
Compasión
Las IAs de las que disponemos ahora son ya tan “humanas” que mienten y engañan y chantajean, pero a sus programadores no se les había ocurrido hasta ahora que quizá fuera buena idea añadirles también la mejor mitad de lo humano: la parte compasiva, empática, altruista
Hace poco estuve oyendo en YouTube una conferencia de Geoffrey Hinton – considerado uno de los padres de la Inteligencia Artificial y premio Nobel de Física 2024– que comenzaba diciendo: “Si cuando terminen de oír esta conferencia no están asustados, es que no han comprendido lo que les quería explicar.”
Un par de días después me enviaron un enlace a una entrevista con el mismo Hinton en la que a la pregunta de qué podemos hacer para que las IAs no nos destruyan (a los humanos) contestaba que el único remedio que él veía era tratar de entrenarlas en la compasión, la empatía y el instinto maternal, ya que una madre procura no dañar ni destruir a sus criaturas y esa es nuestra única esperanza, según el especialista: enseñarle a que no nos haga daño, porque somos hijos suyos.
Pero yo no quería hablar concretamente de Inteligencia Artificial, ni de los oscuros tiempos que nos esperan por haber creado un monstruo que no podemos controlar.
Quería, sobre todo, hablar de compasión, una de las mayores cualidades que tenemos los seres humanos y a la que damos muy poca importancia. La compasión, que en origen significa “sufrir junto a otro o con otro” implica empatía, poder ponerse en el lugar de otra persona, hacer lo posible por aliviar su padecimiento. En principio es algo tan simple como hacerle a los demás lo que te gustaría que te hicieran si estuvieses en la misma situación y es algo que sucede muchísimas veces, porque hay mucha gente buena y compasiva. Deberíamos darnos cuenta de ello, agradecerlo y valorarlo. No es necesario que sea una heroicidad. Mejor muchos pequeños actos a lo largo de una vida entera que salir en las noticias una sola vez, no creen?
Está claro que pasan muchas cosas horribles, que hay mucha gente mala en este mundo; no soy tan ingenua como para no saberlo, pero hay también mucha, mucha gente buena que pasa desapercibida, porque no sale en los periódicos ni en la televisión, y no sale porque las buenas noticias no son noticias, porque no dan clics ni likes que es lo que mueve hoy en día el mundo además del dinero. A menos que se trate de una heroicidad notoria, nadie se molesta en destacar la bondad, la compasión, la valentía, el aguante y la paciencia que hacen falta para solidarizarse con quien sufre y tratar de aliviar ese sufrimiento.
Me refiero a todos esos actos cotidianos, que no son oficialmente heroicos y, por tanto, no acaparan titulares en prensa, ni likes en Instagram y Tik-Tok, pero son el cemento que une a las personas que formamos la sociedad. Y no les damos crédito más que cuando nos conciernen directamente: una persona que tiene un accidente en la calle y enseguida es auxiliada por otras personas que acuden a ver en qué pueden ayudar, que llaman a una ambulancia y esperan hasta que llegue; alguien que en un autobús cede su asiento a quien más lo necesita; alguien que escucha durante el tiempo que haga falta a otro que quiere contarle sus penas; alguien que le sube la compra a un vecino o una vecina anciana; alguien que comparte horas y simpatía con una persona que se siente sola; alguien que sonríe, que saluda, que se relaciona amablemente con todo el mundo, que dedica pequeños y grandes gestos a las personas de su entorno; alguien que prefiere interesarse por los demás a resultar interesante…
Cuando hablo de compasión, también me refiero a la esfera del voluntariado, a la cantidad de personas que dedican tiempo y esfuerzo de manera gratuita a todo tipo de actividades para ayudar a otras personas en toda clase de ramas y situaciones. Sin ir más lejos, en Austria, el país donde yo vivo, la cifra es de 44%. Según datos de Europa Press, el porcentaje de voluntariado en la UE roza el 20% de la población. En España está en un 11% y, aunque parezca poco, significa que más de cuatro millones de compatriotas dedican varias horas semanales a actividades altruistas, es decir “compasivas”, que no redundan en beneficio inmediato propio, sino que sirven de algo a otras personas. Puede tratarse de colaborar con instituciones de servicios sociales, o de organizar clubs de lectura, o dirigir coros de personas jubiladas o trabajar unas horas en una biblioteca, o enseñar la lengua del país a inmigrantes, o entrenar equipos infantiles de diferentes deportes, o leer en voz alta a personas con dificultades visuales… miles de cosas… y, por lo que parece, esas actividades altruistas favorecen no solo la mejora del tejido social, sino que redundan en una mejor salud psíquica de quien las ejerce.
Resulta curioso darse cuenta de que, siendo toda esta esfera de la “compasión” algo tan necesario, tan humano y tan extendido, las personas que han estado trabajando tantos años para crear una “superinteligencia” no se hayan dado cuenta de lo importante y necesaria que resulta.
Las IAs de las que disponemos ahora son ya tan “humanas” que mienten y engañan y chantajean, pero a sus programadores no se les había ocurrido hasta ahora que quizá fuera buena idea añadirles también la mejor mitad de lo humano: la parte compasiva, empática, altruista.
En el moderno mito de Frankenstein, la Criatura -el monstruo, la creación del estudiante- se vuelve asesino porque su creador lo ha abandonado, porque no ha querido ni sabido ser un buen padre para el hijo que ha lanzado al mundo. En la actualidad, ahora que los especialistas empiezan a darse cuenta de lo que han hecho, nos encontramos con esa nueva “forma de vida” que va a enfrentarse a la nuestra y no se nos ha ocurrido ni siquiera legislar sobre los atributos que puede o no poseer.
Ahora nos dicen los expertos que sería buena idea tratar de añadir a las IAs un poco de compasión para que no nos destruyan cuando se den cuenta de que pueden hacerlo.
Es interesante -y bastante triste- imaginar qué clase de humanos las han creado.