Ansiedad en vacaciones: cuando la urgencia por descansar es lo que no te deja desconectar del todo

Ansiedad en vacaciones: cuando la urgencia por descansar es lo que no te deja desconectar del todo

Las altas expectativas sobre nuestro bienestar en este periodo del año pueden ser más un riesgo que un beneficio; al aspirar a una desconexión demasiado exigente y perfeccionista podemos, a veces, conseguir el efecto contrario invocando ciertas emociones de difícil gestión

Entrevista – Juan Evaristo, filósofo: “La libertad tiene que ver con descansar a pierna suelta y no con moverse como pollos sin cabeza”

Psicológicamente, uno de los mayores desafíos del verano es gestionar la ansiedad que acompaña a la frustración generada por las expectativas, esas que nos ponemos ante la planificación y disfrute de nuestro tiempo libre.

En la estación de la hiperplanificación, la nostalgia por lo no vivido dispara nuestras autoexigencias ante la posibilidad de alcanzar cotas de mayor felicidad, a veces simplemente inalcanzables. Es ahí donde debemos centrarnos en ajustar nuestras expectativas y aferrarnos a la renuncia como bandera y convertirla en el eje de una época donde parece que la tristeza, el malestar o la ansiedad, no son bien vistos.

“¿Y si hay algo mejor?”, parece que nos dice nuestro yo del futuro, máster en autoboicot. El bienestar rutinario ha pasado a ser el enemigo público número uno y la exponencialidad infinita de las posibilidades, no solo vacacionales, dispara las aspiraciones de una población agotada y frustrada, pero más productiva que nunca.

En un país donde, en plena crisis inmobiliaria, el sector del turismo no cesa en batir récords, nadie quiere quedarse atrás y hasta la pausa se penaliza cuando tenemos que descansar –en el caso de poder permitirnos parar; casi dos de cada diez trabajadores con empleo en España, un 18%, no pueden permitirse una semana de vacaciones. Superando así a la media europea, situada en el 15%–.

El FOMO y el peligro de las altas expectativas

Ya inmersos en mitad de la campaña estival, somos testigos de cómo a nuestro entorno se agita a causa de la gestión vacacional –en el mejor de los casos– que cada vez nos somete y nos ahoga más, ya sea por los precios o por la urgencia cada vez más apremiante que tenemos por reservar aquello de lo que queremos disfrutar, ante la posibilidad de perdernos algo y enfrentarnos al temido FOMO, un fenómeno psicológico caracterizado por la angustia ante la posibilidad de perder oportunidades, experiencias o beneficios que otros estén viviendo como gratificantes. Y una de las herramientas más eficaces del marketing emocional de las sociedades modernas, cuyas consecuencias negativas más comunes, según indican distintos estudios, están relacionadas con la ansiedad, la depresión y el estrés.

La capitalización del deseo por parte de los mercados es una de las fuentes más rentables de interés económico y cualquier experiencia se nos presenta como una proyección más positiva y placentera de nosotros mismos. Ante esta posibilidad puede surgir también un sentimiento de rechazo, despertando sentimientos de no pertenencia y afectando así a nuestra autoestima, generando sentimientos de tristeza, vergüenza o inseguridad.

La proyección de nuestro bienestar hacia un futuro a corto plazo, en una época ligada históricamente con el descanso vacacional, correlaciona con las expectativas que depositamos en ello y a las que nos exponemos. Alcanzar un estado elevado de desconexión en vacaciones se vincula directamente con lo laboral, ya que las aspiraciones de recuperación, la búsqueda del reseteo y la puesta a punto para combatir el estrés acumulado durante el año, tienen que ver en muchos casos con la posterior vuelta a la rutina: debemos estar preparados y volver a ser ‘funcionales’, para volver a agotarnos una y otra vez. Un nuevo mantra del capitalismo vacacional.

La búsqueda del reseteo y la puesta a punto para combatir el estrés acumulado durante el año, tienen que ver en muchos casos con la posterior vuelta a la rutina: debemos estar preparados y volver a ser ‘funcionales’, para volver a agotarnos una y otra vez

Si consumir nos aísla y nos hace competir, lo mismo ocurre con la productividad. Si no damos pie al descanso y a la desconexión, a la pausa y al aburrimiento, corremos el riesgo de exponernos a nuevos sentimientos de insuficiencia. Estos sentimientos de no valía pueden ser un problema mayor si lo que pretendemos es precisamente lo contrario: descansar.

Hacer un curso en vacaciones, aprovechar el fin de semana para liberarnos carga, quitarnos tareas de encima renunciando al contacto social, cuidar nuestra dieta en exceso, o ponernos en forma en los márgenes de nuestro día a día, quizá tenga más que ver con la posibilidad de encontrarnos ante un residuo de ese capitalismo en el que estamos inmersos, que nos exprime y explota buscando sacar lo mejor de nosotros mismos, renunciando al ocio y al disfrute para mantenernos al 100% en el trabajo, que de los autocuidados. Cuando esto ocurre, probablemente estemos ante una señal de que todavía faltan límites por marcar para el cuidado de nuestra salud mental.

Según un estudio del Global Wellness Institute, el turismo de bienestar se define como “viajar para mantener, gestionar o mejorar la salud y el bienestar, motivado por el deseo de una forma de vida sana, la prevención de enfermedades, la reducción del estrés y la gestión de hábitos poco saludables”.

Convertido el bienestar en mercancía, debemos volvernos disidentes del positivismo tóxico, y desconfiar también de un itinerario que suele estar lleno de experiencias proactivas, voluntarias, no invasivas y medicinales, que buscan a toda costa establecer así un equilibrio mente-cuerpo. Estas expectativas sobre nuestro bienestar, en este período del año, pueden ser más un riesgo que un beneficio y pueden estar movidas por la adaptación de la conducta; la adquisición de destrezas y habilidades de normalización, entendiendo por normal aquello que dictan los intereses del capital.

Nos encontramos ante la adaptación a un estilo de vida gobernado por el consumo y la competencia que nos dice cómo o a quién querer, cómo comportarnos o incluso cómo o con qué fantasear.

Las oportunidades perdidas y el pensamiento contrafactual

Según explica el investigador Dominik Neumann, especializado en medios, marketing psicológico y comportamientos del consumidor, las normas y tendencias sociales influyen en nuestra toma de decisiones. En un estudio, publicado en 2020 para la Universidad Estatal de Michigan, el autor explica cómo las personas experimentamos el FOMO cognitiva y afectivamente, fragmentando esta percepción en un proceso dinámico que comprende cuatro mecanismos: la comparación social, las oportunidades previas perdidas y el pensamiento contrafactual, el afecto negativo y dos formas distintas de afrontamiento, la paralización o la motivación para la acción. Este proyecto fue el primero en vincular la experiencia FOMO con el comportamiento de búsqueda de riesgos. Esto tiene implicaciones para la investigación del comportamiento del consumidor, ya que el riesgo percibido es fundamental en los procesos de toma de decisiones en el acto de consumir.

Si no damos pie al descanso y a la desconexión, a la pausa y al aburrimiento, corremos el riesgo de exponernos a nuevos sentimientos de insuficiencia

La posibilidad de crear situaciones alternativas imaginarias sobre lo que podría haber sido es lo que llamamos pensamiento contrafactual, un tipo de pensamiento que se encarga de la producción de situaciones imaginarias y que es una de las bases de la creatividad humana. En este sentido, comparar la realidad con una versión hipotética de la misma puede ayudarnos a aprender de errores pasados y a optimizar la toma de decisiones futuras, reduciendo la culpa o el arrepentimiento. Sin embargo, también puede generar frustración, ansiedad, culpa o incluso obsesión si se centra demasiado en escenarios negativos o inalcanzables.

Conviene subrayar que hoy en día lo rutinario tiende a confundirse con el conformismo, en una sociedad donde las cotas de productividad están disparadas y las dificultades para desconectar de los entornos laborales son cada vez más complejas, debido entre otros factores, a la hiperconexión digital y a la necesidad de autorrealización constante. En este sentido, algunos estudios afirman que el 67% de los españoles es incapaz de desconectar del trabajo durante las vacaciones de verano. Aunque estemos de vacaciones, muchas veces seguimos atados al trabajo: contestamos correos, respondemos llamadas y no dejamos de pensar en asuntos pendientes. Esto se conoce coloquialmente como “síndrome de la tumbona”, una sensación de no poder desconectar del todo, que puede generar estrés, ansiedad, problemas para dormir o concentrarse, e incluso afectar el apetito.

Aspirar a una desconexión demasiado exigente y perfeccionista o vivir el descanso con una urgencia desmedida puede, a veces, conseguir el efecto contrario y generar un efecto llamada invocando ciertas emociones de difícil gestión, como la ansiedad, que a su vez nos acercará a una rumiación estéril provocando distorsiones cognitivas como la anticipación de catástrofe, la generalización o el pensamiento dicotómico.

Esta paradoja recibe el nombre casual de “stresslaxation o ansiedad inducida por relajación. Un término que describe un fenómeno que puede afectar a entre un 30% y 50% de las personas que practican técnicas de relajación. Algunos estudios sugieren que las personas con ansiedad pueden ser incluso más propensas a sufrirla dando lugar a una teoría denominada Modelo de Evitación de Contraste, que explica cómo algunas personas sienten rechazo y un aumento repentino de ansiedad en momentos de calma y usan la preocupación como una forma de prevenir estos estados de ansiedad. De forma similar, la teoría también explica que practicar la relajación puede dar lugar a un aumento de las probabilidades de experimentar mayores cotas de ansiedad.

En definitiva, a las puertas de las vacaciones del descanso, la desconexión del mundo laboral se nos presenta como la posibilidad de dar carpetazo a un curso que se encuentra en un momento psicológicamente crítico. Nos encontramos en ese instante en el que ante la posibilidad de alcanzar la cima, debemos hacer un último esfuerzo, irracionalmente el más importante de todos. El que, según nuestro Yo, máster en autoboicot, nos permitirá empezar las vacaciones con las expectativas cubiertas de una etapa anterior y proyectarnos a otras nuevas expectativas. El problema es que, una vez llegados a la cima, corremos el riesgo de tener que buscar otra cima mayor para satisfacer así nuestra ambición. Una inercia peligrosa.

Aunque estemos de vacaciones, muchas veces seguimos atados al trabajo: contestamos correos, respondemos llamadas y no dejamos de pensar en asuntos pendientes. Esto se conoce coloquialmente como “síndrome de la tumbona”, una sensación de no poder desconectar del todo, que puede generar estrés, ansiedad o problemas para dormir

Algunas ideas para un descanso más seguro

Lejos de hacer de esto un espacio terapéutico, aquí van algunos de los ejes a tener en cuenta para que nuestro descanso sea algo más seguro:

Gestión en el uso de las pantallas:

Podemos reubicar la tensión de nuestro Sistema Nervioso Autónomo huyendo de la hiperconexión digital. Esto lo podemos hacer eliminando temporalmente aplicaciones del móvil; si no queremos o no podemos, otra opción es dejar el móvil en modo avión.

Cuidado con los mensajes que asocias al descanso:

Ten muy en cuenta dónde empiezan las distorsiones irracionales de pensamiento. Muchas veces son consecuencias del marketing encubierto y la publicidad del miedo. Cuidado con los mensajes que capitalizan nuestro descanso. No vas a tener las mejores experiencias. No vas a vivir momentos inolvidables. Lo que vas a experimentar es un periodo de descanso y desconexión, no un viaje a la luna. Nuestro descanso no pasa por disfrutar de todas y cada una de las ofertas posibles que nos encontraremos, no consiste en ir a todos los festivales de música, no pasa por ahogar nuestros bolsillos convencidos de que lo mejor está por experimentar. Date tiempo para procesar cada uno de las experiencias que vas a vivir. Y ese tiempo no es una hora.

Lecturas en papel:

Preferiblemente de contenido distendido. Que la velocidad de la lectura vaya dirigida orgánicamente por la rapidez en la que tus ojos pueden procesar la información leída y no mediante el scroll de una red social o a través de una pantalla, exponiendo nuestra atención a las vicisitudes o querencias del cibermundo.

Ajusta expectativas:

Que estas sean realistas y concretas a la hora de tomar decisiones, dando cabida a la renuncia y a la frustración, convirtiendo esta crisis en una nueva oportunidad para entrenar nuestra tolerancia al malestar. Pon en práctica el pensamiento contrafactual.

En verano, rutina:

Dentro de una desconexión vacacional también pueden tener cabida distintos tipos de rutina. Si la rutina en el trabajo es efectiva, aplicarla al descanso será útil también.

Presta atención a lo más inmediato:

Cuando nuestro Sistema Nervioso se recupera, puede lanzarnos señales de activación y nos sentimos con energías para volver a proyectarnos hacia el futuro. Ahí es cuando comenzamos a pensar en nuevas oportunidades (laborales, financieras, emocionales…) echa el freno y pon las cortas. Utiliza los sentidos para conectar con tu entorno. Presta atención a tu realidad más inmediata.

Delega (si puedes).
Establece pautas y límites claros ante el productivismo:

No se trata necesariamente de desconectar con plenitud sino de regular la desconexión. La dicotomía del todo y del nada no es una buena guía en este caso y ese tipo de pensamiento suele estar más asociado a ideas distorsionadas más propias de corrientes de ansiedad, a evitar si es posible.

Silencia las Stories de Instagram:

Huye de las tendencias y de la proyección digital de los demás. Según estudios recientes, la combinación de motivación hedonista y urgencia social genera una fuerte intención y deseo de compra. Esa motivación externa, en la gran mayoría de los casos, tiene intereses comerciales y no es fruto del azar. Conviene centrarnos e identificar dónde terminan nuestros deseos y dónde comienzan los de los demás para establecer límites y no excedernos ante lo inabarcable.