Teatro de sombras

Teatro de sombras

Recibir coimas de los beneficiarios para sustituir la voluntad popular en la elaboración de leyes y reglamentos o sus reformas es una actitud mafiosa y desde luego socava los cimientos de nuestro sistema democrático

Cristóbal Montoro, el ministro que hizo giratoria la puerta principal de Hacienda

Sostenía Carlos Marx en su tiempo que los parlamentos, donde reside el poder legislativo, eran un teatro de sombras. Sombras chinescas, es decir, que lo que veíamos representado en una fina pantalla de papel no era la realidad sino lo que ocurría detrás mediante un artefacto ingenioso de juego de manos, un engaño, muy distinto de lo que pasaba de verdad, en la mayoría de los casos, fuera del parlamento. A pesar de la joven metáfora, no era original, ya lo había dicho Thomas Hobbes, bien cierto que antes de la Revolución Gloriosa de Inglaterra de 1689 que consagraría para siempre el poder legislativo, el parlamento, frente al poder absoluto de la monarquía.

Con la creencia de que los parlamentos, el poder legislativo, son centrales en el sistema democrático hemos crecido, no sin altibajos y crisis. A Von Bismarck se le considera autor de las dudas sobre el asunto: “Nadie debería saber ni cómo se hacen las salchichas ni las leyes”. Lo sabría él que tanto poder tuvo. Hay debate sobre su autoría pero teniendo en cuenta que le reconozco autoridad salchichera, la doy por buena.

En nuestro tiempo, el Tribunal Constitucional ha estatuido la centralidad del poder legislativo en nuestro sistema democrático; derivado de esa centralidad, se reconoce el poder del pueblo que se sienta en el Parlamento, el Congreso de los Diputados, como titular de un poder que le concede la ciudadanía mediante elecciones libres y directas. De ello también deriva el poder reglamentario residente en el poder ejecutivo, el Gobierno.

Resulta que mediante pago, una coima, las leyes pueden no ser debidas a los que se sientan en el parlamento sino a los que no se sientan y nunca se han sometido a unas elecciones

Así hemos vivido, creídos de esa centralidad como pilar básico de nuestro sistema político, de tal manera que solo nos regimos por las leyes que emanan de la soberanía popular y que obligan a todos, incluidos los propios miembros del poder legislativo y del ejecutivo. Y del judicial, por mucho que algunos jueces se rebrinquen y se manifiesten en algaradas callejeras en sus días moscosos o de asuntos propios.

Todo parece haber saltado por los aires; de pronto, hemos salido de la ingenuidad. Resulta que mediante pago, una coima, las leyes pueden no ser debidas a los que se sientan en el parlamento sino a los que no se sientan y nunca se han sometido a unas elecciones. Sabemos del poder inagotable de las grandes corporaciones pero que incluso redacten de su puño y letra medidas legales, reglamentarias y hasta enmiendas a los presupuestos generales del Estado es la peor de las pesadillas que un demócrata puede soportar en una mala noche de insomnio antidemocrático.

Según todo lo sabido, contenido en una instrucción, bajo un secreto –sepulcral– de sumario, respetado durante siete años, sin filtraciones, con implicaciones preocupantes de la Fiscalía Anticorrupción, un ministro, un ministerio, han usurpado el poder legislativo para que este legisle a la medida de los corruptores, ha usurpado el poder reglamentario para que un Gobierno actúe a la medida de las necesidades de empresas particulares. Se imaginan, es como una pesadilla orwelliana; ¿se imaginan a todos los perjudicados de las eléctricas y sus cortes, barrios menesterosos enteros unidos legislando para los intereses de su pobre economía sobornando a un ministerio mediante coimas recaudas en cuestaciones populares, claro?

Hoy hemos avanzado mucho en trazabilidad, podemos comer salchichas casi tranquilos, pero en cuanto a las leyes su trazabilidad ha sido rota

El asunto Montoro es más grave de lo que parece porque un ministro, sin que se enteren en su gobierno, pongamos que el de M. Rajoy, sin que lo supiera el que milagrosamente lo descubrió, eligió, hizo ministro y luego siguió apoyando, pongamos que José María Aznar, sin que lo sospechara el líder de la oposición que ahora se vale de los amigos de Montoro para su equipo fiscal, se ha dedicado a suplantar el papel del poder legislativo, mediante precio, sostiene el auto. Es más, los tres citados, han portado al alimón una pancarta aún calentita que rezaba: Mafia o democracia. Efectivamente, recibir coimas de los beneficiarios para sustituir la voluntad popular en la elaboración de leyes y reglamentos o sus reformas es una actitud mafiosa y desde luego socava los cimientos de nuestro sistema democrático.

De Von Bismarck ya me creo que supiera mucho de salchichas, también de leyes por su posición ciertamente autoritaria en el Reich alemán. Hoy hemos avanzado mucho en trazabilidad, podemos comer salchichas casi tranquilos, pero en cuanto a las leyes su trazabilidad ha sido rota y por el bien de la democracia necesita urgentemente una explicación y mucha determinación.