Los problemas que hacen de la industria musical un lugar que «oscurece tu alma, tu pasión y tu salud»

Los problemas que hacen de la industria musical un lugar que «oscurece tu alma, tu pasión y tu salud»

El artista y escritor James Kennedy desmonta en ‘Loud Medicine’ el glamur del mundo de la música y deja al descubierto sus debilidades, desde el poder de las discográficas hasta la crisis de salud mental

La gente que padece anhedonia musical y no disfruta escuchando canciones: “Es como una conversación en un idioma que no entiendo”

En la mente de la mayoría de la gente, el éxito en el mundo de la música se debe a una combinación de talento y mucho esfuerzo que acaba dando lugar a una canción que lo cambia todo. Pero ¿qué pasaría si la industria musical fuera, en realidad, un casino donde la única fuerza indispensable es la suerte y las grandes discográficas operan más como “bancos con poderes de extorsión” que como mecenas del arte? Se trata de un retrato oscuro y pesimista que no solo acaba con el glamur de los conciertos, sino que también pone el foco en experiencias que desmienten la sofisticada fantasía que caracteriza al sector musical.

Muchas de estas experiencias quedan al descubierto en Loud Medicine (Calon, 2025), una obra en la que el artista y productor James Kennedy, que reside en Gales (Reino Unido) y que lleva décadas sumergido en esta industria, se adentra en los suburbios de la misma para narrar las consecuencias de quien sueña con ganarse la vida a costa de sus canciones. “La realidad que he vivido como músico y sobre la que escribo es la historia real de la mayoría de los músicos, no del 1% que suele escribir las biografías del rock. Es la historia que la industria musical preferiría que no se contara”, afirma el británico a elDiario.es.

Kennedy ha dirigido un sello discográfico, ha sacado numerosos discos y ha realizado cientos de conciertos. Sin embargo, el poder de su narración no emana de un éxito comercial masivo, sino de su prolongada y a menudo dolorosa trayectoria en las “trincheras” del mundo de la música, que él mismo afirma en la obra que lo “ha jodido mucho”: “La industria musical no son las listas de éxitos, Spotify, las estrellas del pop, Coachella, los discos de platino, las entregas de premios y las sobredosis de heroína. No, la industria musical está aquí debajo, con todos nosotros”. Loud Medicine es un “tributo a todos los desvalidos, los no escuchados y los desconocidos”.

La industria musical, a menudo percibida como una meritocracia donde el talento y los buenos álbumes son la clave del éxito, es desenmascarada en la obra como un sistema donde la “suerte” es el factor dominante. “Durante 20 años, he visto que la suerte es el elemento definitorio de la carrera de los artistas: la buena suerte y, con mucha más frecuencia, la mala suerte”, explica el artista, que afirma que ‘tener suerte’ es el modelo de negocio del sector y que la mayor esperanza que puede tener un artista en este negocio es que, si sigue intentándolo, algún día pueda tener suerte. “La industria explota al 100% el hecho de que los artistas hacemos lo que hacemos porque nos encanta y saben que seguiremos haciéndolo, nos paguen o no”, reconoce.

Además de la suerte, para alcanzar el éxito se necesitan productores adecuados, el equipo de marketing perfecto y una financiación suficiente para cada disco. No obstante, el dinero que se invierte en grabaciones, videoclips, fotografías, giras y promoción radical en formatos como la radio no es un “regalo”, pues Kennedy apunta en el libro que es un “préstamo” que debe ser “recuperado” con intereses: “Cada gasto se carga a la cuenta del artista”. El músico cuenta a este periódico que “los artistas pueden proyectar en internet una versión mejorada, pero ficticia, de su dura realidad”, lo que describe como “el deseo de engañarse a sí mismos pensando que las cosas no son tan malas”. “Por desgracia, esto solo sirve para mantener todo el sistema injusto en la sombra”, señala.

Un mecanismo clave para esta recuperación del dinero es el “acuerdo 360”, que permite a los sellos discográficos tomar una “gran tajada de literalmente todo lo que el artista gana”, incluyendo ventas de merchandising, entradas de conciertos y patrocinios. Un contrato 360 busca abarcar todos los aspectos de la carrera de un artista para maximizar los ingresos, pero, a cambio, el artista cede una parte de sus ganancias en diversas áreas. Dado que el sello financia las grabaciones y las imágenes, estos se convierten en su propiedad, no del artista, lo que puede dejar a los músicos “legalmente rehenes” en situaciones donde no poseen su propia obra. “La mayoría de nuestros artistas favoritos ni siquiera poseen su trabajo”, escribe en el libro.


El artista James Kennedy

Esto, por supuesto, no afecta a las grandes superestrellas, pese a que a veces hayan afirmado públicamente que no reciben beneficio económico por sus conciertos en estadios. Los que salen verdaderamente perjudicados son quienes no se suben al escenario o quienes no tienen una gran audiencia cuando lo hacen. “El trabajo de un buen equipo es ser invisible, hacer que el espectáculo sea perfecto sin arruinar la mística para el público”, comenta James Kennedy, sentenciado que, “por desgracia, eso significa que nunca se les nota, se les aprecia o se les reconoce por la enorme cantidad de tiempo y esfuerzo que dedican a cada espectáculo”. Aun así, declara que, “al menos, al equipo siempre se le paga, algo que no suele ocurrir con los artistas”.

Asimismo, la fantasía del “sexo, drogas y rock ‘n’ roll” que a menudo se asocia con la vida de los músicos que están de tour es desmentida en Loud Medicine, revelando una realidad llena de agotamiento y sacrificio extremo. El escritor británico explica que, lejos del glamur de los autobuses de gira y los hoteles de lujo, la mayoría de las bandas se mueven en una furgoneta o incluso en un coche, donde tienen que dormir, comer, cambiarse de ropa y realizar actividades de higiene si no pueden permitirse pagar un hostal. Kennedy indica que el coste de esta vida es inmenso, pues su carrera implica “perder dinero junto con tiempo, relaciones personales, salud y cordura”.

“La industria musical necesita que el público crea en los clichés del rock sobre buenos momentos, fiestas, excesos y glamur, porque así es más difícil que los artistas se quejen de sus condiciones de trabajo cuando el público cree que todos los artistas están viviendo un sueño”, reflexiona el autor de la obra. “Si se quejan, los artistas parecen desagradecidos, por lo que la mayoría no lo hace”, agrega, denunciando que “ser artista debe valorarse como una profesión real y estar sujeto a las mismas normas laborales que otras profesiones”. “Hay que dejar de promover las fantasías del rock que nunca han sido ciertas, sino que siempre han sido una divertida cortina de humo tras la que ocultar la explotación a los artistas”, destaca.

La protección del arte y de quienes lo crean comienza con la concienciación. Una vez que haya suficientes personas que sepan lo que hay en juego y el papel que pueden desempeñar para lograr el cambio, podremos darle la vuelta a la situación.

James Kennedy
Artista, músico y escritor

James Kennedy apunta que toda la purpurina que inunda el mundo de la música provoca que no se hable de que la industria es escenario de una alarmante crisis de salud mental, un problema “chocante, vergonzoso y no tan secreto” que afecta tanto a los que protagonizan los conciertos como a los técnicos que los hacen posibles. De hecho, compara la industria musical con sectores de alto estrés como el militar y el de los médicos de primera línea en cuanto a su impacto negativo en la salud mental. Esta crisis no distingue entre las grandes estrellas y aquellos artistas que luchan detrás de escena, pues el autor afirma que la mayoría de quienes entran en la industria “se van con algún daño”.

Ahora, con la inteligencia artificial y el dominio de los algoritmos, los enemigos también se encuentran a través de la pantalla. Las plataformas de streaming son un arma de doble filo, y no solo por la mala remuneración que hacen por reproducción. James Kennedy publicó su disco Make Anger Great Again (2020) como un llamamiento a la acción durante la primera era de Donald Trump y el Brexit. Sin embargo, según llegó a contar el artista, el video de la canción The Power fue eliminado de YouTube un día después de su estreno, Facebook no permitió ningún anuncio del álbum en su plataforma y recibió mucho odio de fanáticos de Trump (aunque esto último le pareció gracioso).

“La era digital facilita enormemente a las autoridades censurar o, como en mi caso, simplemente eliminar contenido de Internet con solo pulsar un botón. Y no hay forma de recurrir”, relata Kennedy. “Cuando se censura o se cancela a artistas populares como Kneecap o Bob Vylan, la gente se entera porque son artistas de éxito, pero a los artistas menos conocidos se les puede eliminar su música de Internet y la prensa nunca lo denunciará. Esto ocurre constantemente y solo puedo ver que la situación empeora en el clima político actual”, declara el músico, que aboga por la “acción colectiva”.

“Proteger el arte y a los artistas que lo crean comienza con la concienciación. Una vez que haya suficientes personas que conozcan la verdadera realidad de lo que está en juego y el papel que pueden desempeñar para lograr el cambio, podremos cambiar las cosas de la noche a la mañana. Como siempre, todo comienza y termina con nosotros, con todos nosotros. No con los muchos guardianes”, sentencia James Kennedy. El remedio está en el “apoyo colectivo a los artistas”, que pasa por comprar sus productos, ir a sus conciertos, compartir su contenido en redes, difundir su arte y ofrecerles un lugar donde dormir: “Nosotros, los creadores y amantes de la música, somos la única fuerza que puede cambiar esta industria para mejor”.