
Contra la turistificación en el centro de Santander: «Los barrios como eran antes ya no existen, ahora son sitios a los que se va a dormir»
Los vecinos del entorno de Santa Teresa de Jesús intentan no desarraigarse ante la proliferación de viviendas turísticas y alquileres no renovados: «Hay miedo a ser expulsado de tu casa aun siendo propietario»
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José Luis de la Mata y Rocío Prellezo conocen el barrio de Santa Teresa de Jesús y su céntrico entorno en Santander de toda la vida y son testigos privilegiados de cómo el día a día en la zona ha cambiado drásticamente. De barrios en donde todos se conocían y había niños en la calle a comercios cerrados y una cada vez mayor implantación de viviendas turísticas.
José Luis de la Mata, del centro social Smolny, y Rocío Prellezo, vecina del barrio, son, cada uno a su manera, testigos del proceso de gentrificación y turistificación del centro histórico de la capital, en donde los alquileres no se renuevan y los locales permanecen cerrados a no ser que haya una expectativa de negocio turístico en ciernes. Y la hay, cada vez más.
“Este barrio dentro de diez años será turístico y seguirá igual de sucio”, asegura De la Mata, uno de los responsables del centro social Smolny. Dentro de poco tendrán que acometer una nueva mudanza, ya que no les renuevan el alquiler ante el deseo de la propiedad de dedicar su local a vivienda turística.
Smolny es un referente de la cultura asociativa del barrio y de ahí que su problema sea doble: encontrar un nuevo local y que el local esté radicado en la zona, porque su actividad se centra en dar acogida a colectivos, impartir talleres con niños y atender a las familias, incluido el reparto de comida. También organizan anualmente el Teresuca Fest, en donde hay música y convivencia durante unos días, siempre con un objetivo social y reivindicativo.
El caso de Rocío Prellezo es particular. Ella es vecina del barrio de toda la vida. Tras un breve período de vida en Madrid, el retorno fue al mismo domicilio familiar en el que creció. Y aunque el piso sea el de siempre, el vecindario ha cambiado: en dos de las cinco plantas del edificio ya hay viviendas turísticas, con su placa, cajetín de acceso con contraseña y sus moradores intercambiables.
Y no ocurre solo en su edificio: basta un paseo para las calles de siempre para comprobar que el comercio local de toda la vida ha desaparecido o está en vías de hacerlo: la farmacia, la carnicería, la tienda de ultramarinos, la de electricidad… ahora son locales vacíos. Algunos son un loft discreto, otros están a la espera de reconvertirse en vivienda turística.
“De cinco pisos, el primero y el segundo son para el turismo. Al tiempo, nadie encuentra vivienda y, si la encuentra, es a un precio desorbitado. Lo veo en toda la calle. No solo es increíble lo que está pasando, sino en la cantidad en que ocurre”, lamenta Rocío Prellezo en conversación con elDiario.es.
José Luis de la Mata y Rocío Prellezo en Santander.
Tanto Rocío como José Luis participaron esta semana en un debate público que se celebró en el propio centro social Smolny bajo el título ‘Contra la turistificación’. Lo organizó el colectivo Culturas de Barrio, cuyos integrantes viven en directo lo que ocurre en la zona, tanto de forma colectiva como a nivel personal. La proliferación de viviendas turísticas en el centro de Santander y su incidencia en la vida cotidiana de los barrios centró la charla.
Gentrificación
La demanda de vivienda turística de estos últimos años se ha unido a la pérdida paulatina del comercio local, a causa de los cambios de hábitos de la población, que hace sus compras en supermercados y grandes superficies, pero también por la falta de relevo generacional.
El propio centro social Smolny tuvo otro emplazamiento hace seis años. Era una antigua farmacia, que cerró, y tras tres años de actividad, el propietario optó por no renovar el contrato de alquiler al centro social, que tuvo un plazo de tres meses para desalojar.
Se mudaron a la acera de enfrente, de donde tienen ahora un año de plazo para marcharse, ya que la propiedad privada está más interesada en tener de inquilinos a turistas que a un centro asociativo. Incluso hubo un planteamiento de adquirir la sede, pero no hubo interés por vender. Ahora Smolny busca un realojamiento en el barrio. Se les ha ofrecido un local en un centro cívico municipal, pero un día a la semana y con todo el material que tienen no es una opción válida para los promotores.
“Queremos comprar un local. Tenemos miedo de que nos pase otra vez lo mismo”. De la Mata vive en una calle cercana, Macías Picavea, y ve que el entorno experimenta un proceso casi mimético. Cita la calle Antonio Cabezón como un espacio ya colonizado por la vivienda turística, pero la metástasis se expande a todo el área, tanto en pisos como en bajos comerciales. La calle en la que concede esta entrevista es una hilera de persianas echadas, a excepción del propio centro social, que mantiene abiertas sus puertas con fecha de caducidad.
“Muchos locales llevan vacíos mucho tiempo. Al comercio no lo ha matado el turismo, sino la gente que no compra. El de los ultramarinos no vendía, la carnicería acabó cerrando… Y por la zona pasa gente que continuamente busca pisos, te llaman, te dejan publicidad en el buzón, por si vendes la vivienda”, explica.
Son los agentes inmobiliarios que peinan las calles a la búsqueda de locales y pisos, ya que la demanda supera la oferta tradicional de una ciudad de poco más de 175.000 habitantes. Las agencias expanden su red de oficinas estructurándose por barrios. Alguna, según comenta De la Mata, está a punto de abrir la séptima en poco tiempo.
El precio del alquiler
El alquiler en la capital de Cantabria ya se sitúa en los 1.200 metros de euros de media. El precio del metro cuadrado para alquilar en Cantabria ha pasado de oscilar entre los 9 y 10 euros por metro cuadrado en 2023 a superar los 11 euros en 2024, según un informe de UGT, que cita a varios portales inmobiliarios.
En el segundo caso, la compraventa ha experimentado un incremento anual de más del 13% en la comunidad durante el segundo trimestre de 2025, alcanzando un valor medio de 2.175 euros el metro cuadrado, según la sociedad de tasaciones Tinsa. El Consejo General de Notariado coincide en su apreciación del porcentaje de incremento.
“Da pena despojar al barrio de lo que tiene”, comenta Rocío Prellezo, que incide en esta percepción generalizada: “Siempre he vivido aquí y han desaparecido los comercios locales que había, el Covirán, el de electricidad, la farmacia… Queremos seguir aquí”, explica esta residente del barrio que trabaja como administrativa.
“No es cuestión de las molestias que puedan ocasionar los turistas. Es que de cinco pisos en mi casa, dos son turísticos. Habría que regular el volumen, porque es una rueda que infla los precios. Vivo con mi madre y si tuviese que buscar un alquiler para mí no podría estar en Santander, por lo que gano y por lo que piden. Es todo un despropósito. Se ha ido todo de madre. Que la gente no tenga cobijo… Estamos tocando la tecla que no es, por mucho que sea la del libre mercado”, valora.
La sociedad ha cambiado, algo que a Rocío Prellezo le produce pena. “Tengo dos niños y me da pena que no hayan podido vivir ese mundo. Por mucho que lo intentes no es la misma sociedad. Ante se confiaba más, ahora se tiende a desconfiar de los demás”.
José Luis de la Mata se gana la vida en ADIF, pero su otra vida es Smolny y el activismo antidesahucios y por la vivienda digna. “Todos los días tenemos un aula de deberes con niños y reparto de alimentos en el centro social. Atendemos a 24 niños este año, pero hemos llegado a tener 35. Suelen ser de familias con escasos recursos y hay fracaso escolar. Nos financiamos con cuotas e intervenciones de poesía y música. También repartimos alimentos”, explica.
“Los barrios como eran antes ya no existen, ahora son sitios a los que se va a dormir”, comenta De la Mata. “Ya no son zonas donde la gente conviva. En la asociación de vecinos apenas hay 20 personas y todos son mayores. Este es el barrio más joven, pero no veo niños por la calle. Ha cambiado la vida. El barrio idealizado no existe y los vecinos ya no nos conocemos. En mi portal conozco a dos de 18”, certifica.
Algunos de los ancianos que viven en el barrio apenas salen de sus casas por problemas de movilidad y la falta de ascensor. Ello les hace vulnerables y, cuando fallecen, los herederos sacan la vivienda al mercado inmobiliario. “Hay gente mayor atrapada en casa. Es la humanidad que desaparece en presencia de la gente vulnerable”, comenta Rocío Prellezo.
José Luis cuenta que en una calle cerca de Los Pinares hay un edificio con seis pisos turísticos y cuatro que no lo son. Algunos de estos vecinos están pensando en marcharse por la derrama del coste del arreglo de fachada, un gasto que no está al alcance de todos los bolsillos. Son condiciones a los que no pueden sustraerse, incluso aquellos que son propietarios y que les llevan al desarraigo, a la venta de sus viviendas en las que han vivido toda una vida. “Hay miedo a ser expulsado de tu casa aun siendo propietario”.
“Nuestro barrio dentro de 10 años será turístico”, insiste José Luis con desencanto. “Espero que no”, apostilla Rocío.