
El último invierno del kiosco de la Alameda: cuando el Marca se vendía como las pipas Facundo
La crisis de la prensa en papel derrota el negocio: Santander pierde el 80% de los establecimientos de venta de periódicos y los kiosqueros resisten diversificando género
Antecedentes – Kioscos: el eslabón más débil paga la crisis del papel
El Boletín Oficial de Cantabria publicaba recientemente la ‘esquela’ de un kiosco en el número 20 de la calle Jesús de Monasterio de Santander. El último de los dos que había en la Alameda primera. Un kiosco “modelo Saturno” -dice el anuncio- cerrado y con evidentes signos de abandono. El titular de la autorización otorgada por el Ayuntamiento de Santander en 1975 ha fallecido y se comunica a los posibles herederos que tienen diez días para retirarlo de la vía pública.
Ya prácticamente nadie compra noticias de papel. Lejos quedan aquellos tiempos en los que “el Marca se vendía como las pipas Facundo”, rememora Antonio Muñoz. Hoy, el kiosco de la santanderina calle Calvo Sotelo que regentó su familia durante tres generaciones, con suerte, vende uno o dos ejemplares al día del principal periódico deportivo en nuestro país.
Antonio recuerda su infancia entre madrugones, olor a tinta y monedas. Durante mucho tiempo la prensa se vendió en la calle hasta que en 1973 les dieron permiso para poner el primer kiosco. Un habitáculo minúsculo que obligaba a colgar de una cuerda con pinzas, en el exterior, las revistas y los álbumes de cromos.
Aquellos escaparates de primeras planas y portadas que anunciaron la muerte de Franco, la llegada de la democracia, las ediciones urgentes tras el golpe de estado del 23F en aquellas horas de inquietud. Durante muchos años los kiosqueros daban las noticias y hacían tertulias de actualidad con los clientes. Después llegó la moda de las revistas porno, hasta que se prohibió exhibirlas al público y, posteriormente, desaparecieron víctima del formato digital, como el resto del papel.
El 80% de los kioscos ha cerrado
Hoy, esa estampa ha cambiado de forma radical el centro de las ciudades. En Cantabria han desaparecido el 80% de los kioscos y en Santander quedan solo una docena: en Calvo Sotelo, Plaza del Príncipe, Lealtad (al pie de las escaleras de la catedral), Los Escalantes, Calle Vargas, calle Castilla, dos en el Paseo Pereda y otros dos en San Fernando. A ellos se suman otro par en El Sardinero que ya no venden prensa y están dedicados principalmente a los souvenirs turísticos.
Al frente del kiosco más veterano de la capital de Cantabria, en la calle Calvo Sotelo de Santander y con la catedral a su espalda, está ahora Rubén Terán, que cogió el testigo de Antonio Muñoz hace cerca de tres años. “Vendedores de prensa desde 1919”, reza con orgullo el rótulo.
“El negocio está en los imanes”, explica sin embargo. Los pocos kioscos que resisten se han transformado en un escaparate que exhibe múltiples productos: desde sombreros de playa a bebidas frías pasando por los típicos souvenirs locales.
Rubén vende helados, recarga móviles y tarjetas de autobús municipal -aunque solo le supone un 1%-, vende postales con recetas de comida típica del norte a 60 céntimos, viseras con la marca España, abanicos, bebidas frías, paraguas y ponchos de plástico para la lluvia. Incluso ha instalado una máquina expendedora de monedas conmemorativas de Santander en color oro o plata. “Más allá de las ventas, en realidad somos un servicio público de información, estamos constantemente atendiendo a turistas que nos consultan y preguntan cualquier cosa”, subraya Terán.
El espacio para periódicos y revistas se ha ido reduciendo progresivamente. Si antes se vendían más de 300 ejemplares diarios en un día ahora no pasan de 20, apenas dos o tres de periódicos nacionales. Algo más ahora que es verano y se reclaman más ABC o La Vanguardia por parte de los visitantes. Los fines de semana se pueden vender una decena de ejemplares de El Correo, como ejemplo de la procedencia de los foráneos que habitan la ciudad en pleno agosto.
Aunque en el centro de Santander los clientes -mayores de 60 años, en su inmensa mayoría, según explica el kiosquero- se decantan principalmente por El Diario Montañés y El Mundo. Las revistas del corazón también han reducido notablemente sus ventas. Pronto, la cabecera más demandada, vende casi el doble que Hola!: unos 40 ejemplares frente a 20.
En realidad, lo que más vende el kiosco de Rubén son los imanes pintados a mano con acuarela de la artista cántabra Ana Laza y cosas para niños. Los cromos siguen teniendo aceptación más allá de las colecciones de fútbol y vinculados a películas o series infantiles.
Un negocio que ha cambiado
Diversificar la oferta tampoco garantiza su supervivencia. Ahora los periódicos y revistas también se venden en supermercados y gasolineras. En paralelo, algunos kiosqueros ven con recelo cómo algunas cabeceras intentan capitalizar ellas mismas el negocio de la venta ofreciendo suscripciones a domicilio a sus lectores.
Por ello, la relación con los distribuidores de prensa también ha cambiado. Antes había cinco y ahora quedan solo dos. La sociedad ha cambiado mucho y la prensa de papel no tiene hueco en él, especialmente tras la pandemia. Los propios kiosqueros, una especie en vías extinción, reivindican un catálogo más amplio que los periódicos y revistas para mantener vivos sus negocios.
Casi todos los kioscos de Santander cierran por la tarde. Pero siguen despertándose antes de que amanezca para vender noticias. En esta travesía muchos han cerrado y van dejando huérfanos a los cada vez más escasos clientes, que también se han hecho mayores.
Pero los abuelos siguen acercándose al kiosco con los nietos que piden cromos de la Liga. “¿Para qué quieres el álbum si tú vives en Alemania?”, dice una señora. A su lado, el niño insiste y la abuela compra el álbum que ya trae, de serie, un abundante taco de sobres con las fotos de los jugadores de Primera División.