
Más allá del lienzo de Joan Miró
El lado menos conocido del pintor catalán: su pasión por coleccionar objetos, su vínculo con la naturaleza, su compromiso social y las tertulias que marcaron sus viajes
La obra de Joan Miró, el artista de formas simples y fuerza simbólica: “No solo fue un gran pintor, era muy generoso”
Acaso sea la intensa policromía de azules, rojos, negros, amarillos y verdes la composición o recuerdo visual que todos tenemos del pintor catalán Joan Miró (Barcelona, 1893 – Palma, 1983) en sus cuadros. O tal vez sean las formas de sus esculturas o sus cerámicas cósmicas. A pesar de ello, existe un lado menos conocido, vinculado a su compromiso con los acontecimientos existenciales de su momento, que son sobre todo los de la posguerra; su colección de objetos, algunas de las tertulias que marcaron su vida y su especial vinculación con la naturaleza. Las siguientes líneas pretenden adentrarse en ese otro Miró: el que otorgaba vida a lo que para algunos solo se trataba de deshechos inservibles; el que dibujaba en sus obras la fuerza de la vegetación; o el que con su arte y discurso sellaba un ejercicio de rebeldía.
El espacio de trabajo de Miró, su taller, no era solo un lugar para pintar, sino un santuario de descubrimientos. En sus estanterías se acumulaban viejos útiles de labranza, poleas de barcos, maderas roídas por el mar, huesos de animales, piedras deformadas o clavos oxidados. En definitiva, objetos en desuso, olvidados, a los que el artista catalán les otorgaba una segunda vida o que bien servían como elementos integrados en un nuevo lenguaje simbólico y onírico.
El pintor en su estudio de Barcelona en 1963, rodeado de alguna de sus obras.
Los objetos tenían para el artista una vida secreta, que había que aprender a escuchar. En Objeto (1931), por ejemplo, se aprecia una obra compuesta por aislante, clavos, madera quemada, arena y piezas de relojería sobre madera. Además, da vida el artista a Su Majestad el rey (1974) a partir de utensilios, juguetes o ramas que hablan por sí solos sin necesidad de explicación. Cada pieza aislada tiene memoria, la que de forma individual esconde aquello que se ha hecho con ella: el recuerdo y las vivencias de quien ha crecido con un juguete de madera y siente nostalgia con el latido del paso del tiempo; con unos clavos que tal vez sostuvieron dos tablones que conformaron una mesa de madera o con una rosca de un reloj centenario que pasó de una generación a otra.
‘Aidez l’Espagne’ (1937), de Joan Miró.
La tierra: origen y refugio
La filia por los objetos encontrados de Miró explica asimismo su sensibilidad global: apreciaba valor en lo accesorio, en lo rechazado, en lo periférico. Aplicado tanto a las obras a las que daba vida con sus manos como a la vida misma y a la tierra que lo rodeaba. En el elemento natural, halló parte de su raíz estética y espiritual. Mont-roig del Camp (Tarragona) no fue solo un lugar de sanación (llegó enfermizo) y veraneo para este artista total. Entre los almendros y los campos de trigo encontró una forma de vida sencilla, de austeridad acaso envidiable, que lo marcó para siempre. “Mont-roig es para mí una revelación. Todo nace allí”, afirmaba.
El medio rural le enseñó las formas y estructura de la naturaleza, el pulso de las estaciones, la dimensión del paisaje. Aquella tierra de areniscas rojas, dura y fértil a la vez, en parte por su riqueza en óxido de hierro, se convirtió en el color de fondo de su mundo interior. En sus obras aparecen constantemente elementos naturales: estrellas, pájaros, lunas, insectos. No como atrezzo, sino como protagonistas de un cosmos orgánico, vivo y esencial.
En Mallorca, donde vivió sus últimos años, volvió a refugiarse en un entorno similar. Su taller en Son Boter es casi una extensión del campo. Allí trabajaba al aire libre, rodeado de árboles y observando la luz y el viento. Para él, naturaleza y creación eran una misma cosa.
Año 1954. Retrato del artista catalán Joan Miró.
Un compromiso con la libertad
En la aparente ligereza de los colores y las formas de Joan Miró existe una pulsión ética profunda. Lejos de ser un artista encerrado en su retiro creativo, fue una persona comprometida con el tiempo que le tocó vivir, defensor férreo de la libertad individual y colectiva sensible a la injusticia, siempre reivindicado a partir de la fuerza del arte y su emulsión. Apoyó activamente al gobierno republicano en el exilio durante la Guerra Civil española con su cartel titulado Aidez l’Espagne (1937), que fue realizado con motivo de una exposición antifascista en París y se convirtió en una llamada directa a la solidaridad internacional. En el affiche, una figura humana en tonos amarillo, rojo y negro levanta el puño en alto sobre un fondo azul y lo hace con un llamamiento, un grito mudo. “Me duele profundamente lo que ocurre en mi país. No puedo callar”, expresaba en una carta con tinte de dolor, impotencia y reivindicación durante esos años.
Miró apoyó activamente al gobierno republicano en el exilio. ‘Me duele profundamente lo que ocurre en mi país. No puedo callar’, expresaba en una carta
Cartas y postales de Miró, escritas entre 1911 y 1945 a amigos, colegas y familiares como Pablo Picasso, Sebastiá Gasch, Salvador Dalí, Joan Prats o Lola Anglada.
Con el transcurso de la dictadura de Franco, Miró adoptó una forma de resistencia con carácter más simbólico, pero igualmente firme. Su arte se mantuvo al margen de la propaganda más directa y feroz, pero expresó una tensión constante, una rebeldía soterrada. Uno de los ejemplos más contundentes fue su mural El Segador que, encargado para el pabellón español de la Exposición Universal de París de 1937 (allí también se hallaba el Guernica del malagueño Picasso), representa la figura del campesino catalán en enfado rebelde, con una hoz alzada, símbolo de resistencia popular y conexión con la tierra, esa raíz a la que todo ser humano se aferra en algún momento vital. Con todo, el mural desapareció tras la exposición, pero el gesto quedó en la historia.
Durante la etapa franquista, realizó Joan Miró Constelaciones, una serie de pequeñas obras en papel que, a pesar de parecer inocentes y poéticas, esconden una visión crítica del mundo, una llamada sutil contra la oscuridad de la guerra y el cruento totalitarismo. “Cuando pinto, me rebelo. Es mi manera de decir no”, resume su visión del arte como una forma de insurrección.
Posteriormente, cuando España comenzaba a despertar de la ferocidad de la dictadura, Joan Miró apoyó activamente el movimiento democrático y, por otra parte, se sumó a los homenajes al líder político Salvador Allende, en iniciativas a favor de la amnistía y en exposiciones que denunciaban la represión. En sus discursos públicos, hablaba cada vez con más contundencia. En uno de sus textos más conocidos, se puede leer: “Estoy por destruir todo lo que no sea esencial, para defender lo que es puro. El arte debe ser un arma contra la opresión”.
Miró apoyó activamente el movimiento democrático tras la muerte de Franco y se sumó a los homenajes al líder político Salvador Allende: ‘Estoy por destruir todo lo que no sea esencial, para defender lo que es puro. El arte debe ser un arma contra la opresión’
Entre tertulias y caminos
Aunque era un hombre reservado, Miró valoraba profundamente las tertulias, los encuentros e intercambios de ideas y tendencias con otros artistas o personalidades, los intercambios que iban más allá de su propia frontera de origen. En sus años en la capital francesa, compartió cafés y debates con los surrealistas —especialmente con André Breton, quien le compró varios cuadros, entre ellos, Le piège (1924)—, aunque mantuvo siempre una cierta distancia ideológica. Y es que se resistió a ser domesticado por cualquier movimiento, a la par que prefirió el diálogo libre en vez de la militancia estética.
Por otra parte, su amistad con Pablo Picasso estuvo marcada por el respeto mutuo y algunas raíces pivotantes: el Mediterráneo, la infancia popular o la fascinación por el arte primitivo. También fue cercano al artista estadounidense Alexander Calder, a quien admiraba por su capacidad de combinar juego y estructura.
Miró viajó con frecuencia, aunque siempre con un objetivo claro, volver a la base: primero Barcelona y Mont-roig y luego Palma. Visitó Estados Unidos, donde su obra tuvo una enorme influencia sobre el expresionismo abstracto, y en Japón encontró una afinidad estética con el vacío, la síntesis y el gesto. Mientras, en América Latina algunos estudiosos notaron una cierta conexión con los pueblos indígenas y sus formas ancestrales de expresión.
A pesar de estos viajes, Miró nunca abandonó la costumbre de trabajar de madrugada y la necesidad de silencio. Pintaba en soledad y en comunión con los materiales, tal vez en ocasiones viviendo la paradoja del artista que viaja sin realmente llegar a hacerlo o que busca la raíz estando alejado del origen.
En ese desarrollo personal y profesional, el catalán no estuvo solo. Y es que detrás de un gran hombre hay o suele haber una gran mujer. Pilar Juncosa (Palma, 1904 – Palma 1995) no solo fue su esposa, sino un fuerte pilar emocional y una figura esencial para su equilibrio existencial y la conservación de su legado como artista. Fue una de las impulsoras de la Fundació Miró Mallorca —creada en 1981— y desde la sombra le ayudó en la organización de sus quehaceres diarios, de su correspondencia postal y de sus relaciones de diversa índole, sobre todo a medida que la fama del creador iba en aumento. “Pilar, mi esposa, es una compañera ideal para mí. Sin ella, yo sería un huérfano perdido en este mundo. Fuera de mi trabajo, no tengo ninguna noción sobre otras cosas y de cómo es necesario organizarse. Ella es mi ángel de la guarda”, comentaba el pintor catalán sobre su mujer.
Miró nunca abandonó la costumbre de trabajar de madrugada y la necesidad de silencio. Pintaba en soledad y en comunión con los materiales
Una mirada comprometida, atenta y libre
Hablar de Joan Miró es hablar de una forma de mirar el mundo: atenta, libre, humilde. No fue un artista que fuera en busca de fama, algo que, sin embargo, sí alcanzó en vida. Tampoco buscó agradar. Lo suyo fue otro camino: el de quien se agacha a recoger un objeto olvidado, lo observa en silencio y lo une a otros elementos inanimados para convertirlos en una sola obra de arte.
Ese mismo gesto, el de observar y engrandecer lo pequeño y lo invisible, es también un gesto de entrega, de resistencia frente a la violencia, la censura y el ruido. Su arte, lejos de envejecer, sigue hablando hoy con fuerza, como el rastro que deja un animal en la nieve: es sutil, efímero, pero a su vez está cargado de belleza y de verdad.