
Cortometrajes gamberros, un estudio de podcast y una galería de arte en uno de los barrios más gentrificados de Barcelona
Radicado desde hace año y medio en Poblenou, Mecal Factory es un pequeño centro cultural es la base del festival de cortometrajes Mecal y contiente además una espacio artístico en el que se alternan exposiciones de fotografía e ilustración
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Hace 40 años gran parte de la superficie del barrio del Poblenou de Barcelona eran almacenes y garajes para camiones, así como factorías abandonadas por la creciente desindustrialización. Tras los juegos olímpicos de Barcelona 92, la situación comenzó a cambiar: con la creciente llegada de turistas y expatriados, el barrio fue mudando la piel y algunos de los hangares postindustriales se transformaron en la morada-taller de artistas plásticos que vieron en la zona una oportunidad de suelo a buen precio. Aunque también ayudó el emplazamiento del nuevo Zeleste en 1986 desde la calle Platería a la de Almogàvers, en pleno corazón del barrio.
Hoy en día, tras la promoción en Poblenou por parte del Ayuntamiento de Barcelona del Distrito @22, un parque empresarial para start up de la llamada “nueva economía digital”, el barrio tiene una fisionomía totalmente nueva: promociones de vivienda de alto nivel, restaurantes de cocina internacional y de fusión, bares de cócteles, tiendas de decoración, de arte y de productos de lujo pueden divisarse con facilidad. Un nuevo barrio para la ciudad en el eje que marca la plaza de Glòries con el mar, en la parte de Poblenou que da al paseo marítimo.
Pero el cambio espectacular del barrio tiene una cara B: la gentrificación y la subida del precio de la vivienda, tanto de alquiler como de compra, merced a la oleada de nómadas digitales que han ido llegando en las últimas décadas atraídos por las oportunidades de trabajo del Distrito @22. “Es gente que cobra sueldos altos en comparación con los españoles y que se establece en el barrio por la cercanía al mar, por lo que están dispuestos a pagar precios muy elevados por una casa o un piso”. Quien realiza esta aclaración es Roberto Barrueco, que asegura que no quiere “entrar en el debate sobre si los cambios en el barrio son para bien o para mal”.
Un oasis de creación
Barrueco, francés de origen español que llegó a Barcelona hace casi 30 años, es el fundador y director del pequeño centro cultural Mecal Factory, ubicado en la calle Llull, en pleno Poble Nou, a pocos pasos de otro centro mayor situado en la antigua fábrica de Can Framis y dependiente de la Fundació Vila Casas. Mecal Factory ofrece al barrio una alternativa cultural de formato reducido, destinado por un lado a facilitar la producción de podcast en un pequeño estudio y, por el otro a la exposición artística, pues cuenta también con una sala que actúa a modo de galería de ilustración y fotografía.
“Tenemos un acuerdo de colaboración con la revista de ilustración francesa Kiblind, que nos organiza exposiciones, y la vez con el Centre de Fotografía Experimental de Barcelona, que nos dan una sesión de fotografía cada dos meses para que vayamos alternando”, explica el creador de la Mecal Factory. Actualmente, el ‘atelier Kiblind’ presenta dos exposiciones, una de ilustraciones inspiradas en Miyazaki y otra de ilustraciones psicodélicas. En cuanto a la sala de fotografía está destinada a presentar las propuestas de talentos emergentes de la fotografía experimental, como la húngara Hajnal Szolga.
Además, en invierno, la galería se transforma cada jueves a partir de las ocho de la tarde en una sala de cine en la que se proyectan cortometrajes. “Ofrecemos cortos a los que accedemos a través de nuestro festival de cortos veraniegos Mecal-Air, y tienen todos la peculiaridad de aportar un punto de vista intelectualmente gamberro, pero sin detrimento de la calidad”, explica Barrueco, que añade que “son cortos de terror y de ciencia ficción, pero también comerciales en plan gamberro y en general cortos que aporten una visión crítica sin perder el sentido del humor”.
Un veterano festival de cortos
Barrueco aclara que Mecal Factory nació hace año y medio como base de operaciones para el festival de cortos Mecal, uno de los más veteranos de la ciudad y que este francés de los Alpes, que llegó a Barcelona, como tantos otros estudiantes, con una beca Erasmus, ideó como medio de vida para poder residir en la capital catalana. “Tuve claro, desde que puse el pie aquí, que Barcelona era mi ciudad y quería quedarme a vivir en ella”, manifiesta. Era entonces 1997 y ya logró articular una propuesta cultural concibiendo un festival de cortometrajes iconoclasta y alternativo, al que bautizó como Mecal. Festival Internacional de Cortometrajes y Animación.
“Nuestra primera edición fueron en realidad dos sesiones por las fiestas de la Mercè, creo recordar que de 1998. Era un todo o nada entre tanta oferta, pero milagrosamente funcionó y decidí seguir al año siguiente”, rememora. Mecal terminó encontrando acomodo en el CCCB, donde se consolidó en dos facetas, una llamada Mecal-Pro, una suerte de feria destinada a los profesionales del sector del cortometraje, y otra conocida como Mecal-Air, que consistía en la programación estable en las noches de verano de cortometrajes al fresco en la terraza del CCCB.
No obstante, llegaron tiempos difíciles a partir de 2006: “La dirección del CCCB nos anuncia ese año que tenemos que dejar el centro por la gran saturación de festivales que acoge, por lo que nos vemos obligados a buscar un nuevo hogar para el proyecto”. Lo consigue dividiendo el Mecal-Pro del Mecal-Air; por ejemplo ubicando el primero “en salas como la Apolo en fechas menos veraniegas” y llevando a cabo el festival al fresco en sitios como El Poble Espanyol, un espacio del recinto de Montjuic que se dedica a eventos al aire libre.
Encontrar un lugar tras la pandemia
La situación nómada duró hasta la llegada de la pandemia. “Comenzó el auge popular de las plataformas y los cines lo tuvieron todavía más difícil, por lo que nos pareció que Mecal-Air era una buena oportunidad de gozar en verano de una gran pantalla sin tener que estar encerrados en una sala”, dice Barrueco. Finalmente, hace tres años encontró acomodo para el festival en Can Framis una antigua fábrica reconvertida en espacio cultural y gestionada por la Fundació Vila Casas.
El siguiente paso fue reunificar de nuevo Mecal-Pro y Mecal-Air y abrir las oficinas centrales del festival, el espacio Mecal Factory, a pocas calles de Can Framis. “La apuesta por el Poble Nou ha funcionado de momento muy bien”, asegura Barrueco, que desvela que el público que acude “es un poco el reflejo del barrio”. Pero puntualiza que “también hay una importante cuota de seguidores del festival durante todos estos años, que han pasado por todas las sedes y a partir de él, han conocido la Mecal Factory”.
De hecho, revela Barrueco que los planes de expansión del festival, que actualmente tiene sedes en Baleares y planea una nueva en Marsella, no vienen por su interés en llevarlo fuera, “sino por fans que han vivido en Barcelona y han tenido que regresar a sus zonas de origen”. Estos seguidores de Mecal, asegura este barcelonés de corazón nacido en el otro lado de los Pirineos, son quienes le han hecho las propuestas para llevar Mecal-Air a Palma, Ibiza o Marsella. Por el momento, en lo que refiere a Barcelona, la programación del festival para agosto promete: el día uno se proyectarán diversos cortometrajes eróticos.