
Peter Thiel: el milmillonario de ideas peligrosas
El fundador de Paypal es cristiano heterodoxo, anarcocapitalista, transhumanista girardiano, gay, apocalíptico y, probablemente, fascista. Su sofisticado pensamiento define al actual Silicon Valley
Este texto forma parte de la revista de elDiario.es ‘El mundo en sus manos’. Hazte socia, hazte socio, y te enviamos el número a casa
Sobre Peter Thiel, uno de los hombres más importantes de EEUU, son relevantes dos cuestiones: la primera, quién es. La segunda, qué piensa.
De todos los milmillonarios tecnócratas que respaldan a Donald Trump, el más temible, quizá, sea Thiel, porque no solo le interesa extraer la mayor cantidad de dinero posible del planeta, sino utilizar esta fortuna para acomodar el mundo a sus ideas. “Ha sido responsable de crear la ideología que ha llegado a definir Silicon Valley: que el progreso tecnológico debe ser perseguido sin descanso, con pocos, o ningún miramiento por los potenciales costes o peligros para la sociedad”, explicó su biógrafo, el periodista Max Chafkin, en ‘The Contrarian: Peter Thiel and Silicon Valley’s Pursuit of Power’ (2021) [sin traducción al español].
Ahora, esta ideología de Silicon Valley está indisolublemente ligada al poder político estadounidense. Mucho más discreto que el estridente Elon Musk (X, Tesla, SpaceX), Thiel prefiere ejercer su poder sobre el ejecutivo de forma indirecta. No desempeña un cargo público, pero sí ha colocado en primera línea a protegidos como el propio vicepresidente J.D.Vance. Tampoco se dejó ver en la toma de posesión donde el resto de la élite tecno oligarca escenificó su giro a la derecha y el abandono de cualquier resto de discurso en defensa de la justicia social. A diferencia de todos ellos, Thiel sí que apoyó a Trump desde su primera campaña. Como dice el propio presidente, ahora todos quieren ser sus amigos, pero en 2016 las cosas eran muy distintas.
En el discurso que, entonces, ofreció en la convención republicana, Thiel se presentó así: “Cada estadounidense posee una identidad única. Yo estoy orgulloso de ser gay. Estoy orgulloso de ser republicano. Pero, sobre todo, estoy orgulloso de ser estadounidense. No pretendo estar de acuerdo con cada punto de las bases del partido; pero las falsas guerras culturales solo nos distraen de nuestro declive económico, y nadie en esta competición está siendo honesto sobre ello excepto Donald Trump”. Era la primera vez en 16 años que una persona se reconocía abiertamente homosexual en esa convención. Pero Thiel, hoy casado con su pareja de toda la vida, el financiero Matt Danzeisen, y con dos hijos pequeños (de quienes se sabe que solo tienen permitida una hora y media de conexión a la semana) no siempre fue tan abierto sobre su condición sexual. Destruyó Gawker, la gran red de medios digitales estadounidense, como venganza por haberlo sacado del armario a la fuerza en un artículo. Tuvo que esperar varios años, pero encontró la forma de hacerlo: financió en secreto un pleito de Hulk Hogan contra la publicación, lo que la dejó en bancarrota.
Peter Thiel
La “mafia Paypal” y su simbiosis política
Bloomberg estima la fortuna del empresario en más de 20.000 millones de dólares. Conseguida en su mayor parte a través de hábiles inversiones, Thiel no es un “inventor” de grandes productos, un innovador radical al estilo de Bill Gates, Steve Jobs o, incluso, Mark Zuckerberg, sino una persona extremadamente capaz de detectar éxitos y tendencias con antelación. Tras unos primeros años como abogado, comenzó su verdadera carrera reuniendo un millón de dólares de familiares y amigos e invirtiendo en empresas tecnológicas justo a tiempo de aprovechar la primera burbuja punto com. Apostó por la idea de un joven criptógrafo que encontró la forma de facilitar las transacciones financieras, y juntos crearon PayPal, que creció al calor de eBay, el mercado estrella de ese incipiente Internet. En el 2000 PayPal se fusionó con X, una compañía similar fundada por un tal Elon Musk (y cuyo nombre y dominio, décadas después, serían reutilizados para renombrar la red social Twitter tras su adquisición). Esta empresa no solo resultaría importante para Musk y Thiel, sino también para otra docena de hombres a quienes se conocería en adelante como la “mafia PayPal” debido a su ascendencia en el Valle. Cercano a este grupo se encuentra también otro inversor todopoderoso, Mark Andreessen, ahora consejero personal de Trump. La influencia de esta “mafia” ha alcanzado niveles extraordinarios en el presente, cuando el poder económico de sus miembros se ha simbiotizado con el poder político.
Tras los atentados del 11S, Thiel supo entender que el mundo iba a obsesionarse con la seguridad y la vigilancia y en 2003 fundó Palantir, la mayor empresa del mundo de análisis de datos para distintos fines (desde detectar el fraude a perseguir el terrorismo) cuyo primer inversor fue la propia CIA. Aunque también trabaja para empresas privadas, sus principales clientes son los gobiernos, comenzando por el estadounidense. Su habilidad para invertir de forma temprana en empresas tremendamente rentables y disruptoras es mítica. Un año después de crear la principal de sus empresas, en 2004, invirtió en un Facebook germinal. Fue el primero en hacerlo: compró el 10% de la empresa por medio millón de dólares. Participa también en varios fondos de inversión (el más conocido de todos, Founders Found), y a través de ellos, ha participado en Airbnb, LinkedIn, Spotify, TransferWise, Stripe o DeepMind.
Hasta aquí, su biografía profesional más conocida, que explica su dinero, pero no su influencia intelectual.
Niño triste y brillante
Comencemos por el principio: Peter Andreas Thiel nació en 1967 en Frankfurt de padres profundamente evangélicos que emigraron a Cleveland cuando él solo tenía un año. Durante su infancia, y antes de establecerse definitivamente en San Francisco, vivieron también en Namibia, donde su padre era ingeniero en una mina de uranio. Eran, aún, los años del Apartheid, y Thiel acudió a una escuela solo para blancos. Cómo forjó esa etapa, y su infancia en general, su carácter, es una pregunta relevante. Según los testimonios recogidos por Chafkin en su libro, fue un niño triste y brillante que cambió demasiado de colegio, un tipo raro y arrogante de notas perfectas, enclenque y amanerado, excelente jugador de ajedrez. Amante de la ciencia ficción y la fantasía, presumía de haber memorizado completo “El Señor de los Anillos”. De allí tomaría los nombres de algunas de sus empresas: las Palantir son, por ejemplo, las siete piedras videntes del universo Tolkien.
Como Elon Musk, Peter Thiel estudió en el sur de África en un colegio solo para blancos. De niño era un tipo raro y arrogante, enclenque y excelente jugador de ajedrez que sufrió bullying
Sus compañeros de escuela le hicieron bullying. Robaban carteles de “se vende” y los colocaban en su jardín como una sutil sugerencia de que se fuera del barrio. Su escasa habilidad infantil para comprender las dinámicas sociales se acabó transformando en un profundo desdén por las normas sociales. Si a eso le sumamos un cerebro indudablemente agudo en el que siempre confió, podemos entender parte del personaje. Su biógrafo cuenta una especie de leyenda urbana que circulaba sobre él: “En la solicitud de ingreso a la universidad donde se le pide al solicitante que elija una palabra que lo describa mejor, Thiel eligió ‘inteligente’”. Pasaba las pruebas de acceso a la universidad en lugar de sus compañeros por 500 dólares. No lo necesitaba y de hecho, se jugaba la entrada en un centro de élite si era descubierto, pero disfrutaba aprovechando su capacidad intelectual para ir a la contra y ganar dinero gracias a ello. De ahí el título de su biografía y un modo de hacer las cosas –amoral, soberbio y efectivo– que nunca le abandonó. Solo un detalle para ilustrar esto último: utiliza los beneficios de su plan de pensiones, en absoluto pensado para favorecer a milmillonarios sino a las clases populares estadounidenses, para no pagar impuestos.
En la universidad tampoco fue popular entre sus compañeros. No salía, no fumaba, no bebía. Leyó a Ayn Rand, encontró su sitio entre la derecha joven más reaccionaria. Fundó la publicación conservadora The Stanford Review y, aunque ahora financia una popular beca que anima a los estudiantes universitarios a dejar la carrera para crear sus propias empresas, sigue apoyándola. Estudió Filosofía y Derecho y, tras licenciarse, siguió el camino pautado de los estudiantes de élite, entrando a trabajar en un despacho de abogados y en un banco, aunque pronto eligió su propio camino y comenzó a invertir. A los 25 escribió su primer libro, ‘El mito de la diversidad: multiculturalismo e intolerancia política en los campus’, una provocación donde arremetía incluso con los activistas gays.
No es descabellado pensar que, tiempo más tarde, Thiel se reconoció en J.D.Vance, otro brillante estudiante de la Ivy League a quien conoció cuando acudió a Yale a dar una charla. En ella, defendió que los jóvenes más valiosos estaban enredados en un mundo laboral hipercompetitivo que no llevaba a ninguna parte, al igual que las mejores mentes del Valle, ocupadas con software irrelevante, no habían conseguido grandes avances tecnológicos. Ambas cuestiones, dijo, estaban relacionadas. “Yo estaba obsesionado con los logros en sí, no como el objetivo de algo significativo, sino para ganar una competición social”, escribió Vance sobre su encuentro. Pronto entró a trabajar en la órbita de Thiel que, en un movimiento sin precedentes, acabaría financiando con 15 millones de dólares su campaña política y recomendando a Trump que lo fichara como vicepresidente.
Un filósofo francés
El rastro de las ideas de Thiel que sedujeron a Vance se puede seguir hasta las enseñanzas de su mentor en Standford, el filósofo católico francés René Girard. Thiel ha contado en alguna ocasión que, de hecho, supo ver el potencial de Facebook gracias a su conocimiento de la teoría del deseo mimético elaborada por Girard, que defiende que no deseamos lo que deseamos por nosotros mismos, sino lo que desean los demás, y que esto acaba llevándonos a competir por lo mismo de forma absurda. Por ello, las sociedades acaban enfrentándose de forma violenta, una dinámica que solo se soluciona temporalmente a través del mecanismo del chivo expiatorio, con el sacrificio de una víctima inocente, como ejemplifica en el caso de Cristo. Thiel ató cabos y encontró en Girard la forma de combinar el juego del capitalismo con la religión. Gracias en parte a la influencia de Thiel, las teorías del filósofo francés están reviviendo en los círculos tecnológicos de Estados Unidos. No le debió de ser fácil resolver la disonancia cognitiva. The New York Times cuenta que cuando hace dos años dio un discurso sobre los milagros, el perdón y Cristo en la fiesta de cumpleaños de uno de sus socios, ante 200 personas del mundo de la tecnología, los asistentes se preguntaban “Es gay y milmillonario. ¿Cómo puede ser cristiano?”.
En su segundo libro, ‘De cero a uno, como inventar el futuro’, un bestseller de empresa enfocado a emprendedores, también desarrolla su pensamiento girardiano. Defiende los monopolios como empresas que se pueden permitir innovar sin preocuparse por la competencia mimética, aunque para triunfar deben aportar una innovación radical. También dice que el Asperger (viejo nombre de un tipo de autismo), tan abundante en el Valle, es una ventaja competitiva para los fundadores de startups, porque les permite preocuparse menos por la opinión de los demás y, por tanto, tener más posibilidades de triunfar yendo a la contra. “Si eres menos sensible a las señales sociales, es menos probable que hagas lo mismo que todos los demás a tu alrededor. Si te interesa crear cosas o programar computadoras, tendrás menos miedo de dedicarte a esas actividades con determinación absoluta y, como resultado, volverte increíblemente bueno en ellas. Luego, cuando apliques tus habilidades, tendrás menos tendencia que los demás a renunciar a tus propias convicciones: esto puede evitar que te quedes atrapado en la competencia por premios obvios”.
¿Es un fascista?
Nos vamos acercando así a la cuestión central: qué piensa Peter Thiel. Nos queda claro que es individualista, cristiano, anarcocapitalista y girardiano. Pero también es transhumanista, apocalíptico y, probablemente, fascista.
Se ha hablado mucho de cómo Thiel es uno de los defensores y financiadores de la nueva derecha reaccionaria estadounidense, que incluye teorías como la de la ilustración oscura, propugnada por otro de sus protegidos, Curtis Yarvin. Esta corriente llega a defender el gobierno de un rey fuerte que gestione el país como lo haría un consejero delegado competente. En su famoso ensayo ‘El momento Straussiano’, publicado en 2004 y considerado uno de los textos fundamentales para entender su pensamiento, Thiel realiza una crítica a los valores de la ilustración. En un texto de 2009, ya reconoce directamente que ha dejado de creer que la democracia y la libertad sean compatibles.
Es curioso ver cómo los nuevos tecnócratas, una vez sobrepasados todos los límites (ambientales, sociales, éticos) en sus negocios, buscan salidas, si no para toda la especie, sí para ellos mismos. Peter Thiel está obsesionado con las formas de alargar la longevidad humana a través de la tecnología: financia investigaciones sobre la extensión de la vida y ha pedido ser criogenizado tras su muerte. En un podcast de la Hoover Institution de 2022, habla de su creencia literal en la llegada del Anticristo, a quien ve como un líder globalista, y de la llegada del Apocalipsis. Se llegó a comprar una propiedad en Nueva Zelanda para estar preparado, y paga estudios sobre la forma de establecer comunidades autosuficientes en mitad del mar, en aguas internacionales. Y no olvidemos el ambiente que se respira al final del primer cuarto de siglo del XXI, donde cierta parte de las élites tecnológicas creen que la Singularidad, el momento en el que las máquinas sobrepasen en inteligencia a los humanos, está al llegar.
En un texto de 2009 reconoce que ha dejado de creer que democracia y libertad sean compatibles. Cree que el país debería ser gobernado por un rey fuerte al estilo ‘consejero delegado’
La literatura sobre Peter Thiel, incluida su biografía, suele mencionar que es alguien críptico. El historiador John Ganz se ríe de eso en un ensayo titulado ‘El enigma de Peter Thiel’ que lleva como subtítulo: ‘No hay ningún enigma, es un fascista’. Aunque el abuso moderno de este adjetivo está cuestionado, en este caso parece estar más que justificado. Ganz encuentra ingredientes para sustentar su afirmación. En él se reúnen el futurismo, la defensa del nacionalismo, la superioridad de los individuos “diferentes” con una alta inteligencia, la fascinación por el poder y el control, las herramientas de vigilancia social, el desprecio al consenso social de la democracia, la influencia racial del Apartheid, la negación de los valores ilustrados. Pero, ¿puede ser fascista alguien tan individualista de corazón? Ganz afirma que sí: “Es importante recordar que el fascismo, especialmente en su origen en Italia, nunca fue una ideología totalmente coherente”. En realidad, escribe, “no hay contradicciones en la política de Thiel, es bastante consistente: se ha dado cuenta, a menudo más claramente que sus oponentes, de que existe una contradicción última entre las normas del capital y la democracia, y la forma de lidiar con esta contradicción es, según él, deshacerse de la democracia. ¿Qué más hace falta saber? El tipo es un fascista, lo admita plenamente o no. Probablemente sea la figura prominente más claramente fascista en EEUU hoy en día, incluso más que Donald Trump”.
En este mundo postmoderno cínico y descreído, donde los milmillonarios carecen de otra ideología que no sea la defensa del crecimiento infinito del capital, se hace extraño asumir que uno de ellos se guíe por un pensamiento más sofisticado y oriente su poder en consecuencia. Pero en el caso de Peter Thiel así es, y eso le convierte en un ser raro, fascinante y peligroso.