James D.A. Millington, experto en paisajes socioecológicos: «No arde solo la vegetación, arde nuestra relación con el territorio»

James D.A. Millington, experto en paisajes socioecológicos: «No arde solo la vegetación, arde nuestra relación con el territorio»

Es una de las voces de referencia mundial en el estudio del fuego. Geógrafo en el King’s College de Londres y miembro del Leverhulme Centre, trata de desentrañar la madeja que conecta el cambio del modelo ganadero con los incendios globales, la expansión de la soja con la deforestación amazónica y los programas de conservación con la respiración del bosque atlántico brasileño

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Los incendios que ennegrecen los montes de la península ibérica no son un episodio aislado, sino parte de un incendio planetario que enlaza las colinas de California con las sabanas africanas y nos recuerda que lo que arde son también nuestras formas de habitar la tierra. La urgencia del fuego a las puertas de nuestros pueblos no debería cegarnos ante esa dimensión global. Hoy más que nunca se impone una mirada amplia, capaz de escapar de las lecturas cainitas y de las disputas partidistas en las que tan fácilmente caemos.

James D.A. Millington es experto en modelos que integran lo social y lo ecológico. En sus trabajos, defiende que sin reconocer el papel humano, y sin rescatar sus usos culturales del fuego, la ciencia del clima y de la biodiversidad la visión es incompleta. En el último año ha participado en las actividades desarrolladas en la Serranía de Cuenca por el grupo de investigación SocialGIF de la Universidad de Castilla-La Mancha (UCLM), liderado por Carmen Vázquez y José María Martínez.

El geógrafo y ecólogo de paisajes británico ha estudiado la conectividad del hábitat de especies emblemáticas en África y los efectos de las políticas de quema en comunidades locales de distintos continentes. Utilizando modelos computacionales, Millington insiste en que los grandes modelos climáticos solo estarán completos si incorporan el papel humano y sus usos culturales del fuego, esa pieza perdida sin la cual la ciencia se convierte en un relato incompleto.

Según Millington, el fuego suele representarse como consecuencia del calor, la humedad o el viento. Una visión que considera reduccionista. “Los modelos globales han simplificado demasiado al ser humano. Y sin la dimensión cultural y práctica, el fuego no se entiende”. Su propuesta es que algoritmos y satélites aprendan también del pastoreo, de las quemas agrícolas, de las hogueras de subsistencia.

“Queremos llevar a los modelos climáticos un entendimiento del fuego que nace de la experiencia cotidiana de paisajes muy distintos… mejorar cómo representamos al ser humano en esa ecuación”. La paradoja científica, señala, es que la ciencia más avanzada necesita volver la mirada a lo que parecía olvidado, las hogueras que los abuelos encendían al caer la tarde.

Gastamos en apagar pero no en prevenir. Es como invertir solo en ambulancias y nos olvidáramos de la salud pública

Los satélites lo confirman: entre 1990 y 2020 el fuego de subsistencia desapareció en gran parte del planeta. “El fuego cultural ha sido criminalizado”, dice Millington, y con él se fue una forma de cuidar el territorio. Donde antes ardían pequeñas hogueras para limpiar rastrojos o regenerar el suelo, hoy se acumula el combustible que alimenta los megaincendios.

“Cada megaincendio es la suma de miles de fuegos pequeños que nunca se dejaron arder”, explica. El fenómeno no es exclusivo de España, se repite en África, en América Latina, en todo el Mediterráneo. Una prohibición que quiso proteger terminó multiplicando el riesgo.

“Cuando desaparece la práctica, desaparece también la palabra. Y con ella, la capacidad de imaginar otra relación con el fuego.” La frase condensa la preocupación de Millington. El fuego dejó de ser cotidiano y con él se extinguió un lenguaje campesino tejido durante siglos. Ese vacío lo ocuparon protocolos técnicos y brigadas profesionales. “El conocimiento del fuego estaba repartido entre la gente común. Hoy lo concentran ingenieros y normativas. La población ignora lo básico del fuego. En ese tránsito se perdió la memoria oral y lo que quedó fue el miedo”.

En sus investigaciones aparecen ejemplos de comunidades indígenas en Australia que aplican el cultural burning sin calendarios fijos. “No lo deciden por decreto, sino porque leen la hierba, el insecto, el viento. Es un conocimiento encarnado en la práctica”. Millington lo compara con lo que existió en el Mediterráneo, cuando pastores y agricultores sabían que el fuego, usado con cuidado, era aliado de la cosecha. “No era improvisación, era ciencia campesina”.

El conocimiento del fuego estaba repartido entre la gente común. Hoy lo concentran ingenieros y normativas. La población ignora lo básico del fuego. En ese tránsito se perdió la memoria oral y lo que quedó fue el miedo

La idea resulta provocadora en una época obsesionada con el control. Confiar en la gente para leer su entorno parece revolucionario. “Recuperar esa lectura del paisaje es fundamental. Sin ella, solo nos queda reaccionar cuando todo arde”.

Millington no se queda en lo técnico. También en la narración social del fuego. “Hemos construido un relato donde todo fuego es enemigo. Y así es imposible entender que también hay fuegos buenos”. El peso de los noticiarios veraniegos y de cierta épica infantil impide distinguir entre una quema regeneradora y un desastre. “Necesitamos otro lenguaje. Hablar de fuego cultural, de fuego prescrito, de fuego que regenera. Y diferenciarlo del megaincendio, ese monstruo que hemos creado al expulsar al fuego de su lugar”.

Necesitamos otro lenguaje. Hablar de fuego cultural, de fuego prescrito, de fuego que regenera. Y diferenciarlo del megaincendio, ese monstruo que hemos creado al expulsar al fuego de su lugar

El investigador critica la lógica reactiva de los gobiernos. “Gastamos en apagar pero no en prevenir. Es como invertir solo en ambulancias y nos olvidáramos de la salud pública”. Reclama más apoyo al mundo rural, al pastoreo y a las prácticas que mantienen vivo el paisaje.

Para Millington, el fuego es un espejo de nuestra cultura. Lo que arde no es solo la vegetación, arde también la relación rota entre sociedad y territorio. “El problema no es técnico, es cultural”, resume. Devolver el fuego a su lugar no significa volver atrás, sino sumar la memoria oral a la ciencia digital. La paradoja es clara: solo podremos avanzar si recuperamos lo que dejamos arder en el olvido.