Mati Klarwein, el ‘pintor desconocido más famoso del mundo’ que luchó contra el hormigón en la Mallorca mística

Mati Klarwein, el ‘pintor desconocido más famoso del mundo’ que luchó contra el hormigón en la Mallorca mística

El artista, figura clave de la contracultura neoyorquina, convirtió Deià y la Serra de Tramuntana en su refugio creativo y en el escenario de una intensa lucha ecologista

Deià, de refugio de Robert Graves a escaparate para turistas de lujo

“El pintor desconocido más famoso del mundo” –así lo definió Andy Warhol– llegó a Deià (Mallorca) en 1953 por una carambola del destino. De origen alemán y formado en París bajo la tutela de Fernand Léger, Abdul Mati Klarwein (1932-2002) viajaba con intención de pasar el verano en Eivissa. Pero el mal tiempo en el Mediterráneo forzó el cambio de rumbo de su barco hacia Mallorca. Al desembarcar en el puerto de Palma, recordó una conversación mantenida tiempo atrás en una fiesta parisina con el arqueólogo Bill Waldren, quien le había hablado de un remoto pueblo entre la montaña y el mar que merecía una visita.

Impulsado por esa recomendación, tomó un autobús hacia el norte de la isla. Durante el trayecto, al cruzar el collado de Valldemossa y contemplar el valle, algo se encendió en su interior. “¡Plaf! Ante mí tenía un paisaje equilibrado, total”, escribió esa misma noche en su diario. Fue una epifanía estética, espiritual y vital. En esa conjunción de orografía salvaje, intervención humana integrada en el paisaje, luz líquida y mar hipnótico, Klarwein reconoció un hogar.

Tenía apenas 21 años. Alquiló una pequeña casa por 250 pesetas mensuales y decidió pasar allí aquel invierno del 53. Su hijo Balthazar lo sintetiza con precisión: “Nunca volvió a Ibiza. Tuvo un flechazo con Deià. Desde el primer momento se sintió en casa”. Ese encuentro fortuito con un paisaje cargado de energía telúrica marcó el inicio de una relación de medio siglo entre Klarwein y la Tramuntana mallorquina; uno de los vínculos más fértiles entre un creador visionario y un territorio sagrado del Mediterráneo.

Mati Klarwein, un joven pintor con mucho talento de 21 años, se encontró con el paisaje de su vida al cruzar el collado de Valldemossa. La revelación fue inmediata. Decidió quedarse y selló una alianza muy fructífera entre creador y paisaje

Un artista sin casa, pero con templo

Aunque Mati Klarwein permaneció vinculado a Deià durante medio siglo, nunca fue propietario de una casa en el pueblo en sentido estricto. En los años 50, con la ayuda de su padre —arquitecto formado en la Bauhaus—, construyó una casita sobre la cala de Deià. Sin embargo, la vendió poco después para poder financiar un viaje para dar la vuelta al mundo. Tras aquella experiencia, Klarwein optó por alquilar distintas viviendas por el municipio, viviendo en casas prestadas, ruinas ocupadas o talleres improvisados.

Su vida en Deià estaba profundamente arraigada, pero era materialmente errante. Para él, el dinero no era un fin, sino una herramienta para sostener su vida artística y su libertad. “Allí donde vivía creaba un espacio mágico, un santuario para la imaginación”, rememora su hija Serafine. Cada lugar se transformaba bajo su influencia en un templo creativo.

Vivió en muchas casas prestadas o alquiladas, como la finca de Son Rullan, un antiguo monasterio del siglo XIV semiabandonado y encaramado en la cima de un promontorio; un auténtico balcón sobre el Mediterráneo escoltado por la presencia de escarpadas montañas. La propiedad pertenecía a sus amigos Fred y Annie Grunfeld, quienes le ofrecieron aquel refugio suspendido entre cielo y mar.


‘Camouflage’ (1985-1987). Obra realizada por Mati Klarwein durante su estancia en plena Serra de Tramuntana. El cuadro es un homenaje visual al equilibrio entre el ser humano y la naturaleza, y también una advertencia frente a su destrucción.


Olivar de Son Rullan que sirvió de inspiración al artista.

Allí, Klarwein transformó lo precario en sagrado. Bajo un toldo abierto al paisaje, instaló su estudio y trabajaba con una meticulosidad casi monástica. Pasaba horas observando cada piedra, cada surco del terreno, captando los matices cambiantes de la luz. En su pintura, cada fragmento del entorno merecía ser representado con devoción absoluta. Su minuciosidad estaba a la altura de los maestros holandeses.

Al caer la noche, su casa se transformaba en punto de encuentro para músicos, artistas, vecinos y forasteros que se reunían en improvisadas jam sessions, con tambores africanos, jazz afrocubano, funk o flamenco. La música era parte de su rutina cotidiana. “Subías de la cala y te parabas en casa de Mati. Siempre había una jam session en marcha”, recuerda su amigo, el escritor y músico, Tomás Graves.


Retrato Mari Klarwein en los caminos de Son Rullan

Deià-New York Connection

Durante las décadas de 1960 y 1970, Deià vivió su época dorada; se convirtió en un oasis de libertad creativa y comunión intergeneracional donde el arte se respiraba como el aire. Fue un laboratorio humano, social y estético que atrajo a poetas, músicos, pintores, cineastas, filósofos y buscadores de otra forma de vida. Entre todos ellos, Mati Klarwein se convirtió en una de las figuras centrales, “una especie de filósofo y chamán cotidiano”, dicen los que le conocieron bien. El estudio de pintura de Klarwein era un cosmos de objetos mágicos, discos de vinilo, instrumentos musicales y altares improvisados. En este contexto, sin relojes ni guiones, Mati pintaba con obsesiva disciplina, pero lo compaginaba con una celebración continua. “Pintura, siesta y fiesta”, resume Serafine.

Su casa –ya fuera en Son Rullan, su estudio en Nueva York o cualquier otra morada provisional– pronto se convertía en un vórtice creativo donde se mezclaban el jazz, la psicodelia, los tambores afrocubanos y las conversaciones nocturnas sobre lo divino y lo humano. Allí, el pintor se convertía en anfitrión generoso y percusionista exigente. Tomás Graves describe aquellos eventos “con música en directo, guitarras y calipso caribeño”. “A medida que pasaban los años, los bongos fueron cediendo paso a las congas, y las improvisaciones acústicas evolucionaron en jam sessions más psicodélicas, marcadas por el flamenco latin jazz, el afrobeat y la música negra que tanto influenció a Mati”, añade.

Klarwein convirtió cada espacio que habitó en un templo creativo. Desde casitas sobre la cala hasta las ruinas montañosas como Son Rullan, donde trabajaba bajo toldos improvisados y rodeado de telarañas intencionadas


Son Rullan en la actualidad.

“Sus casas eran lugares underground, donde había una celebración continua”, recuerda Serafine. Aquel refugio de la Serra de Tramuntana no solo albergaba jam sessions espontáneas —donde Mati, exigente con la calidad musical, imponía su ley: “Si no puedes tocar en ritmo, fuera”—, sino que también funcionaba como un santuario espiritual donde los visitantes eran participantes de un rito. Entre Nueva York y Deià, Mati Klarwein no solo alternó residencias, sino que construyó un sistema dual. La metrópoli como laboratorio y la aldea mallorquina como útero simbólico.

Gracias a su intensa conexión con Nueva York y con la escena contracultural afroamericana de los años 60 y 70, Mati Klarwein se convirtió en un puente privilegiado entre la pintura psicodélica y la música de vanguardia. Desde su loft en el Upper West Side —cerca del Dakota Building y vecino de la Factory de Andy Warhol—, Klarwein recibió a músicos como Miles Davis, Jimi Hendrix o Carlos Santana. O filósofos como Timothy Leary. No solo compartía veladas con ellos, sino que les ofrecía su arte como vehículo visual para sus exploraciones sonoras. Fruto de esa complicidad estética, en 1970 nacieron portadas míticas como Bitches Brew, de Miles Davis, o Abraxas, de Carlos Santana, donde el trazo místico y afro-cósmico de Klarwein se convirtió en un icono visual de alcance global.

Conectado a las escenas más vanguardistas de Manhattan, Klarwein fue puente entre la pintura psicodélica y la música negra. En su estudio neoyorquino gestó imágenes que acompañarían discos históricos como Abraxas de Santana o Bitches Brew de Miles Davis, convirtiéndose en icono visual de toda una generación


‘Anunciación’ (1961). Esta imagen fue elegida por Santana como portada de su mítico álbum Abraxas (1970), convirtiéndose en uno de los iconos de la contracultura psicodélica.


Esta obra (‘The Pharaoh’s Daughter’, 1968) fue creada originalmente por Mati Klarwein como parte de su serie Visionary y dos años más tarde se convirtió en la portada del legendario álbum ‘Bitches Brew’ de Miles Davis (1970). Su imaginario afro-futurista, cargado de simbolismo místico y erotismo cósmico, se alineó de forma visionaria con la revolución sonora del jazz fusión. La imagen es hoy uno de los íconos visuales más influyentes de la música contemporánea.

Para Glenn O’Brien, cronista lúcido de la contracultura y editor de Interview Magazine, conocer a Mati Klarwein fue como acceder a un secreto que transformaría para siempre su percepción del arte y la realidad. En su texto para Paradís perdut i retrobat (2005), O’Brien describe a Klarwein como un auténtico mago moderno: “Un aristócrata kármico, con alma feliz y sin nada que demostrar. No tenía rollo, tenía conversación y carisma”.

Mientras el arte contemporáneo se dividía entre el pop superficial, la psicodelia naíf o el conceptualismo árido, Klarwein cultivaba una visión compleja, exuberante y técnica, capaz de representar lo invisible con precisión renacentista y una carga simbólica brutal. Su pintura —continúa O’Brien— “no era solo psicodélica, era chamanismo”. “Entre Nueva York y Deià, Klarwein no vivía entre dos mundos, sino que los conectaba”, añade. Era, a ojos de Glenn, un eje magnético entre la sofisticación urbana y la espiritualidad telúrica, un artista total cuya obra encarnaba la posibilidad de que la magia aún existiera en un tiempo que había dejado de creer en ella.

Durante los años de plenitud artística y espiritual de Deià, Mati Klarwein se convirtió en una figura esencial del alma del pueblo. Como recuerda Cristina Barchi, su aliada en la defensa del paisaje de la Tramuntana, “resultaba paradójico e inspirador ver que, mientras se retiraba a la soledad de una colina bajo la montaña para pintar, estuviera, al mismo tiempo, al tanto de las corrientes ecopolíticas más avanzadas”.

Desde esa aparente desconexión, en sus últimos años de vida, Klarwein decidió implicarse públicamente como si tuviera veinte años. “Supo atraer a otros extranjeros al activismo local, incluso a quienes no hablaban catalán o castellano y no podían informarse por los canales habituales. Eso es algo que hoy no se hace —se lamenta Barchi— y se pierden muchos aliados”.


‘Autorretrato con sombrero de paja y pimientos’ (1954). Óleo y témpera sobre tela. En esta obra temprana, Mati Klarwein se retrata con serenidad clásica y simbolismo surrealista, heredado de su admirado Salvador Dalí, anunciando ya la mezcla de técnicas y universos que marcarían su obra posterior.

El giro de los años 80

El paraíso comenzó a resquebrajarse a finales de los años ochenta, cuando Deià entró en una etapa que marcaría el inicio de su transformación irreversible. Durante décadas había sido un laboratorio de vida artística y comunitaria, pero empezó a convertirse en un escaparate de lujo, con un modelo incipiente de gentrificación. La comunidad de artistas, que se había integrado de forma natural en el tejido del pueblo, fue desplazada poco a poco por la lógica del turismo exclusivo. Serafine Klarwein resume esa transformación: “Pasamos de ser participantes a convertirnos en meros observadores”.

Mati Klarwein no aceptó esa mutación con pasividad. Muy al contrario: activó una nueva faceta de su vida como artista militante. Con la misma precisión con la que pintaba sus paisajes visionarios, se volcó en la defensa del territorio y la identidad de Deià y el paisaje de la Tramuntana. Su arte se transformó en herramienta de denuncia y resistencia. Elaboró carteles para la entidad ecologista GOB, participó en manifestaciones, intervino mapas urbanísticos con monstruos de cemento y creó obras críticas frente a la destrucción del paisaje.

Su activismo fue tan radical como su pintura. Intervino mapas, diseñó carteles, lideró manifestaciones y convirtió la estética en denuncia. Cada agresión al paisaje de la Tramuntana era un crimen estético y espiritual


Campaña del GOB que frenó el disparatado proyecto que los mismos autores corruptos del túnel de Sóller quería perpetrar.

Su activismo combinaba la potencia de la imagen con la ironía del arte. Cuando alguien propuso canalizar el torrente de Deià bajo una capa de hormigón, Klarwein reaccionó con firmeza. Afirmaba que cubrir el torrente equivalía a amputar la vena vital del pueblo. En su visión, el paisaje era un ser vivo, y cualquier agresión era una herida profunda.

Para él, el arte ya no podía limitarse a la contemplación estética. Había que actuar. En sus últimos años repetía que “el único oficio que merecía la pena en ese momento era ser ecologista”. Su compromiso se enmarca en una conciencia que venía gestándose en Mallorca desde finales de los setenta, cuando campañas como “Salvem sa Dragonera” habían encendido la chispa del ecologismo insular.

A finales de los 80, el Deià místico comenzó a resquebrajarse. El turismo de élite y el mercado inmobiliario desplazaron a la comunidad creativa. Klarwein reaccionó transformando su arte en trinchera


Ilustración original de Ferrán Sintes ante la amenaza de la autovía de la Serra de Tramuntana.

Durante las décadas de los ochenta y noventa, cuando la amenaza del hormigón comenzó a expandirse con fuerza por la Serra de Tramuntana, Klarwein y Tomás Graves pusieron en marcha el colectivo Amics de la Serra de Tramuntana. Su objetivo era frenar un proyecto de autovía litoral que pretendía conectar Valldemossa, Deià y Sóller. El trazado proyectado atravesaba uno de los paisajes más delicados y hermosos de la isla y amenazaba con convertir la Costa Nord en un simple corredor turístico de alta velocidad.

Para Klarwein, aquella lucha no era política ni puntual. Era estética y espiritual. Había pintado Deià piedra a piedra. Ver aquel santuario reducido a escombros bajo el asfalto era, para él, una afrenta directa. La implicación también se vivía en casa. Su hijo Balthazar recuerda que él y su hermano Salvador pintaron junto a su padre una pancarta monumental con autopistas en forma de monstruos devoradores que estuvo colgada varias semanas en la Avenida Argentina de Palma y participaron en una protesta que cortó la carretera entre Deià y Sóller.


Mati Klarwein frente a una pancarta contra la autopista de la Tramuntana, años 90. El artista posa ante una de sus intervenciones públicas, realizada como parte de la campaña ciudadana contra la reforma de la carretera entre Deià y Sóller. La obra, titulada ‘El precio del Progreso’, estuvo colgada durante semanas en la avenida Argentina de Palma.

El clímax de aquella resistencia tuvo lugar en una noche que ya es leyenda. Cristina Barchi estuvo allí: “Fue en Son Rullan. Hubo pocos invitados, pero entre ellos estaban los cantantes Sting y Annie Lennox. Subieron a pie por el camino empinado, en total oscuridad, en silencio, dejándose empapar por los olivos centenarios y la majestuosidad del paisaje. Klarwein los conquistó”.

La noche que organizó una cena íntima con Sting y Annie Lennox en su “chocita” fue un punto de inflexión. Logró visibilizar la amenaza sobre la Tramuntana y sumar apoyos internacionales. La causa local se convirtió en causa global. Y se logró frenar el proyecto

A partir de esa noche de conversaciones y música debajo de las estrellas se desató una ola de solidaridad. Poco después, Peter Gabriel, Lou Reed, Claudia Schiffer, Jean-Baptiste Mondino y Bettina Rheims, entre otros muchos, firmaron el manifiesto en defensa de la Tramuntana. La causa local se convirtió en una preocupación internacional y el Govern balear reculó.

Barchi lo resume con crudeza: “Aquel proyecto defendido por Jaume Matas (expresidente balear del PP y exministro de José María Aznar) era una serpiente de asfalto que sobrevolaba el pueblo y la cala para que los turistas llegaran cinco minutos antes a Sóller. Klarwein comprendió que había que detenerlo y lo hizo a su manera. Con arte. Con magia. Y con verdad”.

Deià no era solo un refugio físico para Mati, sino una extensión de su alma y de su obra. Su pintura documentaba el paisaje con devoción mística. Cada piedra, cada surco, cada sombra era capturada con precisión obsesiva


Recorte de prensa, ‘El Día de Baleares’, 28 de enero de 1995. Mati Klarwein junto a Marisa Darder, Tomás Graves y Maria Antònia Darder, en representación de los Amics de la Serra de Tramuntana. El titular ‘Asfalto contra olivos’ refleja el fuerte rechazo ciudadano al proyecto de autovía, considerado un atentado irreversible contra el patrimonio paisajístico y cultural de Mallorca.

Decepción final

El final del idilio llegó una noche de verano, con una provocación y un micrófono en la mano. Eran los primeros años de la década de los 90, durante una fiesta organizada por Klarwein en el hotel La Residencia —con permiso previo, músicos invitados y ambiente festivo—, un cliente se quejó por el volumen. Desde la recepción, un empleado intentó disolver el concierto. Mati pidió hablar con los propietarios. Al no obtener respuesta, tomó el micrófono y lanzó su proclama sarcástica: “¡Esto debía ser una residencia de artistas! ¡Muerte a los fascistas…!”.

No fue un exabrupto aislado, sino una declaración de ruptura. Aquel artista que había contribuido a hacer de aquel lugar un altar cósmico ya no encajaba en el modelo “boutique” del nuevo Deià. Cuando desembarcaron las inmobiliarias y los turistas vip en Deiá, la autenticidad se volvió incómoda. En sus últimos años, Klarwein contempló la posibilidad de mudarse al sur de la isla, a Campos. La amenaza constante sobre las montañas que lo habían seducido se volvió opresiva. Aun así, no abandonó Deià ni su arte ni su activismo. Allí murió en 2002, a los 69 años. Sus cenizas fueron enterradas en el cementerio del pueblo, cerca de la tumba de Robert Graves, cerrando poéticamente el círculo iniciado décadas atrás por dos espíritus libres que soñaron otra manera de habitar el Mediterráneo.

Mati Klarwein murió en 2002. Fue enterrado en el cementerio de Deià, cerca de Robert Graves. No solo dejó cuadros, dejó una advertencia: sin alma, el paraíso se convierte en escenario vacío. Su vida fue un faro y un escudo. Y su obra, un llamado urgente a despertar

El legado de Klarwein trasciende la pintura. Es una advertencia sobre lo que ya hemos perdido, pero también una inspiración sobre lo que aún podríamos salvar. Deià todavía deslumbra, pero ya no es el mismo. Y Klarwein lo intuía. En todo caso, en GodJokes, uno de sus últimos libros, profetizó: “El fin del mundo está muy cerca… así que tómate tu tiempo”.