Hablar del calor sin saber lo que es pasar calor de verdad

Hablar del calor sin saber lo que es pasar calor de verdad

Igual que seguimos tratando el calor extremo como si fuera un simple fenómeno natural y no una manifestación de la crisis climática, también hablamos de la desigualdad social ante el calor como si fuese un fenómeno natural que enfrentamos con la misma resignación y falta de respuesta

Antes de empezar a leer este artículo, apaga el aire acondicionado. Espera un rato hasta que tu casa o lugar de trabajo pierdan el fresquito acumulado y suba unos cuantos grados la temperatura interior. Para leerlo en condiciones óptimas, estaría bien que además cambiases las ventanas por otras más viejas que no aíslen bien, y que sustituyeras la fachada y la cubierta de tu edificio por paredes y tejados de peor calidad constructiva, pero tampoco te voy a liar tanto, que es solo para unos minutos de lectura. Me vale con que apagues unas horas el aire, como si no pudieses pagar la factura eléctrica, no tuvieses aparato de aire, o hubiera cortes de luz en tu barrio durante las horas de más calor.

Como alternativa, para leer el artículo en condiciones óptimas también puedes ponerte a cargar peso o manejar maquinaria a media mañana en la calle, a pleno sol; meterte en una cocina de bar a pleno funcionamiento con solo un pequeño ventilador de alivio; o si te van las emociones fuertes, pasar unas horas bajo el plástico de un invernadero. ¿Ya se te ha puesto mal cuerpo? ¿Mareos, dolor de cabeza, agotamiento, asfixia? Venga, ya puedes seguir leyendo.

Quería hablar del calor, el calor extremo que va y viene en olas y se instala durante más de una semana con sus noches tórridas; el calor que abre todos los días los telediarios con tratamiento de información deportiva (máximas, mínimas, récords, ciudades en la parte alta de la tabla); el calor espectacularizado que saca periodistas a la calle en las peores horas para la conexión en directo; el calor que mata trabajadores y mata personas con problemas previos de salud; el calor que enferma física y mentalmente, el calor que convierte los centros comerciales en refugios climáticos, el calor para el que las autoridades nos proponen alivios particulares pero pocas políticas públicas.

Quería hablar sobre todo del calor que va por barrios, el calor que sube y baja la temperatura casera y corporal en relación directa con la renta y la clase social. El calor que se convierte en otro indicador de pobreza: pasar calor, tanto calor, es de pobres; pasar tanto calor es una marca de clase, señala a quien trabaja en verano y en ciertos sectores, quien no puede viajar de vacaciones a un lugar más fresco, quien vive en casas mal acondicionadas y barrios peor preparados, quien no puede pagar la factura eléctrica ni mejorar la climatización de su hogar (incluso con ayudas públicas, pues llegan siempre tarde y hay que adelantar el pago de cualquier reforma, con lo que acabamos accediendo a las ayudas quienes menos las necesitamos, el llamado “efecto Mateo”).

Quería hablar del calor, el calor extremo que seguimos tratando como si fuera un simple fenómeno natural y no una manifestación evidente de esa crisis climática que ya no está en ninguna agenda. Y quería hablar de lo mal repartido que está el calor y cómo la desigualdad calurosa tampoco es un fenómeno natural, aunque la enfrentemos con la misma resignación y falta de respuesta. Quería hablar del calor, del puto calor tanto más puto en ciertos barrios y profesiones. Pero sé que es un propósito fallido porque, para entenderlo, habría que leerlo muerto de calor, verdaderamente muerto de calor, de ese calor invivible que los privilegiados del fresquito no conocemos, aunque también nos quejemos.