
Arquitectura insólita: diez pueblos españoles que sorprenden por su aspecto
Blancos, negros, azules, rojos, marineros, colgados de un risco o escondidos bajo cuevas: así son estos diez pueblos españoles que llaman la atención por su arquitectura única
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En España hay muchísimos pueblos bonitos, cada uno con su historia y su encanto. Pero algunos llaman la atención más que otros, y no tanto por el paisaje que los rodea sino por la manera en que están construidos. Colores, materiales o formas inesperadas han convertido a ciertas localidades en sitios únicos, diferentes a cualquier otro.
Hay un pueblo pintado entero de azul, otro donde las casas se meten bajo la roca, aldeas negras de pizarra o rojizas como el barro, e incluso uno donde los vecinos cuelgan retratos en las fachadas. La arquitectura popular, al final, cuenta mucho de cómo se vive y se ha vivido en cada lugar, y en estos pueblos esa huella se nota más que en ningún otro.
El recorrido que proponemos junta diez ejemplos muy distintos entre sí: desde la serranía de Ronda hasta la sierra de Francia, pasando por Teruel, Soria, Asturias o la Garrotxa. Un viaje variado que demuestra que en España no hay un solo estilo de pueblo, sino mil formas de ser especial.
Júzcar (Málaga)
Hasta hace unos años era un pueblo blanco más de la Serranía de Ronda, pero todo cambió cuando se estrenó la película Los Pitufos en 2011. Para promocionarla, pintaron de azul todas las casas, la iglesia y hasta el cementerio. Y lo que parecía una ocurrencia pasajera se quedó para siempre. Desde entonces, Júzcar es conocido como el pueblo azul, con murales, figuras y hasta rutas de graffitis dedicadas a esos personajes de cómic. Hoy es una rareza en mitad de Málaga: un pueblo entero teñido de azul cielo.
Júzcar y sus casas azules.
Más allá de la anécdota, merece la pena pasear por sus calles empinadas y pararse en alguno de sus miradores, que asoman al valle del Genal. También tiene senderos que llevan a antiguos molinos y a la vieja Fábrica de Hojalata, además de un parque de aventuras con tirolinas donde se puede ‘volar’ sobre el caserío azul. Es pequeño, pero suficiente para pasar unas horas entretenidas y llevarse unas cuantas fotos diferentes a lo habitual.
Valverde de los Arroyos (Guadalajara)
Aquí lo que manda es la pizarra. Todo, desde las casas hasta la iglesia, está construido con este material oscuro, lo que convierte a Valverde en uno de los mejores ejemplos de la llamada arquitectura negra. Situado en plena Sierra Norte de Guadalajara, con el pico Ocejón vigilando desde arriba, es un pueblo que sorprende por su aspecto uniforme y por lo bien que ha sabido mantener su carácter tradicional. No es raro que esté en la lista de los más bonitos de España.
Valverde de los arroyos y su arquitectura negra.
El paseo por Valverde es corto porque el pueblo es pequeño, pero muy agradable. La Plaza Mayor con su fuente y la iglesia de San Ildefonso son paradas obligadas, igual que el Museo Etnográfico, donde se conserva un telar de más de un siglo. Y si se quiere estirar un poco más la visita, a las afueras están las Chorreras de Despeñalagua, una cascada de 80 metros que, cuando lleva agua, completa de la mejor manera el plan.
Vejer de la Frontera (Cádiz)
Sus casas blancas se apelotonan sobre una colina, con calles estrechas y un aire andalusí que todavía se nota en rincones como la Judería o el Arco de las Monjas. Vejer es uno de esos pueblos que parecen pensados para perderse sin rumbo, descubriendo patios, azulejos y fachadas adornadas con macetas. Declarado Conjunto Histórico y miembro de la red de los Pueblos más Bonitos de España, tiene esa mezcla de herencia árabe y cristiana que le da un encanto especial.
Vejer de la Frontera y su arquitectura blanca.
Además del paseo por el casco antiguo, hay mucho que ver: el castillo en la parte alta, la iglesia del Divino Salvador, el convento de las Monjas Concepcionistas o las casas-palacio del siglo XVIII. Un poco más allá están los molinos de viento de San Miguel, y si lo que apetece es mar, la playa del Palmar está a solo unos kilómetros. Así que Vejer combina lo mejor de dos mundos: un pueblo blanco con historia y, a un paso, una de las playas más bonitas de Cádiz.
Setenil de las Bodegas (Cádiz)
En Setenil las casas no se construyen bajo la roca: son la roca. Las calles más famosas, Cuevas del Sol y Cuevas de la Sombra, tienen viviendas, bares y tiendas literalmente incrustados en el cañón del río. Es uno de esos lugares donde lo primero que haces al llegar es mirar hacia arriba, intentando comprender cómo el pueblo ha sabido aprovechar cada hueco y cada cueva. Por eso es uno de los pueblos más visitados de la Sierra de Cádiz.
La calle Cuevas del Sol, en Setenil de las Bodegas.
El recorrido puede empezar en la antigua Casa Consistorial, que conserva un espectacular artesonado mudéjar, y seguir hacia el Torreón y el aljibe árabe. También se pueden visitar la iglesia de la Encarnación y varias ermitas, aunque lo más divertido sigue siendo pasear sin prisa por sus calles. Y si toca hacer una parada, nada mejor que sentarse en una terraza de la calle Cuevas del Sol y probar algún plato típico de la zona.
Albarracín (Teruel)
No hay muchas dudas de que Albarracín está entre los pueblos más bonitos de España. Su color rojizo, sus murallas que se extienden por la ladera y el trazado medieval lo hacen inconfundible. Aquí las calles parecen improvisadas, con casas que casi se tocan entre sí y rincones que se han convertido en iconos, como la famosa Casa de la Julianeta. Es un pueblo que se conserva como si el tiempo se hubiera detenido.
Albarracín y su arquitectura rosada.
La visita puede empezar por la Plaza Mayor y seguir hasta la Catedral o el castillo. También merece la pena recorrer el paseo fluvial del Guadalaviar, que da una perspectiva distinta del pueblo desde abajo. Albarracín es un lugar para tomárselo con calma, perderse por sus callejones y acabar subiendo hasta lo alto de la muralla para tener una de las vistas más espectaculares de la provincia de Teruel.
Castellfollit de la Roca (Girona)
Este es uno de esos pueblos que ya impresionan desde fuera. Castellfollit está encaramado sobre un risco basáltico de 50 metros de altura y un kilómetro de longitud, en plena Garrotxa. Las casas se asoman al borde del precipicio, como si llevaran siglos resistiendo sobre la lava solidificada. Un ejemplo claro de cómo un pueblo puede adaptarse a un terreno tan complicado y convertirlo en su mejor carta de presentación.
Castellfollit de la Roca en La Garrotxa.
Dentro, las calles empedradas y las fachadas de roca volcánica le dan un aire medieval. El recorrido acaba en el mirador Josep Pla, al filo del acantilado, desde donde se ve todo el entorno. Además, tiene museos curiosos como el del Embutido o el de Vietnam, y está al lado del Parque Natural de la Zona Volcánica de la Garrotxa, lo que lo convierte en una visita muy completa para quienes disfrutan de la mezcla de naturaleza y patrimonio.
Cudillero (Asturias)
Dicen que es invisible desde tierra y mar, pero cuando aparece, deja una de las estampas más famosas de Asturias. Cudillero está construido como un anfiteatro: las casas de colores se escalonan por la ladera hasta llegar al puerto. Es uno de esos pueblos marineros que parecen pensados para la fotografía, aunque lo cierto es que la vida aquí va mucho más allá de la postal.
Cudillero mirando al mar.
El casco antiguo está lleno de callejuelas, miradores y escaleras interminables. En lo alto se encuentra el barrio de El Pito, con palacetes indianos como el Palacio Selgas, conocido como el Versalles asturiano. Y en los alrededores no faltan playas espectaculares como la del Silencio o la Concha de Artedo. Para rematar, su gastronomía marinera es de las que dejan huella: desde el curadillo que se seca en los balcones hasta mariscos y pescados recién salidos del Cantábrico.
Calatañazor (Soria)
Lo primero que sorprende de Calatañazor es lo bien que se ha conservado su caserío medieval. Casas de piedra, adobe y madera que parecen sacadas de otra época, con chimeneas cónicas que asoman sobre los tejados. Es un pueblo pequeño, apenas unas calles, pero es uno de los mejores ejemplos de arquitectura popular en toda la provincia de Soria. Aquí la construcción no es un capricho, sino más bien la pura adaptación al clima duro y al entorno.
La arquitectura típica de Calatañazor, en Soria.
El paseo arranca por la Calle Real y llega hasta la Plaza Mayor, donde se levantan el rollo jurisdiccional y la iglesia de Nuestra Señora del Castillo. Un poco más arriba están las ruinas del castillo, con una torre del homenaje desde la que se tienen vistas espectaculares de la llanura soriana. También merece la pena ver las ermitas románicas a las afueras y la necrópolis medieval excavada en la roca. Todo muy sencillo, pero con un encanto que hace que Calatañazor sea parada obligada.
Os Teixois (Asturias)
Más que un pueblo al uso, Os Teixois es un conjunto etnográfico en pleno valle de Taramundi. Su arquitectura tradicional de piedra y madera se conserva intacta, pero lo que lo hace único es el sistema hidráulico que aprovecha la fuerza del agua para mover mazos, molinos y batanes. Es como un museo vivo al aire libre que muestra cómo funcionaban las aldeas de la zona hace siglos.
El conjunto etnográfico de Os Teixois.
La visita permite recorrer los diferentes ingenios, verlos en funcionamiento y entender cómo el agua era la energía que lo movía todo. El entorno natural que lo rodea, con bosques y senderos, completa la experiencia. Es un lugar que enseña cómo era la vida rural en Asturias y que conserva un patrimonio que de otra manera se habría perdido.
Mogarraz (Salamanca)
En Mogarraz la primera impresión no la dan sus casas, sino sus caras. Cientos de retratos pintados cuelgan de las fachadas del pueblo, representando a los vecinos que vivían allí en los años 60. Es una iniciativa artística que ha convertido a este pueblo serrano en un museo al aire libre, con un resultado tan impactante como emotivo. A eso se suma la arquitectura tradicional de la Sierra de Francia: piedra, madera y entramados que conservan su aspecto original.
Las fachadas de Mogarraz.
Además de pasear fijándose en los retratos y en cada rincón, merece la pena acercarse a la iglesia parroquial y a la Plaza Mayor, donde se concentra buena parte de la vida local. Mogarraz no es grande, pero tiene una personalidad marcada que lo diferencia de otros pueblos de la zona. Una mezcla de tradición y arte contemporáneo que lo hace único.