
Juan Gayo, el último vaqueiro de alzada que impulsó el orgullo de las brañas con la Fiesta de la Trashumancia
Los pastores trashumantes asturianos tenían una vida que transcurría entre las brañas y zonas de pasto de los puertos de montaña en verano, al regreso a los pueblos y sus valles en invierno: una vida entre dos hogares
Hace sesenta y cinco años, cuando Juan Gayo nació en la braña de Las Tabiernas, en el concejo de Tineo, nadie quería ser vaqueiro. Ahora, justo delante de su coche, hay un gimnasio muy moderno cuyo nombre es “Vaqueiros Dance”. Hace un sol de justicia en Tineo capital y Juan apoya su bastón con fuerza sobre la acera, mira el letrero y piensa en voz alta: “Ser vaqueiro está de moda, pero estuvimos muchos años castigados en la marginación”… y patalea con su muleta… A Juan no le van las modas.
Lleva sesenta y cinco años luchando precisamente para lograr todo lo contrario: que la cultura vaqueira sea reconocida y respetada en Tineo y en Asturias. Nada de modas efímeras; él quiere un arraigo cultural perenne. Juan Gayo es el último vaqueiro de alzada, porque fue el último que nació en la braña y que creció haciendo la trashumancia. Juan iba a dos colegios, seis meses a cada uno (a Naraval y Villatresmil), y tenía dos casas. Un modo de vida y de entenderla que cada año se revive en la Casa’l Puertu, en la Fiesta de la Trashumancia, de la que Juan fue fundador. “Se fraguó en la fiesta de La Caridad en Navelgas, en agosto de 1987”, concreta.
Fue en Tineo capital, donde ahora vive —aunque sube todos los días a la braña a cuidar de sus animales—, donde Juan comió el primer helado de su vida, cuando era un niño y solo pensar en bajar de la braña a Tineo le daba reparo y cierta vergüenza. “Como estabas en la braña, te parecía que cuando venía la gente de Gijón o de otros sitios era diferente, y a mí me daba por esconderme. Mi madre me dijo que bajábamos a Tineo a cortar el pelo, y fue el peluquero el que me invitó a aquel primer helado”. Un cucurucho de nata y almendra que le recuerda la dulzura de cuando los vaqueiros se daban cuenta de que, en realidad, eran unos más entre tanta gente y que no había motivo por el que esconderse. Juan jamás tuvo más miedo de volver al peluquero desde que probó aquel helado.
Juan Gayo
La vida vaqueira no es una vida cualquiera, y además de cambiar de casa en busca de mejores pastos para el ganado, el vaqueiro tiene muchas más tradiciones latentes dentro, y de todas ellas se siente Juan orgulloso. “El respeto por la familia es fundamental para un vaqueiro, el valor del esfuerzo, el amor por las costumbres propias, la manera de ayudarse entre los vecinos…”, recuerda. Y se le viene a los oídos su madre, con la que tantas veces cantó vaqueiradas en la cocina o donde cuadraba. “Siendo un neno, cantaba debajo de la escalera; después, como se me daba bien, ya les amenizaba las fiestas en el pueblo o en la seronda. ¡Al principio me daba vergüenza! Los vaqueiros estuvimos muchos años viviendo con la sensación de que era mejor estar escondidos”, apunta.
Pero de aquella vida con sus padres entre Las Tabiernas y Silvallana, a donde peregrinaban con la casa a cuestas y con todo el ganado en busca de mejores pastos, de los años en dos escuelas, de los romances que sonaban delante de la cocina de leña, de los sabores de los frixuelos vaqueiros, del engrupo y de las natas, de la pulienta hecha a base de harina de maíz del país y que se comía “compartida todos en el mismo plato”, ha hecho Juan su misión: poner en valor la cultura vaqueira. “Ahora que están acabando con los pueblos, recuerdo la unión de los vecinos. Cuando matábamos los cerdos, nos juntábamos todos y se hacía una gran cena y participaba todo el mundo. O aquellas partidas de cartas… cuando íbamos a sembrar las patatas”, explica.
Como vaqueiro, reconoce que siempre han tenido ellos un carácter un tanto desconfiado: “Es la consecuencia de estar históricamente repudiados, del desprecio con el que nos miraban”. Esas miradas eran más duras que el invierno tirando de la casa a tus espaldas, mucho más frías. “La braña te hace ser muy humano y tener la capacidad de ayudar siempre, aunque tengas poco. Esas son las mayores virtudes de un vaqueiro”, explica Juan, y echa un vistazo a Las Tabiernas, su braña, donde nació y donde ahora mismo casi no vive nadie.
Juan Gayo, el último vaqueiro de alzada nacido en una braña
No tenía Juan treinta años cuando decidió que el vaqueiro, su cultura y sus tradiciones debían de tomar forma en una fiesta, en la que se hace una trashumancia hasta la Casa’l Puertu. Todos los años. “Es una forma de que la gente pueda ver en parte en qué consiste la trashumancia, de que no nos perdamos en el olvido. Al final, somos los vaqueiros una parte fundamental de la cultura de Asturias”, señala. El 8 de septiembre, coincidiendo con el Día de Asturias, se celebra esta fiesta en la que se hace un desfile desde la braña de Las Tabiernas, del carro del país tirado por bueyes y trashumantes con pascualinos y a caballo. Ahí comenzó a gestarse el orgullo vaqueiro. Era la primera vez que sus costumbres eran admiradas por los demás y no escondidas.
Dice Juan Gayo que fue precisamente esa fiesta y el hecho de poner en valor la cultura vaqueira lo que ha conseguido que, con el paso del tiempo, ser vaqueiro haya pasado de ser algo que ocultar a un motivo de orgullo. “Ahora bien, no me gusta esa moda de que ahora todo el mundo es vaqueiro. Nosotros no somos especiales, somos gente como otra, con nuestras costumbres y nuestra forma de vivir. Yo me siento muy orgulloso de ser vaqueiro, pero ni todos lo somos ni es cuestión de moda; lo importante es defender los orígenes de cada uno y saber de dónde venimos”.
Juan Gayo nota en las nuevas generaciones mucho interés en saber cómo vivían los vaqueiros, y eso le reconforta, él, que siempre ha sido un enamorado de la cultura en general y de la vaqueira en particular.
Durante todos estos años, Juan ha sido el máximo defensor del vaqueiro en Asturias y no piensa dejar de hacerlo, menos ahora que está jubilado. Y es que lo de Juan nunca fue una moda. Hace muchos años que dejó de esconderse para darle la vuelta a la historia y desde entonces se siente más libre y quizás también, más vaqueiro: orgullo vaqueiro.