Las socias de la cooperativa textil de Luna, la más antigua de Aragón, buscan relevo generacional

Las socias de la cooperativa textil de Luna, la más antigua de Aragón, buscan relevo generacional

Medio centenar de mujeres de la localidad han trabajado en la Cooperativa San José Artesano de Luna (Zaragoza) en su medio siglo de historia. Ahora, cuando la media de edad es de 60 años, su miedo es que desaparezca “lo que tanto ha costado construir”

Una veintena de niños ruedan en nueve días dos cortos en un campamento de cine en Sos, el plató de Berlanga

Son las siete menos cuarto de la mañana y por la calle Hospital, en la localidad zaragozana de Luna, en la comarca de Cinco Villas, la silueta de Delia se dibuja con claridad, avanza montada en su bicicleta. A la vuelta de la esquina aparece Gloria. Ambas se saludan y van juntas hasta la puerta de metal a la que acaban de llegar Ángeles y Lourdes. A las siete empieza su jornada laboral, a cinco minutos a pie de sus casas. Todas son socias de la cooperativa San José Artesano de Luna. Una cooperativa textil con nombre de santo que gracias al trabajo de más de medio centenar de mujeres ha soplado 50 velas, y una más este año.

“Antes había muchas cooperativas como la nuestra en Aragón, pero ahora somos la más antigua y la única que queda en activo”, apuntan las mujeres que hoy en día la mantienen abierta. Son ocho socias, y la media de edad ronda los sesenta y pocos años; por eso, el miedo que tienen es que “después de tanto esfuerzo, dedicación y años de trabajo invertidos” para poner en marcha un taller puntero como el que tiene esta cooperativa textil, desaparezca por falta de mujeres u hombres que quieran continuar este modelo cooperativista.

“Siempre ha habido épocas mejores y otras peores”, apunta Gloria, socia desde hace 27 años. Sin embargo, el momento actual es diferente, “después de la pandemia ha sido más complicado encontrar trabajos”, reconoce. Y es que, a la tendencia que empezó hace tres décadas de búsqueda de mano de obra más barata por parte de las grandes marcas, “primero en el norte de África, después en los países del este de Europa, y ahora ya en Asia”, se suma que “los hábitos de trabajo de las nuevas generaciones han cambiado”, explica Lourdes.

Lourdes fue una de las últimas en entrar a la cooperativa como socia. Costurera de toda la vida, durante más de 15 había tenido que coger el coche cada día para ir a trabajar a otra localidad porque “quería seguir viviendo en Luna, pero no tenía empleo aquí”, lamenta. Hace ocho años esa situación cambió, “me ofrecieron entrar como socia en la cooperativa y no me lo pensé”. Desde entonces se encarga de la fase de planchado de las prendas que se producen, y lo más importante para ella: no coge coche para ir a trabajar “porque puedo venir caminado desde mi casa cada día”.

Doce fundadoras por las que firmaron sus padres

En 1974, cuando la cooperativa fue constituida, doce mujeres, algunas de ellas casi unas niñas, pusieron sus manos y sus ojos al servicio de las rudimentarias máquinas de coser que por entonces se podían permitir. Podían aprender, trabajar e incluso no cobrar. Sin embargo, no estaban capacitadas, según el régimen franquista, para pedir un préstamo, tener una cuenta bancaria a su nombre o fundar una cooperativa laboral. Por eso, en la primera página de los estatutos fundacionales de la San José Artesano de Luna son los nombres y apellidos de sus padres los que aparecen, junto al texto “Autorizo a mi hija” refrendado por sus firmas.

Las más jóvenes contaban 14 años, las más mayores superaban por poco los 20. Algunas de ellas estaban a las puertas de casarse y querían quedarse en el pueblo y trabajar. Pocas eran las opciones que tenía una mujer sin estudios, como lo era la mayoría a principios de la década de los años 70 en la zona. Podías ir a los hoteles a trabajar, o a servir en las casas de familias más adineradas. “Muchas se marcharon a Zaragoza o a Barcelona porque servir en una casa de por aquí significaba trabajar por poco más que la comida y el techo”, recuerda Lourdes.

En este escenario de escasos derechos sociales y oportunidades laborales, doce jóvenes de Luna que habían tomado clases básicas de costura con el sastre Félix Pueyo fueron el germen de la que hoy es la cooperativa textil más antigua de Aragón. El alcalde Tomás Catalán y Mosén José Ara se involucraron en esta idea y en el pueblo se cuenta cómo ellos mismos se asesoraron, visitaron otras cooperativas y cogieron ideas para poner en marcha el primer taller en la modesta antigua casa del cura.

Poco después el taller se trasladó a un nuevo espacio, el antiguo Hospital del Peregrino, convertido a día de hoy en el albergue municipal de Luna. Veinte años entre una fase y otra en la que las mujeres recuerdan que “a veces no cobrábamos”, y “casi siempre pasábamos frío” porque sólo tenían una estufa de leña para todo el local; las que estaban al lado se achicharraban y las del otro extremo se congelaban; “eran otros tiempos”, sonríe Ángeles, la más veterana de las socias con 48 años de recorrido en la Cooperativa. Ángeles tenía 14 años cuando entró a formar parte del taller, que ya llevaba dos en funcionamiento.

Unas instalaciones totalmente equipadas para mucho tiempo

Aunque se están especializadas en prendas de abrigo, en las instalaciones de la cooperativa San José Artesano de Luna han trabajando otro tipo de textiles: “Nuestro sueldo depende directamente de cuánto trabajo hacemos, por eso hemos ido adaptando la producción y el tipo de prendas que cosemos a las demandas de las empresas que contratan nuestros servicios”, explica Delia, encargada del taller desde los 21 años, y de eso hace ya cuatro décadas.


Instalaciones de la cooperativa San José Artesano de Luna.

El taller en el que trabajan está ubicado en un local municipal. Hace 30 años hicieron este último cambio de instalaciones en las que cuentan con un almacén en la planta baja y un taller totalmente equipado en la primera planta, a la que desde hace tres años se puede acceder también en montacargas, “siempre hemos subido y bajado a mano las cajas, las piezas de tela y las prendas ya terminadas, pero los años pasan, y la verdad es que se agradece tener esta ayuda”, confiesan.

Las nueve mujeres trabajan de 7 a 15.10 horas con un descaso sobre las diez de la mañana que aprovechan para ir a comprar el pan, “nos lo guardan y vamos juntas a recogerlo, hasta nos cuelan porque conocen nuestros horarios”, comentan divertidas. El trabajo se desarrolla en cadena, exactamente igual que una de las cadenas de montaje de la General Motors, en Figueruelas, “pero la nuestra es más antigua”, sonríe Lourdes. Las prendas llegan cortadas, en el taller se cosen todas las partes y de cada uno de los pasos se ocupa una trabajadora que tiene un puesto fijo. “Si una se retrasa o falla, nos afecta a todas”, apuntan las socias.

El grado de profesionalización de este taller es muy alto. Han trabajado para importantes marcas de ropa españolas y han ido adquiriendo nueva maquinaria y aplicando técnicas más modernas a su trabajo. “Hemos tenido la ayuda de profesionales que nos han formado para aumentar la productividad, contabilizando el tiempo invertido en cada fase del proceso de confección”, explica Delia, que se encarga de hacer una planificación con el papel que cada una de las costureras desempeña en la prenda, y el tiempo estimado de producción final.

Las socias se siguen formando, hacen visitas a otros talleres, además de ocuparse ellas mismas de contactar con proveedores, buscar nuevas empresas clientes y otras labores diarias como la limpieza de sus puestos de trabajo y del local, “es fundamental que todo esté limpio y organizado en un taller textil”, confirma Lourdes.

Después de medio siglo, el área de producción de esta cooperativa textil es “impresionante, hay pocos como este”, y sin duda confiesan que este “es el mejor espacio en el que hemos trabajado en todos estos años, la luz natural que tiene, las dimensiones, los espacios de trabajo y las máquinas que hemos ido comprando”. Algunas de estas incorporaciones supusieron una inversión de más de un millón de pesetas en su momento, un riesgo alto para una cooperativa de las características de la de Luna.

“Aquí se reparten los beneficios, cuando los hay, pero también se reparten las pérdidas y se guarda, por lo que pueda pasar”, comenta Delia. “No es fácil ser todas jefas y dueñas”, reconocen. Sin embargo, ninguna de las ocho socias cambiaría este trabajo por otra fórmula laboral. “Ser nuestras propias jefas nos ha beneficiado en el sentido de que estábamos trabajando en la puerta de casa, venimos caminando, y hemos podido atender a nuestros hijos sin tener que renunciar a vivir en nuestro pueblo”, declaran.

Más que un lugar de trabajo: “Aquí somos nosotras”

A lo largo de más de medio siglo de historia cerca de cincuenta mujeres de la localidad de Luna han encontrado en la cooperativa textil una forma de compatibilizar su vida familiar en el pueblo con una oportunidad laboral. Pero parece que ahora, “coser no está de moda, la gente quiere hacer patronaje o diseñar, pero no coser, eso lo ven como un hobbie”, explican. “Es duro pensarlo, pero si las cosas siguen como hasta ahora, sabemos que este taller, cerrará”, reconocen.

“Creo que hemos estado más tiempo en este local que en casa”, aventura entre sonrisas Ángela, con la mirada cómplice de sus compañeras. “Hemos vivido noviazgos, matrimonios, embarazos y partos, bautizos y ahora hasta la llegada de nuestros nietos”, explican estas vecinas de Luna. También han vivido las dos primeras jubilaciones de socias, “y a partir de ahora, vendrán más”, añaden preocupadas.

Han superado impagos, frío y calor, han hecho frente a la adquisición de material y maquinaria, a la globalización y a la desaparición silenciosa del sector artesanal de la costura en España. Y juntas ha creado una “familia aparte de la familia”. “Tenemos nuestros momentos, nos contamos nuestras cosas, nos desahogamos y también nos reímos y nos apoyamos entre nosotras”, cuentan. Un apoyo que va más allá de las cuatro paredes que limitan las instalaciones de su taller.

Esta experiencia les ha enseñado desde muy jóvenes, y ha marcado la vida de cincuenta mujeres en un pueblo de no más de 700 habitantes, al norte de la provincia de Zaragoza. Por sus manos han pasado trajes de comunión, ropa de trabajo, cazadoras, chaquetones, parkas, batas y chalecos. La pandemia demostró la calidad de las cooperativas textiles y su importancia en el tejido productivo de un país con una alta calidad textil. “Cuando el género no se podía sacar del país nos buscaron, tuvimos muchísimo trabajo, y ahí se vio las pocas que quedábamos en activo”. Sin embargo, la memoria es frágil y, una vez pasada la pandemia, “se volvió a lo de antes”.

Las mujeres de Luna siguen demostrando que trabajar en cooperativa es posible y que compensa, que coser “te tiene que gustar”, pero que siempre va a ser necesario y, conscientes de que su reto ahora es mantener viva la cooperativa y “buscar relevo generacional”, animan a las nuevas generaciones a probar, a crear un proyecto propio, como un día lo hicieron otras doce mujeres con menos recursos y más trabas sociales, y a implicarse e hilvanar su propio futuro independiente y posible, puntada a puntada.