
Noches de purpurina y rímel corrido, el retrato de dos viejas coristas que hizo Angela Carter en su última novela
Sexto Piso recupera ‘Niñas sabias’, una inmersión mordaz y corrosiva en el teatro de variedades escrito por la autora británica, quien incorporó la fantasía y el folclore a su suntuosa literatura
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Si no hubiera muerto a los 51 años de un cáncer de pulmón, hoy estaríamos pidiendo el Premio Nobel de Literatura para la escritora británica Angela Carter (Eastbourne, 1940-Londres, 1992), ¡si es que no lo hubiera recibido ya! Es difícil, muy difícil, encontrar a un autor de su nivel; más complicado aún es que sea, además, una voz singular, original, propia, capaz de crear escuela, de marcar un antes y un después en lectores que a su vez se convertirán en narradores. Gran folclorista, recopiló relatos populares alrededor del mundo, reunidos en Cuentos de hadas de Angela Carter (1990), y escribió versiones de algunos en La cámara sangrienta y otros cuentos (1979), una de sus mejores obras.
La tradición oral del cuento, que parte a menudo de la Edad Media, tiene un fuerte sentido de la maravilla, además de perversión, ambigüedad y numerosos elementos simbólicos, atributos a veces perdidos en sus edulcoradas adaptaciones para niños. Esto sitúa a Carter en un terreno poco habitual para el escritor de narrativa literaria, con una afinidad por la fantasía, pero también por el erotismo, la corrupción, la violencia. Ella, con su prosa barroca en el mejor sentido –suntuosa, reflexiva, con descripciones ricas y humor negro–, insufló su obra de esos elementos, con una mirada feminista que la hizo pionera en la exploración del cuerpo de las mujeres y su sensualidad.
Escritores como Jeanette Winterson, Neil Gaiman, Ali Smith —que firma el prólogo de Niñas sabias—, Sarah Waters, David Mitchell o China Miéville le están en deuda; incluso de entre sus coetáneos autores como Margaret Atwood, A. S. Byatt o Salman Rushdie han reconocido su huella. Carter abrió el camino a la literatura queer, reivindicó sin proponérselo que la literatura de género es también, a secas, literatura, ahondó en territorios del imaginario gótico como el bosque, el circo, un taller de marionetas o el teatro, conjugó tradición y modernidad con astucia e ironía, sin bajar el listón ni menospreciar al lector. Sin renunciar nunca a sí misma, a su esencia.
Sí, Carter fue de veras una maestra, y no necesitó muchas páginas para demostrarlo. Las últimas, periodismo aparte, fueron las de la novela Niñas sabias (1991), que Sexto Piso ha tenido el acierto de recuperar, con traducción de Rubén Martín Giráldez, quien ya se ocupó de Quemar las naves (1995), sus cuentos completos, y Noches en el circo (1984), ambos en la misma editorial, que comenzó el rescate de la autora con la ya mencionada La cámara sangrienta (1979) y su segunda novela, La juguetería mágica (1967). En los noventa la editó Minotauro, el sello especializado en fantasía, terror y ciencia ficción. El hecho de que ahora lo haga en una línea generalista evidencia su trascendencia más allá de los parámetros del género.
Travesuras de dos señoritas viejas
Niñas sabias narra la historia de Dora y Nora Chance, dos gemelas que se han dedicado al teatro de variedades como actrices y coristas de segunda fila. El 23 de abril, el día del nacimiento de William Shakespeare, cumplen 75 años. En esa misma fecha cumple cien años su padre, el reputado actor Melchior Hazard, que nunca las reconoció como hijas legítimas, pero que esta vez las invita por sorpresa a su celebración. Por si el enredo no bastara, el sobrino de las hermanas les dice que su novia ha desaparecido. Al parecer, la mujer está embarazada, pero su sobrino se niega a reconocer al bebé.
Con ese planteamiento, comienza un torrente de palabras que recorre la trayectoria de la narradora, Dora, desde el trauma por el rechazo paterno –Melchior renegó de ellas justo cuando triunfó como actor de teatro shakesperiano– al afecto por el hombre que ejerció ese rol, pasando por sus primeras experiencias sexuales, sus fracasos profesionales y no pocas travesuras de gemelas pícaras. El elenco de personajes es apabullante, por vasto y por excéntrico (las protagonistas no son el único par de gemelas que pulula por ahí); el estilo, un monólogo brioso rebosante de humor cáustico; y los escenarios, la cara B del mundo del espectáculo, noches de purpurina y rímel corrido, de antojos y amarguras.
Y Shakespeare, mucho Shakespeare. Por las obras en las que actúan, a menudo adaptaciones de su teatro, y por los guiños al bardo implícitos en el periplo de los personajes, sobre todo de Sueño de una noche de verano, con sus componentes de realismo mágico, su aire carnavalesco y su tratamiento un tanto ambiguo del género y la sexualidad. La autora funde a la perfección el espíritu del universo shakespeariano en un relato que transcurre en pleno siglo XX; de algún modo, en toda su producción crea una atmósfera como de otro tiempo, o de tiempo indeterminado, eso tan característico de los mitos, los cuentos populares y las leyendas medievales.
También se respira mucho de El rey Lear, en el conflicto familiar de las gemelas con su padre. Si la primera fila la ocupan los temas relativos al teatro de variedades –que da pie a intercambios de identidad, juegos de máscaras y disfraces, bailes y cantos, excesos de todo tipo–, muy de cerca están las dinámicas de su embrollado árbol genealógico, donde surgen cuestiones como el incesto o la herida a la larga por no haber sido reconocidas por su progenitor. El patriarca del clan sería el rey venido a menos que, en las últimas, trata de redimirse. Hay asimismo un retrato de la senectud en el personaje del padre, también en la narradora, que está de vuelta de todo y hace balance de su vida.
“¡Qué gozada bailar y cantar!”
Niñas sabias es una novela llena de amor por el teatro. Mejor dicho: por el espectáculo de varietés, musicales, artes circenses, bailes y todo lo que se desarrolló como parte de la cultura popular. Carter consigue elevar la farándula a la alta literatura, demuestra que no hay asuntos menores cuando se tiene estilo y una mirada alejada de clichés. En cierto modo, ella retuerce los clichés, se divierte moviéndose por esas arenas. No solo escribe sobre teatro, sino que adopta la perspectiva de una mujer, una familia, muy teatrales por naturaleza. Esos aspavientos, esa escenificación, hacen única a la protagonista.
La simbología es abundante, como siempre en su obra: las gemelas (los pares sucesivos de gemelos), con los desdoblamientos, el juego de espejos; el significado de nombres y apellidos (“Chance”, posibilidad, oportunidad, casualidad; o “Hazard”, peligro, ventura, azar; padre e hijas como sinónimos en según qué contexto); objetos heredados, como el reloj que ha dejado de funcionar, emblema del tiempo y el eventual reencuentro. Carter no da puntada sin hilo, teje una novela kamikaze, que rompe las estructuras tradicionales de la familia, pero también de la literatura misma, de lo que se entiende por arte.
Más que una novela “de trama”, Niñas sabias es todo voz, la de estas gemelas pícaras y disfrutonas que aun con todas sus desdichas siguen celebrando la alegría de cantar y de bailar. La autora escribió la novela cuando ya le habían diagnosticado el cáncer, así que hay una suerte de legado en su fondo, como si hubiera querido condensar sus esencias y presentarlas a través de unos personajes que encaran la recta final de sus vidas. El libro se lee como un divertimento de altos vuelos, pero cargado de significado y con un final apoteósico: “¡Qué gozada bailar y cantar!”, exclaman las gemelas. Y qué gozada leer a Angela Carter. No hay otra como ella.