
La otra memoria: el historiador Luís Lamela censa a los ejecutores falangistas de la represión en Galicia
‘Golpistas e represores’ bucea en los archivos para extraer los nombres de los criminales políticos que se sumaron a los paseos extrajudiciales de demócratas durante la Guerra Civil
La oscura memoria de Santa Isabel, un campo de concentración franquista a 500 metros de la catedral de Santiago
La otra cara de la memoria histórica de la Guerra Civil, la de los victimarios, está aún menos transitada que la de las víctimas, por lo menos en Galicia. Un volumen colectivo, Os nomes do terror. Galiza 1936: os verdugos que nunca existiron, fue prácticamente pionero hace ocho años. Ahora el historiador Luís Lamela dedica su último estudio a censar a los ejecutores de la represión falangista en Galicia, los peones de un método sistemáticamente estructurado y que se cobró, según los datos disponibles más precisos –recopilados por el proyecto Nomes e voces-, casi 5.000 vidas en la comunidad. 3.233 en asesinatos extrajudiciales.
Golpistas e represores (en gallego, Laiovento, 2025), subtitulado Retratos e memoria histórica de falanxistas galegos, nace tras más de 40 años de investigación y 13 libros publicados. Lo explica a elDiario.es el propio Lamela (Corcubión, A Coruña, 1945): “La mayor parte de mi trabajo la dediqué a recuperar los nombres de los represaliados, pero durante todo este tiempo fui acumulando documentos que encontraba en los archivos de Salamanca, Madrid o Alacalá de Henares, referida a la otra cara de esta historia”. Sus búsquedas habían desembocado en obras como A represión da Masonería viguesa (2008), Escapado. Do Monte Pindo ao exilio pasando pola illa de San Simón (2009) o A loita dos perdedores. Razón e xénese da guerrilla antifranquista en Galicia (2023). “Pero me di cuenta de que faltaba una pata, conocer a los que asesinaron, a los que cometieron los crímenes”, añade.
Su nuevo ensayo hace una importante aportación. “Los datos son parciales, no son todos, pero sí una buena muestra”, aduce. En concreto, más de un centenar de fichas de dirigentes y pistoleros de Falange española, con información extraída principalmente de archivos oficiales y hemeroteca. Y una bibliografía que le ha servido sobre todo para trazar el contexto. “Si hasta ahora los investigadores no han tirado tanto de los hilos de los represores supongo que fue por miedo a reacciones y denuncias”, asegura, “yo he optado por ceñirme a la documentación. Existe mucha historia oral, pero la he dejado a un lado”.
Las tres patas de la violencia fascista
¿Y por qué se ha centrado en los falangistas? Lamela se refiere a los tres sectores que organizaron la represión posterior al golpe de Estado de Franco el 18 de julio de 1936. El primero, los militares, “que la dirigieron”. “Sus nombres son conocidos, figuran en los consejos de guerra y en las sentencias”. El segundo, delegado por el ejército, lo componían las llamadas fuerzas del orden, “especialmente la Guardia Civil”. Y el tercero, en no pocas ocasiones como auxiliares de la Benemérita, los falangistas, militantes de la versión autóctona del fascismo europeo de los años 30. “Muchos falangistas conformaron una serie de grupos destinados a hacer el trabajo sucio”, relata Lamela, “obedeciendo a los denominados tribunales invisibles, que operaban en los Gobiernos civiles rebeldes y en los que se decidía a quién eliminar físicamente de forma extraoficial”. Las víctimas de los paseos o de las brigadas del amanecer, que en Galicia también respondían al nombre de sacas, claudias o raposas.
“Un aluvión de falangistas se encargaron del trabajo más sucio”, escribe en Golpistas e represores, “convirtiendo las milicias de Falange en un cuerpo parapolicial que asumió la salvaguarda del orden público, entre otras tareas represivas”. El que había sido un pequeño grupúsculo de extrema derecha, fundado en 1933 por José Antonio Primo de Rivera para conspirar y ejercer la violencia contra la II República, se había incorporado a la dirección del Estado tras la masacre de demócratas republicanos de la guerra y la posguerra. Fusionado con las JONS y bajo el nombre Falange Española Tradicionalista y de las JONS sería el partido único de la dictadura franquista. Para entonces, algunos de los personajes exhumados en el libro de Luís Lamela habían caído en desgracia en las sucesivas disputas internas y autodepuraciones del fascismo español.
“En el fondo”, sostiene Lamela, “los falangistas eran a menudo recaderos de instancias superiores para ejecutar la represión. Algunos se saltaban las instrucciones y se descontrolaban e incluso alfunos fueron castigados”. Lo que, en cualquier caso, no encontró el historiador fue remordimiento. Tantos años buceando en los papeles para entender los muertos de aquel verano -la represión en Galicia, señala, resultó especialmente intensa entre agosto y diciembre del 36- y nunca encontró “una sola voz que pidiese perdón por el daño causado”.
Estos son cinco de los nombres incluidos en Golpistas e represores.
Juan Barba Luís: del lerrouxismo a recorrer los montes “para hacer limpieza”
Nacido en Zamora, en 1936 era vecino de Vigo, donde trabajaba como Oficial Técnico del Cuerpo de Telégrafos. Partidario de la República, próximo al lerrouxismo o al Partido del Centro Democrático de Portela Valladares, a finales de 1935, en el ocaso del Bienio Negro -el Frente Popular de las izquierdas ganaría las elecciones en febrero de 1936-, se afilió a la Unión Regional de Derechas. Lamela afirma que “no hay duda” de que estuvo involucrado en los preparativos del golpe del 18 de julio. El día 23 de ese mes, Manuel Hedilla le encargó organizar a la Falange de la ciudad.
El historiador rescata un escrito de Barba dirigido a la cúpula falangista en Madrid. “Si el primer día yo no hubiese detenido a varios compañeros de carrera, que algunos fueron fusilados, otros expulsados, otros expedientados y sancionados (…) si al hacerme cargo de la Casa del Pueblo no me hubiese incautado de documentos en contra de muchos (…) y no hubiese recorrido los montes ni hubiese hecho la limpieza que se hizo, no me habría ganado los odios y la enemistad que me gané”. Tan pronto como en julio del 37, acusado de “negocios inmorales” como el tráfico de monedas con Portugal o la venta del coche del alcalde fusilado de Vigo, Emilio Martínez Garrido, la organización lo expulsó. Lo readmitió cuatro años más tarde. Las relaciones con el partido siguieron siendo tensas debido a sus actividades económicas.
José Antonio Autrán y Flores de Losada: el monárquico que apaleaba comunistas
Nacido en Vigo en 1903 y muerto en la misma ciudad 85 años más tarde, fue marqués de Esteva das Delicias, Grande de España-Caballero de Santiago. Monárquico, su primera militancia fue en Renovación Española, la derecha dura de José Calvo Sotelo. En junio de 1933 estableció los primeros contactos para fundar la Falange de su ciudad y, desde el 28 de abril de 1934, militó en ella, ya como dirigente. Unas semanas antes del golpe, fue procesado por atacar a comunistas y huyó a Portugal, desde donde siguió conspirando contra la II República. El 19 de julio regresó a Galicia para ponerse al servicio de los militares alzados en armas “prestando servicios que no se deben enumerar en la solicitud”, según uno de sus escritos recuperado por Luís Lamela, que lo considera adscrito a los que se denominó eufemísticamente “limpieza, pacificación y control de retaguardia”. El jefe provincial del Movimiento -así se denominaba también el partido único- lo acusó en julio de 1942 de “antifalangista e intrigante” y de dedicarse a difundir el derrotismo “y a la organización clandestina de elementos monárquicos”.
Carlos Folla Fernández: empleado de banca en las milicias de choque
Perito mercantil y empleado del Banco Pastor en A Coruña, donde había nacido en 1908, Folla Fernández participó en octubre de 1934 en una subscripción para apoyar a las fuerzas de orden tras la Revolución de Asturias. En enero del año siguiente ya formaba en la cúpula coruñesa de Falange. El Frente Popular ilegalizó Falange en el breve período de su gobierno y Folla Fernández permaneció en prisión hasta poco antes del golpe franquista. “Desde los primeros momentos se encuadró en las milicias de primera línea, las llamadas de choque, las que participaron intensamente en la la ‘limpieza, pacificación y control”, narra Lamela. Alcanzó el grado de alférez provisional. Un informe de la Guardia Civil, que el historiador descubrió en el Archivo General de la Administración en Alcalá de Henares (Madrid), lo describía así: “Al declararse el Estado de Guerra en esta plaza tomo armas al lado del Ejército contra los marxistas, habiendo prestado diversos servicios de armas en colaboración con la Guardia Civil, demostrando en todo momento gran entusiasmo y alto espíritu patriótico”. En noviembre de 1939 participó el tétrico cortejo que trasladó el cadáver de Primo de Rivera de Alacant (Valéncia) al Escorial (Madrid) -lo cuenta Paco Cerdá en su último libro, Presentes (Alfaguara, 2024). Pero en 1944 cayó en desgracia y fue expulsado e inhabilitado. Lamela desconoce los motivos. Folla Fernández murió en A Coruña en 1981. Poseía varias distinciones falangistas y había recibido diversas recompensas de guerra.
Eduardo Patiño Pérez: el pistolero esquirol
Patiño Pérez había nacido en Curtis (A Coruña) en 1911 y también participó en el cortejo del cadáver de Primo de Rivera. Fue el premio a a su implicación falangista, “primero en la desestabilización del orden social y público del régimen republicano y después en la represión física en la retaguardia coruñesa”. Pero Patiño Pérez no pertenecía ni a la aristocracia ni a la pequeña burguesía empleada ni al gran propietariado: de profesión peón, analfabeto y desempleado, en 1934 ejerció el esquirolaje en la huelga de una obra en la praza de María Pita de A Coruña. Lo hizo armado de pistola, cargada y lista para disparar. Detenido y condenado a cuatro meses de prisión, gracias a la amnistía decretada por las derechas en abril del 34 no cumplió toda la pena. Llegó a residir en el local de Falange, en la rúa Barrera. Tras el alzamiento fascista, “formó parte de numerosos servicios de armas de la Guardia Civil”. Lamela aclara a que se refiere el socorrido “limpieza, pacificación y control” de la retaguardia: persecuciones, detenciones, depuraciones de bibliotecas, incautaciones de bienes, extorsiones, clausuras de sedes de sindicatos y partidos políticos, detenciones arbitrarias, paseos. Además de ayudar al cortejo de Primo de Rivera, Patiño Pérez obtuvo un puesto en la Fábrica de Tabacos de A Coruña.
José Trillo Rodríguez: actividades clandestinas contra la República, después alcalde
Trillo Rodríguez pasó dos meses y medio en la cárcel “por sus actividades clandestinas en contra del régimen legalmente establecido”. Nacido en Corcubión (Costa da Morte, A Coruña) y licenciado en derecho por la Universidade de Santiago, fue otro de los falangistas orgullosos de participar en la “limpieza, pacificación y control” de la retaguardia en la Costa da Morte. No tardó en ascender y, en abril de 1938, fue designado alcalde de su localidad natal. Fue otro de esos “selectos falangistas” que trasladaron los restos de Primo de Rivera al Escorial, “tres docenas de individuos muy destacados en la persecución y represión de republicanos, izquierdistas y sindicalistas”. Pero al igual que otros camisas viejas, no tardó en desencantarse y “frustrado y defraudado” acabó distanciado -Lamela duda de si por decisión propia o por decisión de Falange- del régimen. Murió en 1959 en Santiago de Compostela.