
Deià, de refugio de Robert Graves a escaparate para turistas de lujo
El poeta británico convirtió el pequeño pueblo mallorquín de la Serra de Tramuntana en un epicentro artístico. Tras su muerte, aquel paraíso bohemio se transformó en un ejemplo de gentrificación y en la victoria aplastante del mercado sobre la cultura
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Deià, un pequeño pueblo encaramado en la Serra de Tramuntana mallorquina, se convirtió durante buena parte del siglo XX en un inesperado epicentro de creación artística. Poetas, pintores y músicos con hambre de libertad y belleza encontraron entre sus bancales de olivos, ásperas calas y sus cielos diáfanos un espacio donde la vida recuperaba un ritmo que en otros lugares se estaba perdiendo bajo el asfalto y la prisa.
Entre todos los forasteros que llegaron a Mallorca, uno marcó la diferencia: Robert Graves, el poeta británico que, en 1929, dijo “Adiós a todo aquello” —título de su autobiografía— y se refugió en este rincón mallorquín para reconstruir su vida y su obra. Pero la historia de Deià no es la de un paraíso inmutable. A lo largo del siglo XX estuvo a la vanguardia de muchas cosas, también de la gentrificación que más tarde se extendería por toda Mallorca.
Con la música como hilo conductor, Tomás Graves, el hijo pequeño del poeta, ha tejido en Afinando al alba (Libros del Kultrum, 2025) una crónica de la evolución social y emocional de España y Mallorca, donde Deià aparece como un microcosmos que anticipa la tensión entre la autenticidad y la turistificación, entre el arte como forma de vida y el mercado convertido en espectáculo.
Tomás, músico y escritor, concluye estas memorias —recién editadas en español— en el año 1992, evitando narrar lo que confiesa que “le da mucha pena”: haber sido testigo de la transformación de aquel Deià, que fue un laboratorio de libertad creativa, en un escenario donde la bohemia se convirtió en marca y las casas donde se imprimía poesía pasaron a ser objeto de especulación.
Grupo de artistas y amigos en el café Gelat de Deià, 4 de junio de 1935. De izquierda a derecha: Gordon Glover, un desconocido con sombrero, Laura Riding, Honor Wyatt, Mary Philips, Karl Goldschmidt y Robert Graves (a la derecha).
La especulación inmobiliaria, la escalada infinita de precios y el turismo de lujo se intensificaron con la llegada del hotel La Residencia, que para muchos marcó un antes y un después en la historia del pueblo. “Creo que hay tres etapas en el siglo XX en Deià: antes de la guerra, después de la guerra y después de La Residencia”, resume a elDiario.es Tomás Graves, condensando en una frase el impacto de aquel cambio.
Los años noventa fueron vaciando de artistas el pueblo, reemplazando la autenticidad por el escaparate, los pintores por las galerías y las musas por modelos de revista. “La especulación sustituyó a la autenticidad y le robó al pueblo su alma bohemia”, lamenta Graves. Las fiestas con bongos, vino local y marihuana dieron paso a cócteles caros y al consumo de cocaína entre ricos y celebridades que llegaban en grandes yates, alterando para siempre la calma de Deià.
Muchos sitúan el inicio del fin del Deià bohemio en la apertura de La Residencia. Robert Graves no llegó a ver el deterioro que se produciría poco después, cuando el mercado ganó la partida
La forja del Deià artístico
Robert Graves llegó a Deià con la determinación de reconstruir su vida y su poesía tras el trauma de la Primera Guerra Mundial y el asfixiante clima social de Inglaterra. “La expansión de la técnica y las máquinas tras la guerra le agobiaba”, explica su hijo Tomás, señalando cómo su padre, un poeta celta de alma libre, necesitaba un lugar donde el tiempo se rigiera por las estaciones y no por el reloj.
Le acompañaba Laura Riding, poeta estadounidense, con quien mantenía una intensa relación creativa y personal. Ambos buscaban un lugar asequible y apartado. Fue un amigo pintor alemán de retratos rápidos quien les dijo que en Deià, un pequeño pueblo de Mallorca, “el pescado costaba cinco céntimos y la emigración había dejado muchas casas vacías”. Además, allí ya existía una pequeña colonia de artistas como los catalanes de Llucalcari: Joan Junyer, Sebastià Junyent, Mir, Rossinyol… y los locales estaban acostumbrados a convivir con bohemios. El pueblo, tras el paso del Archiduque Luis Salvador y la memoria lejana de Ramon Llull, había aprendido a recibir a “gente rara” sin escándalo.
Fue entonces cuando Graves comenzó a construir Ca n’Alluny, “la casa lejana” que se convertiría en su hogar permanente y en el epicentro de su producción literaria. Hoy es un museo, dirigido por William Graves, otro de los hijos del poeta. Allí escribiría buena parte de sus poemas, ensayos y novelas históricas, más de cien títulos en total. En aquellos primeros años en Deià, la sencillez y el contacto con la naturaleza permitieron a Graves recuperar la disciplina creativa y el pulso vital que la guerra de trincheras había cercenado.
Rodaje de Deadfall en Mallorca. Varios extras en la escena del baile de disfraces eran artistas de Deià. El actor Michael Caine (izquierda) junto a Robert Graves, disfrazado de mago. A la derecha, otro miembro del equipo de rodaje. Daba la casualidad de que Graves y Caine sirvieron en el mismo regimiento del Ejército Británico.
Robert Graves germinó la semilla de un Deià artístico y libre, un oasis libertario y un refugio de creadores que aspiraban a una vida más simple y fértil, donde la poesía y el arte podían germinar al ritmo de las estaciones y de los influjos de la luna, lejos de las presiones de la modernidad y de la lógica industrial que él había decidido dejar atrás.
Los años treinta fueron el prólogo de lo que Deià llegaría a ser más tarde, “una pequeña república de la libertad creativa”. Con Robert Graves como polo de atracción, comenzaron a llegar al pueblo cada vez más artistas, escritores y músicos en busca de un lugar donde la vida se fundiera con la creación. En Ca N’alluny, Graves no solo escribía, también tejía redes de amistad y complicidad artística que convirtieron a Deià en un refugio sin igual en el Mediterráneo.
La historia de Deià no es la de un paraíso inmutable. A lo largo del siglo XX estuvo a la vanguardia de muchas cosas, también de la gentrificación que más tarde se extendería por toda Mallorca
Las fiestas que se organizaban en el pueblo reflejaban esta atmósfera. Laura Riding, pareja de Graves en ese momento, ponía discos de Louis Armstrong, después un grupo local tocaba en vivo y la gente bailaba “agarrados”, algo excepcional en la Mallorca de la época. Deià comenzaba a llenarse las noches del sábado de jóvenes de otros pueblos atraídos por esa libertad de costumbres que ya anticipaba el espíritu contracultural que años más tarde inundaría el lugar.
Graves propuso crear en Deià una comunidad artística y una universidad libre como alternativa al turismo incipiente, que ya generaba desconfianza entre los creadores. La idea naufragó cuando un temporal destruyó la carretera que conectaba el pueblo con la cala, un proyecto que Graves había financiado con los derechos de autor de Yo, Claudio.
Robert Graves y Joshua Podro en Deià. Podro fue coautor junto Graves de The Nazareen Gospel Restored (1953)
La interrupción de la guerra
En 1936, con el estallido de la Guerra Civil española, el ambiente de libertad y apertura que se respiraba en el pueblo se transformó en sospecha y peligro. Solo una familia extranjera, la del pintor Gites, resistió los años de la contienda encerrada en su casa. Las autoridades no le dejaban pintar paisajes por temor a que pudiera facilitar información para un desembarco del enemigo.
Robert Graves y Laura Riding se vieron obligados a abandonar la isla. Un barco de la Royal Navy evacuó a los británicos de Mallorca. Graves convenció al capitán para que permitiera subir a Karl Gay, un amigo alemán y judío. Fue un gesto que probablemente le salvó la vida, ya que de regresar a Alemania habría terminado en un campo de concentración.
Tras abandonar Mallorca, Graves y Riding pasaron un tiempo en Francia, pero la Segunda Guerra Mundial los obligó a cruzar el Atlántico. Fue en Estados Unidos donde Graves conoció a Beryl, esposa inglesa de su colaborador Alan Hodge, quien se convertiría en su compañera definitiva. En esta travesía por el desierto, lejos de Mallorca, escribió su libro más influyente, La Diosa Blanca (1948), en cuya inspiración celta también se palpa la mitología mediterránea de su añorada Deià.
Con Beryl tuvo tres hijos y, tras la contienda, sintió la llamada de la isla que había dejado atrás. En 1946, Graves regresó a Mallorca con su nueva mujer, universitaria de ideas izquierdistas, quien le siguió con sus tres hijos. Ocho años después nacería su hijo Tomás, quien ahora es memoria viva de aquel Deià irrepetible.
Portadas de primeras ediciones de algunas de las obras más conocidas de Robert Graves, muchas de ellas escritas en Deià.
En Deià, Robert Graves encontró un lugar donde escribir, amar y vivir en plenitud. Pero la especulación inmobiliaria y el turismo de élite cambiaron para siempre el latido del idílico pueblo
El apogeo en los años 50 y 60
El regreso de Graves marcó el primer paso hacia el renacer de Deià como enclave creativo. Los años de posguerra, con Europa recomponiéndose, fueron el preludio de un nuevo auge artístico en la década de los cincuenta, cuando aquella Mallorca rural y barata se convirtió en un imán para artistas de todo el mundo que buscaban vivir con poco, divertirse y crear. Deià se transformó de nuevo en un refugio para pintores, músicos, poetas y fotógrafos que compartían mesa, sueños y fiestas, en un lugar donde la vida y el arte podían fundirse a precios razonables.
En esos años, el pueblo recibió primero a los beatniks y más tarde a los hippies, quienes encontraron en Deià un espíritu de contestación y búsqueda espiritual similar al que había motivado a Robert Graves a establecerse allí décadas antes. “En los 60 ocurrió algo que Graves ya había vivido en los 20: una reacción a la guerra y al materialismo que provocó la búsqueda de algo más espiritual”, señala Tomás Graves, conectando la contracultura con la filosofía vital de su padre. En esa época, Robert se convirtió en el patriarca de Deià como antes lo habían sido el Archiduque Luis Salvador y Ramon Llull. “En los años 50 empezaron a afincarse grandes figuras en Deià, entre ellos George Sheridan y William Waldren… Luego el pintor Mati Klarwein llegó también en el 57 o 58… Había un ambiente de libertad, un ambiente social muy relajado y abierto, había muchas fiestas”, añade Tomás.
Se organizaban celebraciones improvisadas en la cala, en Ca n’Alluny o en las casas que los artistas cuidaban a cambio de un techo. “Las viviendas eran baratísimas… muchas estaban vacías y se deterioraban si no las habitabas. Ahí entraban los poetas y los pintores bohemios que podían jactarse de sufrir por su arte al tiempo que disfrutaban intensamente de la vida”, explica Tomás. También llegaron los músicos. “Robert Wyatt trajo un amigo suyo que era Kevin Ayers, y este trajo a Daevid Allen… llegaron a formar un grupo que se llamaba Soft Machine… el núcleo se fraguó aquí en Deià”, relata.
Robert Graves junto a Camilo José Cela en 1968, el día en que Deià nombró hijo adoptivo al poeta inglés.
Serafine Klarwein, hija de Mati Klarwein –conocido como “el pintor anónimo más famoso del mundo” y autor, entre otras obras, del cuadro que usó Santana como portada de su álbum Abraxas–, lo recuerda así para elDiario.es: “Tú entrabas en una casa y alguien estaba pintando y te decía: ‘Ah, pues pinta ahí’. O ibas a otra casa y había música, en otra preparaban una obra de teatro… todo era participativo. Era una auténtica comunidad de artistas”.
Durante esta etapa, Graves y su familia fueron un referente para la comunidad, mostrando respeto por quienes trabajaban con dedicación y observando con distancia a quienes solo buscaban diversión. El ambiente de Deià combinaba libertad con disciplina creativa. Robert Graves mantenía un ritmo estricto: escribía hasta el mediodía, luego nadaba en la cala y regresaba a su estudio para continuar con su producción literaria. Algo similar ocurría con Mati Klarwein, que pese a alargar las fiestas hasta las cinco de la mañana, cada día se levantaba a las ocho, pintaba de nueve a una sin faltar, dormía una gran siesta y retomaba los pinceles antes de la siguiente celebración.
Como describe Tomás, Deià era una “olla” en la que todo resonaba y nada pasaba desapercibido, pero el respeto por el arte era un valor compartido. Los años 50 y 60 supusieron el apogeo artístico de Deià. En sus calles se cruzaban pintores que habían expuesto en París, músicos que grababan en Londres y escritores americanos que buscaban inspiración junto al mar. Todo esto ocurría en un espacio muy pequeño, con una sola carretera de entrada y otra de salida. Un microcosmos, aislado y, a la vez, conectado con el mundo.
El escritorio de Robert Graves en Ca n’Alluny, conservado con sus objetos personales y útiles de escritura
La llegada de la decadencia
Robert Graves murió el 7 de diciembre de 1985 y está enterrado en el hermoso cementerio de Deià, bajo un gran ciprés. Se ahorró el disgusto de presenciar el deterioro que se produciría poco después en su pueblo adoptivo. La idílica “república artística” de Deià comenzó a resquebrajarse con la llegada del turismo de masas y la especulación inmobiliaria de las décadas de 1980 y 1990. Lo que había sido un enclave de artistas y buscadores de libertad se fue transformando, poco a poco, en un escaparate para turistas de alto poder adquisitivo y en un destino para famosos en el que la población local, que ya lo había visto todo, les dejaba en paz.
Tumba de Robert Graves en el cementerio de Deià, bajo un ciprés y rodeada de flores, con la sencilla inscripción “Poeta”.
Muchos sitúan el punto de inflexión en la apertura de “La Residencia”, el lujoso hotel que se instaló en el pueblo sobre terrenos que habían formado parte de Son Canals. Lo que para algunos supuso un paso hacia la modernidad y la proyección internacional de Deià, para otros significó el inicio del fin del espíritu bohemio que había caracterizado al pueblo durante décadas. Otros apuntan, en cambio, a “las ambiciones de un alcalde constructor que quería pulir un poco la imagen de hippies sucios y lo que hizo fue acabar fastidiándolo todo”. Los beatniks y hippies que habían envejecido en el pueblo asistieron al cambio con resignación, mientras otros se marcharon. Las fiestas en la cala y las jam sessions improvisadas dieron paso a cócteles caros y cocaína a ritmo de DJ’s.
Graves pasó sus últimos años recluido en Ca n’Alluny, rodeado de familia, amigos y la luz de Deià. El cementerio de Deià, con vistas al mar y un gran ciprés, guarda la tumba sencilla del poeta
El contacto genuino entre artistas y vecinos se diluyó. “Pasamos de una vida en dos dimensiones a tres dimensiones”, recuerda Tomás Graves, refiriéndose a la transformación de un pueblo donde los estudios de los artistas se convirtieron en inmobiliarias y las casas antes habitadas por poetas lunáticos pasaron a ser residencias de lujo a precios inverosímiles. “Cuando Deià pasó de ser el pueblo más barato de las islas al más caro, se convirtió en un cementerio de elefantes”. Serafine Klarwein es más contundente: “Ahora veo Deià como un cadáver. Los ricos son como buitres que sobrevuelan el cuerpo muerto. Y los turistas son las moscas que se podan sobre lo que queda de él”.