
El ‘West Side Story’ de Dudamel, Sierra y Flórez cierra la temporada del Liceu a ritmo de mambo y con una ovación histórica
Más de once minutos de aplausos a la conducción de Gustavo Dudamel de la versión que Leonard Berstein realizara en 1984, cantada por Nadine Sierra y Juan Diego Florez en una noche mágica
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Alguien a quien le interesen los coches más allá de su sentido utilitario, podría preguntarse qué se siente conduciendo un Ferrari o un Lamborghini, epítome del desarrollo automovilístico y de la perfección automotriz. La comparación viene a cuento porque lo que ayer pudo contemplarse y escucharse en el Gran Teatre del Liceu durante la representación del musical West Side Story –en la versión de concierto sinfónico que el autor de la partitura, Leonard Berstein, arregló para una grabación histórica en 1984– seguramente debe ser lo más cercano que muchos estaremos de sentirnos frente a un Ferrari musical del que podemos disfrutar en todas sus facetas.
Hablamos de una conducción –de la orquesta del Liceu– tan acelerada, y temeraria, como perfecta y virtuosa por parte de Gustavo Dudamel, genio y agitador incondicional desde su entusiasmo tropical; también de un elenco interpretativo en el que la fluidez y altura vocal, la teatralidad y en general la luz que irradia la soprano Nadine Sierra en su papel de María, pone la guinda a un pastel que sostiene la voz perfecta y ponderada del tenor peruano Juan Diego Flórez, que hace de Tony, junto al resto del reparto.
Lo de Sierra, la gran voz femenina de los últimos años a nivel mundial, es impresionante; tanto por la facilidad para alcanzar las notas más difíciles como para dotar a su canto de una coloratura que, aunque a veces innecesaria, da fe de su gran talento. A su vez, Juan Diego Flórez, sabiendo bajar al nivel de la canción popular, puso con su voz madura y aterciopelada el aposento a la fuerza superior, y un tanto excesiva, de Sierra y Dudamel. Y, por si fuera poco, con estas tres estrellas del firmamento musical clásico, cabe añadir una ejecución orquestal perfecta, que acompañó en todo momento a los frenéticos gestos de un Dudamel desatado.
Un momento de ‘West Side Story’ en el Liceu, bajo la dirección de Gustavo Dudamel.
También destacar un coro del Liceu que supo dar a sus intervenciones el fuego vocal latino que exige la obra, algo que tal vez pueda sonar impostado con coros de otras latitudes, pero que en este caso se antojó natural. Y, por supuesto, sobresalientes los secundarios de lujo, que fueron interpretados por el barítono estadounidense Jarred Ott en el papel del pandillero Riff; la mezzo también estadounidense Isabel Leonard en el papel de Anita, novia de Bernardo; el baritono serbio Milan Persic como Bernardo; Pau Camero como A-RAb o Cristófol Romaguera como Baby John. Y junto ellos Montserrat Seró, Laura Brasó, Tànit Bono, Guillem Batllori, Nauset Valerón o Dimitar Darlev.
Estuvieron todas y todos al nivel de la ocasión, sosteniendo con excelencia las escenas entre las arias y duetos del dúo protagonista que sobrevivieron a la versión orquestada de Bernstein. Y a todo ello hay que sumar la gran sorpresa de la noche, ya que para cantar el tema Somewhere, el más icónico y versionado de todo el musical, apareció la soprano estadounidense Sondra Radvanovsky, que acredita una larga relación musical con el Liceu (Aida, Tosca y Norma). La Radvanovsky no estaba anunciada, pero rindió al público con su voz llena de morbidez, que le dedicó buena parte de los aplausos finales.
Vuelta de tuerca latina a Bernstein
Esta crónica podría terminar con los cinco párrafos anteriores y, a pesar de dar los datos principales sobre lo sucedido ayer en el gran Teatre del Liceu, no explicaría más que una parte de la historia que acarrea la versión sinfónica de West Side Story que su creador musical –que no el único, puesto que cabría incluir al coreógrafo Jerome Robbins y el letrista Stephen Sondheim en la confección del musical que se estrenó a principios de los años 50 en Broadway– concibió más de 30 años después de su estreno como musical –en 1984– para una grabación histórica para Deustche Grammophon.
Bernstein suprimió entonces muchas de las partes dialogadas y dotó a la partitura de un mayor empaque sinfónico, haciendo hincapié en los arreglos más expresionistas en detrimento del ambiente más jazzístico de la obra original para teatro, la misma que triunfó en el cine en 1961. Para la grabación contó además con las dos estrellas del momento en el firmamento operístico de los 80: el tenor Josep Carreras y la soprano neozelandesa Kiri Te Kanawa.
Fue una interpretación pensada para el vinilo, en aquellos días en pleno auge, y el resultado fue óptimo, si bien Bernstein y Carreras se las trajeron para conseguir el tono que buscaba el volcánico maestro estadounidense. Pero de aquellos roces históricos, con insultos incluidos, salió Carreras considerado por la crítica como el mejor Tony jamás interpretado. No consta que la relación con Te Kanawa fuera tan turbulenta, pero la neozelandesa también está considerada una de las grandes intérpretes del personaje de María. En todo caso, los tres se convirtieron con aquella grabación en leyendas de la historia del canto lírico.
Conviene la explicación para tomar dimensión del reto que suponía para el actual trío Dudamel, Sierra y Flórez estar a la altura de sus antecesores, si bien, por ejemplo, esta no es la primera ocasión en que el director venezolano se enfrentaba a la obra, pues ya lo hizo en 2016 en Salzburgo con Cecilia Bartoli en el papel de María con resultados dispares. Pero en esta ocasión se circunscribia a la versión de 1984 y contaba con dos primeras espadas en su mejor momento y con edad todavía para representar a los adolescentes María y Toni.
No obstante, tras comprobar la solvencia del duo vocal, siempre desde el respeto a la grabación de Deustche Grammophon, en este caso no superada pese al magno resultado, el gran aliciente se encontró en la vuelta de tuerca que Dudamel dio a la orquestación ideada por Bernstein. En este punto tal vez sí el venezolano logro superar a Bernstein, o por lo menos innovar sobre lo propuesto por el legendario director y compositor de Massachusetts.
Y lo logró Dudamel en cierto modo regresando a la versión original de West Side Story, esto es recuperando el tono jazzístico y latino frente al sinfónico, si bien siempre respetando la partitura. Pero bajo la batuta del genio venezolano, con su conducción frenética –a ratos parecía que Dudamel bailara una danza de vudú antillano–, la orquesta hizo mayor hincapié en las percusiones con aroma de descarga de rumba cubana, en los vientos propios de los mambos que se tocaban en los clubes de la calle 45 y en las danzas tradicionales mexicanas, que en los arreglos más expresionistas.
Así, la Orquesta del Gran Teatre del Liceu devino una suerte de big band de jazz latino, mágica y vibrante desde el minuto cero, que a la velocidad de un Ferrari en una autopista alemana llevó la visión de Dudamel del West Side Story de Leonard Bernstein por la senda del gozo para los oídos y la gloria para él y sus cantores.