Sobrevivir a la ola de calor cuando no tienes casa: “Es de lo peor que recuerdo haber pasado”

Sobrevivir a la ola de calor cuando no tienes casa: “Es de lo peor que recuerdo haber pasado”

Las personas sin hogar se enfrentan a temperaturas elevadas sin apenas lugares en los que refugiarse y con una red de equipamientos muy diezmada debido a las vacaciones de agosto

La ola de calor cuando ni la casa ni el trabajo son un refugio: “Siento como si estuviese zumbada”

A primera hora de la tarde, Barcelona está desierta en agosto. Con un termómetro que supera los 30 grados y una humedad que escala hasta el 60%, la gran mayoría de gente se refugia hasta que empieza a caer el sol. Pero hay personas que no tienen donde esconderse, no hay ningún hogar que les espere y, además, les suelen echar de los lugares con aire acondicionado. Son las personas sin hogar, que aguantan como pueden las altas temperaturas de estos días sin, en muchos casos, siquiera posibilidad de ducharse.

Manuel se encoge de hombros. “Paciencia y aguantar hasta que pase”, dice. Este sevillano de 46 años lleva casi dos viviendo en la calle; hace unos pocos meses escogió como lugar para dormir el parque de l’Estació del Nord, una zona arbolada que le protege de las inclemencias del tiempo. Este parque está, además, catalogado como refugio climático y bajo la sombra de sus árboles se nota un ligero descenso de la temperatura.

“Es mejor que la calle, que está mucho más caliente. Pero es una mierda igual. Hace un calor insoportable y estos días, si te quieres refrescar, solo tienes la fuente”, explica Manuel, que vive en un pequeño campamento formado por algunas tiendas de campaña que estas semanas ni se usan. “Sacamos los colchones a fuera”, dice Gorka, un joven de 19 años de Figueres (Girona) que está recostado sobre un viejo jergón.

Suyas son algunas de las camisetas que se secan al sol, apoyadas sobre un muro después de haberlas lavado en la fuente. “Solemos ir a un centro que tiene duchas y lavadoras, pero las voluntarias nos dijeron que en agosto nada de nada, que se iban de vacaciones y cerraban”, narra el joven. A él no le importa que las personas que les echan una mano durante todo el año descansen un mes en verano, lo que le molesta es que no les atiendan en otros lugares que sí están abiertos o que, directamente, les echen.

Les ha pasado en diversos sitios. En un gimnasio municipal cercano que cuenta con vestuarios y baños accesibles para toda la ciudadanía. Pero no para ellos. “Cuando nos ven los seguratas, nos echan”, se lamentan. Lo mismo les pasa en los centros comerciales o en las estaciones de tren, autobuses o el aeropuerto. “Allí hay aire acondicionado y normalmente puedes pasar el día o parte de la noche, pero ahora, en verano, también nos echan”, añaden.

Estas experiencias son compartidas por buena parte de las personas sin hogar que viven en grandes ciudades como Barcelona. Así lo constatan desde Arrels, una entidad que se dedica a prestar ayuda a este colectivo.

“Los conflictos derivados de la presencia de personas sin techo en lugares cerrados son frecuentes, pero se agravan cuando empieza la temporada turística”, explica Beatriz Fernández, presidenta de la entidad, quien asegura que las redadas para echarles de estaciones o aeropuertos se incrementan durante estas fechas.

“Hay aire acondicionado, sí, pero no vale la pena”, reconoce Mohamed. Él solía dormir en el aeropuerto y cada noche un guardia de seguridad le venía a despertar de madrugada para que se fuera. Pero al empezar el verano ya no le dejaron quedarse ni durante el día. “No quería estar todo el día en tensión, así que me fui”, explica. Esta noche ha dormido en un cajero, pero no quiere repetir la experiencia. “Había demasiado jaleo”, resume.

Este es otro de los problemas que se encuentran las personas sin hogar durante el periodo estival: la gente está más en la calle. “El hecho de que salgamos cuando baja el calor afecta a los lugares de pernocta. La playa o zonas frescas como cerros o miradores se llenan de gente. Y luego están las fiestas, que con la música y el consumo de alcohol convierten la calle en un lugar molesto e, incluso, a veces peligroso para dormir”, aseguran desde Arrels.

Por eso muchas personas acostumbran a trasladarse a parques. No solo porque se está más fresco, sino porque la mayoría de ellos cierran por las noches y son lugares tranquilos. Aunque no siempre. “Aquí también viene la poli y nos echa. Y ya nos ves desmontando todo el campamento a las tantas de la noche, porque si nos dejamos algo, nos lo incauta la poli o nos lo roban otros”, explica Julio César, un dominicano de 50 años que duerme en la calle desde hace un lustro y ahora comparte campamento con Manuel y Gorka.

Llegó en 2020, de vacaciones, y se vio atrapado en Barcelona por el confinamiento. Cuando todo acabó, su visado de turista había caducado y sus ahorros se habían esfumado. Así que se vio en la calle. “No me gusta estar así. ¿Qué se creen, que lo hago aposta para molestar?”, se lamenta. “Si estoy en este parque es, precisamente, para estar yo más cómodo y no molestar. Pero si me echan, ¿a dónde voy?”, se pregunta.


Zacharías rebusca en la tienda de campaña que comparte con otras personas sin hogar como Mustafá

Sin suficientes recursos

El Ayuntamiento de Barcelona cuenta con una red de 400 refugios climáticos, que garantizan que durante los meses de junio y julio, el 99,1% de los vecinos tenga uno a menos de 10 minutos andando de sus casas. En agosto, la cifra baja hasta el 90,9%. Pero esos números siguen sin aplicar a colectivos como el de las personas sin hogar.

El barrio en el que duermen Manuel, Julio César, Gorka y otra veintena de personas sin hogar tiene cinco refugios climáticos. Dos de ellos están cerrados en agosto. El tercero y el cuarto son el polideportivo y el mercado, donde no les dejan entrar. Sólo queda uno, que es el parque en el que pernoctan.

Conscientes de la precariedad climática de este colectivo -que se da en verano, pero también en invierno o en episodios extremos como lluvias torrenciales-, el Ayuntamiento ha activado un plan para desplegar un equipo de educadores sociales que se acerque a colectivos vulnerables y les explique las opciones disponibles. Una de ellas es el CUESB (Centro de Urgencias y Emergencias Sociales de Barcelona), un equipamiento municipal que no cierra durante el mes de agosto y en el que hay duchas y aire acondicionado.

Pero ninguna de las personas sin hogar consultadas para este reportaje conocía esta opción y aseguran que ningún trabajador social se ha acercado a hablar con ellas. Zacharías vive también en un parque, junto a tres personas que ha conocido allí. Entre todas tienen una tienda de campaña, que se van turnando, aunque estos días aseguran que no la necesitan. “¿Eres trabajadora social? Es por si sabías dónde podemos ir”, pregunta este joven argelino antes de responder a este medio.

Ni Zacharías ni ninguno de sus compañeros sabía que, aunque ahora está cerrada, tienen una biblioteca en la que se pueden refugiar. Tampoco conocían la existencia del CUESB. “Nadie nos ayuda. Ni nos miran. Solo vienen a echarnos, pero nadie nos dice a dónde ir”, se lamenta el joven, que cuenta que las últimas noches han sido “terribles”. “Es de lo peor que recuerdo haber pasado”, insiste.

Desde entidades como Arrels alertan de que las personas son quienes “más sufren” las consecuencias de las altas temperaturas. “Se habla mucho de los riesgos de trabajadores como los barrenderos, y es normal, pero no debemos olvidar que las personas sin hogar no tienen una casa a la que volver y dónde refugiarse”, explica Fernández, que asegura que cada verano atienden diversos golpes de calor, quemaduras solares o desmayos.

Desde las entidades les explican los peligros de las altas temperaturas, les dan consejos para evitar golpes de calor y les avisan de cuándo es necesario que se acerquen al médico. Pero muchos suelen ser desconfiados a la hora de pedir o recibir ayuda, sobre todo quienes están en situación administrativa irregular. Y para otros, la ayuda disponible no es la adecuada. “Pongamos por caso que me voy a un centro a pasar la noche. ¿Dónde dejo mis cosas?”, se pregunta Julio César, señalando su pequeña parcela del campamento, donde tiene todo lo que posee.

Muchos equipamientos no permiten entrar con mascotas o con grandes bultos, lo que implica dejar atrás a animales importantes para ellos o tener que esconder todas sus pertenencias en la calle y arriesgarse a perderlas. “No voy a perder todo lo que tengo por una noche con aire acondicionado”, señala.

Es por eso que desde Arrels insisten en la importancia de ampliar la cobertura e idoneidad de los refugios climáticos, pero aseguran que no es suficiente. “Se debe mirar más allá del termómetro, porque no se trata de tener una biblioteca abierta en agosto. Se trata de tener equipamientos que sean una solución a medio plazo, que atiendan sus necesidades de verdad”, se lamenta Beatriz Fernández.

Manuel, Gorka y Julio César pasan lo que queda de tarde a la sombra del puente que cruza el parque. Se ponen a recordar sus vidas y los caminos que les han llevado hasta donde están. Julio César, el más veterano, resume: “Es tan fácil acabar en la calle y tan difícil salir. Ojalá alguien nos ayudara con un empujoncito”, dice, mirando al infinito. ¿Mientras tanto? “Pues muchos viajes a la fuente y a rezar porque mañana no haga más calor que hoy”, sentencian.