, voy a perseguir los destellos y el fuego y las tormentas, voy a dejar que me zarandeen, y cuando lo hagan, pensaré que era eso. Que era eso.
Hablaba Machado de la vida militante, de vivir con los ojos abiertos, de que la poesía no era el sueño, ni la evasión, sino la vigilia. Estaré despierta, Lucre, seguiré mirando, dejaré que la lluvia me moje la cara con fuerza. Y cuando lo haga, te lo escribiré.