Viajes de tres días, jornadas eternas y sin descansos: así es la vida de las cuadrillas forestales desplazadas a los incendios

Viajes de tres días, jornadas eternas y sin descansos: así es la vida de las cuadrillas forestales desplazadas a los incendios

Un bombero forestal de una de las provincias que no han sufrido estos incendios relata cómo son los desplazamientos de tres jornadas para actuar como refuerzos en las zonas más afectadas, con turnos de 17 horas durante tres días seguidos

La Junta de Castilla y León pidió la vuelta “urgente” del personal de vacaciones ocho días después de empezar los incendios

Castilla y León arde desde hace días. Los incendios castigan León, Zamora, Palencia, Ávila en el peor agosto de la historia de España en materia forestal. Las llamas avanzan incontrolables, con temperaturas extremas y un operativo de lucha contra los fuegos que ha llegado a su límite. Jornadas intempestivas, eternas, de combate continuo para salvar los municipios, sus gentes y su vegetación.

Las cuadrillas forestales de cada provincia afectada han sido insuficientes y todas las provincias que no se han visto castigadas por los fuegos han tenido que ayudar. El operativo ha vuelto a mostrar sus debilidades, su falta de medios y personal, y el caos en la organización que se ha denunciado de forma continúa, no solo en esta ola de fuegos, también durante los últimos años.

La vida de los peones forestales –así se les denomina porque el Partido Popular en Castilla y León se ha negado a reconocerles como bomberos forestales– que han acudido al operativo contra incendios desde provincias que no han sufrido estos grandes incendios se resume en lo siguiente: viajes interminables, jornadas eternas, caos en la organización y nulos descansos. Así lo ha relatado un bombero forestal –nombre que se utilizará en este artículo– a elDiario.es y que se mantiene en el anonimato por temor a represalias por sus declaraciones. En las siguientes líneas se hará referencia a él con un pseudónimo: Lucas.

Lucas y su cuadrilla, cuyo término específico es romeo, pertenecen a una de estas provincias y él relata a continuación cómo han sido las jornadas de trabajo en los viajes de tres días que hacen, llamados convoy, para actuar directamente en los incendios de las provincias más afectadas. “Yo hice 17 horas un día. Al siguiente otras tantas. Y al tercero, otras 12 ó 13. Y cuando volvimos a casa, tampoco hubo descanso. El domingo también trabajamos 12 horas”, cuenta.

El trabajo habitual de estas cuadrillas, fuera de la temporada más peligrosa, es el mantenimiento de los montes: clareos, podas, desbroces. Pero en cuanto el termómetro supera los 30 grados, se activa la llamada “parada”: el equipo queda de guardia, a la espera de saltar a un incendio. Ese protocolo rutinario cambió cuando comenzaron los grandes fuegos de Zamora. “En nuestra provincia no suele haber incendios de nivel 2, así que cuando se declara uno de ese nivel en otra, nos mandan como refuerzo. Esta vez salimos tres días: viernes, sábado y domingo. Fue lo más duro que he hecho hasta ahora”, recuerda.


La lucha contra los fuegos ha dejado imágenes desgarradoras

El viaje, la espera y las órdenes

El día empieza a las seis de la mañana. Los bomberos forestales se reúnen en la nave, cargan material y parten en convoy. En este caso, hasta La Bañeza, donde estaba instalado el Puesto de Mando Avanzado (PMA). Allí coinciden con agentes medioambientales, ingenieros, Protección Civil, Guardia Civil y la UME. En el PMA se reparten las órdenes del día. Luego, carretera y monte adentro. Y la primera imagen: “Todo arrasado, kilómetros calcinados. Árboles negros por todas partes. Una máquina niveladora quemada. Y un ramo de flores: ahí habían muerto dos personas que intentaban ayudar”. La cuadrilla de Lucas acudió cuando las llamas ya había arrasado buena parte de León y Zamora.

La mañana se dedica a remojar focos, vigilar que no rebrote el fuego, levantar pequeños cortafuegos a mano. Trabajo físico, con batefuegos, bajo el sol, en los peores momentos de la ola de calor. “La mañana fue lo más tranquilo. Por la tarde se levantó el viento y empezó el jaleo. El fuego entraba cerca del pueblo. Tuvimos que entrar y salir rápido porque nos alcanzaban las llamas. Logramos meter el camión autobomba y el helicóptero nos echó un cable con descargas desde arriba”.

A las dos de la tarde, la comida: un bocadillo y una pieza de fruta. “Eso todos los días. Bocadillo de chorizo, fruta y agua. Para un trabajo físico tan duro, es insuficiente”. Y los políticos insisten en que son casos aislados. El presidente de la Junta, Alfonso Fernández Mañueco, ha reiterado que “con carácter general, la situación del avituallamiento es normal”. Lucas rebate esta afirmación: “No es cierto, los bocadillos es lo habitual”. La jornada terminó pasada la medianoche: 17 horas de trabajo.

Lo lógico sería descansar al terminar una jornada así. Pero no. “Nuestro alojamiento estaba en La Bañeza, pero la cena la teníamos en Benavente. Era una hora de coche después de 17 horas de trabajo. Menos mal que al segundo día nos cambiaron directamente a Benavente, porque el primer día fue absurdo”. Al día siguiente, repetir. Y al otro, lo mismo. Tres días seguidos. Después, vuelta a casa. ¿Descanso? Tampoco. “Llegamos el domingo, y a las cinco de la tarde nos llamaron para otro incendio en nuestra provincia. Estuvimos cuatro horas más. Al final, 12 horas ese día también. No hay descanso tras volver del convoy, aunque vengas de jornadas de 17 horas”.

“Pasan pocos accidentes para lo que hacemos”

El ritmo es insostenible. Jornadas de 15, 16 y 17 horas. Ocho días seguidos sin librar. Y, aun así, los descansos que marca la ley (máximo 10 días seguidos, después 4 obligatorios) no se cumplen. “Tengo compañeros que llevan 11 seguidos, descansaron uno y se han vuelto a ir de convoy. Por ley eso no se puede. Y pasa poco para lo peligroso que es. Tenemos suerte de que no haya más accidentes”.


Las imágenes de los primeros incendios en Zamora

El relato está plagado de ejemplos de desorganización, situaciones que el Ejecutivo autonómico considera “puntuales”. Comidas entregadas a destiempo, a veces a las cinco y media de la tarde. Bocadillos con pan duro de varios días. Y la paradoja de que muchas veces son los propios vecinos quienes mejor alimentan a los bomberos: “La gente de los pueblos se volcaba. Nos daban agua, comida, nos dejaban usar sus casas. Muchas veces más apoyo que el de la propia Junta”. Mientras tanto, la Junta de Castilla y León insiste en que no han faltado medios y que las condiciones climáticas fueron “inéditas” e “imprevisibles”. La experiencia de los bomberos forestales lo desmiente.

El dispositivo de incendios de Castilla y León se sostiene gracias a estas cuadrillas desplazadas de provincias que, por fortuna, no sufren grandes fuegos. Son estos bomberos quienes, sin apenas descanso y con medios precarios, acuden de relevo a zonas devastadas. “Fuimos como sustitutos de las cuadrillas que habían estado antes. Tres días ellos, luego tres días nosotros. Así van rotando. Pero entre medio seguimos trabajando en casa, sin descanso real”. El resultado: trabajadores exhaustos, alimentación deficiente, mala organización de alojamientos y transporte.

“Lo más duro fue la primera impresión: ver todo calcinado, pueblos rodeados de humo, las flores donde habían muerto dos personas. Y saber que al día siguiente nos esperaba otra jornada igual de larga. Eso, y tener que salir corriendo de un frente de llamas porque el viento lo empujaba hacia nosotros. Son situaciones límite”, relata a elDiario.es.

La Junta niega la falta de medios y atribuye la gravedad de los incendios a la ola de calor. Un argumento que Alfonso Fernández Mañueco ya utilizó en el año 2022, a pesar de “haber duplicado el presupuesto para el operativo” tras ese año. Pero la realidad sobre el terreno es otra: cuadrillas trabajando a destajo, sin descanso, con jornadas ilegales y con recursos precarios. Lucas lo resume con crudeza: “Nos consideran peones. Pero estamos apagando incendios con jornadas de 17 horas, comiendo un bocadillo duro y sin descansar al volver a casa. Y aun así nos dicen que todo está bien organizado”. Un modelo que depende de la entrega personal de los trabajadores, del apoyo de los vecinos y de la solidaridad de organizaciones externas. Y que, como reconocen los propios bomberos, se sostiene más por inercia y sacrificio que por planificación y gestión de la Junta.