Ingeniería del odio en Torre Pacheco

Ingeniería del odio en Torre Pacheco

La detención de un líder ultra en Mataró permite empezar a revelar las conexiones entre diferentes episodios de este intento de impulsar un nuevo escuadrismo fascista en las calles», escribe Ferran Pedret, presidente del grupo del PSC en el Parlament

Las algaradas nocturnas en Torre Pacheco no han sido fruto de un estallido espontáneo. Es el resultado de una sofisticada ingeniería del odio, que hace tiempo que depura sus métodos y procesos.

En esta clave hay que leer y entender la aparición de la turbamulta en Torre Pacheco. Estamos ante una larga sucesión de ensayos para combinar el dominio de la conversación pública mediante el uso de los medios de comunicación de masas —hoy las redes, sin que falte el auxilio de los medios tradicionales— con el ejercicio de la violencia física o la intimidación para dominar el espacio público.

El músculo exhibido es acéfalo sólo en apariencia. Sirve a la estrategia de general de agitación permanente y asalto al poder desplegada desde otros frentes, a menudo enmoquetados.

La detención de un líder ultra en Mataró permite empezar a revelar las conexiones entre diferentes episodios de este intento de impulsar un nuevo escuadrismo fascista en las calles. El pasado y el presente de las conexiones ultras de Vox va quedando al descubierto. Llevan tiempo aplicando el método. Ya se vieron afinidades así durante la agitación e infiltración de la oposición a la instalación de un oratorio en la calle Japó (Nou Barris, Barcelona), o justo después de la DANA en Valencia. Ahora sabemos que en Mataró y en Torre Pacheco se ha repetido el esquema, y no es casualidad la concentración en el tiempo de varios episodios similares, este verano, en el cual la convergencia estratégica de las derechas y las extremas derechas tiene todo tipo de prisas y urgencias.

La extrema derecha, tomando como pretexto problemas de seguridad o convivencia, dirige las iras hacia grupos enteros de población, esperando así crear el clima de desestabilización y caos aparente en el que les resulte fácil prosperar y ofrecerse como solución, con la receta de la mano dura y del hombre fuerte que nos es conocida. La derecha silente, cómplice y ávida, espera recoger el fruto electoral de la escalada, quizá sin recordar que a menudo es Saturno el devorado por sus hijos, y no al revés.

Están en marcha los mecanismos de simplificación, que resume bien A. Scurati en ‘Fascismo y populismo’: toda complejidad reducida a un único problema. Todo problema reducido a un único enemigo. Este enemigo es el extranjero, calificado de invasor, pero también el enemigo interior, el progre o el traidor a la patria, disculpen la redundancia.

Están en marcha las dinámicas de creación del miedo. El miedo a la pérdida de lo poco que se tiene, a la pérdida de reconocimiento o estatus. Pero este miedo es reorientado por la extrema derecha, soslayando un conflicto vertical, de clase, que enfrentaría los intereses de las mayorías sociales con los de las minorías privilegiadas —que han sido siempre y siguen siendo las grandes financiadoras y beneficiarias de las diferentes iteraciones del fascismo— para convertirlo en un conflicto horizontal, con el otro, el diferente, el migrante, convertido en amenaza por su mera existencia y presencia en nuestro cuerpo social.

Sin embargo, no basta con el miedo, hay que transformarla en odio. La amenaza debe ser existencial, así que la retórica tiene que ser crecientemente agresiva y el peligro del reemplazo poblacional, de la disolución de la nación, tiene que anunciarse como inminente. Es el odiado y deshumanizado enemigo exterior, acampado en casa, el culpable de todos los males. Ayudado por el enemigo interior, claro, más odioso si cabe. En nuestro caso, este enemigo interior es la antiespaña que siempre ha movido las más bajas pasiones de los atavismos patrios.

Así, para la defensa de la nación asediada por enemigos internos y externos, se llamará a rebato, se suspenderá el sentido crítico, se reclamarán o justificarán poderes extraordinarios, que ya nunca se cederán.

Conocemos la canción. Si a alguien no le suena, que aguce el oído. La desagradable melodía hace rato que suena, con mayor o menor intensidad.

Sabemos qué esperar si logran su actual objetivo. Lo vemos en las formas y procedimientos de las deportaciones practicadas en EEUU y en la desaparición de fondos federales para sanidad o educación. Lo vemos en la cruel motosierra de Milei. Hasta en el autogolpe frustrado de Bolsonaro. En la prohibición de la manifestación del Orgullo en Budapest.

Más cerca, la voxización del PP ya nos permite verle las orejas al lobo, con auténticos desmantelamientos de la sanidad o la educación públicas, políticas antisociales y prácticas antisindicales, abandono de las políticas de vivienda o de la cooperación al desarrollo, ataques a la lengua catalana y un largo etcétera de spoilers del auténtico programa de gobierno que se aplicaría si llegan a alcanzar el gobierno de España.

Quieren hacernos creer que ya todo está perdido, que su victoria es inexorable. Por momentos parece que logren implantarnos la mentalidad de derrotados, pues puede resultar apabullante informarse de lo que sucede a nuestro alrededor.

No es así en absoluto. Hay una fuerza y un potencial enorme en la construcción de un proyecto basado en la confianza en nuestra capacidad colectiva para erigir un hoy y un mañana mejor, en la construcción de un nosotros en las antípodas del miedo. Debemos apresurarnos en habilitar espacios donde compartir las ideas, construir las confianzas y concertar, desde nuestras diversidades, la unidad de acción que será menester. Que cada uno aporte su cabal y su experiencia y, entre todos, la necesaria organización, el espíritu combativo y la determinación militante para vencerlos una vez más.