Cine de terror para la era hiperpolítica

Cine de terror para la era hiperpolítica

Como no hay una articulación social o política relevante, o ni siquiera el arraigo para generar capacidad transformadora, lo que permanece es gesto, discurso y cierto sentimiento de impotencia

Nada más típico tras el Ferragosto que el divertimento, sea en una sala, sea en un cine de verano, sea al aire libre, con cualquier película, sea un clásico, sea la última producción de terror, con frecuencia norteamericana. Incluso en medio de tragedias como la que estamos viviendo estas semanas en España, con una cantidad inmensa de hectáreas y naturaleza ardiendo entre reproches cruzados y competenciales por parte de la clase política y de las administraciones, no se para el carrusel estival; ya no está en cartelera la nueva de ‘Destino Final’, pero lo estuvo durante unas cuantas semanas ociosas. Al blockbuster de miedo lo sustituye uno nuevo hasta que al nuevo lo sustituya en la próxima temporada otro, y así acaba una refugiándose, en mi caso, de los casi cuarenta grados madrileños; la última que fui a ver al cine, y salí de allí con cierto desconcierto, fue ‘Weapons’.

Voy a intentar proceder sin destripar demasiado lo que sucede en la película; espero que quien me lea perdone así las generalidades. En ‘Weapons’, una gran conmoción sacude los suburbios de una ciudad en algún punto de Pennsylvania cuando una noche, de pronto, a las 2:17 de la madrugada, todos los niños de una clase, menos uno, se levantan de la cama, salen de sus casas y desaparecen corriendo en la oscuridad. La historia nos la cuentan a través de distintas perspectivas, avanzando y luego volviendo atrás para cambiar la focalización; primero, la profesora de esa clase, inmediatamente convertida en chivo expiatorio y sospechosa; después, uno de los padres de un niño desaparecido; luego, la perspectiva de un policía, la de otro miembro de la comunidad educativa…

La tendencia en los últimos años, al menos en parte del cine de terror, era a resaltar de forma relativamente explícita los problemas y cuestiones sociales, en ocasiones estructurales, que abordaba a través de su monstruo o de sus horrores. Es con lo que ha hecho carrera el director Jordan Peele, por ejemplo, que aborda, a mi juicio con relativa maestría y desde distintas perspectivas, toda una historia de racismo estructural estadounidense contra la población afroamericana, y lo hace sin resultar programático ni panfletario; esa es la corriente que va por debajo de ‘Déjame salir’, ‘Nosotros’ o ‘¡Nop!’. De forma más difusa, también se pueden trazar corrientes discursivas de fondo en el cine de otro director como Ari Aster: ‘Hereditary’, ‘Midsommar’ o ‘Beau tiene miedo’ también exploran el trauma, lo reprimido, el síntoma de lo que asusta y, por ende, tiende a apuntar a algo más.

El caso de ‘Weapons’ tiene algo distinto. Lo primero que he de constatar, aunque tenga mis reticencias sobre la película en sí, es que la experiencia de visionado resulta divertida; la sala, llena hasta los topes un martes, no paró de reírse durante toda la proyección, y tanto mis amigas como yo acabamos infectadas por esa misma risa, que no nos esperábamos cuando al ver el tráiler un rato antes nos parecía el preludio de una película contemporánea de horror más. Lo segundo, y más importante para diferenciarla de esa tendencia a la que apuntaba: ‘Weapons’, precisamente en ocasiones por esa exageración o comicidad, es una película que coge los códigos contemporáneos del terror y los reduce a la forma. Es terror sin contenido, terror sin subtexto ni contexto, en el que las cosas, en realidad, no significan, aunque a ratos parezca que sí.

Si lo que el director quería hacer era una representación de la paranoia y aislamiento al que conducen organizaciones urbanísticas y sociales como los suburbios en Estados Unidos, a la película le falta paranoia, chivos expiatorios y cruce de acusaciones clásicos en cualquier investigación de este género. Si lo que el director quería construir era una alegoría de los tiroteos escolares, como algunos interpretan también por el título o por un momento brevísimo en el que aparece en un sueño un arma de fuego sobre una casa, la alegoría, por cómo se acaba resolviendo toda la trama, también es particularmente floja e inconsecuente. Si se trata de un horror inspirado en el abuso de sustancias y la propia experiencia del director con el alcoholismo, seguro que de allí saldría un artículo interesante de crítica cultural, pero el crítico habría de colocar más de sí mismo en la crítica que de la película, como cuando Cézanne acusaba a los filósofos que hablaban de la pintura de hablar siempre más de su propia teoría filosófica que de los cuadros.

‘Weapons’ es terror en forma de sensación, sin significado, sin inconsciente, tampoco inconsciente político; es terror sensacionalista en su forma, reducido a expresión plástica o forma de filmar y construir. No deja de ser una experiencia agradable, pero es la experiencia de una cáscara vacía. Y, tras verla y reflexionarla un poco más, no podía dejar de decirme que es, por tanto, una película idónea para la transición entre el auge hace una década de ese terror politizado a un cine que se despolitiza; un arte y un cine para la era hiperpolítica.

Anton Jäger emplea el término de hiperpolítica para hablar de nuestro presente: un tiempo de intensa politización donde “la política” se cuela en toda esfera de la vida, pero sin que esta tenga consecuencias políticas claras. En su concepción, ya hemos dejado atrás la era pospolítica marcada por la hegemonía neoliberal de los años noventa y de los primeros 2000, acabados los tiempos del mercado y la tecnocracia, particularmente tras el colapso de 2008.

Pero también pasaron ya los años del auge de una protesta ciudadana contra ese mismo colapso, el momento de Occupy, Syriza o el nacimiento en España de Podemos; la actualidad ya no es pospolítica sino hiperpolítica, pero no en un buen sentido. Es porque la política ocupa el lugar del gesto: en palabras del propio Jäger, “se escruta cada evento importante por su carácter ideológico, se generan controversias que tienen lugar entre campos cada vez más claramente delineados en plataformas de redes sociales y que cada bando amplifica a través de sus canales mediáticos preferidos. A través de este proceso, se politiza mucho, pero se logra poco”. Como no hay una articulación social o política relevante, o ni siquiera el arraigo para generar capacidad transformadora, lo que permanece es gesto, discurso y cierto sentimiento de impotencia.

Es obvio que ‘Weapons’ no inventa el terror que no significa nada, que no trata refinadamente angustias colectivas; lo interesante es que lo haga con herramientas parecidas a las que hace poco se estaban empleando para un cine de terror que coincidía con el auge de todos esos movimientos sociales, de estrategias de resistencia o de un protagonismo nuevo de minorías que no habían estado presentes.

Ni siquiera he entrado aquí en aspectos profundamente problemáticos sobre cómo la película codifica, representa y trata el mal, que no solamente es banal y en cierto sentido inexplicable con lo contenido estrictamente dentro de la política, sino que encima obedece a decisiones particularísimas cuyas motivaciones son inescrutables. Quizá soy yo la que busca en exceso que este terror retrate una ansiedad contemporánea, para mí, indisociable de lo social y lo político; quizá la culpa está en mis ojos como espectadora, pero intuyo una tendencia, a saber si venidera, a que parte del arte por venir (y de su industria) abandone las causas y análisis políticos que hace no tanto lo nutrían. Vayan a verla y comprueben si a ustedes también les pasa.