Cala Dúo, el polémico beach club inspeccionado por no respetar el parque natural de Formentera

Cala Dúo, el polémico beach club inspeccionado por no respetar el parque natural de Formentera

El establecimiento, que se ha hecho viral por cánticos e insultos contra Pedro Sánchez, incumple varias normas, según el Consell Insular: demasiado aforo, cobro de entrada y chill out colocado en una zona pública. La empresa lo niega

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Los índices apuntan al techo, los brazos se agitan. En un alarde de euforia hay quien se sube a un taburete para llegar más alto o bambolea una lámpara, alargada y colgante. El móvil va recorriendo una sala a punto de reventar. Es un plano secuencia vertical, perfecto para instagramearlo en forma de story. La música está, pero apenas se escucha en medio de la fiesta. El bum-bum-bum electrónico sirve para marcar el compás de un cántico machacón: decenas de personas insultan al presidente del Gobierno de España acordándose de su madre.

El vídeo se publicó a finales de julio en las redes sociales de una web ultraderechista bajo un titular que pretendía ser irónico: “Formentera envía saludos a Pedro Sánchez”. Algunos medios locales fusilaron la información y la replicaron, calificando al escenario de la jarana como una discoteca. Es lo que parece, pero no lo es. Ni puede serlo: al estar dentro de un parque natural que prohíbe expresamente en su reglamento de usos “la celebración de fiestas, conciertos y espectáculos de cualquier tipo, sean o no multitudinarios (…) al aire libre o en un establecimiento”.

Sobre el papel, Cala Dúo es un restaurante. Por ese motivo, el Consell de Formentera ordenó su “cierre inmediato” el 8 de agosto. “La normativa es clara y la seguridad de las personas y la protección de nuestro entorno natural son líneas rojas que no permiten interpretaciones. Actuaremos con contundencia siempre que sea necesario”, dijo entonces el presidente Óscar Portas, que dirige un gobierno formado por Compromís per Formentera, su partido, y el PP.


Cala Dúo está situado junto a un canal, sa Sèquia, que renueva las aguas de un gran estanque interior.


Uno de los atractivos de Cala Dúo es que se podía volver caminando desde la fiesta al puerto para tomar el barco de regreso a Eivissa.

Los dueños del restaurante contestaron al político insularista clavando un cartel junto a la entrada del negocio. En mayúsculas se leía: “LAMENTÁNDOLO ENORMEMENTE Y POR DECISIÓN DESPROPORCIONADA CON ABSOLUTA FALTA DE MOTIVACIÓN JURÍDICA DEL CONSELL DE FORMENTERA -QUE NO COMPARTIMOS PERO QUE ASUMIMOS EN ARAS DE EVITAR MALES MAYORES- HOY LA ACTIVIDAD DE CALA DÚO NO TENDRÁ LUGAR Y PERMANECEREMOS CERRADOS”. El hoy resultó ser literal. Un día después, Cala Dúo volvía a recibir clientes, pero los clientes se comían el arroz advertidos de que, de postre, no habría baile.

“Se les dio un plazo de veinticuatro horas para subsanar las deficiencias que presentaban. Una vez lo hicieron, un inspector comprobó que estaba todo subsanado y volvieron a abrir. Tal y como se explicó en el comunicado [enviado a los medios en el momento del cierre], desde el equipo de Gobierno tienen muy claro que se debe cumplir la ley, especialmente, en un paraje tan sensible como el parque natural”, explican fuentes del Consell Insular.

Además de la instalación de un equipo de sonido, con los altavoces escupiendo decibelios hacia las caletas de arena y rocas que están pegadas al restaurante, ¿qué otros incumplimientos detectaron los agentes de Policía Local, los técnicos de la institución insular y los agentes medioambientales del Govern balear cuando inspeccionaron Cala Dúo? Un aforo superior a las cincuenta personas. Cobro de entrada. Un chill out colocado sobre una zona pública. Por ello, los propietarios del negocio se enfrentan a posibles sanciones. En junio, la Conselleria de Medi Ambient ya levantó un acta por contaminación acústica y, desde Palma, se valora “si los hechos descritos son constitutivos de infracción”. Esos trámites se suman al expediente que, desde Formentera, ha empezado a preparar el Consell, un posible castigo del que ha rehusado dar más detalles la institución insular.

Los dueños del negocio niegan incumplir la normativa

Los presuntos infractores ven la película justo al revés. Por correo electrónico (no accedieron a una entrevista telefónica), un responsable de comunicación da su versión de los hechos a elDiario.es. “Desmontamos los altavoces y el mobiliario en zona de Costas se ha retirado para cumplir con el Decreto, pero entendemos que no es correcto lo indicado en el Decreto porque éste se basa erróneamente en el deslinde de Costas, que tuvo lugar en 1997 para toda esa zona de Formentera excepto para la parcela donde está Cala Dúo. (…) En Cala Dúo no se cobra entrada. (…) Sí hay un consumo mínimo, como en cualquier otro chiringuito de la zona. Pero es absolutamente falso que se cobre entrada. (…) El aforo no estaba incumplido según nuestro proyecto de actividades presentado en el Consell. Y, en cualquier caso, será objeto de ese expediente sancionador, si se tramita. Y entonces podremos hacer las alegaciones oportunas”.


El plan que regula los usos y la gestión del Parc natural de ses Salines lleva diez años caducado.


Puesta de sol en una playa, es Cavall d’en Borràs, más vacía, sin fiesta, que en otras ocasiones.

El argumento es más difuso cuando se le pregunta al restaurante –que en su perfil de Instagram sigue prometiendo live music– por varias respuestas a reseñas sobre el restaurante publicadas en Google y Tripadvisor. “No hay nada como combinar una buena comida con la fiesta de la tarde y nuestros DJs”, afirmaban desde Cala Dúo durante el verano pasado a la crítica elogiosa de un cliente. Antes, había quien se quejaba de los agobios que causaba el mogollón. Desde hace dos semanas, de que falta vidilla. En el pasado y el presente, de lo que para sus paladares y bolsillos es una relación tóxica entre la calidad y el precio. Las cuentas no bajan de 100 euros por persona.

“[En una de vuestras últimas respuestas] comentáis que ya nadie pincha por una reciente normativa, pero el PRUG [el Pla Rector d’Usos i Gestió del Parc natural de ses Salines] se redactó y aprobó en 2005. ¿Qué justificación le dais?”, ha preguntado elDiario.es. “Si quieres analizar todos los demás chiringuitos y ver en persona los altavoces que tienen o el uso de zona de Costas o la carencia de licencia de actividad, te acompañamos. (…) Todos queremos cuidar esta isla, nosotros más que nadie”, han respondido desde Cala Dúo.


Una parte de los clientes que iban a bailar a los tardeos de Beso Beach fondeaba frente al negocio.

Uno de esos restaurantes convertidos en beach clubs es el Beso Beach, y lo fundaron precisamente Miguel Sancho y Andrés García-Prado, los dos socios que pusieron en marcha Cala Dúo durante la temporada de 2024. La criatura se llamó así, explicaron ellos mismos, por ser su segundo negocio en Formentera, una aventura más –en Eivissa, Zaragoza o el Pirineo tienen locales de corte similar– bajo el paraguas de Vivir Descalzo. Así se llama la empresa de estos dos emprendedores.

Por logo, tiene un pie que emula –¿involuntariamente?– el estilo de Forges. La filosofía empresarial la describe en su web un texto que firmaría con gusto un guionista de Pantomima Full: “Nuestros espacios personalizados destacan por la alta calidad de los productos ofrecidos y la forma honesta en que son tratados. Pero, sobre todo, creamos espacios destinados a quienes buscan ese je ne sais quoi que los convierte en lugares con alma, especiales y diferentes. Porque en Vivir Descalzo nos especializamos en proyectos de alto reconocimiento, consolidados como auténticas love-brands”.

Silencio en el paraíso

Entre Beso Beach y Cala Dúo hay menos de un kilómetro de distancia. Puede recorrerse junto al mar o cubrirlo caminando por un sendero amplio y tan solo abierto a las bicicletas. Es casi una línea recta que une el sur con el norte de es Cavall d’en Borràs, la playa en la que se encuentra. La ubicación es turquesa y privilegiada. Al oeste, sobre el horizonte, la silueta del peñón de es Vedrà adornando el crepúsculo. Al norte, tras Beso, un montículo y la playa de ses Illetes. Al sur, tras Dúo, los muelles y pantalanes del puerto de la Savina. Al este, una carretera, y la luz reflejándose sobre el lecho de las salinas y las aguas de s’Estany Pudent, una laguna rebajó su pestilencia cuando, hace dos siglos y medio, abrieron una acequia al mar. Un paraíso, que ahora vuelve a sumar a sus atributos el adjetivo de silencioso.

Para elaborar un reportaje sobre la llegada de pateras a Formentera (un drama social in crescendo), elDiario.es visitó este tramo de costa a principios de junio. Aquella tarde, la actividad en la entrada del Beso Beach era frenética. Uno de los aparcamientos del parque natural convertido en el aparcamiento de una discoteca. No era fácil encontrar hueco, pero más difícil resultaba entrar en el garito. La cola humana era larguísima, pese a los 34 euros de consumición mínima –cuatro cervezas o dos copas– que se pedían para bailar entre las mesas y las sillas de un comedor, sombreado, que estaba a reventar.


El banco que dio fama al ‘beach club’ en redes sociales ha dejado de estar en la playa, una zona pública, y lo han trasladado al interior del local.


El magnetismo de la puesta de sol es uno de los grandes incentivos para abrir un negocio en la zona norte de Formentera, parte del Parc natural de ses Salines.

Por eso, no pocos preferían hacer botellón en la playa. Mientras bebían, Julio Iglesias retumbaba sobre la arena trajeado de techno. Quien se sentara en un banco de madera –“no hay verano sin beso” se leía en el respaldo, también había cola, y no corta, para hacerse la foto– debía sentir la vibración de las cuerdas vocales del crooner que más millones de discos ha vendido en todo el mundo cantando en castellano. La euforia se cortó a las diez de la noche. El personal quería más. Algunos fueron caminando, pero otros se pusieron al volante o montaron en la moto y enfilaron hacia Cala Dúo. Allí habría un par de horas extra de cachondeo.

Beso Beach es otro restaurante convertido en beach club. Si es difícil aparcar, más difícil es entrar en el garito. La cola es larguísima, aunque la consumición mínima sean 34 euros

El domingo pasado, la estampa era muy diferente en es Cavall d’en Borràs. La música traspasaba los límites del restaurante, pero el volumen era muchísimo más bajo. Los precios seguían estando por las nubes (un caña doble, 11 euros), pero, además del DJ, faltaban otras cosas. Entre ellas, el banco. Donde solía estar, dos parejas (dos mujeres y dos hombres de mediana edad) comparten su acento malagueño. Son repetidores, pero están decepcionados.

–[El año pasado] No sé cuánta gente había delante… íbamos uno por delante del otro, y este año . Antes era una fiesta, desde que llegabas hasta que te ibas, y la fiesta terminó.

–Es como si te metes en una discoteca y te ponen la música a media voz.

–¿Y no os gusta?

–No es calidad lo que tú buscas aquí. El precio, [respecto a] la calidad de lo que hemos comido, es una barbaridad, pero si nos lo hubiéramos pasao bien seguramente estaríamos ahí dentro todavía.

–Tú vas buscando un chiringuito con ambiente y ahora se ha transformado en un chiringuito más. Aquí… ¿a qué vienes? Para hacer lo que no haces en otro lado. Para gastarte lo que me he gastado aquí pues te quedas en Fuengirola o te vas a Torremolinos o Puerto Banús.

–Todo nos pilla a veinte minutos, y los precios, como estos, o menos. Y la calidad, mucho mejor.

‘Tú vas buscando un chiringuito con ambiente y ahora se ha transformado en un chiringuito más. Aquí… ¿a qué vienes? Para hacer lo que no haces en otro lado’, comenta una turista peninsular, decepcionada porque la música ya no suena tan fuerte en los beach club Formentera

La fiesta –y los conciertos: las fotos de actuaciones de Taburete o Loquillo están guardadas en el álbum de Instagram– es una de las señas de identidad de Beso Beach, un negocio que empezó a funcionar en 2012 y, desde entonces, ha abierto sedes en Eivissa –también dentro del mismo parque natural–, en Mallorca, en Sitges y en Estepona, no muy lejos de los clientes indignados. Basta pasearse por las redes sociales para constatar que, a diferencia de lo que le permite el PRUG de ses Salines, cuál es la razón de ser del negocio.

“El tardeo lo inventamos nosotros”, le dijo, orgulloso, el empresario bilbaíno Rafa Viar en su podcast al tinerfeño Pedro Buerbaum, otro empresario que ha trasladado su residencia a fiscal a la Republicana Dominicana. Viar es el alma mater de Beso Beach y, por WhatsApp, declina la propuesta de elDiario.es para responder a unas preguntas sobre esta historia: “Es un tema que ya he tratado, por la parte que me toca, con los responsables del Consell y creo que seguir hablando del tema Cala Dúo poco beneficia a la isla. Prefiero no opinar”. Esa comunicación con el gobierno insular –o un posible expediente sancionador como el que se le ha incoado a Cala Dúo–, desde la institución ni la confirman ni la desmienten.


Trumpismo en es Cavall d’en Borràs cuando el Beso Beach era una fiesta.


Pese a que la actividad del negocio se basa en buena parte en la fiesta, las señales del parque natural recuerdan que la música está prohibida.

El debate sobre la fiesta en Formentera

Desde hace ya algún tiempo, la palabra fiesta aparece más temprano que tarde tiempo cuando en Formentera se debate sobre el modelo turístico. Uno de sus más firmes partidarios es Juanma Costa. Hotelero –y presidente de la patronal– y político en la reserva –fue el líder del PP formenterense y, en 2003, antes de cumplir los treinta, breve alcalde de la isla: una moción de censura lo descabalgó a los dos años–, dirige el Grupo Empresarial Paya: además de gestionar seiscientas plazas turísticas, se dedica a los negocios inmobiliarios (construcción y venta), el alquiler de vehículos, la restauración… Una mano de cartas a la que le falta la discoteca para formar el repoker. Hace un año, y asociado a Ricardo Urgell, el fundador de Pacha, Costa obtuvo la licencia para reformar un restaurante que pretende transformar en cabaré.

“Estamos sufriendo una crisis del ocio en Formentera. Los establecimientos del parque natural y de Es Pujols, incluso aquellos que tenían oferta complementaria con más música, donde la gente disfrutaba con música después de comer, se están echando atrás, están cayendo. (…) La situación actual es perjudicial para la isla y puede tener efectos multiplicadores en el futuro. (…) La ley se tiene que cumplir por igual para todos, pero en Formentera poca gente [en el ámbito del ocio] está ejerciendo la actividad que tiene en la licencia e incluso algunos deberían comprobar si tienen licencia para poder trabajar”, argumentó Costa en los micrófonos de Ràdio Illa cuando se conoció la orden de cierre contra Cala Dúo.


Perspectiva de Cala Dúo desde el mar.


Los alrededores del restaurante Cala Dúo eran un punto de masificación cuando se celebraban fiestas que, según el Consell Insular, excedían el aforo del local.

La delegación formenterense del Grup Balear d’Ornitologia i Defensa de la Naturalesa ha estado parada durante “unos veinte años”. Algo anómalo para el GOB, que se fundó en 1973 y, en Mallorca o Menorca, sigue teniendo un peso importante en el debate público. “Ahora la estamos reactivando, ya tenemos unas cuantas decenas de socios”, explica su portavoz, Jordi Crespo. Esa larga travesía por el desierto del activismo ecologista ha coincidido con gobiernos de centroizquierda (Gent x Formentera, en solitario, o en coalición con el PSOE) en el Consell (2007-2023) y con dos legislaturas progresistas (PSIB, junto a Més y Podem) en el Govern (2015-2023). Meses después de que Francina Armengol fuera investida por primera vez debía elaborarse una nueva normativa para el Parc natural de ses Salines. No se redactó. Dos años después de la primera investidura de Marga Prohens, el nuevo PRUG está “en fase de redacción”, explican desde el Govern.

Para Crespo, el problema radica en que los “beach clubs demuestran que el anterior reglamento no se cumple porque lo que ha ocurrido temporada tras temporada en es Cavall d’en Borràs va en contra de las leyes redactadas para un parque natural”. “Cada año ha ido un poco a más y creemos que, incluso a nivel institucional, se está apostando por este tipo de turismo. Esos negocios pueden funcionar acorde a la licencia que tienen, faltaría más, están en su derecho, pero cada vez es más flagrante el tipo de fiestas que se organizan. La música está demasiado alta, hay tantos coches que se terminan aparcando sobre zonas protegidas y muchísimas luces por la noche. Hablamos de un lugar donde la biodiversidad es tan importante como delicada: no es compatible con el ocio. No somos la policía, pero estaremos vigilantes para ver qué ocurre a partir de ahora. Si pones muchas normas, pero nadie controla ni revisa, la bola se va haciendo cada vez más grande (si el vecino pone música, ¿por qué no puedo ponerla yo?). El que va contra la ley tiene responsabilidad, pero los órganos públicos son los encargados de velar para que no ocurra”.